Las palabras y la
vida
Alberto
Martín Baró
El pasado jueves 5 de octubre hemos inaugurado, de nuevo
en el restaurante El Espino, bajo el amparo amoroso de Isabel Codina, el curso
de El libro del mes con una emotiva tertulia dedicada a la novela El cuarto de la plancha de Inma Chacón.
Gracias a los buenos oficios de Javier de la Nava y Francisco Rodríguez Tejedor
hemos contado con la presencia impagable de la autora, que ya compartió con
nosotros su creatividad narrativa en la reunión del 4 de mayo de 2016, en esa
ocasión con el libro Mientras pueda
pensarte, presentado también por Paco Rodríguez Tejedor y Javier de la
Nava. Gracias Inma, te queremos.
Y después de leer El
cuarto de la plancha y escucharte hablar con el corazón de tu familia,
amamos también a tu madre, a tu padre, a tus ocho hermanos, a tus abuelas y
abuelos, y a toda su numerosa descendencia.
En una breve introducción, Javier de la Nava cuenta que
todos los años el 9 de marzo, Día Nacional de las Personas Desaparecidas, se
encuentra con Inma Chacón. Este año, Inma le comentó que iba a publicar El cuarto de la plancha y Javier le propuso
presentar el libro en nuestra tertulia del 5 de octubre e Inma aceptó.
Entre las reflexiones de la novela, Javier menciona la
siguiente: “Gracias al poder evocador de los sentidos, regresamos a un beso, un
baile, un juego, un castigo, una alegría, una pena, un amor o un desamor”.
Paco Rodríguez Tejedor hizo una breve semblanza de Inma
Chacón, nacida en Zafra en 1954, doctora en Ciencias de la Información, que
impartió clases en la Universidad Complutense de Madrid, además de cursos en
otras universidades de diversos países, compaginando su actividad docente con
la escritura, aunque se inició en la creación literaria en una edad madura, con
la novela La princesa india (2005),
que su hermana gemela Dulce habría querido escribir, cuando enfermó del cáncer
que acabó con su vida en 2003. Dulce pidió a Inma que llevara a cabo ese
proyecto, y ella se decidió después de encontrar un extraño colgante que bien
podría haber sido de la princesa.
También hace Paco un rápido recorrido por las principales
obras de Inma Chacón, que yo aquí no voy a repetir y que pueden encontrarse en
la solapa de El cuarto de la plancha.
Esta novela es, a juicio de Paco, “un homenaje a las
mujeres de la época de los años cincuenta y sesenta, que tenían un montón de
hijos (los que Dios les mandaba, pues no se utilizaban métodos
anticonceptivos). En el caso de Inma, eran nueve hermanos y su madre era una
auténtica matriarca, que supo sacarlos adelante después de quedar viuda muy
joven”.
El cuarto de jugar,
ya a juicio de la propia autora y a diferencia de la opinión de Rodríguez
Tejedor, sí tiene una estructura. No la clásica de
planteamiento-nudo-desenlace, sino la de la memoria. Y la memoria tiene sus
propias reglas. Así, según Inma, ella no ha querido escribir una biografía, ni
un libro de memorias. Cuando alguno de sus hermanos le dice que tal recuerdo de
ella no se corresponde con lo que sucedió, Inma sólo afirma que ella cuenta lo
que conserva en su memoria.
Refiere, eso sí, las numerosas anécdotas que le contó su
madre, repetidas veces. Aunque no se olvida de su padre, que fue alcalde de
Zafra y que murió cuando Inma y Dulce tenían once años. Fue un hombre muy
activo y trabajó por modernizar la ciudad. Inma reproduce al principio y en el
epílogo de El cuarto de jugar
fragmentos de poemas de su padre Antonio Chacón Cuesta, que también cultivó la
poesía.
Pero el libro es, sobre todo, un vibrante canto a la madre
y a la familia, al clan, que siempre está ahí para ayudar al miembro que lo
necesita.
¡Qué bien narra sus vivencias Inma Chacón! En el libro y
en la tertulia. No se contenta con un par de adjetivos o epítetos para expresar
un sentimiento, una experiencia, un dolor, un gozo. Como se lee en la camisa de
El cuarto de jugar, este libro es “la
voz única, sincera y dulce, certera y personalísima de Inma Chacón desgranando
una obra inolvidable, tierna, divertida y cercana, también desgarradora por
momentos, la historia de su familia, y la suya propia, narrada como su más
fascinante novela”.
Después de la muerte temprana del padre, la madre se
trasladó a Madrid con sus nueve hijos y consiguió sacarlos adelante.
Dedica Inma especial remembranza a su hermana gemela
Dulce, aunque sin mencionar su nombre, como tampoco nombra lugares ni
personajes, salvo algunos no vinculados a la familia. Dulce irrumpió como un
vendaval en el panorama literario español con obras como el poemario Querrán ponerte nombre (1992) y la novela Cielos de barro (2003), a la que en El libro del mes dedicamos una
tertulia el 5 de junio de 2013.
La muerte de Dulce fue para Inma una experiencia
traumática, de la que tardó en recuperarse. Refiere el comentario que le dedicó
José Saramago: “Antes erais una en dos, y ahora sois dos en una”. Así Inma ha
tenido que acostumbrarse a hablar en singular y a “ser en singular”, pues hasta
entonces, durante muchos años todo el mundo les hablaba en plural y ellas
mismas hablaban en plural.
En el hospital, Dulce le decía a Inma: “Me sentirás
siempre. Me quedaré dentro de ti. Me sentirás, ya lo verás, porque soy tú,
igual que tú eres yo”.
Mientras que la madre era una mujer creyente, muy
religiosa y practicante, Inma se declara “bastante descreída, como mi hermana
gemela. Decir que soy atea me parece demasiado tajante”. No sabe si existe
Dios, pero sí existe la idea de Dios en todos los pueblos y en todas las
épocas. Cuando la madre ya no podía asistir a misa, le llevaban a casa la
comunión.
Lean El cuarto de la
plancha, que para Inma evoca el olor a calentito, a ropa limpia y
planchada. Se emocionarán, como yo me he emocionado. Y aprenderán a ser
felices, como Inma intenta con su literatura enseñar a la gente a ser feliz.