25 de diciembre de 2022

El Mesías

Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Entre las formas de celebrar la Navidad, o sea, la natividad, el nacimiento de Jesús, la música ha sido siempre una de mis preferidas: asistir a conciertos, cantar villancicos en familia, escuchar en viejos vinilos o CD algunas de las obras maestras que los grandes compositores de todos los tiempos han dedicado al misterio de Belén. Pero de no haber sido por una circunstancia fortuita –la indisposición de la nuera de mi mujer, que nos cedió sus entradas– no habría elegido El Mesías de Händel como vehículo para la celebración de la venida del Salvador este año de gracia de 2022.

Mi sensibilidad musical está más cercana al Clasicismo y al Romanticismo que al Barroco, época en la que se enmarca el compositor de origen alemán, más tarde nacionalizado inglés, Georg Friedrich Händel (1685-1759). No negaré que la extremada duración de la obra –alrededor de dos horas y media– ha influido también en mi prevención hacia la misma.

Prevención que ha sido superada por mi asistencia en el Auditorio Nacional de Música de Madrid a la espléndida interpretación de este famoso oratorio. La escasa iluminación de la sala y mi vista deficiente me impide seguir el texto inglés de los recitativos, las arias y los coros que nos entrega una azafata en un cuadernillo. Lo leo al escribir estos apuntes en mi blog.

Me llama la atención en este concierto participativo precisamente la participación de una parte numerosa de los asistentes, que con anterioridad han sido preparados por profesionales y se ponen en pie a la vez que los coros.

En la liturgia católica estamos más acostumbrados a que los distintos episodios que rodean el anuncio del nacimiento de Cristo, la llegada del Mesías al mundo, la pasión de Cristo y su muerte en la cruz, su resurrección y ascensión a los cielos sean conmemorados con textos tomados principalmente de los Evangelios. Mientras que en El Mesías de Händel, como buen luterano, predominan las referencias al Antiguo Testamento, a profetas como Isaías, Malaquías, Zacarías y Jeremías, y a numerosos Salmos.

Reconozco que hay pasajes impactantes de Isaías y de los Salmos, que la música grandiosa de Händel nos acerca para vibrar con el sufrimiento de Cristo en la Pasión. Como vibramos con el consuelo que el anuncio y la llegada del Mesías proporciona al mundo.

El profeta Isaías y el evangelista Mateo se dan la mano en el recitativo que desvela el misterio de la llegada del Mesías: nacerá de una virgen en Belén y será llamado Emmanuel, que significa Jesús está con nosotros.

Y es el también evangelista Lucas el que presta sus palabras a la soprano y al coro en el “gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”, que consoló a los pastores en Belén y nos consuela a nosotros en la actualidad azarosa.

El célebre Aleluya con que culmina la segunda parte de la obra está tomado del último libro de la Biblia, que en inglés se denomina Revelation y en español Apocalipsis. Es un himno de alabanza al Mesías para celebrar su victoria ante la rebelión de sus enemigos. Somos los creyentes católicos más dados a la oración de súplica, a la petición, para que Dios atienda y ponga remedio a nuestras necesidades, mientras que los cantos de alabanza suelen apagarse con celeridad.

El coro con que se cierran los textos de El Mesías ensalza al Cordero de Dios, que con su muerte ha redimido a la humanidad. Así nacimiento y muerte se dan la mano y el triunfo de Cristo se sella con un solemne Amén, Así sea. Es la corroboración y el reconocimiento de todo lo que hemos oído y cantado: Cristo, el Mesías, ha triunfado, y con él todos los hombres hemos vencido a la muerte.

Hermosa esperanza con la que la música de Händel nos emociona.

 

 

 

 

 

 

18 de diciembre de 2022

Suavemente alrededor de tu cabeza dormida

Las palabras y la vida

Alberto Martín Baró

La primera impresión que producen los dibujos de mi hijo Guillermo Martín Bermejo expuestos en la Galería James Freeman de Londres, desde el 1 al 23 de diciembre de 2022, es de luminosa libertad, ocupando un mínimo espacio en las blancas paredes de las distintas salas. En palabras del propio Guillermo, quiere que sus obras enmarcadas “respiren”.

Es su tercera exposición individual en esta galería londinense. La anterior tuvo lugar del 3 al 24 de diciembre de 2020. La actual lleva el sugestivo título de Softly Round Your Sleeping Head, “Suavemente alrededor de tu cabeza dormida”, tomado de un poema de W. H. Auden (1907-1973).

Así, abre el rico catálogo de la muestra un detalle del dibujo Alice Asleep, “Alicia dormida”, que está hecho a lápiz sobre papel de libro antiguo, como las obras de esta exposición, excepto la “Reescritura de la predela de Fra Angelico del retablo mayor de San Domenico de Fiesole”, que está dibujada sobre el lado posterior de un póster viejo.

Si alguien se ha compenetrado con los dibujos de Guillermo, ese alguien es el galerista James Freeman, a quien mi mujer y yo hemos tenido la suerte de conocer en persona, que habla un fluido castellano y que ha escrito una inspirada introducción al mencionado catálogo.

Tomo del primer párrafo de esa introducción la siguiente cita, que es una espléndida síntesis de lo que significa la exposición: “Los dibujos a lápiz de Guillermo reimaginan fuentes literarias y artísticas, así como episodios de su propia narrativa personal, trazados sobre papel rescatado de libros antiguos, como si salvaran los viajes imaginarios que esas páginas incitaron”.

De esa reinterpretación de una obra artística llevada al terreno personal es un buen ejemplo “Del Bautismo de Piero al arroyo del Boquerón”. El propio Guillermo explica que el Bautismo de Cristo de Piero della Francesca “es uno de esos cuadros en los que me gustaría vivir […] y lo que en Piero son castillos y almenas en la campiña italiana, en mi dibujo-experiencia se transforma en un pueblo castellano de la sierra de Guadarrama. Y no, no me fijo en las figuras principales, sino en ese joven que se desnuda en la parte del fondo en la derecha de la pintura”.

El arroyo del Boquerón, que los espinariegos y quienes amamos El Espinar conocemos bien, es también protagonista del dibujo “En la cascada del Boquerón”.

El dibujo de mayor tamaño, el ya citado “Reescritura de la predela de Fra Angelico del retablo mayor de San Domenico de Fiesole”, es de nuevo una visión personal de Guillermo sobre el mundo de Fra Angelico, sin olvidar la carga religiosa que conlleva, y le da un enfoque en el que la luz emana de los cuerpos de los ángeles, de los apóstoles, de los mártires, de los confesores, y entra “como en una vidriera de una catedral gótica”.

Todo un trabajo de investigación histórica y artística se refleja asimismo en el dibujo “Lanzas y naranjas” sobre La batalla de San Romano, de Paolo Uccello, que se exhibe en la National Gallery de Londres. Para Guillermo, los yelmos y las corazas son “casi bodegones, floreros en los que este chico [Orlando] podría plantar los naranjos. Las lanzas se transforman en ramas de las que cuelgan las naranjas”.

Días calurosos en paseos de Guillermo por el verano londinense, por los jardines de Kensington y su encuentro con la estatua de Peter Pan, el niño que nunca crece. Una mariposa junto al rostro de un joven, un insecto palo, juegos de mayo y tardes de viernes, en referencia a la colección de canciones de Benjamin Britten y en nostálgica recreación del retrato de una escuela.

En un nuevo recorrido por la exposición me dejo atrapar más por la serenidad de los rostros, el don perdido de la ternura, la dulce timidez, y de nuevo por los paisajes de nuestras amadas montañas de la sierra de Guadarrama, con viento o saca de pinos, y la iglesia de San Eutropio de El Espinar al fondo como una figura de nacimiento.

“Luz, más luz”, dicen que decía Goethe moribundo. Luz y más luz emanan los dibujos de Guillermo, mientras cae la tarde en la galería londinense.

 

 

 

 

  

11 de diciembre de 2022

La sanidad pública, un ejemplo

Las palabras y la vida

Alberto Martín Baró

La oftalmóloga se llama Julia. Y ha estudiado la carrera de Medicina en Murcia. No he podido por menos de preguntárselo ante la concienzuda profesionalidad y dedicación con que ha tratado a mi mujer.

El día de la Inmaculada habíamos ido a urgencias de Oftalmología del Hospital de La Princesa de Madrid, pues mi mujer había sufrido tres días antes una pérdida repentina de la visión del ojo derecho, el mismo en el que desde hace unos diez años le ponen una vez al mes una inyección intravítrea para combatir la degeneración macular húmeda. O sea, el pinchazo, como todos lo llamamos vulgarmente.

Por esa resistencia que, en mayor o menor grado, todos tenemos a acudir al médico, y más a un hospital, habíamos esperado tres días con la esperanza de que el ojo afectado recuperara la visión. Lo cual no ocurrió.

Ignorantes del procedimiento de admisión en urgencias, perdimos un tiempo precioso en la sala de espera de Oftalmología y Otorrinolaringología, hasta que una amable celadora de pelo azul nos informó de los trámites por los que teníamos que pasar.

Al cabo de dos horas, oímos por fin que la doctora llama a Angelina. Yo puedo pasar con ella a la consulta, lo que en otros casos no se me permite. Y le exponemos lo ocurrido. La médica –la RAE aconseja usar el femenino– pregunta por los antecedentes de enfermedades, no solo relativas a la vista, sino a todo el historial de la paciente. Después le examina los dos ojos en un aparato cuya finalidad ignoramos, aplicándole unas gotas, supongo que para dilatar la pupila, y nos pide que salgamos y esperemos a que nos vuelva a llamar.

Esta operación se repite tres veces, mientras pasan los restantes pacientes, hasta que solo quedamos otro matrimonio y nosotros.

Nos pide que la acompañemos al departamento de Oftalmología, en cuyo pasillo, ese día festivo a oscuras y solitario, ya habíamos esperado varias veces en las revisiones periódicas de la evolución de la degeneración macular de Angelina.

A todo esto serían las tres de la tarde –habíamos ingresado en urgencias a las diez– y aún la doctora Julia –ya le había preguntado yo su nombre– examinó a Angelina en toda una serie de aparatos.

Nos entregó un informe, lleno de términos técnicos ininteligibles para nosotros, y prescribió un tratamiento con Pred forte colirio, pomada Dexamentasona y colirio atropina.

Sí entendimos que una inflamación del tejido intermedio de la úvea, o uveítis, impedía observar el fondo del ojo. Por lo que, provistos del informe en cuestión, debíamos volver a urgencias de Oftalmología el próximo lunes para que examinara el ojo un experto en uveítis.

Y que, anteriormente, el viernes se hiciese Angelina unos análisis que ya la doctora había solicitado.

Nuestra experiencia con la sanidad pública, no solo en esta ocasión con la competente oftalmóloga murciana, es inmejorable.

Recientemente, el centro de salud que le corresponde a Angelina y que estaba situado en la avenida de Baviera 11, ha sido trasladado a un moderno edificio de tres plantas en la calle Pintor Moreno Carbonero. Y se ha cambiado el final de la línea 74 de autobuses de la EMT para que llegue a dicho centro.

Claro que los profesionales médicos, y no solo los de atención primaria, tienen derecho a reclamar mejoras laborales y salariales. Pero no me parece de recibo que en la huelga en defensa de esas mejoras de la sanidad pública en la Comunidad de Madrid, participen personajes que son usuarios de la sanidad privada.

 

 

 

 

 

 

 

 

  

6 de diciembre de 2022

Cara y cruz de Londres

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

O lo que es lo mismo, aspectos positivos y negativos de Londres, claro está a juicio del autor de este blog, mal viajero y peor turista.

Creo que el viajar está sobrevalorado. Comprendo que nos hayan vendido las excelencias de visitar países distintos del nuestro, de aquel en el que vivimos habitualmente, pues estos viajes aportan a las arcas de las naciones, ciudades o lugares receptores de turistas unos ingresos no generados por otras fuentes de riqueza.

Londres es el ejemplo paradigmático de capital polo de atracción no solo para el turismo internacional, sino para inmigrantes procedentes de los más distintos y distantes puntos del mundo.

Me llama la atención desde nuestra llegada al aeropuerto de Gatwick la ingente variedad de razas y colores de las personas con las que nos cruzamos o que desempeñan las distintas funciones y tareas de la terminal. Espectáculo que se repite en las calles, en los comercios, en los cafés y restaurantes de esta urbe cosmopolita.

Los recepcionistas del hotel en el que nos alojamos mi mujer y yo, a mi pregunta acerca de su procedencia responde uno de ellos que de Bangla Desh y el otro que de la India, sin especificar más. El dueño o encargado de la cafetería en la que desayunamos me informa de que es argelino, pero que lleva viviendo en Londres la friolera de ¡35 años!

Algo positivo tendrá Londres cuando tanta gente oriunda de los más variados países del mundo ha encontrado acogida y trabajo en esta urbe que a mí se me antoja descomunal y caótica.

Todos estos inmigrantes hablan en inglés, no soy capaz de juzgar con qué grado de corrección, pero que les permite bandearse con mucha más soltura que a mí el académico y poco práctico conocimiento de la lengua de Shakespeare adquirido en los libros.

Visitamos mi mujer y yo en los seis días de nuestra estancia londinense, mezclados con las riadas de turistas, los centros de atracción típicos y tópicos, desde el Covent Garden, ya ataviado con la iluminación y los adornos navideños, que nos hace evocar a Audrey Hepburn, Eliza Doolittle, la vendedora de My Fair Lady, apoyada en una columna y hablando cockney, cuando la aborda el profesor Henry Higgins, o sea Rex Harrison, que se compromete a convertirla en una dama enseñándole a hablar la lengua de la alta sociedad.

Esta evocación de la deliciosa película me lleva a referirme al musical Mary Popppins, cuyas espléndidas coreografías disfrutamos en el regio Prince Edward Theatre, lleno a rebosar.

La estrella de los museos londinenses, que son gratuitos, es la National Gallery, a la que dedicamos una mañana, pero necesitaríamos al menos un mes para hacernos siquiera una somera idea de la excepcional riqueza pictórica que alberga.

Como nos habría hecho falta mucho más tiempo que las dos horas que deambulamos por el interior de la Abadía de Westminster para admirar su nave central, su coro, su altar mayor, sus capillas, claustros y transeptos.

En un autobús sightseeing recorrimos la city, Westminster, los alrededores de esa filigrana gótica que es el Parlamento, Hyde Park, el palacio de Buckingham, el barrio de los financieros, las calles que alojan a los hoteles de lujo… En el puente de Londres, ya a pie, nos llamaron la atención los trileros embaucando con su habilidad a incautos viandantes.

No puedo por menos de consignar, entre los aspectos negativos de Londres, la caótica mezcla de edificios clásicos, más o menos respetados o restaurados, con las modernas y elevadas construcciones de cristal y acero, el estado deteriorado y vetusto del metro, el tráfico con constantes atascos por calles estrechas cuando cometimos el error de coger un taxi.

El principal aspecto positivo de Londres ha sido para mí acoger en la James Freeman Gallery la exposición de dibujos de mi hijo Guillermo Martín Bermejo, a la que dedicaré una próxima entrada de este blog. Y que estará abierta al público hasta el próximo día 23 de diciembre.