30 de diciembre de 2018

El asombro de la Navidad


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró                                                                            

¿Se está perdiendo en España el genuino espíritu de la Navidad?
Creyentes cristianos y no creyentes conmemoramos año tras año, desde hace más de veintiún siglos, el nacimiento de un niño, hijo de una virgen, María, desposada con José, en Belén, un remoto pueblo perdido de una provincia sin importancia alguna, Palestina, bajo el poder de Roma, en tiempos del emperador Augusto.
Para los creyentes, ese niño, de nombre Jesús, es el hijo de Dios, que vino a este mundo para salvarnos, por lo que también se le conoce como el Salvador.
Creencias que no comparten más del treinta por ciento de los españoles actuales, no obstante lo cual celebran con fiestas esta efeméride, que es festividad oficial. Como responden a motivos religiosos la mayor parte de los días festivos de nuestro calendario. Quienes prefieren festejar el solsticio de invierno están en su pleno derecho, siempre y cuando desde puestos de gobierno no impidan la celebración religiosa de la Navidad.
Lo asombroso no es que haya personas, convecinos nuestros, que no crean en la historia que relatan los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y, también a su modo más alegórico, Juan. Lo que resulta verdaderamente pasmoso, a poco que reflexionemos sobre estos hechos transmitidos hasta nuestros días por la tradición oral y escrita, es que semejante relato haya llegado hasta nosotros y siga contando con la fe de millones de contemporáneos nuestros en todo el mundo.
Ya he aludido de pasada al escaso papel que en el mundo del Imperio Romano desempeñaba el pueblo judío, en el seno del cual nació Jesús. Pero es que las noticias sobre este personaje y su vida proceden casi exclusivamente de los citados cuatro Evangelios, de cuyos autores apenas tenemos más datos que los que ellos mismos, y en un número muy reducido, nos dan. Mateo y Juan fueron discípulos de Jesús, al que siguieron y cuyas enseñanzas pudieron escuchar con sus propios oídos, contándose entre los doce apóstoles escogidos por Cristo y enviados expresamente por él a predicar el Evangelio. Mientras que Marcos y Lucas transmiten de manera muy especial la predicación de los apóstoles Pedro y Pablo, respectivamente.
En un mundo como el nuestro en el que la globalización y los medios tecnológicos de comunicación nos permiten estar informados en tiempo real de lo que sucede en cualquier país, ciudad o pueblo por alejados que estén de los nuestros, nos resulta inverosímil que la vida y milagros de un personaje llamado a convocar en su seguimiento a millones de fieles de todas las épocas, razas y naciones fueran solo comunicados por unos autores de los que sabemos poco más que el nombre.
Las escasas y, en parte, controvertidas referencias a Jesús de escritores no judíos, como los historiadores romanos Tácito, Suetonio y Plinio el Joven, o las del judío Flavio Josefo, no pasan de alusiones circunstanciales que apenas dicen nada sobre el personaje histórico Jesús de Nazaret.
Por otra parte, lo que los evangelistas narran dista mucho de ser una historia fácil de aceptar. Por ceñirme exclusivamente a los acontecimientos en que se basa la celebración de la Navidad, se nos refiere que María es virgen y que concibe a su hijo Jesús por obra del Espíritu Santo. Y esto se lo anuncia a María un ángel, del que Lucas nos dice hasta el nombre, Gabriel. Una vez nacido el niño, son de nuevo ángeles los encargados de anunciar la buena nueva a unos pastores. A unos magos de oriente no son ángeles, sino una estrella la que les indica que ha nacido el rey de los judíos y les guía, primero hasta Herodes y después hasta la casa en la que está el niño con María su madre.
Pues bien, a pesar de lo inverosímiles que puedan resultar a nuestra mentalidad moderna y a nuestro modo de concebir la historia estas y otras circunstancias que rodean el nacimiento de Jesús, esta natividad, esta Navidad daría la vuelta al mundo, sería reconocida por gentes de las más diversas épocas y condición, y hoy día sigue configurando el sentir de quienes se confiesan seguidores de Jesús y de sus enseñanzas.
Seguimos cantando villancicos protagonizados por la Virgen y San José, los ángeles y los pastores. Seguimos poniendo en nuestras casas e iglesias, hoy menos en lugares públicos, el nacimiento o belén. Los niños siguen escribiendo cartas con peticiones a los Reyes Magos, sin que obste la creciente popularidad e influencia de la figura de Santa Claus o Papá Noel. Seguimos yendo a la misa del gallo, a las doce de la noche, a pesar de que los gallos cantan tradicionalmente al despuntar el día. Y seguimos reuniéndonos en familia la Nochebuena.
Hay quienes denuncian el consumismo egoísta que invade la celebración de la Navidad. Coincido en el rechazo del egoísmo. Pero el consumo es motor de la economía y fuente de empresas y puestos de trabajo. Y comprar regalos y hacerlos supone pensar en los demás, o sea no ser egoístas.
Como piensan en los demás, sobre todo en los niños, los Reyes Magos, que ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra al niño nacido en Belén.

23 de diciembre de 2018

Cuando no decíamos 'super-'


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró                                                                            

Porque hubo un tiempo en el que no decíamos ‘super-’, utilizado como elemento compositivo con un adjetivo para elogiar a alguien o algo. Hoy lo oímos a cada paso, especialmente en boca de los niños y de gente joven: “Carlos es supersimpático”. “La peli es superentretenida” (a propósito, observarán que ya casi nunca se habla de ‘películas’, se ha impuesto la abreviatura coloquial ‘peli’). Y ya en el colmo de la admiración, esos mismos hablantes no encontrarán mejor calificativo que ‘superguay’.
La palabra súper como sustantivo se usaba para designar una clase de gasolina de más octanaje y –no sabría precisar si en la misma época, o antes o después, pues los fenómenos del lenguaje son muy difíciles de situar con exactitud en el tiempo–, digo que también se empezó a usar para referirse a los grandes almacenes o centros comerciales, los supermercados.
Al mismo o parecido empeño por ponderar o aseverar algo responde, me parece a mí, el uso de la expresión “La verdad es que…”, con la que se inicia una declaración o la contestación a una pregunta y que se ha convertido en auténtica muletilla. Y ello cuando nunca como en nuestros días se han prodigado tanto la mentira, la falsedad o la posverdad.
De forma similar se nos bombardea con la utilización de ‘género’ en lugar de ‘sexo’. Ya pueden expertos lingüistas y la misma Real Academia Española (RAE) recomendar las expresiones “violencia contra la mujer” o “violencia machista”, o violencia doméstica, si se lleva a cabo en el ámbito familiar e incluye a niños, en vez de “violencia de género”: los medios de comunicación y los hablantes de toda laya no se apean de tal locución.
En el documento nacional de identidad no se nos identifica como M o F bajo la denominación Género, sino Sexo. Claro que pronto se ampliará esta identificación para incluir a homosexuales y transexuales, términos compuestos en todo caso con el adjetivo ‘sexual’, no ‘genérico’.
Género indica una categoría gramatical, por más que se empeñen en lo contrario modernos transgresores del léxico.
Género, entre otras muchas acepciones, significa también en el comercio cualquier mercancía, en la que supongo que no querrán ser englobados quienes defienden la utilización de ‘género’ para personas.
‘De género’, como locución adjetiva con la preposición ‘de’, se dice de las obras pictóricas o escultóricas que representan escenas de costumbres o de la vida común, y de los artistas que las crean. En ningún caso se alude al sexo.
Y ya metidos en la diferencia entre masculino y femenino, no me resisto a desautorizar una vez más a los políticos, maestros y demás profesionales que repiten cansinamente “ciudadanos y ciudadanas”, “niños y niñas”, “alumnos y alumnas”, “compañeros y compañeras”, o viceversa, etc., ignorando que en español, cuando utilizamos el masculino como categoría gramatical, estamos incluyendo a varones y hembras, a hombres y mujeres.
Reescribir la Constitución Española, el Quijote o hasta la Biblia, como pretenden algunas iluminadas e iluminados, para que incluyan “el lenguaje inclusivo”, valga la redundancia, es delirante propuesta que solo sirve para distraer la atención de problemas más importantes y para demostrar la ignorancia de quienes defienden semejante estupidez.
Cualquier manual de historia se haría indigesto y desmedido si tuviera que referirse siempre a los egipcios y las egipcias, los hebreos y las hebreas, los fenicios y las fenicias, los romanos y las romanas, los visigodos y las visigodas…
No entiendo, en este contexto de pretendida reivindicación de la mujer, la resistencia de algunas profesionales a llamarse y que las llamen, por ejemplo, médicas y no médicos, abogadas y no abogados, arquitectas y no arquitectos, etc. La médico, además, entraña una manifiesta falta de concordancia
Menos mal que periodista, electricista, futbolista y otros muchos sustantivos acabados en -ista valen lo mismo para un roto que para un descosido, quiero decir para mujeres y hombres.
Alcaldesa hace tiempo que dejó de referirse solo a la mujer del alcalde, para significar también la mujer que desempeña la función de regidora en un ayuntamiento.
Por cierto, y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, me congratulo de que la reciente publicación del Libro de estilo de la lengua española, de la RAE, se haya agotado al poco tiempo de salir al mercado. Por lo menos, yo no he encontrado esta novedad en las librerías que frecuento.
Me permito aconsejar a la editorial responsable de esta publicación que lance una nueva edición. Es un regalo que en estas fechas hará un oportuno servicio a tantos eruditos, perdón y eruditas, a la violeta que se atreven a pontificar sobre lo que ignoran.

16 de diciembre de 2018

Alicia, hermana


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró                                                                            

Estabas tan llena de vida…
Llena de vida, cuando naciste, hace 84 años, la mayor de seis hermanos, hija de Alicia y Paco. La saga de las Alicias se prolonga en mi nieta, en una nieta de nuestro hermano Javier y en otra de nuestra hermana Cristina.
Llena de vida, en los juegos de infancia en la soleada galería de la calle López Gómez, y en la Plaza del Museo, la familiar Plazuela, hoy Plaza del Colegio de Santa Cruz, de Valladolid. Allí estaba, y sigue estando, el colegio de carmelitas del Museo, en el que tú estudiaste, sin saber entonces que años más tarde en él serías profesora de Música.
Llena de vida, cuando entraste con 19 años en la orden de las carmelitas de la madre Joaquina de Vedruna, hoy santa canonizada. A nuestro padre, Francisco Javier Martín Abril, le inspiraste unos artículos que luego se reunirían en un libro Cartas a una novicia. “Ya estás ahí, hija mía queridísima, con tus diecinueve años estupendos, tu risa contagiosa, tu charla un poco atropellada, que ahora, por fuerza de las circunstancias, tendrá que convertirse en prolongados silencios y en largos coloquios inefables con el Señor […]. Nosotros, tu madre y yo, nos hemos quedado de repente como vacíos, como sin sombra y sin sol, acurrucados en nuestra casa, que, ya sin ti, nos parece un mundo distinto”.
Llena de vida, cuando en el noviciado de Vitoria hiciste los primeros votos, pobreza, castidad y obediencia, a los que siempre fuiste fiel.
Como fuiste fiel a tu otra vocación, aquel “son divino” que cantara fray Luis de León, la música, perfeccionando tu carrera de piano con el gran maestro José Cubiles, y el gregoriano con tu amiga del alma Merche Iglesias, en cantos que os elevaban a las armonías celestiales.
Llena de vida, en tus sucesivos destinos, Madernia, León, donde, además de las clases de Música, te escapabas con tus alumnas a los montes leoneses, otra de tus grandes aficiones, que hoy llamaríamos senderismo.
Llena de vida, complementando tu labor docente con la publicación de libros como Canciones de flauta y Grandes maestros, escritos a la limón con Merche Iglesias, e ilustrados con dibujos de mi mujer, también fallecida, Ana Bermejo, y Canciones y melodías instrumentales para instrumentos de percusión y flautas dulces, preparadas con María Ángeles Sevillano.
Llena de vida, ayudando a don Domicio en la liturgia, dirigiendo el coro y tocando el órgano en la parroquia vallisoletana de San Andrés. Por estas fechas estarías preparando el concierto de villancicos de Navidad.
Llena de vida, cuidando de nuestros padres, cuando a ellos la vida ya se les iba escapando, por la edad y por la muerte prematura de Nacho, salvajemente asesinado en El Salvador con sus compañeros jesuitas y dos asistentas seglares.
Con nuestro hermano Nacho mantenías especial contacto por teléfono y por carta, cuando en una de aquellas conversaciones te comunicó que en cualquier momento podían matarle, por ponerse al lado de los pobres y dar voz a los sin voz.
Este mes de noviembre ya no pudiste asistir a la ofrenda floral que, conmemorando su muerte, qué digo, su nueva vida, familiares, amigos y profesores y alumnos del Colegio Ignacio Martín Baró hacen todos los años ante el monolito dedicado a su memoria y a la de su compañero jesuita, el también vallisoletano Segundo Montes.
Porque tu vida, Alicia, hermana por doble título, estuvo, sí claro, dedicada a Dios, pero al Dios que está en los hermanos. Como diría el Principito de Saint-Exupéry, tu vida se tradujo en “crear lazos”, de amistad, de amor.
Por donde pasaste hiciste el bien. He citado ya Madernia, León y el colegio del Museo, pero no me olvido de los humildes barrios de la Rondilla y la Cañada, en los que también desarrollaste tu abnegada labor.
En todos ellos has dejado amigas y amigos, que en la misa corpore insepulto dicen un último adiós a tu cuerpo sin vida, junto a la comunidad de hermanas carmelitas del Ave María, que te han cuidado con amorosa dedicación cuando ya la vida, de la que habías estado tan llena, te iba abandonando.
El pasado 17 de noviembre, día de la ofrenda floral a Nacho y Segundo, aún nos reconociste a tus hermanos, Cristina, Jeromo, Angelina y yo. Estabas muy guapa en tu silla de ruedas y me apretabas la mano.
Ahora vives en nosotros, en todos los que te queremos y somos afortunados por haber convivido con una persona generosa, alegre, luchadora, vital y, en el profundo sentido de la palabra, buena.
Cuando nos encontremos en el espíritu y en la luz, ya sin las ataduras corporales, te reconoceremos en tu “risa contagiosa”, en el humor y el amor que siempre emanaba de todo tu ser.
Ahora formas con nuestros padres, con nuestros hermanos Javier y Nacho, con todos nuestros antepasados y con cuantos nos precedieron en los caminos de Jesús de Nazaret, la “bóveda palpitante”, bajo la que yo, entre lágrimas, me cobijo.

9 de diciembre de 2018

El cambio en Andalucía


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró                                                                            

De los resultados de unas elecciones suele haber interpretaciones para todos los gustos. En los comicios andaluces del 2 de diciembre no podía suceder de otro modo. Las declaraciones de los candidatos de los distintos partidos en la misma noche electoral son un ejemplo claro de cómo la óptica partidista puede deformar la realidad, en este caso las intenciones de los votantes. Sin embargo, hay un aspecto que es difícil tergiversar: el gesto de la principal derrotada, la todavía presidenta de la Junta de Andalucía Susana Díaz. Y un gesto vale más que mil palabras. Incluso que los números.
Porque si analizamos las cifras de los votos obtenidos por los diferentes partidos o agrupaciones, el PSOE andaluz podrá aducir que ha sido la fuerza política más votada, con más de un millón de votos y 33 escaños, mientras que sus adversarios pondrán el acento en el fuerte descenso socialista con respecto a anteriores elecciones, en las que obtuvo 47 escaños en 2012 y 2015.
Descenso que también ha experimentado el PP, de 50 escaños en 2012 a 33 en 2015 y 26 en 2018, el cual no obstante hará valer que es la segunda sigla en número de votantes.
La amalgama de grupos, círculos y amaneceres que han confluido en Adelante Andalucía no puede hacer valer ni una buena posición entre los cinco principales participantes, pues se sitúa en el anteúltimo puesto, ni un avance con respecto a la convocatoria de 2015, en la que Podemos más Izquierda Unida obtuvieron 20 escaños.
Las únicas fueras políticas que han logrado un notable avance en número de votos y de escaños han sido Ciudadanos, que ha pasado de 9 escaños en 2015 a 21 en 2018, y Vox, que de no tener representación parlamentaria se ha alzado con 12 escaños, lo que constituye el resultado más espectacular e inesperado de estas elecciones, en las que las encuestas más optimistas daban a Vox entre 6 y 8 escaños, y 1 el CIS de Tezanos.
Una primera conclusión que estos datos numéricos permiten extraer es el fin del bipartidismo y de las amplias mayorías, no digamos absolutas. Unida a este hecho incontestable está la necesidad de pactos entre partidos para formar gobiernos estables. Y aquí los números se muestran obstinados.
Por un lado, descartan una Junta integrada por las fuerzas de izquierda, PSOE y Adelante Andalucía, que solo sumarían 50 escaños. Un apoyo de Cs al PSOE, como el que se dio en la pasada legislatura, estaría a un escaño de la mayoría absoluta, que se cifra en 55 escaños. El pacto de las derechas, PP, Cs y Vox, sí alcanzaría y sobrepasaría la mayoría absoluta, con 59 escaños. Y, por supuesto, una improbable alianza entre PSOE y PP arrojaría ese mismo número de escaños.
Hasta aquí las meras combinaciones numéricas. Pero luego hay que tener en cuenta los imponderables de la proverbial resistencia de los partidos y los líderes políticos en España a los consensos. La Constitución de 1978, cuyo 40 Aniversario estamos celebrando, es una excepción admirable a esa particularidad personalista y partidista de la política española.
Quienes argumentan que los andaluces han votado cambio son rebatidos por los que ven en la abstención, que en estas elecciones ha sido muy numerosa con un 41,35 %, la causa del descenso de votos del PSOE.
La furiosa reacción de Susana Díaz y de Pablo Iglesias y Teresa Rodríguez contra la entrada de Vox en el Parlamento andaluz puede retrotraer a los peores enfrentamientos que desembocaron en la Guerra Civil y que los consensos de la transición superaron.
Vox tiene el mismo derecho, y posiblemente mayor, que el PSOE y, desde luego, que Podemos a participar con voz y voto en un parlamento autonómico y en el español. Los que le acusan de fascista ignoran lo que el fascismo significó en la Europa del siglo pasado, de cuyos tintes totalitarios están más cerca los comunistas de Podemos que los miembros y votantes de Vox.
Cuando una formación política recurre a la descalificación del adversario, al que convierte en enemigo, y a la movilización violenta en la calle, significa que no tienen nada positivo que ofrecer a sus seguidores.
Tanto Susana Díaz como José Luis Ábalos, ministro de Fomento y Secretario de Organización del PSOE, han instado al PP y a Cs a que se definan si quieren pactar con un partido como Vox de ultraderecha, xenófobo y defensor de la violencia contra la mujer, sin presentar una sola prueba de tales acusaciones. Olvidando u ocultando arteramente que el actual presidente socialista del Gobierno ha logrado serlo, sin ganar unas solas elecciones, gracias al apoyo de fuerzas tan constitucionales como los partidos que abiertamente abogan y trabajan por socavar la unidad y la misma existencia de España como nación.


2 de diciembre de 2018

Pensar con Pascal


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró                                                                            

Admiro a los articulistas que son capaces de aunar la publicación en los medios de comunicación de sus reflexiones sobre la actualidad con trabajos de investigación que, después de largos años de dedicación, fructifican en un libro o en una tesis.
Este es el caso del filósofo y escritor Gabriel Albiac, que además ejerce la docencia en la Universidad Complutense de Madrid. Albiac acaba de publicar una edición crítica de los Pensamientos de Blaise Pascal, con un estudio preliminar y una indexación que permite el acceso digital a los manuscritos originales.
Desde mis tiempos de estudiante de Filosofía, disciplina en la que me licencié en la misma Universidad Complutense de la que es catedrático Gabriel Albiac, he sentido una especial predilección por esta obra póstuma del matemático, físico y filósofo francés Blaise Pascal (1623-1662).
En su corta vida, Pascal tuvo tiempo para construir la primera máquina calculadora, desarrollar los conceptos de la presión y del vacío, y sentar las bases del cálculo de probabilidades.
En filosofía, sobresale su concepción del hombre como un ser intermedio entre lo más elevado y lo más miserable. El conocimiento humano, a juicio de Pascal, no es puramente razón, ni sentimiento, sino una lógica del corazón.
En 1968 llevé a cabo la traducción de la por entonces más completa colección de los Pensées de Pascal para una editorial que dirigía el escritor rumano Vintila Horia. El autor de “Dios ha nacido en el exilio”, novela galardonada con el Premio Goncourt, en reconocimiento a mi labor como traductor, me propuso trabajar en la prestigiosa Editorial Guadarrama, hoy desaparecida. Así comenzó mi carrera profesional en el mundo de la traducción y la edición. Solo más tarde pude compaginar esos trabajos con la escritura de artículos y libros, mi más genuina vocación.
Volviendo a Pascal, en mi ensayo Tiempo de respuestas. Sobre el sentido de la vida, publicado en el año 2008, en el capítulo sobre “La existencia de Dios”, dedico puntual atención a los Pensamientos, colección de sentencias y argumentaciones, a veces incoherentes y paradójicas, pero siempre dignas de ser tenidas en cuenta.
Una de esas reflexiones de Pascal reza textualmente: “Las pruebas metafísicas de la existencia de Dios están tan lejos del razonamiento de los hombres y son tan complicadas que impresionan poco; y aun cuando eso sirviera a algunos, no serviría más que en el instante en que ven la demostración, pero una hora después temen haberse equivocado”.
Dar el salto de nuestra experiencia –esto lo conjeturo yo– a un ser que está más allá de toda experiencia es una ardua tarea, incluso para las mentes filosóficamente más dotadas. Por eso la religión apela a la fe.
Proseguía así mi discurso en Tiempo de respuestas: “El vista de la dificultad de demostrar la existencia de Dios, Pascal propone su famosa ‘apuesta’, que puede resumirse así: Dios existe o no existe. El hombre no puede zafarse de este dilema, que no es capaz de resolver la razón, porque Dios es un ser escondido, oculto, y no conocemos ni su naturaleza ni su existencia. De ahí la necesidad de apostar en pro o en contra, como si se tratara de un juego. Si se apuesta por la existencia de Dios, se arriesgan una serie de bienes finitos, como placeres y riquezas. Pero hay la posibilidad de ganar un bien infinito”.
Y, aunque esa ganancia no se alcanzara –cedo de nuevo la palabra al propio Pascal–, “¿qué mal os acaecerá por tomar este partido? Seréis fiel, honesto, humilde, reconocido, bienhechor, amigo sincero, veraz”.
Lo que salva a la religión cristiana de caer en un teocentrismo basado en la adoración de un Dios al que hay que rendir culto y obediencia, ofrecer sacrificios y total sumisión, es el enfoque ético, la práctica de la verdad, de la honestidad, de la justicia, del amor al prójimo, en especial a los más humildes, del desapego de los bienes materiales, en suma, el cumplimiento de las enseñanzas que nos legó Jesús de Nazaret.
Pascal, en 1654, mientras rezaba, experimentó como otros místicos la presencia del Ser Supremo, con una intensidad tal que cambió su vida, retirándose de las vanidades mundanas.
No pudo llevar a cabo la gran obra en la que había puesto sus mayores esperanzas: una apología del cristianismo. Pero nos dejó en los Pensamientos, no una construcción sistemática de su razonamiento filosófico, sino una colección de sentencias que invitan a quien las lee a pensar por cuenta propia, a rectificar si es necesario –los manuscritos están llenos de tachaduras y modificaciones– y siempre a buscar el sentido último de la propia vida, de las vidas de los demás y del universo que nos rodea, sentido en el que se cifra la verdadera felicidad.
Concluyo con otra máxima de Pascal: “He descubierto que toda la infelicidad de la persona deriva de una misma fuente: no ser capaz de estar sentado tranquilamente en silencio, a solas consigo mismo”.