28 de abril de 2024

Las paralímpicas

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Estábamos mi mujer y yo en las dependencias de Atención al cliente de la Estación de Chamartín Clara Campoamor, pues habíamos solicitado el Servicio de Asistencia Acerca, que antes se llamaba Atendo. En las mismas dependencias estaban tres jóvenes en sillas de ruedas, que manejaban con sorprendente soltura.

No sé por qué, me acerqué a ellas y les pregunté:

–¿Sois paralímpicas?

Me respondieron con un sonriente sí y la siguiente aclaración:

–Pertenecemos al equipo de baloncesto paralímpico sobre silla de ruedas y nos hemos clasificado para participar en las Paralimpíadas de París.

De no ser por las sillas de ruedas y los voluminosos equipajes sobre unos artilugios metálicos, las tres jóvenes, muy guapas, habrían pasado por chicas sin ninguna discapacidad.

–¿Vais a Santander? –prosigo con mis preguntas.

–No, ahora viajamos a Vitoria –me contesta la que lleva la voz cantante, que sale disparada hacia otra sala del servicio Adif.

Me ha hecho ilusión este breve encuentro con unas jóvenes paralímpicas, ya digo guapas y alegres, a mí que no soy para nada partidario del “citius, altius, fortius”. Más de una vez me he pronunciado en mis artículos y otros escritos contra este lema tan sobrevalorado.

Dedicar toda una vida a arañar unos centímetros o milímetros más de velocidad o de altura, o una mayor fuerza en las competiciones que la requieren, no me parece un ideal satisfactorio en personas sin discapacidad, es decir, según la nueva definición que la RAE da de este término: “situación de la persona que por sus condiciones físicas o mentales duraderas se enfrenta con notables barreras de acceso a su participación social”.

Los competidores sin estas “notables barreras de acceso a la participación social” que dedican su vida a superar unos centímetros o milímetros en las distintas pruebas de velocidad, o de salto, o de lanzamiento, o a ser más fuertes que los contrincantes en los enfrentamientos que exigen tal fortaleza, a mí no me parece que persigan unos nobles ideales.

Muchos competidores profesionales en deportes que exigen constantes entrenamientos y esfuerzos acaban con el cuerpo lleno de lesiones y daños incurables.

Caso distinto es, a mi juicio, el de los participantes en las pruebas paralímpicas. Aquí sí tiene un sentido noble superar las “notables barreras de acceso a su participación social”.

La alegría que rebosaban las jóvenes paralímpicas con las que compartí durante unos minutos la sala Adif del Servicio de Asistencia Acerca de la Estación de Chamartín Clara Campoamor es la prueba manifiesta de su afán de superar tales barreras.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

21 de abril de 2024

De los mutantes Pedro Sánchez y PSOE al inmutable nacionalismo vasco

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Si alguien quiere saber lo que harán Pedro Sánchez y el PSOE en un futuro más o menos próximo, que puede incluso ser el instante siguiente, no tiene más que transformar en afirmación lo que Pedro Sánchez o cualquier miembro cualificado de su sumiso PSOE hayan negado, o viceversa, cambiar en negación lo que Pedro Sánchez y el PSOE hayan afirmado tajantemente.

Resulta cansino ocuparse de las contradicciones de Pedro Sánchez, y yo no lo haría, si este personaje fuera un político cualquiera. Pero padecemos la desgracia de que Pedro Sánchez sigue siendo, a pesar de todos los pesares, presidente del Gobierno de España.

Un presidente que no tuvo reparo alguno en afirmar, tras las elecciones generales de 2019, que le quitaría el sueño pensar en un gobierno en el que estuviera Pablo Iglesias y siguió durmiendo tan tranquilo con el fundador y dirigente de Podemos como vicepresidente de su gabinete.

No menos tajantemente sostuvo que jamás pactaría con Bildu –¿cuántas veces quiere que se lo repita?–, hasta que convirtió a los etarras en uno de los apoyos de su legislatura tras las elecciones generales del 23 de julio de 2023, que no ganó.

Ante las elecciones vascas que se están celebrando este mismo domingo 21 de abril de 2024 y cuyos resultados aún no se conocen en la mañana en la que yo publico mi blog, Pedro Sánchez y todo el PSOE en tromba se han lanzado a descalificar a Bildu porque su candidato a lehendakari, Pello Otxandiano, se haya negado a llamar terrorista a ETA, que en sus palabras fue “un grupo armado”.

A tenor de lo que siempre han hecho Pedro Sánchez y el PSOE, demos por descontado que, si les interesa, apoyarán a Bildu y este partido volverá a ser blanqueado, olvidándose su identificación con la banda terrorista ETA.

Una parte muy significativa de mi vida transcurrió en el País Vasco desde mediados de los años cincuenta a principios de los sesenta. Y aunque desde su nacimiento en 1959, ETA a través de su brazo político Sortu mantuvo su lucha contra España, en los años de mi estancia en las Vascongadas –así las llamábamos– no se produjo ningún atentado mortal de ETA: el primer asesinato que la banda terrorista cometió fue en junio de 1968 y tuvo como víctima al guardia civil José Antonio Pardines.

Gane quien gane las elecciones de este domingo en el País Vasco, y gobierne quien gobierne, ya sea una coalición de Bildu y PNV, o el PNV con el apoyo del PSE, o Bildu con el apoyo del PSE que, como hemos visto, lo negaba hasta ayer mismo, a mi juicio el resultado no supondrá ninguna mejora ni política, ni social, ni económica para una población sometida desde hace más de medio siglo al exilio de unos 180.000 ciudadanos y a los intereses de un nacionalismo que recogía las nueces del árbol que sacudía ETA.

El PNV, fundado por el racista Sabino Arana, nunca ha significado para los ciudadanos vascos una alternativa valiosa ni a Sortu ni a Bildu, ni al cambiante PSE, ni al PP, hoy reducido a un escaso número de diputados en el parlamento vasco.

 

 

 

 

 

 

 

 

14 de abril de 2024

El último tren

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

“Hay un ritmo en los pasos de quienes patean las estaciones, una cadencia monótona que seguimos los viajeros, como regidos por un diapasón que marcara el compás de espera en el que nos hallamos embutidos, dentro de un destino común momentáneo y efímero que compartimos, sin habernos propuesto ese encuentro con gentes a las que no volveremos a ver en la vida…”.

Con estas palabras comienza la novela de Hortensia Búa El último tren, que la autora y Angelina Lamelas, en distendida conversación, presentaron el pasado jueves 11 de abril en la tertulia “El libro del mes” en El Espinar.

La relación de amistad de Hortensia y Angelina se remonta a los años en los que Angelina era profesora en el colegio Menesiano del Parque de las Avenidas de Madrid y tenía como alumno a Alejandro Prieto, hijo de Hortensia. A ambas las une su pasión por la narrativa y, en concreto, por el cuento.

La primera y obligada pregunta que Angelina plantea a Hortensia versa sobre el motivo que la impulsó a escribir El último tren, novela que arranca con el atentado terrorista del 11 de marzo de 2004 en la estación de Atocha de Madrid.

A Hortensia la movieron a interesarse por las víctimas de ese atentado las noticias que leyó en la prensa sobre algunas de las personas que viajaban en el tren y, en concreto, por una enfermera que iba a sustituir a una compañera y que se entretenía leyendo una novela de Harry Potter. Sobre esta enfermera Hortensia escribió un cuento, titulado Cambio de turno.

En el mismo tren viaja Arthur Kimbal, protagonista de la novela, por cuya mente fluye la torrentera de palabras con las que he dado comienzo a estas notas. Arthur, nos cuentan Hortensia y la novela, reside en Alcalá de Henares, como no podía ser de otro modo tratándose de un amante de Cervantes, y en esta ciudad da clases de inglés. Ha quedado con su amigo Octavio, médico, para visitar en el Museo del Prado de Madrid una exposición sobre los bodegones de Luis Meléndez, aunque después han decidido que visitarán otras pinturas, lo que la explosión que casi acaba con la vida de Arthur impediría.

Ese jueves Octavio no pensaba madrugar, pues era su día libre en el hospital. Pero, al enterarse del atentado, se dirige desesperadamente a la estación de Atocha con el temor de que Arthur haya cogido ese tren. Octavio, casi un hijo para Arthur, será otro protagonista de la historia.

A nuevas preguntas de Angelina, Hortensia refiere cómo Josefina Aldecoa la animó a ella, licenciada en Filología Inglesa y Semítica por la Universidad Complutense de Madrid, y profesora de Lengua Española y de inglés en EGB, BUP y COU, a escribir narrativa. Así vieron la luz relatos como Negro sobre rojo, El túnel, Ciudades hermanas y Decálogos.

Sostiene Hortensia que el cuento, el relato breve, plantea al escritor una exigencia que no presenta la novela. Yo me permito interrumpir a Hortensia y disentir de ella y de Angelina. A mi juicio, la novela encierra una dificultad que no tiene el relato breve. Yo he sido capaz de escribir y publicar Lo que pudo pasar, una colección de cuentos, mientras que he comenzado varias veces una novela, que se ha quedado en eso, en un comienzo.

A la pregunta de cómo se plantea una narración, Hortensia contesta que primero “dibuja” los personajes, con los que a veces sueña, como también le pasaba a María Teresa León.

Siguiendo con los personajes de El último tren, cobran singular relevancia Sol, la psicóloga que psicoanaliza a Arthur y le ayuda a recobrar sus recuerdos, y Linda, la hija de Arthur, a la que este mismo, después de morir la madre, manda a vivir con la abuela. A mí, y así lo comento, me habría gustado que la autora diera más importancia a esta figura de la hija, que presenció el atentado de las Torres Gemelas. Una asidua y perspicaz tertuliana, Pilar, discrepa de esta opinión y sostiene que todos los personajes de la novela tienen un tratamiento equilibrado.

La pregunta de José Manuel, otro contertulio, sobre la estancia de Arthur en Salamanca, da pie a Hortensia a aludir a este episodio decisivo en la vida de Arthur e incluir preciosas pinceladas sobre la ciudad que nos recuerda a fray Luis de León.

Con esta novela Hortensia ha querido también rendir un homenaje a los numerosos y doctos hispanistas que han enriquecido el saber sobre la literatura hispana, en especial, sobre el Siglo de Oro español.

A mí, que soy un romántico, me han emocionado las dos historias de amor que incluye la obra.

¿Por qué el título de El último tren? Antes de publicarse esta novela, falleció a los 96 años la madre de Hortensia, a quien ella dedica el libro.

“A Hortensia, mi madre, que ya tomó su último tren”.

Gracias, Hortensia hija, por deleitarnos con tus palabras y tus escritos en esta soleada tarde de El Espinar.

 

 

 

 

 

 

 

7 de abril de 2024

Resurrección

Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Al conmemorar en la Semana Santa la pasión y la muerte de Jesús, y escuchar en la misa del Domingo de Ramos y en los oficios del Viernes Santo los relatos evangélicos sobre los sufrimientos y la muerte de Jesús en la cruz, los creyentes católicos no podemos por menos de sentir, como pide san Ignacio de Loyola en la tercera semana de los Ejercicios Espirituales, “dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas, pena intensa, de tanta pena que Cristo pasó por mí”.

Este dolor, este quebranto, estas lágrimas y esta pena intensa son compartidos por los fieles creyentes al contemplar en las procesiones de Semana Santa las imágenes de Jesús en la oración en el Huerto, de Jesús atado a la columna, del Ecce Homo, de Jesús con la cruz a cuestas, de Jesús crucificado, y de las Vírgenes Dolorosas, tan veneradas sobre todo en el sur de España.

Esta emoción y estrecha comunión con los dolores y la muerte del Hijo de Dios hecho hombre, y con su madre la Virgen María, no encuentra an mi juicio la misma correspondencia en el gozo por la resurrección de Cristo el Domingo de Pascua.

A fin de cuentas, todos sabemos que vamos a morir y los sufrimientos son el pan nuestro de cada día. Pero ¿alguno de nosotros ha visto resucitar a un muerto? A los mismos discípulos de Jesús les cuesta reconocer a su Maestro cuando se les aparece en varias ocasiones, hasta el punto de que Tomás, que estaba ausente en una de esas apariciones, muestra su incredulidad si no mete sus dedos en los agujeros de los clavos y su mano en la llaga del costado de Cristo.

Las mujeres que acuden al sepulcro y lo encuentran vacío, piensan que alguien se ha llevado el cuerpo de Jesús, hasta que Jesús se les aparece, como también se aparece a María Magdalena, quien al principio le toma por el hortelano. (Alégrense las feministas de que el Resucitado se apareciera a las mujeres antes que a los discípulos.)

No ayuda para nada a la fe en nuestra resurrección aquello, quiero recordar que era del Catecismo, de que resucitaremos con los mismos cuerpos y almas que tuvimos. Pase que las almas se conserven por ser el anclaje de nuestra identidad personal, pero unos cuerpos la mayor parte de las veces envejecidos y deteriorados al morir… No me parece a mí que la mayoría de los humanos quisiéramos resucitar con el mismo cuerpo que sobrellevamos en nuestra vida mortal.

Para colmo, afirma san Pablo en la primera Epístola a los Corintios que, “si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe”. ¿Por qué, Pablo, iba a ser vana mi fe en un Jesús por mí admirado que pasó haciendo el bien y nos mandó que nos amáramos unos a otros como él nos amó?

Si al final de nuestra vida seremos examinados en el amor, ¿no bastarán esta fe y este amor, aunque Cristo no haya resucitado y aunque nosotros no hayamos de resucitar?

Con todo aplomo terminamos el Credo los católicos afirmando que creemos “en la resurrección de la carne y en la vida eterna”.

Apoyado en esta fe colectiva y en el amor, en la caridad, de la que el mismo san Pablo afirma que “no pasará”, me uno a esa esperanza en la vida eterna, aunque no sepa en qué consistirá, pues “ni ojo vio, ni oído oyó lo que Dios ha preparado para los que le aman”.