Las palabras y la vida
Alberto
Martín Baró
En la última tertulia de “El libro del mes” del presente
curso, que tuvo lugar como de costumbre en el restaurante El Espino de El
Espinar, bajo la cálida acogida de Isabel Codina, el pasado 6 de junio, el
protagonista fue el filósofo espinariego José Manuel García González, a quien
presentó con una sabia introducción Javier de la Nava.
Presente estaba en el ánimo de todos los asistentes el
fallecimiento de nuestro querido compañero Germán Prieto, al que yo dediqué un
emocionado recuerdo, que con dificultad pude acabar de leer entre lágrimas en
presencia de su mujer María. María, aquí tienes siempre a un montón de amigos,
aunque nada ni nadie podrá sustituir a Germán.
Esta sentida conmemoración sirvió de prólogo a la
presentación de Javier de la Nava, quien, como es habitual en él, desmenuzó y
amplió las líneas maestras del libro Conversaciones
con los estoicos.
¿Y quiénes son estos estoicos con los que conversaron
Javier de la Nava y José Manuel García González? Pues, encabezados por Lucio
Anneo Séneca, le siguen en el orden de este libro, Francisco de Quevedo, Marco
Tulio Cicerón, Epicteto, Marco Aurelio, Epicuro, Michel de Montaigne y Erasmo
de Rotterdam. Personajes de muy distintas épocas procedencias y caracteres, a
los que une su adscripción al estoicismo.
Así Séneca, además de filósofo, intelectual y orador,
destacó en Roma como político, siendo uno de los senadores más influyentes y
respetados, y fue preceptor de Nerón entre los años 54 y 62 d. C.
A Francisco de Quevedo le conocemos como poeta en el Madrid de los siglos XVI y XVII.
Con Cicerón nos trasladamos de nuevo a Roma en el siglo II
y, como Séneca, fue afamado orador, político y filósofo.
Los comienzos de la vida de Epicteto fueron difíciles, pues
fue esclavo hasta que su amo le hizo estudiar con un filósofo estoico y después
lo liberó. En Accio Epicteto fundó una escuela que tuvo notable éxito y fama.
Marco Aurelio Antonino fue emperador del imperio romano y,
a pesar de sus constantes batallas y ocupaciones en los asuntos de estado, pudo
escribir libros de filosofía.
Epicuro de Samos fue fundador de la escuela de pensamiento
llamada epicureísmo y su vida transcurrió en Grecia entre el siglo IV y el III
a. C.
Montaigne vivió en Francia en el siglo XVI, alternando
años dedicados al estudio y la meditación con otros en los que se ocupó de
funciones políticas y diplomáticas.
Por último, Erasmo de Rotterdam, nacido en esta ciudad en
1466, fue sacerdote de la orden de los agustinos y un gran latinista, consejero
del emperador Carlos V. En plena Reforma, se mantuvo fiel a la Iglesia
católica.
Pues bien, con todos estos personaje conversa José Manuel.
En letra negrita aparecen en su libro sus preguntas, que tratan de acercar a
nuestro tiempo y a nuestros problemas actuales el pensamiento de los distintos
autores, que se reproduce en letra cursiva tomado de sus obras.
Ya en el diálogo con Séneca se nos presentan las virtudes
que el estoicismo ofrece como guía en las distintas situaciones de nuestra
vida, a saber conocimiento, templanza, justicia y coraje. Y se nos invita a
hacer ejercicios prácticos para superar las dificultades cotidianas.
Con Cicerón aprendemos que “Un deber es, según la
definición estoica que yo (o sea Cicerón) asumo, una acción sobre la que puede
darse un motivo razonable de por qué se ha hecho”. Y se pone como ejemplo la
natación.
”Lo apropiado es, según Cicerón, lo que corresponde a la
excelencia del hombre, allí donde su naturaleza se aparta de los demás seres
vivos”. Y se nos invita a repasar nuestras actividades, deseos, trabajos y aficiones,
para ver si son “apropiadas”.
En el capítulo sobre Epicteto, nos propone José Manuel un
ejercicio sencillo a partir de la frase con la que comienza a responder el
filósofo: “Hay cosas que están bajo nuestro control y otras que no lo están”
Epicteto pone ejemplos de ambas y nos invita a aplicar sus consejos en nuestras
situaciones actuales, pues el ejercicio de la virtud es necesario para poder
desarrollarla.
Marco Aurelio nos ofrece diez consejos sobre nuestras
relaciones con los demás. De los diez resumo los siguientes: “En primer lugar,
meditar sobre la relación que me vincula con los demás”. “En segundo lugar,
observar cómo se comportan en la mesa, en la cama y en los demás”. “En tercer
lugar, si con rectitud hacen lo que hacen, no hay que molestarse, pero si no es
así, lo hacen contra su voluntad y por ignorancia”. “En cuarto lugar,
aprendamos que también nosotros cometemos numerosos fallos”. “En quinto lugar,
es preciso aprender muchas cosas para poderse manifestar cabalmente sobre una
acción ajena”. “En sexto lugar, piensa que la vida del hombre es muy corta y
dentro de poco todos estaremos enterrados”. “En noveno lugar, la benevolencia
sería invencible si fuera noble y no burlona ni hipócrita”.
A Epicuro se le ha achacado la idea de que la felicidad
consiste en el placer. Desde luego, no fue estoico porque vivió antes del
comienzo del estoicismo. Sin embargo, los propios estoicos le citan, como es el
caso de Séneca en sus Cartas a Lucilio.
Es representativo de su pensamiento lo que dice de la muerte:
“El más estremecedor de los males, la muerte, no es nada para nosotros, ya que
mientras nosotros somos, la muerte no está presente, y cuando la muerte está
presente, entonces nosotros no somos”.
José Manuel, según nuestra asidua contertulia Pilar García
de Santos, explica los pensamientos estoicos mejor de palabra que en el libro
que nos ocupa.
No obstante, yo invito a mis lectores a que lean
detenidamente lo que José Manuel dice a propósito de Montaigne, por ejemplo:
“El bienestar y la indigencia dependen de la opinión de cada uno”. Y, por
último, con Erasmo de Rotterdam, atender a aquello que puede producirnos la
felicidad.
Como colofón a este diálogo con los estoicos, podemos
quedarnos con lo que el autor afirma en el Epílogo del libro: “Si algo tienen
en común todos ellos, es su llamada a utilizar nuestra razón para obrar con
juicio (…) en lo que nos sucede”.