27 de mayo de 2019

Federalismo


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Han vuelto los socialistas a plantear como solución a los problemas que sufre nuestra sociedad el Estado federal. Y lo han hecho no solo con palabras, sino proponiendo como presidente del Senado al senador Manuel Cruz Rodríguez, que finalmente ha sido elegido para este cargo por mayoría absoluta. ¿Y qué tiene que ver este catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona con el Estado federal? Pues mucho, ya que es uno de los fundadores de la asociación Federalistas de Izquierdas, de la que ha sido presidente y en la actualidad es vocal de honor. Tuve contacto con Manuel Cruz en 1997, siendo yo editor de Santillana y preparando una Historia de la Filosofía, de la que él fue autor junto a Emilio Lledó, Miguel Ángel Granada y José Luis Villacañas. Puedo atestiguar que se trata de un filósofo inteligente, aunque después no he seguido su trayectoria política.
La circunstancia de que Pedro Sánchez le propusiera como presidente del Senado, la cámara territorial, lleva a pensar que el próximo gobierno del PSOE intenta de nuevo abrir el debate sobre la reforma de la Constitución para sustituir el actual Estado de las autonomías por un modelo de organización federal.
Si a la dificultad conceptual para los ciudadanos de a pie de entender conceptos como federalismo, federación o Estado federal se añaden los intereses partidistas y el complicado proceso que supondría abordar una reforma de la actual Constitución española, dados los complejos trámites y el requerido consenso de las fuerzas políticas con que nuestra Carta Magna se blinda frente a posibles cambios, no veo factible ni a corto ni a medio plazo convertir España en un Estado federal.
El Diccionario Jurídico de la Real Academia Española (RAE) define Estado federal como “Estado compuesto por diversas unidades territoriales, dotadas de autonomía política e instituciones de gobierno comunes a todas ellas, cuya organización, competencias y relaciones intergubernamentales están regidas por una Constitución como norma suprema de todo el ordenamiento jurídico”.
En el lema “federación”, la definición se articula en términos semejantes, con la particularidad de referirse a las diversas unidades territoriales como Estados o entidades federadas, y poner como ejemplos de federaciones a los Estados Unidos de América, Alemania, Canadá o México.
Ante estas definiciones es posible que nos preguntemos cuál es la diferencia entre un Estado federal y nuestro Estado de las autonomías, unidades territoriales que ejercen competencias en una serie de materias, pero regidas por una Constitución como norma suprema de todo el ordenamiento jurídico. Quizá nos encontremos ante una quaestio de nomine, una cuestión de nombre, y lo que en la Constitución española se denominan autonomías o comunidades autónomas, en una federación serían llamadas Estados o entidades federadas.
Suele aducirse como característica de las federaciones el hecho de que se constituyeron mediante la unión de anteriores Estados soberanos o entidades que decidieron unirse en una organización común, cediendo parte de sus atribuciones, pero sin renunciar a su soberanía. Así, el Diccionario Jurídico de la RAE define el término “federalismo” como “Ideología que promueve la creación de una federación con el objetivo de unir Estados independientes bajo una Constitución federal común, o para descentralizar un Estado centralizado creando en su seno varios Estados o territorios federados”.
Está claro que en España no se dan esos Estados independientes que deciden unirse bajo una Constitución federal común. Y si nos atenemos a la segunda finalidad contemplada en la citada definición, “descentralizar un Estado centralizado”, las Comunidades autónomas españolas ejercen competencias de las que no gozan, o padecen, por ejemplo, los Länder de Alemania.
El principal objetivo de la asociación Federalistas de Izquierdas es impulsar una reforma constitucional para que España se articule como un Estado plenamente federal. Ya he mencionado las dificultades de todo tipo que entraña tal reforma. Pero, desde el plano de los principios, con los que se puede estar de acurdo, no se desciende, como la misma asociación propugna, a una delimitación clara de las competencias en cada nivel de gobierno con el objeto de evitar duplicidades.
Y no me parece acertado el calificativo “de Izquierdas”, que ya de entrada puede suscitar el rechazo de las derechas, a pesar de la declarada voluntad de la asociación de respetar las opciones políticas defendidas por los partidos con representación parlamentaria.
Si a esta adscripción a la izquierda se une, lo que no hacen los Federalistas de Izquierdas, la denominación de “federalismo asimétrico” que sí usan otros defensores socialistas de esta forma de organización territorial, el agravio de las comunidades no privilegiadas está servido.
Por último, no creo que la solución federal convenza a los separatistas, empeñados en su república independiente como único y reiterado objetivo de toda su actuación política.

19 de mayo de 2019

Deseos, gustos y aficiones


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Hoy quiero olvidarme de las elecciones, de las pasadas y de las próximas. Si les interesa la política, no tienen más que leer cualquiera de los más del 90 por ciento de los artículos de opinión que tratan, de un modo o de otro, de la res publica.
Me dice un vecino de la casa en que vivo en Madrid, a caballo con la de El Espinar, que él pensaba que yo no escribía de política, que lo mío eran sobre todo los temas costumbristas o los relacionados con el lenguaje. Razón que le sobra a Manuel, hombre grande, cordial y conversador. De hecho, llamé a esta mi sección en El Adelantado, un 26 de abril de 2006, “Las palabras y la vida”, y así la sigo denominando. Para que, si se me agotaban los asuntos que la vida cotidiana me brinda, siempre podía echar mano de las palabras, del lenguaje.
Pues bien, he andado estos días enredado en cuáles puedan ser, a estas alturas de mis ochenta años recién cumplidos, mis deseos y mis ilusiones. Me pregunta mi hija qué regalo quiero por mi cumpleaños. Y no se me ocurre qué responderle. ¿Una camisa, un libro, una colonia? La ropa me dura decenios, tengo alguna chaqueta en buen estado que heredé de mi padre. Y sobre la mesita de novedades –sí, ya sé que suena pretencioso– se amontonan libros que aún no he leído. No soy muy de perfumarme, pero en una repisa del cuarto de baño hay frascos de colonia de Maderas de Oriente, de Álvarez Gómez y de Pedro del Hierro medio llenos. Al final le digo que me regale Una historia de España, de Arturo Pérez Reverte.
¿O sea que no desea usted algo que le haga gran ilusión? ¿Un viaje, como suelen contestar los concursantes cuando se les pregunta qué harían si consiguieran el premio en metálico por el que concursan?
Ya saben mis allegados que soy reacio a viajar, por las incomodidades que comporta. Se ponderan los grandes beneficios que proporciona conocer otros países y otras culturas. No lo cuestiono. Pero ¿el azacanado turista puede penetrar en el arte y en el sentir de los pueblos que visita, cuando el desconocimiento de la lengua vernácula de sus habitantes le impide entrar en un contacto medianamente válido con ellos?
No juego a la lotería. ¿Qué haría con una elevada cantidad de dinero, siendo así que ya no tengo edad ni capacidad para, por ejemplo, montar un negocio o una empresa y crear puestos de trabajo? Sí, podría ayudar económicamente a mis hijos, o donar ese dinero a Cáritas o a alguna ONG como Música para salvar vidas. Pero me estoy refiriendo a lo que a mí me gusta y hace ilusión en un plano de gozo personal.
Al envejecer, ¿merman o incluso desaparecen los deseos, los gustos, las aficiones? Paso revista a las cosas con las que disfruto. Y se alza sobre todas las demás el salir al campo a caminar, contemplar el paisaje, los verdes prados y el pinar. O pasear por la playa del Sardinero, dejando que la arena vivifique mis pies y el mar dilate mi horizonte.
He dicho que prima en mis aficiones el paseo al aire libre. Me corrijo ligeramente. Al mismo nivel de satisfacción se sitúa escuchar música. La clásica de Mozart, la inmortal de Beethoven, la romántica de Chopin y Schubert, el piano de Granados y Albéniz… Las viejas canciones que nunca pasan de moda. Ya me recreo por anticipado con la “Serenata de primavera” con que nos deleitará a final de este mes Maristela Gruber, acompañada por Lucho Baigo a la guitarra y Lorenzo Moya al piano: bossas, boleros, tangos…
Claro que disfruto con la lectura. He sido lector empedernido desde mi infancia. Pasé ratos inolvidables con los Guillermos de Richmal Crompton, los Tarzanes de Edgar Rice Burroughs, en las praderas del Oeste de Zane Grey y en los bosques de Canadá con las heroínas de largas cabelleras de James Oliver Curwood, y hasta con los cuentos de Celia de Elena Fortún que compraba mi hermana mayor, pues eran para chicas…
He leído mucho, por devoción y también por obligación en mi trabajo de editor y traductor. Hoy, qué quieren que les diga, me echan para atrás los tomos voluminosos. Me inclino por el relato corto, con capítulos que no pasen de dos o tres páginas.
Los gustos son, por lo común, puntuales. Las aficiones, por definición, más duraderas. No tengo cuenta en Facebook, ni en Twitter, ni en Instagram. Así que no despacho con un “like” lo que me gusta.
Y sí, me gusta volver a ver las películas del viejo Hitchcock, las grandes epopeyas del Oeste americano, o las versiones cinematográficas de las novelas de Jane Austen. Me toman el pelo mi hijo Guillermo y Teresa, nieta de mi mujer, porque procuro no perderme en la Primera de TVE las comedias románticas alemanas de la sobremesa de los sábados y domingos. Son luminosas, con bellísimos paisajes y final feliz. En Estocolmo, en Cornualles y en Baviera no llueve y brilla el sol.
Mi mayor ilusión es que mi vida tenga un final feliz. Y pienso que así será si amo a quienes me rodean. Pues al atardecer nos examinarán del amor.

12 de mayo de 2019

¿Por qué Balthus?


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

¿Por qué Balthus? Porque sospecho que a la mayoría de los españoles les pasará lo que a mí: que, a lo sumo, les sonará este nombre como el de un pintor del siglo XX, sin más detalles.
Puede que este desconocimiento de Balthus por parte del gran público de nuestro país haya sido una de las razones por las que el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza ha montado una exposición temporal de 47 obras de este pintor, abierta desde el 19 de febrero al 26 de mayo de 2019.
He tenido la suerte de visitar la exposición sobre Balthus el pasado lunes 6 de mayo, con un reducido grupo de socios de la Asociación Plaza Porticada de Santander, a la que pertenece mi mujer y que preside mi admirada Elena García Botín. Como familiar invitado pude disfrutar de una visita guiada por la historiadora y guía del Museo Almudena Rodríguez Guridi, quien con mano maestra nos condujo por las salas donde se exhiben los cuadros de este gran artista, pintor de pintores, de ascendencia polaca, nacido en París el 29 de febrero de 1908 y fallecido en Rossinière (Suiza) el 23 de febrero de 2001, a punto de cumplir los noventa y tres años.
Pero ¿por qué Balthus? Se llamaba Balthasar Klossowski de Rola, mas se le conoció siempre como Balthus, nombre con el que ha pasado a la historia del arte, en la que figura entre los grandes artistas que, a estos sí, todos conocemos, como Cezanne, Modigliani y Picasso.
Cito expresamente a Picasso, con quien Balthus mantuvo una estrecha relación, porque el universal malagueño le dijo en una ocasión: “Eres el único de los pintores de tu generación que me interesa. Los demás quieren ser como Picasso. Tú no”.
Sorprende de Balthus el hecho de que, a pesar de conocer y tratar a los artistas más destacados de las vanguardias y del surrealismo, su pintura nunca abandonó la figuración. Eso, sí, pueblan sus cuadros unas figuras humanas, con frecuencia alargadas, en especial niñas púberes, en posturas nada convencionales, que a menudo han sido calificadas de eróticas.
Al ir recorriendo los cuadros de Balthus del Thyssen-Bornemisza, que siguen un orden cronológico, desde la primera exposición individual en 1934, en la Galerie Pierre de París, nuestra guía nos invita a reparar en la sobriedad de los decorados, casi teatrales, en que se muestran muchachas adolescentes como Therèse, que le sirvió de modelo en numerosas ocasiones, o los hermanos Blanchard, sorprendidos por el pintor en momentos de tedio o ensimismamiento. Cito del folleto que el Museo entrega a los visitantes: “Sus posturas desinhibidas suscitan diferentes lecturas que fluctúan entre la naturalidad infantil y una ambigua consciencia erótica propia de la pubertad”.
Otra es la interpretación que el propio autor da a sus adolescentes supuestamente eróticas. En las Memorias que dictó durante dos años, ya cercanos a su muerte, a su amigo Alain Vircondelet y que están editadas en español en la colección Debolsillo de Penguin Random House, podemos leer en el capítulo 50: “Mi obra, pinturas y dibujos en los que abundan las niñas desvestidas, no responden a una visión erótica que me convertiría en voyeur […]. De modo que Thérèse soñando o en La habitación no hay que verlos como […] actos eróticos en los que la anatomía y la libido se combinarían de manera escabrosa, sino más bien como la necesidad de mostrar y captar algo que solo puede hallarse en lo imperceptible de la palabra, en lo indescifrable, algo que sin embargo vibra y resuena, participa en lo que Camus llamaba ‘el corazón palpitante del mundo’.”
Balthus se consideraba a sí mismo, más que un artista, un artesano. Él mismo se preparaba los pigmentos, los colores, y trabajaba en estudios con luz natural, nunca con luz eléctrica.
Aconsejo vivamente la lectura de estas Memorias de Balthus. En ellas se confiesa ferviente católico practicante. “Siempre empiezo un cuadro rezando, un acto ritual que me da la posibilidad de atravesar, de salir de mí mismo. Estoy convencido de que la pintura es un modo de oración, un camino para llegar a Dios”. Me recuerda al gran compositor austriaco del Clasicismo Franz Joseph Haydn, quien igualmente comenzaba su trabajo de componer con una meditación.
¿Por qué Balthus? Porque en su pintura se dan cita los grandes maestros clásicos italianos como Masaccio, Piero della Frncesca, Caravaggio y Giotto, y un innegable influjo oriental.
Y un último apunte, tomado de sus Memorias, para los que, como yo, amamos la luz: “Hay que aprender a atisbar la luz. Sus inflexiones. Sus fugas y sus filtraciones. Por la mañana, después del desayuno, después de leer el correo, informarse sobre el estado de la luz. Saber si es posible pintar hoy, si el avance en el misterio del cuadro será profundo”.
Solo con la iluminación de cada uno de nosotros será posible penetrar en el misterio de la obra del gran artista artesano que fue Balthus.

5 de mayo de 2019

Regeneración


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Si algo han dejado claro las pasadas elecciones del 28-A es que la mayoría de los votantes no votan en función de la corrupción o no corrupción de los partidos políticos. Si se guiaran por la ética o la falta de ética de las formaciones que se presentan a esta convocatoria electoral no habrían concedido la victoria al PSOE de Pedro Sánchez, un político que ha demostrado durante su menos de un año de gobierno una total ausencia de respeto a la verdad y a sus propias promesas, y que ha antepuesto su interés personal al bien común de los ciudadanos y de España.
Al principio de su mandato, después de la moción de censura, pareció que Sánchez estaba dispuesto a regenerar la vida política, destituyendo a su ministro de Cultura y Deporte Màxim Huerta por defraudar a Hacienda, y a la ministra de Sanidad Carmen Montón por plagiar su trabajo Fin de Máster. Pero ahí se acabó el afán regenerador del entonces presidente, pues habiendo afirmado solemnemente en 2015 que “Si alguien crea una sociedad interpuesta para pagar menos impuestos estará fuera”, pasó por alto que su ministro de Ciencia, Innovación y Universidades Pedro Duque y la administradora única provisional de RTVE Rosa María Mateo habían incurrido en esa práctica reprobable y los mantuvo en sus cargos. Como sostuvo a la ministra de Educación y portavoz del Gobierno Isabel Celaá a pesar de su falta de transparencia al no incluir en su declaración de bienes el valor de un chalé de más de un millón y medio de euros. Y no permitió Sánchez que dimitiera su ministra de Justicia, justamente reprobada en el Congreso y en el Senado por sus inmorales y probablemente también ilegales compadreos, o mejor dicho comadreos, con el excomisario Villarejo y el juez condenado por prevaricación Baltasar Garzón, en los que llegó a llamar “maricón” a su colega el ministro de Interior Fernando Grande Marlasca y hablar de supuestos tratos con menores en Colombia de compañeros del Supremo y de la Fiscalía, caso que nunca denunció.
También había declarado Sánchez que “En Alemania dimiten por plagiar una tesis”, lo que él no hizo cuando se demostró que había plagiado su tesis doctoral.
La principal responsabilidad de los actos de Pedro Sánchez, como de cualquier político y gobernante, es suya. Pero parte de culpa la tienen los electores que, conociendo o debiendo conocer la trayectoria de Pedro Sánchez, le han votado.
Suele afirmarse que el pueblo, al elegir democráticamente a un gobernante, no se equivoca. La historia está llena de ejemplos que atestiguan lo contrario.
Por ceñirnos a casos recientes de resultados electorales, el PP de Mariano Rajoy en 2011, cuando ya eran manifiestos los casos de corrupción de Bárcenas y la trama Gürtel, obtuvo la mayoría absoluta con 10.866.566 votos y 186 diputados.
En la Comunidad Autónoma de Andalucía ha estado gobernando el PSOE con el respaldo del pueblo andaluz durante 38 años a pesar de los escándalos de los cursos de formación y de los ERE. Incluso en las últimas elecciones autonómicas el PSOE de Susana Díaz fue la fuerza más votada, solo desbancada del poder por la suma de PP, Ciudadanos y Vox.
El PP de Pablo Casado, un político que ha demostrado estar dispuesto a no tolerar casos de corrupción en su partido, ha cosechado el peor resultado de esta formación en toda su historia.
La coalición Unidas Podemos –con este nombre parecen querer excluir a los hombres–, siendo así que en los debates de la campaña electoral Pablo Iglesias mostró una imagen de mayor moderación y hasta de constitucionalista citando varios artículos de la Constitución Española, ha perdido en las elecciones del 28-A más de un millón de votos y 29 escaños.
Quiero decir con estos ejemplos que, a la hora de decidir su voto, los votantes tienen en cuenta otras motivaciones y no el deseo de regenerar la vida política y de castigar conductas poco éticas o claramente ilegales de los candidatos. Prima en muchos casos la adscripción ideológica del elector y más en un momento como el actual en el que se ha exacerbado la división izquierda-derecha.
Ante el miedo de que gobierne la derecha, o más aún la ultraderecha, los fieles al socialismo cierran filas en torno a su líder, aunque no hace tanto que fuera desalojado de la Secretaria General del PSOE por su propia Ejecutiva.
¿Funciona del mismo modo la parroquia de la derecha ante el temor de que gobierne la izquierda, más aún con el apoyo de la ultraizquierda e incluso del nacionalismo separatista? No parece que esta fidelidad se haya cumplido en las elecciones del 28-A, en las que votantes del PP han preferido votar a candidatos de Ciudadanos y de Vox.
Termino con aquella máxima de Lord Acton de que “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Por lo cual me inclino a la actual desaparición de las mayorías absolutas, que impide gobiernos absolutistas y sin un eficaz control parlamentario. Que este control supla la falta de interés regenerador de los votantes y de los propios políticos.

4 de mayo de 2019

Es la economía, estúpido


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

“La economía, estúpido” fue uno de los puntos clave que en 1992 sirvió a Bill Clinton para ganar las elecciones presidenciales a George H. W. Bush. A esta expresión se añadió el verbo “es”: “Es la economía, estúpido”, estructura que se ha utilizado después con otras palabras a modo de eslogan para llamar la atención sobre un aspecto importante por algún motivo, no solo en campañas electorales, sino también en otros contextos y circunstancias.
Por supuesto que la economía ocupa un lugar destacado en mítines y demás actos de campaña antes de unas elecciones, como hemos podido comprobar días pasados, especialmente en los debates retransmitidos por la televisión pública y por la cadena Antena 3 entre los cuatro líderes de los principales partidos que concurren a los comicios de mañana 28 de abril.
Y es que entre las preocupaciones de los votantes sobresale todo lo que, de un modo o de otro, tiene que ver con la economía: el empleo, los salarios, las pensiones, los impuestos, la vivienda…
Pero ocurre que ni los mismos economistas se ponen de acuerdo a la hora de arbitrar soluciones a los problemas económicos que afectan a la vida cotidiana de los individuos: cómo disminuir el paro, cómo asegurar pensiones suficientes a todos los jubilados, cómo conseguir que los niños y los jóvenes tengan igualdad de oportunidades para acceder a los distintos niveles de la educación, cómo garantizar una sanidad de calidad a todos los ciudadanos, cómo facilitarles una vivienda digna…
No existen recetas mágicas para cubrir estas necesidades de una población creciente. Y es fácil que los políticos caigan en la tentación de proponer soluciones simplistas y demagógicas para resolver problemas complejos: subir los impuestos a los bancos, a las grandes empresas, a los más ricos; o, al contrario, bajar los impuestos para que los ciudadanos dispongan de más dinero con el que hacer frente a sus gastos.
Prometen los aspirantes a gobernarnos crear empleo, y un empleo estable y de calidad. Olvidando algo tan elemental como que quienes crean empleo son los empresarios, los grandes y los pequeños emprendedores. Los únicos puestos de trabajo que está en manos de un presidente del gobierno incrementar son las plazas de funcionarios, como en su corto mandato ha propuesto el presidente Pedro Sánchez
Otras medidas tomadas por el gobierno de Sánchez han ido encaminadas a subir el salario mínimo interprofesional, a incrementar las pensiones ligando su aumento al IPC (y pregunto en mi ignorancia, si el IPC baja, ¿disminuirán en su tanto las pensiones?). También se ha elevado el sueldo a los funcionarios y el subsidio por desempleo para los mayores de 52 años.
Se acusa al gobierno saliente de aumentar con estas y otras medidas el gasto público, incrementando así la deuda y el déficit de la Nación, y poniendo en peligro la sostenibilidad del sistema de pensiones, con el riesgo de abocar al Estado a la quiebra.
Seguro que estos peligros macroeconómicos son ciertos. Pero albergo la sospecha de que al ciudadano de a pie esas perspectivas catastróficas le traen sin cuidado. En cambio, el dinero contante y sonante en su bolsillo no hay quien se lo quite. ¿O sí?
No sé si las encuestas que pronostican un triunfo espectacular de Pedro Sánchez en las elecciones de mañana se cumplirán. Es ya un tópico desconfiar de los datos demoscópicos, que repetidamente se equivocan. ¿Cómo saben los autores de tales pronósticos que existe un porcentaje determinado de indecisos que aún no han decidido su voto? Se trata de extrapolaciones basadas en unas muestras a menudo muy reducidas. A mí y a las personas de mi entorno nadie nos ha preguntado a quién vamos a votar. Aparte de que también puede suceder que los encuestados no declaren su intención de voto. Ha sido frecuente que los votantes de derecha tuvieran vergüenza en confesar que iban a votar al PP o a otro partido conservador, arriesgándose a ser tildados de reaccionarios, de fachas.
En cualquier caso, es muy posible que “los viernes sociales” del gabinete de Sánchez hayan tenido parte en el anunciado vuelco electoral que prácticamente todas las encuestas vaticinan y que da al PSOE mayor número de escaños de los que tenía en la anterior legislatura el PP, y este quedaría reducido a menos de los escuetos 85 con que contaba el PSOE.
Claro que es la economía, estúpido. Pero una economía a ras de suelo, lejos de los complejos cálculos macroeconómicos y de los vaticinios de quiebra del Estado. ¿Que podemos volver a estar al borde del rescate? ¿Y eso qué significa, si ni siquiera un ministro de Economía del gobierno de Zapatero supo preverlo?
Lo que a cualquier amo o ama de casa le resulta meridianamente claro es que no se puede vivir gastando más de lo que se ingresa. Sí, es la cuenta de la vieja, estúpido.