Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Cada cierto
tiempo, con ocasión o sin ella, salta a un primer plano de la actualidad la
discusión sobre la conveniencia de instaurar en España una república. Y ello
con independencia de las posibilidades reales de reformar la Constitución de
1978, en cuyo artículo 1, apartado 3, se establece: “La forma política del
Estado español es la Monarquía parlamentaria”.
Tengo
buenos, inteligentes y cultos amigos que se declaran entusiastas defensores de
la forma de Estado republicana y, sin haber vivido los tiempos de la II
República española, ensalzan los logros culturales, políticos y sociales de
aquella época. Existe toda una literatura, un cine, un teatro y un arte que
sustentan tal entusiasmo republicano, sin que lo enturbie el hecho de que tres
de los principales intelectuales que apoyaron la instauración de la II
República, Pérez de Ayala, Marañón y Ortega y Gasset, quedaran decepcionados de
su realidad y, de un modo u otro, secundaran la exclamación de Ortega: “No es
esto, no es esto”.
Yo no soy
monárquico ni republicano. En un plano teórico, me inclinaría por una república
en la que su máxima autoridad es elegida por los ciudadanos, frente a las
monarquías hereditarias, en las que el poder pasa de padres a hijos.
En un plano
práctico, y atendiendo a la historia de España de los últimos siglos, no puedo
por menos de reconocer que la Constitución monárquica de 1978 trajo a nuestro
país, desangrado por una ignominiosa Guerra Civil y sometido por casi cuarenta
años de dictadura, la democracia y la superación de los odios y revanchas
cainitas.
En esta
implantación de la democracia y superación de rencores desempeñó un papel
innegable el rey emérito don Juan Carlos. Esta será una aportación indiscutible
a la concordia democrática de los españoles de un personaje al que una campaña
de determinadas fuerzas políticas y mediáticas, y los propios errores del
exmonarca, están tratando de desprestigiar y, de paso, demoler también la
figura del actual rey Felipe VI. Don Juan Carlos tuvo el acierto, u obligado
por la necesidad, de abdicar en 2014 en su hijo Felipe. Hoy por hoy no hay
abierta ninguna causa penal en contra del rey emérito y es merecedor de la
presunción de inocencia, en España tantas veces sustituida por la “pena de
telediario”. No pocos de los que hoy atacan en España la monarquía no buscan
sustituirla por una república democrática, sino por un régimen populista
bolivariano, o abiertamente comunista.
¿Monarquía
o república? Con todos sus defectos, democracia.