14 de abril de 2024

El último tren

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

“Hay un ritmo en los pasos de quienes patean las estaciones, una cadencia monótona que seguimos los viajeros, como regidos por un diapasón que marcara el compás de espera en el que nos hallamos embutidos, dentro de un destino común momentáneo y efímero que compartimos, sin habernos propuesto ese encuentro con gentes a las que no volveremos a ver en la vida…”.

Con estas palabras comienza la novela de Hortensia Búa El último tren, que la autora y Angelina Lamelas, en distendida conversación, presentaron el pasado jueves 11 de abril en la tertulia “El libro del mes” en El Espinar.

La relación de amistad de Hortensia y Angelina se remonta a los años en los que Angelina era profesora en el colegio Menesiano del Parque de las Avenidas de Madrid y tenía como alumno a Alejandro Prieto, hijo de Hortensia. A ambas las une su pasión por la narrativa y, en concreto, por el cuento.

La primera y obligada pregunta que Angelina plantea a Hortensia versa sobre el motivo que la impulsó a escribir El último tren, novela que arranca con el atentado terrorista del 11 de marzo de 2004 en la estación de Atocha de Madrid.

A Hortensia la movieron a interesarse por las víctimas de ese atentado las noticias que leyó en la prensa sobre algunas de las personas que viajaban en el tren y, en concreto, por una enfermera que iba a sustituir a una compañera y que se entretenía leyendo una novela de Harry Potter. Sobre esta enfermera Hortensia escribió un cuento, titulado Cambio de turno.

En el mismo tren viaja Arthur Kimbal, protagonista de la novela, por cuya mente fluye la torrentera de palabras con las que he dado comienzo a estas notas. Arthur, nos cuentan Hortensia y la novela, reside en Alcalá de Henares, como no podía ser de otro modo tratándose de un amante de Cervantes, y en esta ciudad da clases de inglés. Ha quedado con su amigo Octavio, médico, para visitar en el Museo del Prado de Madrid una exposición sobre los bodegones de Luis Meléndez, aunque después han decidido que visitarán otras pinturas, lo que la explosión que casi acaba con la vida de Arthur impediría.

Ese jueves Octavio no pensaba madrugar, pues era su día libre en el hospital. Pero, al enterarse del atentado, se dirige desesperadamente a la estación de Atocha con el temor de que Arthur haya cogido ese tren. Octavio, casi un hijo para Arthur, será otro protagonista de la historia.

A nuevas preguntas de Angelina, Hortensia refiere cómo Josefina Aldecoa la animó a ella, licenciada en Filología Inglesa y Semítica por la Universidad Complutense de Madrid, y profesora de Lengua Española y de inglés en EGB, BUP y COU, a escribir narrativa. Así vieron la luz relatos como Negro sobre rojo, El túnel, Ciudades hermanas y Decálogos.

Sostiene Hortensia que el cuento, el relato breve, plantea al escritor una exigencia que no presenta la novela. Yo me permito interrumpir a Hortensia y disentir de ella y de Angelina. A mi juicio, la novela encierra una dificultad que no tiene el relato breve. Yo he sido capaz de escribir y publicar Lo que pudo pasar, una colección de cuentos, mientras que he comenzado varias veces una novela, que se ha quedado en eso, en un comienzo.

A la pregunta de cómo se plantea una narración, Hortensia contesta que primero “dibuja” los personajes, con los que a veces sueña, como también le pasaba a María Teresa León.

Siguiendo con los personajes de El último tren, cobran singular relevancia Sol, la psicóloga que psicoanaliza a Arthur y le ayuda a recobrar sus recuerdos, y Linda, la hija de Arthur, a la que este mismo, después de morir la madre, manda a vivir con la abuela. A mí, y así lo comento, me habría gustado que la autora diera más importancia a esta figura de la hija, que presenció el atentado de las Torres Gemelas. Una asidua y perspicaz tertuliana, Pilar, discrepa de esta opinión y sostiene que todos los personajes de la novela tienen un tratamiento equilibrado.

La pregunta de José Manuel, otro contertulio, sobre la estancia de Arthur en Salamanca, da pie a Hortensia a aludir a este episodio decisivo en la vida de Arthur e incluir preciosas pinceladas sobre la ciudad que nos recuerda a fray Luis de León.

Con esta novela Hortensia ha querido también rendir un homenaje a los numerosos y doctos hispanistas que han enriquecido el saber sobre la literatura hispana, en especial, sobre el Siglo de Oro español.

A mí, que soy un romántico, me han emocionado las dos historias de amor que incluye la obra.

¿Por qué el título de El último tren? Antes de publicarse esta novela, falleció a los 96 años la madre de Hortensia, a quien ella dedica el libro.

“A Hortensia, mi madre, que ya tomó su último tren”.

Gracias, Hortensia hija, por deleitarnos con tus palabras y tus escritos en esta soleada tarde de El Espinar.

 

 

 

 

 

 

 

7 de abril de 2024

Resurrección

Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Al conmemorar en la Semana Santa la pasión y la muerte de Jesús, y escuchar en la misa del Domingo de Ramos y en los oficios del Viernes Santo los relatos evangélicos sobre los sufrimientos y la muerte de Jesús en la cruz, los creyentes católicos no podemos por menos de sentir, como pide san Ignacio de Loyola en la tercera semana de los Ejercicios Espirituales, “dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas, pena intensa, de tanta pena que Cristo pasó por mí”.

Este dolor, este quebranto, estas lágrimas y esta pena intensa son compartidos por los fieles creyentes al contemplar en las procesiones de Semana Santa las imágenes de Jesús en la oración en el Huerto, de Jesús atado a la columna, del Ecce Homo, de Jesús con la cruz a cuestas, de Jesús crucificado, y de las Vírgenes Dolorosas, tan veneradas sobre todo en el sur de España.

Esta emoción y estrecha comunión con los dolores y la muerte del Hijo de Dios hecho hombre, y con su madre la Virgen María, no encuentra an mi juicio la misma correspondencia en el gozo por la resurrección de Cristo el Domingo de Pascua.

A fin de cuentas, todos sabemos que vamos a morir y los sufrimientos son el pan nuestro de cada día. Pero ¿alguno de nosotros ha visto resucitar a un muerto? A los mismos discípulos de Jesús les cuesta reconocer a su Maestro cuando se les aparece en varias ocasiones, hasta el punto de que Tomás, que estaba ausente en una de esas apariciones, muestra su incredulidad si no mete sus dedos en los agujeros de los clavos y su mano en la llaga del costado de Cristo.

Las mujeres que acuden al sepulcro y lo encuentran vacío, piensan que alguien se ha llevado el cuerpo de Jesús, hasta que Jesús se les aparece, como también se aparece a María Magdalena, quien al principio le toma por el hortelano. (Alégrense las feministas de que el Resucitado se apareciera a las mujeres antes que a los discípulos.)

No ayuda para nada a la fe en nuestra resurrección aquello, quiero recordar que era del Catecismo, de que resucitaremos con los mismos cuerpos y almas que tuvimos. Pase que las almas se conserven por ser el anclaje de nuestra identidad personal, pero unos cuerpos la mayor parte de las veces envejecidos y deteriorados al morir… No me parece a mí que la mayoría de los humanos quisiéramos resucitar con el mismo cuerpo que sobrellevamos en nuestra vida mortal.

Para colmo, afirma san Pablo en la primera Epístola a los Corintios que, “si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe”. ¿Por qué, Pablo, iba a ser vana mi fe en un Jesús por mí admirado que pasó haciendo el bien y nos mandó que nos amáramos unos a otros como él nos amó?

Si al final de nuestra vida seremos examinados en el amor, ¿no bastarán esta fe y este amor, aunque Cristo no haya resucitado y aunque nosotros no hayamos de resucitar?

Con todo aplomo terminamos el Credo los católicos afirmando que creemos “en la resurrección de la carne y en la vida eterna”.

Apoyado en esta fe colectiva y en el amor, en la caridad, de la que el mismo san Pablo afirma que “no pasará”, me uno a esa esperanza en la vida eterna, aunque no sepa en qué consistirá, pues “ni ojo vio, ni oído oyó lo que Dios ha preparado para los que le aman”.

 

 

  

31 de marzo de 2024

Pasión y muerte de Jesús

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Tanto en la misa del Domingo de Ramos como en los oficios del Viernes Santo se leen los textos de los Evangelios sobre la pasión y muerte de Jesús: el de Marcos en el Domingo de Ramos y el de Juan en el Viernes Santo. Un ayudante lee el relato de la pasión y muerte, mientras que otro pronuncia las palabras de los protagonistas que no son Jesús, y el sacerdote se reserva las pocas palabras pronunciadas por el mismo Jesús.

Esta división de papeles resalta el dramatismo de los hechos narrados. Independientemente de la fe cristiana o de las creencias de quienes asisten a las ceremonias religiosas, o leen los textos evangélicos, a mí me ha impresionado y emocionado un año más la narración de la pasión y muerte de Jesús.

El Jueves Santo se conmemora, siguiendo el evangelio de Juan, la Última Cena, en la que Jesús lava los pies a sus discípulos, y se celebra la institución de la Eucaristía según la primera epístola de san Pablo a los Corintios.

No voy a entrar en la cuestión de la inspiración divina de los escritos de la Biblia, ni tampoco en el carácter histórico de los hechos narrados, debates que dejo a los especialistas y que no afectan a la emocionada experiencia mía.

Tal como han llegado a nosotros, los relatos de los evangelistas Mateo, Marcos, Lucas y Juan sobre la pasión y muerte de Jesús son una obra maestra de estructura y graduación dramática. Aunque tenemos pocos datos biográficos sobre los autores de los Evangelios, aparte de los que nos dan los propios textos bíblicos, Mateo, recaudador de impuestos, o sea publicano, y Lucas, médico, fueron personas cultas. No lo sabemos de Marcos, compañero de Pablo en varios de sus viajes apostólicos, ni de Juan, aunque el Evangelio de este último sea de una hondura teológica incomparable.

Pero desde la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén hasta su muerte en la cruz, los sucesos que se nos relatan son, unos de una emoción innegable, como la Última Cena o la oración en el Huerto de los Olivos, y otros de un inquietante intercambio de preguntas y réplicas, como las que se ponen en boca de Pilatos o del Sumo Sacerdote Caifás y del propio Jesús, en la inicua pantomima de juicio a que los judíos y el gobernador romano someten a Jesús.

 Recuerdo cómo, en la Plaza Mayor de Valladolid, predicadores actuales desgranaban piezas oratorias magistrales sobre las Siete Palabras de Cristo en la cruz, Siete Palabras que dan nombre a una cofradía de la Semana Santa vallisoletana.

Cuando Jesús exclama “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, a mí se me pone un nudo en la garganta, mientras que algunos de los presentes, al oír “Eli, Eli, lakma sabatani?”, comentaban “Mira, llama a Elías”.

Muestras de la debilidad humana, como los discípulos que se duermen mientras Jesús ora en el Huerto de los Olivos, o las tres negaciones de Pedro y, más que ninguna otra, la traición de Judas: “¿Con un beso entregas al Hijo del Hombre?”.

La naturaleza acompaña con unas súbitas tinieblas la muerte de Jesús, una escenografía acentuada con la apertura de muchas tumbas.

Y la voluble conducta de las masas, que tan pronto aclaman a Jesús el Domingo de Ramos, como piden a Pilatos que suelte a Barrabás y haga crucificar a Jesús.

Jesús, hijo de Dios para quienes, sin mérito alguno, hemos recibido el don de la fe, se hace hombre hasta sus últimas consecuencias, el sufrimiento extremo y la muerte.

 

24 de marzo de 2024

La noche de los gamusinos

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Para presentar en la tertulia “El libro del mes” de marzo pasado la novela de Melchor Riol La noche de los gamusinos había decidido yo hacer al autor una entrevista. Mis preguntas eran breves, pues se trataba de dar pie a Melchor para hablarnos de su vida y su obra. Melchor Riol Horta nació en Avilés (Asturias) el 5 de febrero de 1964. A los 15 años, y por su miedo a enfrentarse al examen de selectividad, rellenó, con la oposición de sus padres, las solicitudes para entrar en el Ejército en los centros de Getafe, Cuatro Vientos, Logroño y León. En todos ellos había miles de candidatos para unas 150 plazas, a pesar de lo cual él aprobó en tres de esos centros. Eligió la rama de Electricidad y Electrónica de Telecomunicaciones en la Escuela de Transmisiones del Ejército del Aire. Hizo las prácticas en el Acuartelamiento Aéreo del Alto de los Leones, tomando un primer contacto con San Rafael y sus gentes. Por aquella época comienzan sus inquietudes literarias y sus primeras incursiones en la radio.

Dejó el Ejército al tener que atender a sus padres, muy deprimidos y trastornados por la muerte en accidente de su hermano. Así que decidió quedarse en Asturias. Allí en 1986 empieza a trabajar en las minas de Solvay, una multinacional belga que más tarde daría paso a Minas de Lieres y en 1992 a Hunosa, donde trabajó como oficial de 1.ª Electromecánico en explotación. Allí estará hasta noviembre del 99, cuando con 34 años fue jubilado por un accidente laboral en la mina.

En 2003 pasa a ser miembro del proyecto MEDEA FM, emisora que se convirtió en la número uno de Asturias. Después de un tiempo de llevar Melchor un programa diurno, realizó un popular programa musical en la noche, “La nave azul”, que tuvo muchos seguidores.

La experiencia en la mina le sirvió a Melchor de inspiración para sus dos primeras novelas. Los tres álamos refleja la tragedia de unos mineros atrapados a 600 metros de profundidad. La siguiente, La forja de un minero, que escribe a raíz del inesperado éxito de la anterior –llegaron a venderse 3.000 ejemplares– es la historia de lucha y tenacidad de un joven campesino de 20 años que logra superarse en el difícil mundo de la mina. En la tercera, El eslabón de la cadena, Melchor nos traslada a los prolegómenos de la Guerra Civil en Asturias con dos personajes, un marinero y un minero, que confluyen en una sólida amistad desde posturas e ideas distintas.

El éxito de estas tres novelas anima a Melchor a escribir La noche de los gamusinos. En ella refleja los veraneos de un grupo de catorce chicos y chicas de distintas regiones de España y dos hermanos de Argentina, de1976 a 1980, en un pueblo de la montaña de León, llamado Valdelugueros, que el autor conoce y describe muy bien.

Melchor narra con soltura y buen ritmo las aventuras y experiencias de estos preadolescentes, sus primeros amores y desamores. Y lo hace al hilo de acontecimientos históricos que ocurrieron esos años, como el accidente aéreo del aeropuerto de Los Rodeos en 1977 y la muerte de dos papas, Pablo VI y Juan Pablo I, en 1978.

¿Por qué el título de La noche de los gamusinos? El nombre de gamusinos alude a un animal imaginario que se utiliza para gastar bromas a los cazadores novatos. Aquí se refiere a la estrategia del hermano mayor, Rubén, para librarse del pequeño: cuando tiene un plan con una chica le dice que esa noche van a cazar gamusinos, lo que es peligroso para él.

Rubén es el principal protagonista del relato, y conocemos su relación con Marta, su primera novia, que no prospera, y con Rita, que será su principal apoyo durante su enfermedad. Manolico, un murciano siempre deseoso de ligar y muy amigo de Rubén, participa en muchas de las aventuras de los amigos, como la pesca a mano de truchas y la exploración de una cueva que a punto estuvo de costarles la vida. La vivencia de María José con su madre, que ha tenido unos amores con el cura del pueblo, cuyo fruto es ella misma, esta relatada con respeto y emoción.

A lo largo del libro se refleja también la trayectoria musical del autor, con dos referencias destacadas: Hoy tengo ganas de ti, de Miguel Gallardo, y I Will Survive, de Gloria Gaynor.

Un personaje, de más edad que los chicos de la pandilla, es Rafael, un escritor que llega al pueblo en busca de inspiración y datos para su próxima novela, y que de algún modo es un trasunto del propio Melchor.

 

17 de marzo de 2024

Perfeccionismo y perfeccionista

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

No estoy de acuerdo con la definición de ‘perfeccionismo’ que da el Diccionario de la lengua española de la RAE, a saber: “Tendencia a mejorar indefinidamente un trabajo sin decidirse a considerarlo acabado”.

También el Diccionario del español actual de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos define de modo semejante al ‘perfeccionista’: “(Persona) que tiende a mejorar indefinidamente un trabajo buscando la perfección”.

En ambas definiciones sobra, a mi juicio, el adverbio ‘indefinidamente’. O definen sólo un tipo de perfeccionismo y perfeccionista, como el afán de mejorar un trabajo sin darlo nunca por concluido y la persona que se comporta de este modo.

Yo me considero perfeccionista porque tiendo a mejorar mi trabajo buscando la perfección, pero no indefinidamente, y soy muy capaz de juzgarlo acabado cuando estimo que satisface unas exigencias razonables.

El perfeccionismo y el perfeccionista que definen los citados diccionarios claro que pueden ser poco eficaces al juzgar que el trabajo nunca está terminado. Y la persona perfeccionista puede resultar cargante para quienes conviven con ella.

Hace unos días compañeros del colegio San José de Valladolid que nos habíamos reunido para comer recordaban cuando el padre prefecto Juan Iriarte nos leía las notas y, al llegar a mí, decía: “Diez en todo”. Pues bien, nunca tuve la sensación de resultar el repelente niño Vicente para mis compañeros. Quizá porque mi amigo íntimo era el mejor jugador de fútbol del colegio…

El perfeccionismo, tal como yo lo entiendo, me lleva a buscar la perfección, que en el mundo escolar puede resumirse en la nota 10. Y tengo el suficiente sentido común para dar por acabada una tarea cuando cumple unos requisitos que me parecen razonables.

El perfeccionista se recrea en la obra bien hecha, aunque comprenda que habría podido hacerse mejor.

El perfeccionismo guarda relación, a mi modo de ver, con el afán por el orden, la limpieza y la organización. De nuevo, este afán, llevado a su extremo, puede desembocar en trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Entre las obsesiones más comunes que caracterizan el TOC figura, aunque en un puesto poco relevante, el deseo de tener las cosas simétricas y en perfecto orden. Pero ¿cuándo el orden es perfecto? ¿Y de acuerdo con qué parámetros?

Soy amante del orden, pero este orden no me causa ansiedad o trastorno alguno. Tampoco trato de imponer mi orden a las personas que conviven conmigo.

Y a la hora de encontrar algo, pongo por caso un libro, si está colocado en la librería por orden alfabético, resultará más fácil dar con él. Yo me quedo muy tranquilo cuando un libro, un documento, una carta, una foto halla su lugar donde guardarlo y poder localizarlo cuando lo necesite.

 

 

 

              

 

 

 

 

10 de marzo de 2024

Sánchez sólo es Sánchez

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Incluso aquellos articulistas y comentaristas con los que, en líneas generales, estoy de acuerdo utilizan los a mi juicio desafortunados términos sanchismo y sanchista. Como si el presidente del Gobierno Pedro Sánchez tuviera algo parecido a un programa o una ideología. Por no tener o ser, Sánchez ni siquiera es socialista, el partido al que pertenece y dirige con mano férrea. Sánchez sólo es Sanchez.

Veamos. ¿Es partidario de la amnistía que el pasado día 7 de marzo se ha aprobado en la comisión de Justicia del Congreso y que él mismo, antes de las elecciones del 23 de julio, rechazó? Si no hubiera necesitado los 7 votos de Junts, el partido de Puigdemont, para sacar adelante su investidura, la amnistía le habría importado un bledo.

El mismo Sánchez que estuvo de acuerdo con el 155 aplicado en Cataluña por Rajoy el 27 de octubre de 2017 fue el que indultó a los independentistas sediciosos y malversadores para granjearse su apoyo al gobierno que formó con Sumar sin haber ganado las elecciones.

Sánchez no es que cambie de opinión, como él mismo ha dicho refiriéndose a los cambios de parecer que de un día a otro efectúa, es que no tiene opinión sobre nada.

Los que le atribuyen un plan para hacer de España una república federal compuesta de múltiples Estados independientes, una nación de naciones, no conocen a Sánchez, el cual, si mañana comprendiera que él mismo podía ser el presidente de un Estado centralizado al máximo, sería un nuevo Rey Sol instalado en la Moncloa, con todos los resortes del poder en su mano.

El poder, esa es la palabra mágica, el talismán que guía los pasos de Sánchez. Y en alcanzar y conservar el poder, reconozcamos que Pedro Sánchez es muy hábil.

Se equivocan quienes, desde sus tribunas de opinión o desde los partidos de la oposición, piensan que será posible derribar al presidente Sánchez aprovechando los casos de corrupción que desde las cloacas de esbirros mercenarios y subalternos como Koldo han ido ascendiendo hasta implicar a los más altos cargos del Gobierno, como la presidenta del Congreso, Francina Armengol, tercera autoridad del Estado, ministros como Ángel Víctor Torres, anterior presidente de Canarias y hoy ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, y Fernando Grande-Marlaska, ministro de Interior, y que incluso salpican a la propia mujer del César, Begoña Gómez.

Pues no, no van a echar a Pedro Sánchez de la Moncloa ni derrocar su Gobierno. Desde países con regímenes de izquierda como el Brasil de Lula da Silva y el Chile de Gabriel Boric, Sánchez se ríe de quienes piensan que sus días al frente del Gobierno de España tocan a su fin.

¿Se habría ausentado del Congreso de los Diputados si tuviera la más mínima duda de que todo está atado y bien atado?

Pedro Sánchez carecerá de ideología y de planes salvo el de mantenerse en el poder. Y ha engrasado las estructuras e instituciones del Estado, colocando a amigos y afines como parachoques. Ahí está en el Tribunal Constitucional Cándido Conde-Pumpido, dispuesto a declarar constitucional la amnistía, y al frente de la Fiscalía General del Estado Álvaro García Ortiz, que también considera legal e intachable la amnistía, apartándose del parecer de la mayoría de los fiscales. ¿Han visto al fiscal general fundiéndose en un estrecho abrazo con Francina Armengol?

Pues lo dicho.

 

              

 

 

 

3 de marzo de 2024

Tolerancia cero y caiga quien caiga

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

El lenguaje oficial, decía yo en mi blog del 25 de febrero, es enrevesado y confuso. Y ponía como ejemplos de esta oscuridad la nueva definición de familias numerosas y los nombres de algunos de los actuales ministerios del gobierno de Pedro Sánchez, como Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico, Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, y Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030, entre otros.

También me refería a algunos términos que, a fuerza de ser repetidos por los políticos, ya nada significan, como ecológico, progresismo, resiliencia, sostenible…

En la actual crisis que se ha desatado en el PSOE de Pedro Sánchez con el caso Koldo, o el caso José Luis Ábalos, que cada día que pasa implica a más nombres de altos cargos políticos, como Santos Cerdán, Salvador Illa, Fernando Grande-Marlaska, Ángel Víctor Torres y Francina Armengol y que ya amenaza al propio secretario general del PSOE y presidente del Gobierno de España Pedro Sánchez y a su mujer Begoña Gómez, me han llamado la atención, en la defensa que los implicados en la trama han hecho de su actuación, dos expresiones que pertenecen a ese repertorio de lenguaje gastado, como son “tolerancia cero” y “caiga quien caiga”.

En la propaganda de la lucha contra la violencia de género (en otra ocasión volveré sobre esta desafortunada expresión, que a mi entender y también el de la Real Academia Española, habría que cambiar por violencia machista o violencia contra la mujer) estamos acostumbrados a escuchar el latiguillo de tolerancia cero. Como si la tolerancia pudiera tener grados. Frente a un desmán, o hay tolerancia o no la hay, pero no cabe tener un poco o un mucho de tolerancia, tolerancia 0, tolerancia 10 o tolerancia 100.

 En el caso de la defensa que hacen de su honradez los implicados en el escándalo Koldo, los tales muestran tolerancia cero contra la corrupción. Y no se contentan con ese rechazo, sino que dan un paso más y afirman desahogadamente que luchan contra la corrupción “caiga quien caiga”. Claro está que en este caiga quien caiga no entran ellos mismos, caiga quien caiga se refiere siempre a los demás.

La corrupción que a la presidenta del Congreso de los Diputados le da tanto asco no se traduce en beneficios económicos. Recuerdo que en el caso de los ERE del socialismo andaluz se defendía la honradez de algunos altos cargos, incluidos los expresidentes Griñán y Chaves, alegando que “no se habían llevado un duro". Ellos quizá no. Pero habían permitido que otros sí se lucraran. O sea, no habían ejercido su autoridad “in vigilando”.

Existen en la corrupción política otros beneficios aparte de los económicos, como el ascenso dentro de un partido político o, y este es fundamental en el caso que nos ocupa, el mantenimiento del poder: Ábalos seguir siendo diputado y, por tanto, aforado, Francina Armengol continuar como presidenta de las Cortes, tercera autoridad del Estado, y Pedro Sánchez mantener su liderazgo en el Partido Socialista –Obrero y Español ya hace mucho que dejó de serlo– y su colchón en la Moncloa.