Las
palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Me cuesta reconocerte
en tu cuerpo muerto, dentro del féretro que miro incrédulo en el tanatorio. Ha desaparecido
tu prestancia, y ello a pesar del esmero con que los servicios funerarios te
han amortajado. ¡Qué palabra, mortaja, como todas las relacionadas con la
muerte, que tratamos de evitar o paliar! O recurrimos a eufemismos, cuando a la
muerte hay que tratarla cara a cara. Como tú la habías contemplado, y hasta
deseado, según contaste, días antes de que te llevara de este nuestro mundo tan
efímero.
Tengo aún los ojos
empañados por las lágrimas después del abrazo en el que me he fundido con tu
mujer Lula. Y, a pesar de tu extrema delgadez, hay ya en tus facciones un aura
de serenidad, de paz. Has dejado de sufrir, de sentir los dolores que los
cuidados paliativos apenas lograban mitigar.
Me dicen familiares,
amigos y compañeros de trabajo que han venido para darte su último adiós, que
les recuerdo a ti. Lo que me llena de orgullo y emoción. Y les respondo que sí,
de niños y adolescentes nos parecíamos, tú más apuesto y, sobre todo, más
simpático, con un don de gentes que siempre admiré en ti.
Se me acumulan los
recuerdos. Dormimos varios años de chicos en el mismo cuarto. Tú eras, y
seguirías siéndolo, de estudiar y trabajar por la noche, mientras que yo
prefería las horas del día.
A mis 15 años y tus
17, en EAJ47 Radio Valladolid, de la que nuestro padre, Francisco Javier Martín
Abril, era director artístico, llevamos precoces un programa de cine en el que
pasábamos revista a los estrenos de la semana. Y también reunimos una
fantástica colección de “programas” –así se llamaban– de películas.
Estudiaste la carrera
de Derecho, pero muy pronto mostraste gran capacidad para los negocios más
diversos. Así montaste un gallinero industrial, cuando el pollo dejó de ser un
plato selecto que se tomaba en fiestas como las Navidades para convertirse en
un alimento cotidiano y económico.
En el año 1973 te
trasladaste a Barcelona, cuando esta ciudad y toda Cataluña eran tierra de
acogida y de oportunidades para los habitantes del resto de España y de otros
países. Hasta tu jubilación trabajaste como gerente de la empresa de
transportes Aerpons, cuyos empleados te recuerdan con singular agradecimiento,
admiración y cariño. Junto a testimonios de tus hijos, demás familiares y
amigos, desgranaron sus experiencias en un vídeo de felicitación que todos
ellos te dedicaron cuando el 24 de abril cumpliste 80 años. Pocos meses después
terminaba tu lucha contra el cáncer de lengua, del que te operaron hace doce
años. Con qué entereza y hasta humor sobrellevaste los embates de la enfermedad
y las múltiples operaciones que fueron minando tus fuerzas físicas, mientras
conservabas íntegras la lucidez mental y tu prodigiosa memoria. Como pudimos
comprobar tus hermanos en la visita que te hicimos a finales del pasado mes de
septiembre.
Al término de la
ceremonia religiosa en el oratorio del tanatorio de Vilanova i la Geltrú, tus
tres hijos, Patricia, Javier y Álvaro, por boca de Javier, se despidieron de ti
con palabras que nos hicieron llorar de tristeza y gozo a los allí congregados.
“Querido papá: A todos los que hemos tenido la suerte de conocerte, vivir
contigo y quererte, hoy nos embarga un sentimiento contradictorio, totalmente
incoherente. Por un lado, nos apena que nos hayas dejado. Allí donde estabas
llenabas el espacio, lo llenabas de vida, alegría y buen humor. Tu capacidad de
trabajo y de organización han sido siempre increíbles hasta el final. Más de
1.000 álbumes de fotos hechos a mano durante tu larga enfermedad dan buena fe
de ello. Por otro lado, sentimos el alivio de que por fin descansarás en paz”.
Javier Martín Baró,
hermano del alma, eres el segundo de los seis hermanos que, como me dice una
amiga creyente, ya estás en la casa del Padre, cuatro días después de que manos
asesinas truncaran la vida en la tierra de Nacho en El Salvador hace 28 años.
Ya os habréis reunido, Javier y Nacho, con nuestro padre Paco, con nuestra
madre Alicia, con primos, abuelos y demás ancestros.
En tus álbumes,
Javier, coleccionaste las efigies de familiares y amigos. Tu interés por
recopilar fotos y conocer vida y milagros de los que en ellas aparecían nacía
de tu inquebrantable amor a cuantos te rodeaban. Eras, como resaltaba tu hijo
en su despedida, excepcionalmente bueno y bondadoso.
Bondad que se ha
visto respondida y recompensada muy en especial por el amor, la entrega y la
dedicación de tu mujer Lula, compañera irreemplazable en la felicidad y en la
adversidad. Sí, Javi, querido sobrino, las personas únicas como tu padre
encuentran personas únicas como tu madre.