26 de noviembre de 2017

Hermano del alma

Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Me cuesta reconocerte en tu cuerpo muerto, dentro del féretro que miro incrédulo en el tanatorio. Ha desaparecido tu prestancia, y ello a pesar del esmero con que los servicios funerarios te han amortajado. ¡Qué palabra, mortaja, como todas las relacionadas con la muerte, que tratamos de evitar o paliar! O recurrimos a eufemismos, cuando a la muerte hay que tratarla cara a cara. Como tú la habías contemplado, y hasta deseado, según contaste, días antes de que te llevara de este nuestro mundo tan efímero.
Tengo aún los ojos empañados por las lágrimas después del abrazo en el que me he fundido con tu mujer Lula. Y, a pesar de tu extrema delgadez, hay ya en tus facciones un aura de serenidad, de paz. Has dejado de sufrir, de sentir los dolores que los cuidados paliativos apenas lograban mitigar.
Me dicen familiares, amigos y compañeros de trabajo que han venido para darte su último adiós, que les recuerdo a ti. Lo que me llena de orgullo y emoción. Y les respondo que sí, de niños y adolescentes nos parecíamos, tú más apuesto y, sobre todo, más simpático, con un don de gentes que siempre admiré en ti.
Se me acumulan los recuerdos. Dormimos varios años de chicos en el mismo cuarto. Tú eras, y seguirías siéndolo, de estudiar y trabajar por la noche, mientras que yo prefería las horas del día.
A mis 15 años y tus 17, en EAJ47 Radio Valladolid, de la que nuestro padre, Francisco Javier Martín Abril, era director artístico, llevamos precoces un programa de cine en el que pasábamos revista a los estrenos de la semana. Y también reunimos una fantástica colección de “programas” –así se llamaban– de películas.
Estudiaste la carrera de Derecho, pero muy pronto mostraste gran capacidad para los negocios más diversos. Así montaste un gallinero industrial, cuando el pollo dejó de ser un plato selecto que se tomaba en fiestas como las Navidades para convertirse en un alimento cotidiano y económico.
En el año 1973 te trasladaste a Barcelona, cuando esta ciudad y toda Cataluña eran tierra de acogida y de oportunidades para los habitantes del resto de España y de otros países. Hasta tu jubilación trabajaste como gerente de la empresa de transportes Aerpons, cuyos empleados te recuerdan con singular agradecimiento, admiración y cariño. Junto a testimonios de tus hijos, demás familiares y amigos, desgranaron sus experiencias en un vídeo de felicitación que todos ellos te dedicaron cuando el 24 de abril cumpliste 80 años. Pocos meses después terminaba tu lucha contra el cáncer de lengua, del que te operaron hace doce años. Con qué entereza y hasta humor sobrellevaste los embates de la enfermedad y las múltiples operaciones que fueron minando tus fuerzas físicas, mientras conservabas íntegras la lucidez mental y tu prodigiosa memoria. Como pudimos comprobar tus hermanos en la visita que te hicimos a finales del pasado mes de septiembre.
Al término de la ceremonia religiosa en el oratorio del tanatorio de Vilanova i la Geltrú, tus tres hijos, Patricia, Javier y Álvaro, por boca de Javier, se despidieron de ti con palabras que nos hicieron llorar de tristeza y gozo a los allí congregados. “Querido papá: A todos los que hemos tenido la suerte de conocerte, vivir contigo y quererte, hoy nos embarga un sentimiento contradictorio, totalmente incoherente. Por un lado, nos apena que nos hayas dejado. Allí donde estabas llenabas el espacio, lo llenabas de vida, alegría y buen humor. Tu capacidad de trabajo y de organización han sido siempre increíbles hasta el final. Más de 1.000 álbumes de fotos hechos a mano durante tu larga enfermedad dan buena fe de ello. Por otro lado, sentimos el alivio de que por fin descansarás en paz”.
Javier Martín Baró, hermano del alma, eres el segundo de los seis hermanos que, como me dice una amiga creyente, ya estás en la casa del Padre, cuatro días después de que manos asesinas truncaran la vida en la tierra de Nacho en El Salvador hace 28 años. Ya os habréis reunido, Javier y Nacho, con nuestro padre Paco, con nuestra madre Alicia, con primos, abuelos y demás ancestros.
En tus álbumes, Javier, coleccionaste las efigies de familiares y amigos. Tu interés por recopilar fotos y conocer vida y milagros de los que en ellas aparecían nacía de tu inquebrantable amor a cuantos te rodeaban. Eras, como resaltaba tu hijo en su despedida, excepcionalmente bueno y bondadoso.

Bondad que se ha visto respondida y recompensada muy en especial por el amor, la entrega y la dedicación de tu mujer Lula, compañera irreemplazable en la felicidad y en la adversidad. Sí, Javi, querido sobrino, las personas únicas como tu padre encuentran personas únicas como tu madre. 

1 comentario:

  1. Muchas gracias tio... tenemos pendientes más conversaciones porque como te dije, hablar con vosotros es como hablar con parte de papá. Besos.

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