Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Es
posible que ni los que nos creemos más versados en cuestiones de lenguaje y
religión acertáramos a decir, así de pronto, la etimología de la palabra
Navidad. Para el común de los mortales las Navidades son unas fiestas que
celebramos todos los años entre los días 24 de diciembre y 6 de enero y son
ocasión propicia para reuniones y comidas familiares, compras y regalos. Se
iluminan las calles, ahora a pesar del precio de la electricidad, y nos
enviamos mensajes de felicitación a través del wasap o del correo electrónico,
medios que han sustituido a los tradicionales christmas.
¿Hemos
olvidado el sentido cristiano de la Navidad? Navidad es un término que tiene su
origen etimológico en el latín nativitas,
sustantivo procedente del verbo nascor.
O sea que estamos hablando de un
nacimiento, y no de un nacimiento cualquiera, sino del natalicio de Jesús, hijo
de la virgen María y, para los creyentes, hijo de Dios.
Aún
se conserva la costumbre de poner, tanto en las iglesias como en las casas
particulares y en otros lugares, los nacimientos, también llamados belenes. Los
hay que incluyen, además del portal con María, Jesús y el Niño, es decir, lo
que llamamos el Misterio, otras escenas y personajes de los relatos
evangélicos. En la parroquia de San Bonifacio de mi barrio madrileño he podido
contemplar una reproducción de la Anunciación del ángel Gabriel a María, que
inspiró a preclaros artistas como fra Angélico, Leonardo da Vinci y Botticelli.
Pero
observo que somos dados a sustituir nuestras hermosas tradiciones por otros
motivos y figuras que poco o nada tienen que ver con la Navidad cristiana. El
árbol con luces y adornos ha reemplazado al Misterio, Papá Noel a los Reyes
Magos que siguieron una estrella para adorar a Jesús y llevarle presentes de
oro, como a rey, incienso, como a Dios, y mirra, como a hombre. Del mismo modo
que el estúpido Hallöoween, carente de antecedentes patrios, se ha colado en
nuestras fiestas
Nuestros
más eximios poetas han cantado a la Navidad, como Juan del Encina, Gil Vicente,
Gómez Manrique, Lope de Vega, Góngora, santa Teresa de Jesús, sor Juana Inés de
la Cruz, Rubén Darío, Gerardo Diego, Luis Rosales, Carlos Murciano, Angelina
Lamelas y Gloria Fuertes, entre otros que ahora no recuerdo, y los anónimos
autores de tantos hermosos villancicos.
Mis admirados cantores del grupo ugandés Aba Taano, en un reciente concierto en Navarra, deleitaron a los oyentes con la preciosa nana Aurtxoa seaskan.
También, volviendo a la Navidad, Lope de Vega, en su libro Pastores de Belén, nos regala esta nana, llena de hondura humana y divina:
“Pues andáis en las palmas, / ángeles santos, / que se duerme mi niño, / ¡tened los ramos! / Palmas de Belén / que mueven, airados, / los furiosos vientos / que suenan tanto: / no le hagáis ruido, / corred más paso, / que se duerme mi niño, / ¡tened los ramos! / Rigurosos hielos / le están cercando, / ya veis que no tengo / con qué guardarlo. / Ángeles divinos, / que vais volando, / que se duerme mi niño / ¡tened los ramos!”