Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Estábamos
este verano mi mujer y yo sentados en la playa del Puntal de Santander cuando a
nuestra derecha aparece un enorme transatlántico de numerosos pisos que a cada
intervalo de tiempo hace sonar la sirena. Cuando pasa por delante del punto
donde nosotros estábamos, a mí, que nunca había visto un crucero de esas
dimensiones tan cerca, me llama la atención, por supuesto su altura, pero
también lo cerca que pasa de la línea de arena.
Tampoco
he realizado un crucero, un viaje de placer en un barco de ese mismo nombre con
escala en varios lugares. El transatlántico que sale del puerto de Santander y
atraviesa la Bahía se dirige a Southampton, ciudad portuaria de la costa sur de
Inglaterra. En alguna ocasión he comentado a mi mujer que me gustaría hacer esa
travesía a Southampton en el ferri de marras.
Sin
embargo, hace un par de noches soñé que, en efecto, estaba alojado en ese hotel
flotante haciendo un crucero de placer. Pero, en el sueño, y a pesar de que me
vi jugando al frontenis, mi deporte favorito, en un pequeño frontón con que
contaba el buque, pronto deseé desembarcar y pasear por los amenos parajes que
se divisaban en la costa.
Del
crucero de lujo, y siempre en alas del sueño, ya más bien pesadilla, me vi
trasladado a un cayuco, rodeado de jóvenes negros, mujeres y algún bebé, no
sabría decir si procedentes de Mauritania, Gambia o Senegal, pero sí que se
dirigían a Canarias.
Esta
pesadilla me ha llevado, ya en vigilia, a interesarme por el problema de la
inmigración ilegal e informarme con más detalle sobre las múltiples
implicaciones de todo tipo que conlleva la llegada a España y, en este caso
concreto, a la isla del Hierro, de centenares y miles de inmigrantes
subsaharianos.
Después
de leer y escuchar a numerosos políticos y expertos en el tema de la
inmigración ilegal, he llegado a las siguientes conclusiones que resumo a
continuación, más para aclararme a mí, que para enseñar a mis posibles
lectores.
1. Mientras
que casi a diario se nos muestran en televisión imágenes de cayucos abarrotados
de inmigrantes ilegales, la información sobre inmigrantes legales brilla por su
ausencia. ¿De dónde proceden, cómo son legalizados, en qué trabajan en España?
2.
Muchos conocedores de las dificultades de navegar en cayucos, naves de fondo
plano, muy frágiles y peligrosas, dudan de que alguno de los africanos que las
abarrotan sea capaz de manejarlas y atravesar los 1500 kilómetros que separan
su país de origen de las costas canarias. ¿No serán transportados por barcos mayores
fletados por las mafias que, una vez en aguas de las islas Canarias, abandonan
a su suerte los cayucos con su cargamento humano para que los guardacostas
españoles se hagan cargo de ellos?
3.
España tiene el derecho y la obligación de proteger sus costas y fronteras. No
se trata de hacer obras de caridad que, en resumidas cuentas, sólo benefician a
las mafias y fomentan el efecto llamada.
4.
No es solución repartir a los inmigrantes indocumentados, de los que se ignora
la nacionalidad y la edad, por las distintas provincias españolas y albergarlos
en centros que no disponen de los medios adecuados.
5.
Las soluciones de las que ha hablado el presidente del Gobierno español con los
dirigentes de Mauritania, Gambia y Senegal son a menudo contradictorias e
irrealizables. Tan pronto señala Pedro Sánchez la necesidad de España de
recibir a 250000 inmigrantes, como asegura devolver a todos los ilegales a sus
países de origen.
6.
Problemas como la integración de los inmigrantes en una cultura que les es
ajena, o la aparición de guetos en barrios donde ni la policía se atreve a
entrar, como hemos podido ver en otros países europeos, son de difícil solución
sin políticas europeas coordinadas.
7.
La necesidad de mano de obra en sectores de la economía española como la
agricultura, la construcción, la hostelería, y que parados españoles desdeñan,
prefiriendo vivir del subsidio, tampoco se resuelve con inmigrantes.
8. Por último, habrá que fomentar en España
por parte de los poderes públicos la natalidad, hoy en mínimos, a riesgo de que
en unos años nuestro país deje de ser el que nos legaron nuestros padres y
abuelos.
Ante
este panorama desolador, me entran ganas de volver a mi sueño en el crucero…