Las palabras y
la vida
Alberto Martín
Baró
Días de poesía y música en Santander.
Poesía por las mañanas y música por las tardes. Días de vino y rosas, el vino
de la poesía y las rosas de la música. O también podría ser al revés, el vino
de la música que embriaga y las rosas de la poesía, por aquello de Juan Ramón:
“No le toques ya más, que así es la rosa”. La rosa del poema. El poema que se
le da al poeta y le sorprende, y luego él sorprende al lector u oyente. Así, el
poeta Gonzalo Rojas, chileno del sur, de los sures, de allá abajo de ese país
tan largo y estrecho, con el que vamos a conversar en el encuentro “A zaga de
tu huella” (Saludo del centenario: Gonzalo Rojas, Premio Cervantes 2003), de la
mano y la sabiduría de poetas y profesores convocados en la Universidad
Internacional Menéndez Pelayo, en el palacio de La Magdalena junto al mar,
gracias al patrocinio de la Fundación Chile-España, que preside Emilio Gilolmo
y dirige María Ángeles Osorio, y de la Asociación Cultural Plaza Porticada,
presidida por Elena García Botín.
Pronto, muerto el padre de Gonzalo
cuando este tenía cuatro años, la madre abandona Lebu con sus seis hijos y se
muda a Concepción. Un vaticinio de lo que sería la vida itinerante del poeta:
Iquique, Santiago, Atacama, Valparaíso, París, China, Cuba, República
Democrática Alemana, Venezuela, Estados Unidos, para regresar a Chile, donde
moriría en su casa de Chillán (2011).
Antonio Fernández Ferrer, catedrático de
la Universidad de Alcalá, dirige el encuentro; José Corredor-Mateos, poeta,
ensayista y traductor, nos acerca la memoria de Gonzalo Rojas; Fabienne Bradu,
escritora y traductora, bajo el título de “El volcán y el sosiego” traza una
magistral biografía del poeta, acompañada por Rodrigo Rojas Mackenzie, quien intercala
fragmentos de poemas de su padre; el poeta y ensayista Juan Malpartida,
director de “Cuadernos Hispanoamericanos”, sitúa a Gonzalo Rojas en el contexto
de la modernidad; Adriana Valdés, vicedirectora de la Academia Chilena de la
Lengua, diserta sobre el exilio y el exilio interior de los escritores chilenos
coetáneos de Rojas; María Ángeles Pérez López, profesora titular de Literatura
Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca, esclarece el relámpago del
eros en Gonzalo Rojas; el poeta y ensayista Pedro Lastra, miembro de la
Academia Chilena de la Lengua, actualiza los encuentros de escritores en
Concepción que propició nuestro poeta; el secretario del encuentro Juan Antonio
González Fuentes leyó el trabajo “Las voces del poeta Gonzalo Rojas”, del poeta
y ensayista Juan Gustavo Cobo Borda, que no pudo asistir al acto; y Alicia
Gómez Navarro, directora de la Residencia de Estudiantes, evocó las visitas de
Gonzalo Rojas a esta preclara institución, en la que a través de un vídeo
pudimos ver y escuchar al poeta recitando algunos de sus poemas. Y como colofón
de las jornadas, la actriz Rosa Gil nos deleitó con la lectura de más poemas
rojianos.
Gonzalo Rojas cantó al carbón de su
infancia en Lebu, al silencio que no cabe en todo el hueco del mar, al Dios
numinoso, a la mujer que nos salva por el amor, a las piedras que nadie ve
porque son de nadie, al árbol axial que une el cielo con la tierra, a Teresa,
la de Ávila, alta y sagrada, a Juan de Yepes, él que se declaró “místico
concupiscente”… Asombra y sorprende la poesía de Rojas por su palabra
inesperada, por su oscura claridad, por su libertad –Gonzalo Rojas fue
“anarca”, nunca al dictado de ninguna ideología–, por su metamorfosis ovidiana
de lo mismo, con ecos grecolatinos y españoles. En su poesía están el mundo y
la vida, la realidad toda pasada por la experiencia de este grandísimo poeta
que se confesó perenne aprendiz e inconcluso. Un relámpago, que nos sigue
iluminando después de extinguido su fulgor.
Y música por las tardes en el Palacio de
Festivales: maestros consagrados y jóvenes aventajados interpretan a Rabl,
Mozart, Richard y Franz Strauss, Franck, Mussorgsky, Poulenc y Brahms. Desde lo
alto de la fila 27 se me antojan los intérpretes en el escenario pequeñas
figuras de una caja de música. Que me traslada una vez más a la emoción ebria
–sí, el vino– de los sueños.
Mientras que en la iglesia de Santa
Lucía, repleta de fieles, actúa el grupo Kawá, cuatro cantores ugandeses
traídos de gira a España por “Música para salvar vidas”, ONG que preside mi
incansable y admirable amiga Elisabeth Michot, y que mantiene en la capital de
Uganda un orfanato consagrado a la formación integral de niños y jóvenes. Con
sus gospels y sus cantos nacidos de las entrañas vivas de África, Kawá nos
eleva a la región etérea donde Jesús abraza a los peregrinos salvados por la
música del amor.