26 de junio de 2022

Las elecciones andaluzas

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Anuncié en mi blog del pasado domingo 19 de junio que en una entrada posterior comentaría los resultados de las elecciones andaluzas. Me dispongo a hacerlo.

Afirmaba entonces que no pintaban nada bien estos comicios para el partido socialista andaluz ni para la izquierda en general. No podía sospechar que el batacazo del socialismo en Andalucía, su feudo tradicional y su granero de votos desde la instauración de la democracia en España, iba a ser tan demoledor, tan sin paliativos, para el PSOE andaluz.

¿Solo para el PSOE andaluz? No había más que ver el gesto adusto de Pedro Sánchez y oír las palabras desabridas de Adriana Lastra en la reunión de la ejecutiva federal del partido para advertir que la debacle socialista no se circunscribía a la autonomía andaluza, sino que tenía una repercusión indudable a nivel nacional.

Si en alguna comunidad autónoma ha primado durante decenios el clientelismo y la cultura de la subvención ha sido en Andalucía. Pues bien, los votos de los andaluces en el 19-J me parece a mí que han manifestado a las claras que los ciudadanos al sur de Despeñaperros están hartos de que les tomen por unos vagos que quieren vivir a costa del erario público y de los subsidios al desempleo.

Sin embargo, la reacción del presidente del Gobierno y de los principales miembros del PSOE con E de “español” ha sido la de insistir en las ayudas a los parados, en incrementar y extender el IMV, el ingreso mínimo vital, y ayudas similares, con fondos europeos o sin ellos. Es decir, en seguir incrementando un gasto público que no genera puestos de trabajo y endeudar al Estado hasta límites estratosféricos. Deuda que más pronto que tarde pagaremos nosotros, o nuestros hijos y nietos.

En otro orden de cosas, hay quienes temen, por ciertas declaraciones de Alberto Núñez Feijoo o del mismo Juan Manuel Moreno Bonilla, vencedor indiscutible de estas elecciones, que el Partido Popular se va a limitar a la gestión, tanto económica como administrativa, sin dar la “batalla cultural” para deshacer el entramado de leyes ideológicas que los gobiernos socialistas, con el apoyo de sus aliados comunistas, y de nacionalistas, independentistas y filoetarras, han ido tejiendo.

Pero ¿no decía usted en su blog anterior que no existía el “sanchismo”, que lo que define a Pedro Sánchez es la indefinición?

Y lo sigo manteniendo.

Si Pedro Sánchez se ha apuntado a la ley de Memoria Democrática, al independentismo catalán y al nacionalismo vasco, a la “cultura de la muerte” en su versión aborto sin límites y eutanasia, al blanqueamiento de Bildu y sucesores de ETA, no es porque crea en tales ideas, sino porque desde el principio de su gobierno se apoyó en todos estos movimientos para seguir en la Moncloa.

También hay quienes ven el varapalo del socialismo en Andalucía el principio del fin de Sánchez. Olvidan estos ingenuos que la principal característica del actual presidente del Gobierno es su resistencia o, en término más de su agrado, su resiliencia.

Así que no vendan la piel del oso antes de cazarlo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

19 de junio de 2022

"Sanchismo" y "sanchista"

Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

No sé, ni me interesa saber, desde hace cuánto tiempo han comenzado a usar los analistas políticos el sustantivo “sanchismo” y el adjetivo “sanchista” en sus comentarios escritos o hablados. Hoy estos vocablos han adquirido carta de ciudadanía en los medios de comunicación y en las tertulias televisivas y radiofónicas. Con tales términos, quienes los utilizan parecen querer dar a entender que existe algo así como un programa de pensamiento y de acción del presidente del Gobierno Pedro Sánchez.

Por de pronto, tanto “sanchismo” como “sanchista” son unos derivados mal formados del apellido Sánchez. Los lectores del Quijote los relacionarán quizá con Sancho Panza, y ya quisiera Pedro Sánchez gobernar como lo hizo el escudero del Caballero de la Triste Figura en la ínsula Barataria.

Puestos a buscar otros términos referidos a Sánchez más ajustados a las reglas de la derivación, podríamos sugerir “sanchecismo” y “sanchecista”, los cuales comprendo que resultan complicados.

Pero, dejando a un lado estas disquisiciones lingüísticas y yendo al fondo de la cuestión, me pregunto: ¿es que existe una línea coherente de pensamiento y de actuación del actual presidente del Gobierno de España que pudiera definirse como “sanchismo” o “sanchista ”?

Los mismos que hacen uso de estos a mi juicio poco afortunados términos son conscientes de los bandazos de Sánchez tanto en sus ideas y afirmaciones como en sus hechos. Y recuerdan aquello de que le quitaría el sueño aliarse con Podemos, o de que jamás pactaría con Bildu.

Quien aseguró que no formaría parte de su gobierno quien falseara su expediente académico, aún arrastra el lastre de ser doctor con una tesis llena de plagios. Quien prometió transparencia en su gestión, es maestro en ocultar intenciones y procederes. Quien afirmó que no enviaría tropas a Ucrania, después lo hizo, para enfado de sus socios de gobierno.

Se ha acusado a menudo a Pedro Sánchez de mentir. Y, efectivamente, se le pueden denunciar numerosas mentiras. Pero, con ser graves tales falsedades, a mí me parece más preocupante su indefinición tanto en las ideas como en la conducta. ¿Saben sus familiares y colaboradores más cercanos lo que en realidad piensa Sánchez, fuera de tópicos manidos que nada significan y a nada comprometen, como progreso y progresismo, ecologismo, feminismo, resiliencia, empoderamiento, globalismo, no dejar a nadie atrás…?

¿En qué ha cambiado el hoy presidente del Gobierno y secretario general del PSOE desde que la ejecutiva de su partido le defenestró un 1 de octubre de 2016? Pues sí, ha cambiado en que hoy, gracias a una moción de censura torticera, ocupa el poder del Gobierno de España. Y el poder hace olvidar fallos pasados y une mucho a todos los que giran en su órbita.

Todavía Pedro Sánchez no ha ganado unas elecciones generales. Y las autonómicas en las que ha intervenido apoyando a los candidatos socialistas se han saldado con fracasos para sus siglas, como en Galicia, Madrid, Castilla y León y Murcia. Solo en Cataluña ganó las elecciones el PSC con Salvador Illa, sin que esta victoria le permitiera gobernar al exministro de Sanidad. Y no pintan nada bien para el partido socialista andaluz ni para la izquierda en general las elecciones autonómicas de hoy en Andalucía. En un próximo blog comentaré los resultados de estos comicios.

En resumidas cuentas, que si algo define a Pedro Sánchez es su indefinición, fuera de su empeño por permanecer a toda costa en la Moncloa como presidente del Gobierno con derecho a Falcon y a las Marismillas.

Si creen que este afán, por lo demás común en cualquier político que aspire a gobernar, permite definir el “sanchismo” y el proceder “sanchista”, pues nada, sigan utilizando estos términos. Y yo continuaré criticándolos por poco acertados.

 

 

 

 

 

 

 

12 de junio de 2022

A propósito del wasap

 Las palabras y la vida

Alberto Martín Baró

A estas alturas de la utilización del móvil, aún no tengo clara la grafía castellana de esa aplicación tan útil que es el wasap. Quiero recordar que la Real Academia adoptó esta escritura, manteniendo la w inicial del inglés, aunque en minúscula, pero suprimiendo la h y la t siguientes, bajando también a minúscula la A de Ap, y dejando una sola p al final.

Un académico tan conspicuo como José María Merino, en su último libro La novela posible, escribe guasap, como yo también había propuesto hace tiempo en algún artículo.

Pues bien, dejando a un lado estas disquisiciones lingüísticas a las que soy tan aficionado, me ha movido a traer hoy a colación el wasap una peculiaridad de los contactos que archivamos en esta aplicación, y es la fotografía que muchos usuarios incluyen en su perfil.

Cuando la fotografía es un retrato de la persona en cuestión, a mí me sirve para identificarla, pues mi frágil memoria me suele jugar malas pasadas. Hace unos días me tomé el trabajo de contar los contactos que tengo almacenados en el móvil y ascienden a 252, sí, una bonita cifra capicúa. Ya sé que existen usuarios de las redes sociales que cuentan con miles de seguidores. No es mi caso, entre otras poderosas razones, porque no uso ni Twitter, ni Facebook, ni Instagram.

Pero entre esos mis 252 contactos hay familiares, amigos y conocidos que han fallecido. Dentro de las posibilidades que me ofrece mi wasap no está la de eliminar tales contactos, o al menos yo no la he encontrado.

¡Mira que si alguno de los finados me envía un mensaje desde el otro mundo! Porque el caso es que yo sí que hablo con mis más allegados, pero no a través del wasap. Y sé que cuidan de mí, lo que hace posible que recientemente haya alcanzado la no despreciable edad de 83 años que, según mi mujer, equivaldrían a los setenta y tantos de antes.

Agradezco a mis contactos que actualicen su retrato en el wasap. Otros no utilizan su efigie, sino distintas imágenes, como flores o pájaros, de lo que son muy dueños, faltaría más.

Pero, insisto, a mí me complace revivir sus rasgos físicos. Hay también quienes se acompañan de sus hijos, nietos u otros miembros de su familia. A mí esto me parece hermoso.

Durante la pandemia del coronavirus, que algunos ya dan por pasada, y los consiguientes confinamientos, un grupo de incondicionales mantuvimos la tertulia de "El libro del mes” por medio de mensajes escritos y audios del wasap. Sí, ya sé que hay un medio más cercano a lo presencial que es el Zoom y que yo mismo he usado en alguna ocasión. Pero encierra ciertas dificultades y presupone saberes que no están al alcance de todos.

No soy partidario de reenviar fotos o textos. Pero no se corten mis interlocutores y sigan haciéndome esos reenvíos. A veces sí que hay perlas que merecen la pena.

Cuando la actualidad política no nos depara más que ruido y sinsabores, contémonos por medio del wasap pormenores de nuestras vidas que siempre nos permitirán compartir alegrías y tristezas.

Pero, siempre que podamos, hablemos cara a cara con esos contactos. Omnia vincit amor: “El amor todo lo vence”.   

 

 

 

 

 

5 de junio de 2022

Amos de casa

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Ignoro si todavía hay mujeres que, al ser preguntadas por su profesión, responden: “Ama de casa” o “Sus labores”.

Mi madre estudió Farmacia, pero no llegó a ejercer de farmacéutica, ni siquiera de auxiliar o, como se decía antiguamente, de mancebo. Al casarse con mi padre, y a pesar de tener durante gran parte de su vida dos muchachas o criadas, fue ama de casa. Y madre muy querida de sus seis hijos.

Hoy me llama la atención el hecho, insólito hace algunos años, de que existen no pocos “amos de casa”, no en el sentido de dueños de la vivienda en que habitan, sino porque son ellos los que se encargan de las tareas domésticas.

Ello puede deberse a que carecen de un empleo o trabajo fuera del hogar, o a que la actividad profesional de la mujer proporciona al matrimonio o a la unidad familiar mayores y mejores ingresos que los del hombre.

En estos casos ya no se habla de conciliación, sino lisa y llanamente de cambio de roles. El marido o pareja masculina asume –y yo conozco bastantes casos en los que lo hace encantado– las labores de la casa y el cuidado de los hijos.

O sea, que hace la compra, cuida de que el frigorífico o la despensa estén suficientemente abastecidos, prepara el desayuno, la comida y la cena, limpia la casa, hace las camas, pone el lavavajillas y la lavadora, tiende la ropa, la recoge y plancha si es menester… También lleva a los niños al colegio y va a buscarlos a la salida.

La mujer o pareja femenina echa una mano en estos quehaceres, como antes lo hacía el hombre. En mi larga vida laboral, yo salía de casa a primera hora de la mañana y volvía al atardecer; entonces no había trabajo telemático, que yo sí practiqué una vez jubilado. Así que ayudaba a mi mujer los fines de semana y días de fiesta, más que nada en faenas de limpieza.

He aprendido a cocinar muy tardíamente y me guío por una libretita con las recetas que me dictó mi primera mujer cuando la enfermedad le impidió cualquier actividad en la que se necesitaran las manos.

Hablo con la nuera de mi actual mujer del sinfín de faenas domésticas que jalonan los días de las amas y los amos de casa. Nunca se acaban, son machaconamente repetitivas y, no bien termina una, ya está pidiendo su turno la siguiente.

¿Cómo dar un sentido a estas cansinas labores?

Yo solo le encuentro uno: llenarlas de amor al “conviviente”, denominación que ha adquirido carta de ciudadanía en la pandemia del coronavirus.

Del mismo modo que el o la conviviente nos demuestra su amor entre los pucheros de los que hablaba santa Teresa de Jesús, entre los cuales también “anda el Señor”.