Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Me ha impresionado la
fotografía de la Asamblea Nacional Popular del Partido Comunista Chino que han
difundido los medios de comunicación la semana pasada. En la imagen aparecen
los delegados que asisten a la Conferencia Consultiva Política Popular –en China
todo es popular– en Pekín, puestos en pie, con las bocas cubiertas por la
preceptivas mascarillas, todos ataviados con trajes oscuros y corbata, excepto
cuatro militares de uniforme y tres mujeres con vestidos de color claro, otras
cuatro también van de negro, o sea siete mujeres en un total de 84 delegados.
Digo que me ha impresionado esta foto porque todos los asistentes aplauden al
presidente de China Xi Jimping, que de pie y sin mascarilla agradece delante de
la primera fila el aplauso unánime de los delegados.
En España estamos
acostumbrados a que los diputados presentes en el Parlamento aplaudan solo las
intervenciones de los líderes o portavoces de sus respectivos partidos. En
China, y en otras dictaduras, al no existir más que un partido único, sus
máximos dirigentes se llevan todos los aplausos.
El presidente del
Gobierno español, en sus interminables alocuciones de los fines de semana, ha
hecho llamamientos constantes a la unidad de todas las fuerzas políticas,
sanitarias, sociales y económicas, y de todos los ciudadanos, para vencer al
coronavirus. “Este virus lo paramos unidos”, reza uno de los eslóganes que se
repiten en todas las televisiones.
Hay quienes miran con no
disimulada envidia a China, que con la disciplina impuesta por el régimen dictatorial
ha sabido superar la pandemia en menor tiempo y con menor número de muertes que
otros países. Los que así argumentan y defienden el valor de la unidad en la
lucha contra el covid-19 olvidan u ocultan que ha sido el gigante asiático el
causante del mortífero virus, que sus gobernantes dictatoriales no han sido
capaces de impedir los contagios y las muertes dentro de su propio territorio y
su expansión al mundo entero, y que las cifras de contagiados y fallecidos es
impensable que sean las que una censura monolítica ha permitido divulgar.
El lunes 25 de mayo, al
ir a coger el periódico en el supermercado, me sorprendió que todas las
portadas de los diarios eran iguales, a excepción de la cabecera con el nombre
de cada periódico, y con grandes caracteres se leía: # SALIMOS MÁS FUERTES. Al
pie de página, el escudo de España y los rótulos de Gobierno de España y
Ministerio de Sanidad.
Esta uniformidad tiene
una doble interpretación: que el Gobierno de España haya impuesto a esos
diarios en papel la publicación de dicha portada, supongo que pagándola como
publicidad, y que los periódicos en cuestión, ahogados económicamente, hayan
aceptado ese pago, en el caso de que hubieran podido negarse a publicar la
misma portada.
Frente a la sibilina
tesis de que una dictadura sin posibilidad de disensión o discrepancia es más
eficaz a la hora de combatir cualquier calamidad, catástrofe o pandemia que los
regímenes democráticos puede aducirse que países con gobiernos demócratas, como
Japón o Corea del Sur, han logrado mejores resultados que su vecina China en la
batalla contra el covid-19, sin renunciar a la pluralidad de opiniones y sin
coartar la libertad de sus ciudadanos.
“Este virus lo paramos
unidos”. Sí, unidos con un gobierno en el que se han aliado PSOE y Unidas
Podemos, sin que al presidente Sánchez parezca haberle quitado el sueño la
presencia de los comunistas Pablo Iglesias, Irene Montero, Alberto Garzón y
Yolanda Díaz en el Consejo de Ministros. Unidos con partidos nacionalistas e
independentistas que buscan la destrucción de España. Y, lo que ha acabado de
lograr la cuadratura del círculo, unidos con Bildu, el partido de los herederos
de ETA que nunca han condenado sus asesinatos, sino que celebran la salida de
la cárcel de asesinos, secuestradores y extorsionistas, a los que rinden
homenaje con total impunidad.
Con el pretexto de la
eficacia en la superación de la pandemia, el gobierno de Sánchez ha impuesto un
estado de alarma que conculca libertades y derechos básicos. Y culpa a la
oposición de que haya tenido que firmar con Unidas Podemos y con Bildu la
derogación íntegra de la reforma laboral de 2012. Derogación fundamental para
evitar contagios y muertes por el covid-19, que luego fue rectificada por la
ministra Calviño.
Las continuas
discrepancias dentro del gabinete de Sánchez serían lógicas en un gobierno
democrático, si no denotaran la falta de un plan de acción unitario y decidido
en todos los frentes, político, sanitario, social y económico. ¿Cómo puede
llamar Sánchez a la unidad de todos los ciudadanos y de todas las fuerzas
políticas si su gobierno es la viva imagen de una nave sin rumbo en la que sus
distintos tripulantes buscan tan solo imponer sus preferencias ideológicas y
sus intereses partidistas o personales?
Imagino al comunista
Pablo Iglesias envidiando la unanimidad de los delegados de la Asamblea
Nacional Popular de China al aplaudir sin fisuras al amado líder.