Las palabras y la vida
El lenguaje en
tiempos de pandemia
Alberto Martín Baró
El coronavirus ha
cambiado drásticamente nuestras vidas, en especial después de la declaración
del estado de alarma por el Gobierno de Pedro Sánchez y la consiguiente paralización
de las actividades no esenciales.
El cambio ha afectado,
ante todo, a las personas que han muerto como consecuencia del covid-19: no hay
mayor alteración en un ser humano que pasar de la vida a la muerte. Siguen a
los fallecidos en ver alterada su existencia sus familiares y, no sabría
precisar si en mayor o menor grado que estos, los contagiados por la
enfermedad.
La lista de los
trastornados por la pandemia resulta interminable: los que han perdido su
trabajo o su negocio, y todos a los que el confinamiento ha causado secuelas
físicas y psíquicas que aún no estamos en condiciones de evaluar.
Y si son incalculables
las transformaciones que hemos experimentado los habitantes de todo el mundo
durante la fase álgida de la pandemia, más imprevisibles y angustiosas aún
pueden ser las que nos acechan cuando logremos vencer al perverso coronavirus.
Ante la magnitud de la
tragedia social y económica que nos amenaza en fechas más o menos próximas
según los distintos países hayan logrado superar el covid-19 con mayor o menor
eficacia y rapidez, ¿no es un ejercicio de frivolidad ocuparse del lenguaje en
tiempos de pandemia?
Por supuesto que lo que
ahora urge en el mundo entero es preservar la salud de quienes en él aún
vivimos y trabajar por que las vidas de todos disfruten de unos niveles de
calidad humana lo más satisfactorios posible.
En este contexto, una
reflexión sobre el lenguaje relacionado con la pandemia del covid-19 puede
ayudarnos a comprender mejor una situación que no ha tenido precedentes desde
la Segunda Guerra Mundial.
El lenguaje puede ser un
reflejo fiel de la realidad, o deformarla en aras de intereses espurios. He
comenzado poniendo de relieve el mayor mal que ha originado el coronavirus, la
muerte de cientos de miles de personas en todo el mundo. Y para sustraernos al
inmenso dolor que estos fallecimientos nos producen, o deberían producirnos,
los maquillamos en porcentajes estadísticos. Y se ocultan los féretros, y los
familiares no pueden despedir a sus seres queridos. No hay palabras que nos
consuelen de la pérdida de parientes y amigos. Pero si se nos priva de la
posibilidad de decir a la familia del finado “Te acompaño en el sentimiento”,
se está cercenando el consuelo que puede proporcionar un lenguaje sincero y
sentido.
En otro aspecto
lingüístico, han irrumpido en nuestras conversaciones, aunque solo sean
virtuales, y en los medios de comunicación palabras que antes desconocíamos o
no habíamos usado, empezando por los términos coronavirus y covid-19. Corona
fue el nombre genérico que la Organización Mundial de la Salud dio ya en 1968 a
una categoría taxonómica a la que pertenece el coronavirus, responsable de la
actual pandemia. COVID-19 es una sigla compuesta por las iniciales de las
palabras inglesas “corona virus disease” y designa a la enfermedad, “disease”,
causada por este virus. Al poderse leer como una palabra, se convierte en
acrónimo y puede escribirse en minúsculas.
Me ha llamado la
atención el uso de expresiones referidas al coronavirus que tienden a
considerarlo como un ser vivo, cuando ningún virus lo es: no es un “bicho”, ni
siquiera una bacteria. Al referirnos a él como a un enemigo contra el que hay
que luchar, como a un agente patógeno con una gran capacidad de transmitirse y
contagiar, parece que lo estuviéramos personificando y atribuyéndole una
inteligencia maligna. No se puede matar lo que carece de vida. Su poder
destructivo radica en que, al parasitar células vivas, produce en ellas
trastornos que, en los seres humanos, se localizan especialmente en las vías
respiratorias.
A partir del próximo
lunes, se inicia la que se ha dado en llamar “desescalada” y el “Plan para la
transición hacia la nueva normalidad”. “Desescalada”, aunque la Real Academia
lo haya dado como válido después de desaconsejar su uso y recomendar términos
más sencillos como “disminución o reducción”, a mí se me antoja poco apropiado si
lo que se quiere indicar es que comienza un periodo de desconfinamiento y de
vuelta progresiva a la normalidad. Una vez más responde a la afición de los
hablantes españoles a utilizar calcos del inglés.
“Plan para la transición
hacia la nueva normalidad” de nuevo denota la tendencia de Pedro Sánchez, de
sus ministros y supuestos expertos a las frases largas y vacías de contenido.
Como largas y vacías de contenido son las continuas apariciones del presidente
del Gobierno, de los portavoces y técnicos en las pantallas de nuestros
televisores, emulando los discursos de Fidel Castro y las alocuciones “Aló
presidente” de Nicolás Maduro.
Diríase que ese asesor
presidencial en la sombra aconsejara al propio presidente y a su camarilla que
hablaran mucho. Olvidando aquel sabio aforismo que suele atribuirse a Baltasar
Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”.
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