3 de mayo de 2020

El lenguaje en tiempos de pandemia


Las palabras y la vida
El lenguaje en tiempos de pandemia
Alberto Martín Baró
El coronavirus ha cambiado drásticamente nuestras vidas, en especial después de la declaración del estado de alarma por el Gobierno de Pedro Sánchez y la consiguiente paralización de las actividades no esenciales.
El cambio ha afectado, ante todo, a las personas que han muerto como consecuencia del covid-19: no hay mayor alteración en un ser humano que pasar de la vida a la muerte. Siguen a los fallecidos en ver alterada su existencia sus familiares y, no sabría precisar si en mayor o menor grado que estos, los contagiados por la enfermedad.
La lista de los trastornados por la pandemia resulta interminable: los que han perdido su trabajo o su negocio, y todos a los que el confinamiento ha causado secuelas físicas y psíquicas que aún no estamos en condiciones de evaluar.
Y si son incalculables las transformaciones que hemos experimentado los habitantes de todo el mundo durante la fase álgida de la pandemia, más imprevisibles y angustiosas aún pueden ser las que nos acechan cuando logremos vencer al perverso coronavirus.
Ante la magnitud de la tragedia social y económica que nos amenaza en fechas más o menos próximas según los distintos países hayan logrado superar el covid-19 con mayor o menor eficacia y rapidez, ¿no es un ejercicio de frivolidad ocuparse del lenguaje en tiempos de pandemia?
Por supuesto que lo que ahora urge en el mundo entero es preservar la salud de quienes en él aún vivimos y trabajar por que las vidas de todos disfruten de unos niveles de calidad humana lo más satisfactorios posible.
En este contexto, una reflexión sobre el lenguaje relacionado con la pandemia del covid-19 puede ayudarnos a comprender mejor una situación que no ha tenido precedentes desde la Segunda Guerra Mundial.
El lenguaje puede ser un reflejo fiel de la realidad, o deformarla en aras de intereses espurios. He comenzado poniendo de relieve el mayor mal que ha originado el coronavirus, la muerte de cientos de miles de personas en todo el mundo. Y para sustraernos al inmenso dolor que estos fallecimientos nos producen, o deberían producirnos, los maquillamos en porcentajes estadísticos. Y se ocultan los féretros, y los familiares no pueden despedir a sus seres queridos. No hay palabras que nos consuelen de la pérdida de parientes y amigos. Pero si se nos priva de la posibilidad de decir a la familia del finado “Te acompaño en el sentimiento”, se está cercenando el consuelo que puede proporcionar un lenguaje sincero y sentido.
En otro aspecto lingüístico, han irrumpido en nuestras conversaciones, aunque solo sean virtuales, y en los medios de comunicación palabras que antes desconocíamos o no habíamos usado, empezando por los términos coronavirus y covid-19. Corona fue el nombre genérico que la Organización Mundial de la Salud dio ya en 1968 a una categoría taxonómica a la que pertenece el coronavirus, responsable de la actual pandemia. COVID-19 es una sigla compuesta por las iniciales de las palabras inglesas “corona virus disease” y designa a la enfermedad, “disease”, causada por este virus. Al poderse leer como una palabra, se convierte en acrónimo y puede escribirse en minúsculas.
Me ha llamado la atención el uso de expresiones referidas al coronavirus que tienden a considerarlo como un ser vivo, cuando ningún virus lo es: no es un “bicho”, ni siquiera una bacteria. Al referirnos a él como a un enemigo contra el que hay que luchar, como a un agente patógeno con una gran capacidad de transmitirse y contagiar, parece que lo estuviéramos personificando y atribuyéndole una inteligencia maligna. No se puede matar lo que carece de vida. Su poder destructivo radica en que, al parasitar células vivas, produce en ellas trastornos que, en los seres humanos, se localizan especialmente en las vías respiratorias.
A partir del próximo lunes, se inicia la que se ha dado en llamar “desescalada” y el “Plan para la transición hacia la nueva normalidad”. “Desescalada”, aunque la Real Academia lo haya dado como válido después de desaconsejar su uso y recomendar términos más sencillos como “disminución o reducción”, a mí se me antoja poco apropiado si lo que se quiere indicar es que comienza un periodo de desconfinamiento y de vuelta progresiva a la normalidad. Una vez más responde a la afición de los hablantes españoles a utilizar calcos del inglés.
“Plan para la transición hacia la nueva normalidad” de nuevo denota la tendencia de Pedro Sánchez, de sus ministros y supuestos expertos a las frases largas y vacías de contenido. Como largas y vacías de contenido son las continuas apariciones del presidente del Gobierno, de los portavoces y técnicos en las pantallas de nuestros televisores, emulando los discursos de Fidel Castro y las alocuciones “Aló presidente” de Nicolás Maduro.
Diríase que ese asesor presidencial en la sombra aconsejara al propio presidente y a su camarilla que hablaran mucho. Olvidando aquel sabio aforismo que suele atribuirse a Baltasar Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”.

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