26 de octubre de 2017

¿Qué va a pasar en Cataluña?

Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

¿Qué va a pasar en Cataluña? Esta es la pregunta que en estos momentos cruciales nos hacemos muchos españoles, dentro y fuera de la Comunidad Autónoma catalana.
Una vez que el Gobierno de la Nación ha puesto en marcha el Artículo 155 de la Constitución, presentando al Senado las medidas concretas para restablecer en Cataluña la legalidad y el orden constitucional, el panorama de lo que puede ocurrir en la Comunidad catalana aparece marcado por múltiples incógnitas.
En primer lugar, el Senado ha de aprobar las medidas propuestas por el Gobierno, lo que previsiblemente hará en el pleno del próximo 27 de octubre.
También está previsto que el hasta ahora presidente de la Generalidad, señor Puigdemont, pueda presentar ante el Senado, por sí mismo o por persona interpuesta, o por otro medio, las alegaciones que estime oportunas.
Los diecinueve folios del documento oficial que aprobó el Consejo de Ministros extraordinario reunido el sábado 21 de octubre incluyen una extensa y detallada justificación de la aplicación del Artículo 155, basada en el reiterado incumplimiento por parte del Gobierno de la Generalidad de las obligaciones fijadas en la Constitución y en el propio Estatuto de Autonomía. Siguen después las medidas acordadas para dicha aplicación. Tales medidas se pueden resumir en cinco puntos:
1. Destitución del presidente, del vicepresidente y de todos los consejeros del Gobierno catalán.
2. Convocatoria de elecciones autonómicas en un plazo máximo de seis meses.
3. Control por el Gobierno de la Nación sobre el Parlamento catalán para evitar nuevas violaciones de la Constitución y cualesquiera iniciativas contrarias a las medidas aprobadas por el Ejecutivo.
4. Se pone asimismo bajo control del Estado a la policía autonómica, a TV3 y la economía catalana.
5. Se garantiza el mantenimiento de la autonomía y del autogobierno catalanes.
Las reacciones al anuncio por Mariano Rajoy de las medidas acordadas por el Consejo de Ministros no se han hecho esperar. Mientras el PSOE y Ciudadanos han apoyado al Gobierno de España en su defensa de la Constitución y de la integridad territorial de la Nación, así como la convocatoria de elecciones autonómicas, el presidente Puigdemont, en el mensaje institucional transmitido por TV3, calificó las decisiones del Consejo de Ministros de “golpe” a Cataluña, propio del franquismo. Antes de este mensaje, Puigdemont, Junqueras y demás miembros del Gobierno de la Generalidad, así como la presidenta del Parlamento catalán, habían participado en una manifestación exigiendo la libertad de los presidentes de la Asamblea Nacional Catalana y de Òmnium Cultural –en prisión preventiva investigados por un delito de sedición–, y reclamando a continuación la secesión de Cataluña.
Podemos y los partidos nacionalistas han tachado las medidas tomadas por el Gobierno de la Nación de golpe de Estado a la democracia.
En este clima de máxima tensión y de fractura de la sociedad entre las fuerzas políticas y los ciudadanos que defienden la Constitución y la legalidad democrática vigente, y los gobernantes, partidos y ciudadanos partidarios de la independencia, no resulta aventurado predecir que se reiteren las protestas callejeras de los separatistas con alteración del orden público y técnicas de kale borroka, buscando una intervención de las fuerzas de seguridad del Estado, que luego los independentistas presentarán ante la opinión pública internacional como represión violenta.
Por parte del Gobierno autonómico destituido y del Parlamento catalán bajo control del Estado cabe prever una declaración unilateral de independencia, así como resistencia al cese en sus funciones.
Los pacíficos manifestantes defensores de la unidad de España el 8 de octubre en las calles de Barcelona corearon gritos pidiendo “Puigdemont a prisión”. Y es que una parte muy numerosa de ciudadanos españoles no comprendemos que la Justicia aún no haya actuado contra los máximos responsables de la violación de las leyes vigentes, que siguen libres y jactándose de hacer caso omiso de las sentencias del Tribunal Constitucional y de otros tribunales.


19 de octubre de 2017

Palabras vacías

Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

En el pleno del Parlamento catalán del pasado 10 de octubre, el presidente de esta Comunidad Autónoma proclamó solemnemente la independencia de Cataluña, para acto seguido pedir al Parlamento que suspendiera dicha independencia, con el fin de ofrecer diálogo al Gobierno español.
No es Carles Puigdemont el único político que recurre a este mantra del “diálogo” como solución mágica a cualquier problema. Y ay de aquel que se niegue al diálogo. Inmediatamente será tachado de intransigente, de inmovilista y, sobre todo, de antidemócrata. Pues, en el concepto de democracia que hoy predomina, la disposición a dialogar se considera uno de los fundamentos indiscutibles.
Sin embargo, el diálogo es una palabra vacía si no va acompañada de una precisión indispensable: diálogo sobre qué. Cuando los gobernantes independentistas insisten en que no darán marcha atrás en el proceso de constituir a Cataluña como un Estado independiente, ¿qué diálogo cabe con el presidente del Gobierno de España, que incurriría en la misma ilegalidad y en el mismo delito que Puigdemont, sus ministros y el Parlamento catalán, si aceptara una declaración de independencia contra la Constitución Española, que establece que “la soberanía nacional reside en el pueblo español“ (Artículo 1), o sea no en una parte de este pueblo, y que “la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española” (Artículo 2)?
Otra palabra vacía que la actual crisis política ha puesto de relieve es “votar”. Los independentistas catalanes se han hartado de acusar al Gobierno español de tratar de impedir que los catalanes ejercieran su derecho al voto en el referéndum ilegal del 1 de octubre. Y, como en el caso del diálogo, se acentúa el valor democrático de la acción de votar. Pues bien, votar sin más es un dicho vano si no se precisa cuál es el objeto del voto en cuestión. Y en el referéndum del 1-O la pregunta que se proponía a los votantes era inconstitucional: “Quiere que Cataluña sea un Estado independiente en forma de república”.
“Libertad de expresión” constituye asimismo, en este caso no una palabra, sino una locución, carente de contenido, a menos que vaya acompañada de una necesaria acotación que marque los límites de este derecho fundamental del ser humano. Límites que vienen dados por los derechos de otras personas, que no es lícito vulnerar: nadie tiene libertad para injuriar a otro, para calumniarle, para incitar al odio, o para hacer apología del terrorismo y de la violencia…
Otra fórmula huera muy en boga entre los nacionalistas y quienes los apoyan es “el derecho a decidir”. También aquí se impone preguntar ¿decidir qué? Todos podemos tomar decisiones que nos conciernen a nosotros mismos, sobre lo que queremos y hacemos, y aun esto con múltiples limitaciones derivadas de nuestras carencias y de los condicionamientos del entorno natural y social. Pero ¿existe un derecho a decidir sobre los demás, sobre sus vidas y haciendas?
Claro que en realidad a lo que apunta esta expresión es al derecho de libre determinación de los pueblos, más conocido como “derecho de autodeterminación”. A saber, el derecho de un pueblo a decidir su forma de gobierno y a dotarse de las estructuras e instituciones sociales y económicas que la mayoría elija. Y suele apelarse a la Organización de las Naciones Unidas como máxima garante de este derecho, olvidando arteramente que la ONU tan solo lo reconoce a los pueblos colonizados o de cualquier otra forma sometidos, pero no a los que integran un Estado soberano y democrático como es España.
Dichos vanos, expresiones vacías. Como responde Hamlet a la pregunta de Polonio de qué estaba leyendo: “Palabras, palabras, palabras”.

13 de octubre de 2017

Notas de viaje

Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Mientras el tren avanza a casi 300 kilómetros por hora, contemplo el paisaje árido que se me ofrece a través de la ventanilla. Me alegro de haberme dejado en casa el libro de relatos que tenía preparado para traerme y leer durante el viaje. No me capta la película de la pequeña pantalla en el techo del vagón, que además distingo con dificultad. Hemos salido mis hermanos y yo de la estación Madrid-Atocha en el AVE de las 11:30 con destino a Figueres-Vilafant, aunque nosotros nos bajaremos en Camp Tarragona.
En el asiento junto al mío, una mujer joven ha desplegado sobre la mesa toda una oficina transportable: el ordenador portátil, una tablet y el móvil, que interconecta con los otros aparatos, a la vez que se coloca en los oídos unos pequeños auriculares. Quiero decir que, a diferencia de lo que me ha ocurrido en otros viajes, no tengo ocasión de conversar con mi vecina de asiento.
Y me concentro en las impresiones y las ideas que me vienen a la mente, suscitadas por lo que ven mis ojos: grandes extensiones de tierras pardas y secas, pero que aparecen cuidadosamente aradas, aunque en todo el viaje no he divisado a un solo labrador ni un tractor.
Es la primera vez que utilizo el AVE a Cataluña, mientras que he viajado en el tren de alta velocidad varias veces a Córdoba. Soy de la opinión de que uno de los factores que más ha contribuido a la modernización y al desarrollo de España han sido las líneas del AVE, o de los trenes Alvia y Avant, así como la extraordinaria mejora de las redes de cercanías. Mientras los coches en autopistas no pueden superar los 120 km/h, el AVE más que duplica esta cifra en la mayor parte de su recorrido.
Antes de la primera parada, que será en Calatayud, recorremos campos de las provincias de Madrid y Guadalajara. ¿Qué se cultiva en tales tierras, como digo bien labradas? ¿Cereales, frutos secos, heno? No lo sé, ni importa a efectos de la reflexión que se me impone: en medio de tanta tecnología, de tanta mejora de los medios de locomoción y transporte, de la informática que permite entre otras muchas cosas trabajar en el tren, seguimos dependiendo de la agricultura, de la madre tierra que labran los trabajadores del sector primario. Solo he visto un rebaño de ovejas a la ida y otro en el viaje de vuelta. Alternan con las tierras de labor zonas pobladas de encinas, ese resistente árbol de hoja perenne que se presta a la ganadería de porcino en dehesas, que por estos pagos no me parece descubrir.
Más adelante, ya en la provincia de Zaragoza, nos saludan las enormes aspas de aerogeneradores y brillan al sol algunos terrenos cubiertos de paneles solares. Es decir, que resulta admirable que un país como España, que no ha sido bendecido por la riqueza en fuentes fósiles de energía como el petróleo y el gas natural, que tampoco cuenta con una industria pesada de consideración y que sufre largos períodos como el presente de sequía, ocupe el puesto decimocuarto de la economía mundial en función del PIB.
Pasan por mi observatorio circulante pueblos pequeños con grandes iglesias. Ya en la provincia de Lérida se suceden campos de regadío y plantaciones de frutales.
La estación del AVE en Tarragona se llama Camp Tarragona y, en efecto, está en medio del campo, como la de Guiomar en Segovia, pero a diferencia de esta se halla situada a 17 kilómetros de la estación de ferrocarril de la capital. El tren sigue a Barcelona y Gerona. O sea que Cataluña es la única Comunidad Autónoma que tiene a sus provincias unidas por el AVE. Muchos catalanes son conscientes de la prosperidad que han conseguido estando unidos al resto de España. Y en Vilanova y la Geltrú, meta de nuestro viaje, solo divisamos en unos pocos balcones banderas esteladas. ¿Son tantos los partidarios de la independencia como pretenden hacernos creer las mentiras nacionalistas y un referendo ilegal y tramposo?
En Vilanova reside nuestro hermano mayor, que lucha desde hace doce años contra un cáncer de lengua. Conserva una cabeza lúcida y una asombrosa memoria. Su mujer le cuida con amorosa entrega, y sus hijos y nietos le acompañan con cariño en esta dolorosa etapa.
Así, la última nota de este viaje es triste. Pero no solo. Consigno la oportunidad de manifestar nuestro amor al hermano querido.


5 de octubre de 2017

La democracia y la ley de las mayorías

Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

¿Sabemos lo que ha ocurrido en Cataluña el 1-O? Si nos atenemos a las distintas versiones que de unos mismos hechos dan los independentistas y los constitucionalistas, la confusión está garantizada.
Pero desde que los días 6 y 7 del pasado mes de septiembre el Parlamento de Cataluña aprobó la convocatoria del Referéndum y la llamada Ley de Transitoriedad, en contra de la sentencia del Tribunal Constitucional y del parecer de los mismos cuerpos juristas de la cámara legislativa autonómica, el Gobierno en pleno de la Generalidad está fuera de la ley.
Si, como el Gobierno de España ha proclamado repetidas veces, el Gobierno catalán ha cometido un golpe de Estado, ¿cómo es que sus miembros no han sido ya inhabilitados y detenidos?
Se ha invocado desde numerosas instancias la aplicación del Artículo 155 de la Constitución Española. Pero ¿qué dice expresamente este Artículo?
“1. Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad Autónoma y, en caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquella al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general.”
La redacción de este Artículo es ambigua y no resuelve nada, pues no especifica cuáles pueden ser “las medidas necesarias” para obligar al cumplimiento de las leyes o para salvaguardar el interés general de la Nación.
Está claro que el Gobierno de la Comunidad Autónoma de Cataluña ha incumplido la principal obligación que todas las instituciones de España tienen impuesta, cual es preservar la unidad de la Nación, como reza, y aquí sí con meridiana claridad, el Artículo 2 de la Constitución. “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre ellas”.
Por si hubiere alguna duda de que el Gobierno de la Comunidad Autónoma de Cataluña ha violado este artículo de la Constitución Española, el Tribunal Constitucional, garante e intérprete autorizado de nuestra Carta Magna, suspendió la convocatoria del referéndum catalán y la Ley de Transitoriedad.
Sin embargo, el Gobierno de la Nación no ha aplicado “las medidas necesarias” a que le autoriza el Artículo 155 de la Constitución para obligar a la Comunidad Autónoma de Cataluña al cumplimiento de la máxima ley que rige en toda España.
Se ha exigido al Gobierno de la Nación actuar con “proporcionalidad”. Pero ¿qué proporcionalidad cabe ante la violación flagrante de la Constitución, por no hablar de la comisión de otros delitos contemplados en el Código Penal vigente en España?
También se ha aconsejado al presidente del Gobierno y al partido que lo sustenta que dialoguen con los separatistas. ¿Qué diálogo cabe con quienes están empecinados en imponer su criterio sin ceder lo más mínimo en sus pretensiones de llevar adelante un referéndum sin garantías de ningún tipo y expresamente declarado ilegal por el Tribunal Constitucional?
El señor Puigdemont, su Gobierno y el Parlamento de Cataluña dan por supuesto que la mayoría del pueblo catalán quiere que Cataluña sea un Estado independiente en forma de república, cuando el referéndum ha carecido de las mínimas garantías que cualquier consulta de este tipo requiere.
Una de las exigencias fundamentales del sistema democrático radica en la ley de las mayorías. Supongamos que se reformara la Constitución y se permitiera un referéndum legal solo de Cataluña, ¿estamos seguros de que la mayoría del pueblo catalán desea un Estado independiente de España? Sin esa certeza, cualquier declaración unilateral de independencia es un atentado contra la democracia.


Una carta a Alberto Martín Baró

Opinión: “Mi Pequeño Manhattan”
Por Germán Ubillos Orsolich
Viernes 29 de septiembre de 2017
En épocas pasadas, en época de don Benito Pérez Galdós, don Jacinto Benavente o de don Pío Baroja, era cosa corriente que los grandes escritores de la época se cruzaran cartas que llegarían a ser famosas tanto por su contenido y por su forma como por las personas que las escribían.
Era el maravilloso género epistolar hoy tristemente desaparecido y no lo digo porque el teléfono y muy posteriormente los correos electrónicos, los e-mail y el Wathsapp no hayan sustituido con menor precisión a la de aquellas cartas, muchas veces también cartas de amor que se esperaban con emoción y ansiedad y que “cantaban” los carteros de entonces a golpe de silbato y otras lindezas; es sencillamente que los escritores de entonces y los ciudadanos de medio pelo se decían ideas y cosas con mayor profundidad y precisión, pero que eran incapaces de decirse en persona. Yo guardo con cierto temblor las cartas que me enviaba Pepi, mi maestra, a nuestra casa de la calle de Alberto Aguilera y que eran cartas que ella echaba al correo desde su casa de la calle Valle Hermoso, y antes de la calle Gonzalo de Córdoba, número 7, y que han contribuido en buena parte como tierra tan fértil y abonada a transformar a un joven que apenas leía en otro tipo de joven y digo otro que llegara a saltar a la fama al lograr en el año 1970 el Premio Nacional de Teatro.
Pues bien, me llega ahora y a través de la prensa escrita un artículo, más bien una carta, de mi querido y admirado Alberto Martín Baró publicada en el diario “El Adelantado de Segovia” del cercano día 20, con el título impactante de Parejas rotas.
En ella o mejor en dicho artículo, digno de leerse, pues Martín Baró posee un castellano perfecto lleno de resonancias y calidades de su ancestro Francisco Javier Martín Abril y de las terceras de ABC, cuando el ABC era el ABC de verdad, el de don Torcuato Luca de Tena, como muy acertadamente lo define Luis María Ansón.
Bien, Martín Baró, instalado temporalmente en Cantabria tras haber contraído matrimonio nada menos que con la también escritora Angelina Lamelas, “comienza hablando” de ese maravilloso Santander, “la novia del mar” en palabras de Jorge Sepúlveda, cuando la música te alcanzaba el corazón como un dardo maravilloso y a veces un poco envenenado de emoción; vamos, cuando la música corriente poseía melodías inspiradísimas y letras no menos sublimes. Habla Baró de las playas de Cantabria, de la Bahía santanderina, del Muelle, del paseo de Pereda, de Puerto Chico, del Puntual, e insiste en esas virtudes del cántabro, tierra de su actual esposa, una mujer que me recuerda a mi madre en su clase excepcional, en su delicadeza y simpatía, en saber decir a cada persona cosas que sabe que le van a agradar.
Bueno, perdone el lector que divague con frecuencia y me pierda del camino original que me había trazado, pero en fin aún no tengo Alzheimer, ya que sé volver, si me dan tiempo, al lugar o lugares de donde venía. Martín Baró nos habla de la alarmante frecuencia de las rupturas matrimoniales si se compara con las de anteriores e inmediatas generaciones. Parejas que, casadas y enamoradas, y después de años de convivencia y de haber traído hijos al mundo, deciden poner fin a su unión, con el consiguiente dolor de sus padres, de los hijos y de ellos mismos. Alberto, que esto de la escritura se lo toma como es menester, como algo muy en serio, consulta el Consejo General del Poder Judicial, que le confirma que en los tres primeros meses de 2017 las separaciones y divorcios han crecido en toda España un 4,8% respecto al mismo periodo del año anterior, marcando en cabeza de esta triste realidad las Comunidades de Cantabria, Cataluña y Valencia, con un 8% de demandas de disolución por cada 1000 habitantes. Ello contrasta con el hecho de que sea Castilla-León la Comunidad con la cifra más baja, del 0,5% de rupturas por cada 1000 habitantes. Los castellanos leoneses son los españoles que menos se separan y divorcian, un 1,5% por cada 1000 habitantes.
Habla Martín Baró de que, cuando era joven, y aquí me agarro a su “misiva periodística”, pues yo soy de su misma edad, las separaciones constituían una excepción a la regla en la vida matrimonial, mientras el divorcio no estaba legalizado. Los divorcios se daban en el lejano Hollywood y entre las estrellas.
No todos los matrimonios eran modélicos, pero la opinión pública y las creencias religiosas pesaban más que la libertad de separarse.
La autonomía económica de la mujer actual y su fácil acceso al mundo del trabajo ha sido una de las causas de que sean ellas quienes toman con frecuencia ahora la iniciativa. Por supuesto también la creciente evaporación de las creencias religiosas que actuaban como freno indiscutible.
Desde mi punto de vista, esto último ha sido fundamental. La llamada calidad de vida es muy superior a la de entonces, también el régimen de libertades y sobre todo para la mujer, hasta llegar a las fronteras del feminismo y las diferencias de género. Toda ruptura del vínculo esponsorial y la subsiguiente separación es una dura prueba llena de sufrimientos para los cónyuges y sobre todo para los hijos, que son con frecuencia las víctimas inocentes de los dramas familiares.
El autor destaca la hermosa posibilidad de volver a amar a alguien, de volverse a emparejar, abrir la puerta de nuevo al amor en pareja, cosa que él mismo ha tenido la suerte indudable de poder realizar y emparejar con una mujer, también es cierto, de tantos valores y virtudes como es nada menos que Angelina Lamelas.
Martín Baró se anima al final de su “misiva periodística” a invitar a los lectores y lectoras solitarias a abandonar su soledad –aun consciente de que la soledad puede comportar sus beneficios– para entablar (transcribo sus palabras) un dialogo y una nueva compañía propiciada por el amor.
Parejas rotas constituye de este modo un artículo que, aparte de su valor literario, encierra una reflexión de muy hondo calado en tema tan delicado como es el de la felicidad, no siempre aparejada como piensan algunos con el progreso técnico ni con la riqueza, en una sociedad donde sus beneficiarios han ido perdiendo otras muchas cosas para mí, y habla Germán Ubillos, indiscutiblemente fundamentales.