Opinión: “Mi Pequeño
Manhattan”
Por Germán Ubillos
Orsolich
Viernes 29 de septiembre de 2017
En épocas pasadas, en
época de don Benito Pérez Galdós, don Jacinto Benavente o de don Pío Baroja,
era cosa corriente que los grandes escritores de la época se cruzaran cartas
que llegarían a ser famosas tanto por su contenido y por su forma como por las
personas que las escribían.
Era el maravilloso
género epistolar hoy tristemente desaparecido y no lo digo porque el teléfono y
muy posteriormente los correos electrónicos, los e-mail y el Wathsapp no hayan
sustituido con menor precisión a la de aquellas cartas, muchas veces también
cartas de amor que se esperaban con emoción y ansiedad y que “cantaban” los
carteros de entonces a golpe de silbato y otras lindezas; es sencillamente que
los escritores de entonces y los ciudadanos de medio pelo se decían ideas y
cosas con mayor profundidad y precisión, pero que eran incapaces de decirse en
persona. Yo guardo con cierto temblor las cartas que me enviaba Pepi, mi
maestra, a nuestra casa de la calle de Alberto Aguilera y que eran cartas que
ella echaba al correo desde su casa de la calle Valle Hermoso, y antes de la
calle Gonzalo de Córdoba, número 7, y que han contribuido en buena parte como
tierra tan fértil y abonada a transformar a un joven que apenas leía en otro
tipo de joven y digo otro que llegara a saltar a la fama al lograr en el año
1970 el Premio Nacional de Teatro.
Pues bien, me llega
ahora y a través de la prensa escrita un artículo, más bien una carta, de mi
querido y admirado Alberto Martín Baró publicada en el diario “El Adelantado de
Segovia” del cercano día 20, con el título impactante de Parejas rotas.
En ella o mejor en
dicho artículo, digno de leerse, pues Martín Baró posee un castellano perfecto
lleno de resonancias y calidades de su ancestro Francisco Javier Martín Abril y
de las terceras de ABC, cuando el ABC era el ABC de verdad, el de don Torcuato
Luca de Tena, como muy acertadamente lo define Luis María Ansón.
Bien, Martín Baró,
instalado temporalmente en Cantabria tras haber contraído matrimonio nada menos
que con la también escritora Angelina Lamelas, “comienza hablando” de ese
maravilloso Santander, “la novia del mar” en palabras de Jorge Sepúlveda,
cuando la música te alcanzaba el corazón como un dardo maravilloso y a veces un
poco envenenado de emoción; vamos, cuando la música corriente poseía melodías
inspiradísimas y letras no menos sublimes. Habla Baró de las playas de
Cantabria, de la Bahía santanderina, del Muelle, del paseo de Pereda, de Puerto
Chico, del Puntual, e insiste en esas virtudes del cántabro, tierra de su
actual esposa, una mujer que me recuerda a mi madre en su clase excepcional, en
su delicadeza y simpatía, en saber decir a cada persona cosas que sabe que le
van a agradar.
Bueno, perdone el
lector que divague con frecuencia y me pierda del camino original que me había
trazado, pero en fin aún no tengo Alzheimer, ya que sé volver, si me dan tiempo,
al lugar o lugares de donde venía. Martín Baró nos habla de la alarmante
frecuencia de las rupturas matrimoniales si se compara con las de anteriores e
inmediatas generaciones. Parejas que, casadas y enamoradas, y después de años
de convivencia y de haber traído hijos al mundo, deciden poner fin a su unión,
con el consiguiente dolor de sus padres, de los hijos y de ellos mismos.
Alberto, que esto de la escritura se lo toma como es menester, como algo muy en
serio, consulta el Consejo General del Poder Judicial, que le confirma que en
los tres primeros meses de 2017 las separaciones y divorcios han crecido en
toda España un 4,8% respecto al mismo periodo del año anterior, marcando en
cabeza de esta triste realidad las Comunidades de Cantabria, Cataluña y
Valencia, con un 8% de demandas de disolución por cada 1000 habitantes. Ello
contrasta con el hecho de que sea Castilla-León la Comunidad con la cifra más
baja, del 0,5% de rupturas por cada 1000 habitantes. Los castellanos leoneses
son los españoles que menos se separan y divorcian, un 1,5% por cada 1000
habitantes.
Habla Martín Baró de
que, cuando era joven, y aquí me agarro a su “misiva periodística”, pues yo soy
de su misma edad, las separaciones constituían una excepción a la regla en la
vida matrimonial, mientras el divorcio no estaba legalizado. Los divorcios se
daban en el lejano Hollywood y entre las estrellas.
No todos los
matrimonios eran modélicos, pero la opinión pública y las creencias religiosas
pesaban más que la libertad de separarse.
La autonomía económica
de la mujer actual y su fácil acceso al mundo del trabajo ha sido una de las
causas de que sean ellas quienes toman con frecuencia ahora la iniciativa. Por
supuesto también la creciente evaporación de las creencias religiosas que
actuaban como freno indiscutible.
Desde mi punto de
vista, esto último ha sido fundamental. La llamada calidad de vida es muy
superior a la de entonces, también el régimen de libertades y sobre todo para
la mujer, hasta llegar a las fronteras del feminismo y las diferencias de
género. Toda ruptura del vínculo esponsorial y la subsiguiente separación es
una dura prueba llena de sufrimientos para los cónyuges y sobre todo para los
hijos, que son con frecuencia las víctimas inocentes de los dramas familiares.
El autor destaca la
hermosa posibilidad de volver a amar a alguien, de volverse a emparejar, abrir
la puerta de nuevo al amor en pareja, cosa que él mismo ha tenido la suerte
indudable de poder realizar y emparejar con una mujer, también es cierto, de
tantos valores y virtudes como es nada menos que Angelina Lamelas.
Martín Baró se anima
al final de su “misiva periodística” a invitar a los lectores y lectoras
solitarias a abandonar su soledad –aun consciente de que la soledad puede
comportar sus beneficios– para entablar (transcribo sus palabras) un dialogo y
una nueva compañía propiciada por el amor.
Parejas rotas constituye de este modo un artículo que, aparte de su valor
literario, encierra una reflexión de muy hondo calado en tema tan delicado como
es el de la felicidad, no siempre aparejada como piensan algunos con el
progreso técnico ni con la riqueza, en una sociedad donde sus beneficiarios han
ido perdiendo otras muchas cosas para mí, y habla Germán Ubillos,
indiscutiblemente fundamentales.
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