29 de julio de 2023

No se entiende

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

No se entiende el resultado electoral del 23 de julio. No se entiende que, en menos de los dos meses que han transcurrido desde las elecciones autonómicas y municipales del 28 de mayo, el rechazo a Pedro Sánchez y a su gobierno aliado con comunistas y apoyado por nacionalistas, independentistas, filoterroristas y terroristas convictos se haya convertido en un número de diputados para el PSOE superior, aunque sólo sea en dos, a los que obtuvo en las elecciones de noviembre de 2019: 122 frente a 120. Resultado que, si no se produce algún cambio de última hora, permitirá a Sánchez reeditar el gobierno antiEspaña que hemos padecido en los últimos cuatro años.

He leído explicaciones de todo tipo para este vuelco, que no pronosticaban las encuestas, salvo la de Tezanos. Explicaciones que van desde la confianza en la victoria del electorado de centro derecha, que se quedó en casa o en la playa convencido de la derrota de Sánchez, a los errores en la campaña del PP y de Vox. Explicaciones que poco explican.

El único que lo tiene claro es el propio Sánchez quien, desde el balcón de Ferraz en la noche electoral, se ufanó proclamando: “España y todos sus ciudadanos han sido muy claros, el bloque involucionista que planteaba la derogación de todos los avances que hemos hecho estos cuatro años ha fracasado”.

Pues no, presidente en funciones. España y todos sus ciudadanos no han sido nada claros. Por favor, no incluya a España en el apoyo a un gobierno que se ha aliado con fuerzas que tratan abiertamente de destruirla. Y tampoco incluya a todos los ciudadanos españoles en ese apoyo a su gobierno, pues un 32,99 % de ellos han votado al PP y un 12,39 % se han decantado por Vox, aparte de los que se han pronunciado por partidos menores, como UPN y CC.

¿Y cuáles son los avances que su gobierno socialcomunista ha hecho en estos cuatro años? ¿”La ocupación de todos los mecanismos institucionales, incluida la justicia, de contrapeso democrático”, en palabras del lúcido analista Ignacio Camacho? ¿La ley del sólo sí es sí, que ha puesto en libertad a cerca de 100 violadores y agresores sexuales y reducido las penas al menos a 978? ¿La supresión del delito de sedición, que deja al Estado inerme frente a anunciados ataques del independentismo? ¿Los indultos a unos convictos por el referéndum de independencia del 1 de octubre de 2017? ¿La ley trans, que permite a los menores cambiar de sexo, con las graves consecuencias de todo tipo que ello conlleva? ¿El paro juvenil, que es el mayor de toda la UE e impide a los jóvenes poder emanciparse? ¿La funesta ley de vivienda que ha encarecido los alquileres y favorecido la okupación? ¿Las falsas promesas de más viviendas, que se han quedado en el aire de la Airef y en solares sin construir?

¿El “bloque involucionista” no está más bien en un gobierno aliado con fuerzas tan de progreso como Podemos, ERC y Bildu? ¿En un PSOE que, como ya no puede volver a desenterrar a Franco, hazaña que es el mayor mérito del ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, resucita la guerra civil, coreando en la noche electoral a las puertas de Ferraz el trasnochado “No pasarán”?

Y la realidad es que el PP de Feijóo ha ganado las elecciones con 136 diputados y un 33,1 % de votos frente a los 122 diputados y el 31,2 % de votos del PSOE de Sánchez. Y Vox es la tercera fuerza del arco parlamentario con 33 diputados y el 12,4 % de votos, por delante de los 14 partidos de Sumar, que suman 31 diputados y el 12,3 % de votos.

Y no se entiende que Vox, que no ha cambiado ni el programa ni la ideología que presentó en 2019, haya perdido, frente a los resultados obtenidos en esas elecciones, 19 diputados y el 2,59 % de votos. Aunque sigue contando con algo más de tres millones de votantes, que le han otorgado su confianza a pesar de la campaña en contra de numerosos medios de comunicación y de la llamada por parte de Feijóo al voto útil. Y ha demostrado flexibilidad para entrar en gobiernos de centro derecha o dejar que el PP gobierne a cambio de exigencias programáticas. Esa fidelidad a sus votantes y a sus ideas, por encima de ambiciones de poder, diferencia a Vox del PSOE de Sánchez, capaz de vender su alma socialista, si es que alguna vez la tuvo, por las poltronas de la Moncloa y el apoyo de un parlamento que hace tiempo que dejó de ser español.

No se entiende que lo que fue una anomalía en 2019 se haya convertido en normal para el PSOE: gobernar con comunistas y partidos que en otros países de la UE estarían prohibidos.  

23 de julio de 2023

Reflexiones el 23 de julio

 

Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Escribo este blog en el día que no sé si sigue llamándose “de reflexión”, en cualquier caso en la víspera de la jornada de votación de las elecciones generales del 23 de julio.

Estoy en el jardín de mi casa de El Espinar, con una temperatura a la sombra inferior a los 20 grados. Escribo, como de costumbre, a mano en un cuaderno, lo que me ha llevado a incluir esta palabra en los títulos de tres de mis libros publicados: El cuaderno de San Rafael, El cuaderno de El Espinar y El cuaderno de Ana.

A las anteriores reflexiones aparecidas en mi blog sobre las elecciones autonómicas y municipales del 28 de mayo, que titulé Seudoelecciones generales, y sobre las presentes elecciones generales, que se titularon Voto en contra… y a favor, Extremismos e Incógnitas electorales, quiero hoy añadir otros pensamientos que me rondan por la cabeza, aun a riesgo de repetirme. No creo, de todos modos, que me repita tanto como los líderes políticos en sus mítines y entrevistas.

Sigo sin entender qué ha llevado a Pedro Sánchez y a sus tropecientos asesores a fijar la fecha de estas elecciones generales en plena canícula. ¿Se piensan que los electores socialistas son más proclives que los de derechas a acudir a las urnas a pesar del calor? A las innumerables razones programáticas por las que Sánchez se merece un voto de castigo, castigar a los sufridos votantes a soportar altas temperaturas sería ya una razón suficiente para no votarle.

Ya en positivo, diré que voy a votar a Vox. Suelen afirmar quienes rechazan el actual sistema de democracia representativa que ellos no se sienten representados por ninguna de las formaciones políticas que concurren a las elecciones. “Todos los políticos son iguales, sólo buscan su interés, no el bien común de los ciudadanos”. Yo también he podido manifestarme en estos o parecidos términos. Y si hemos de creer a las descalificaciones y a los insultos que los políticos se lanzan unos a otros, ningún partido merecería nuestra confianza, todos estarían cortados por el mismo patrón.

Pero no es verdad, aunque la verdad sea un bien escaso en boca de los políticos. Sí que hay políticos honestos que tratan, en la medida de sus fuerzas, de remediar los males que aquejan a nuestra sociedad. Y estos políticos honrados, desinteresados y veraces se encuentran, no diré que exclusivamente, en Vox.

¿Mis creencias cristianas deberían llevarme a comprender y aceptar a quienes profesan y defienden otros credos y otras ideas? Sí y no. Sí, en cuanto a amar y respetar a las personas, sean del credo o postura política que sea. Pero no todos los credos o posturas políticas son iguales. El mismo Jesús que nos mandó amar a nuestros enemigos tuvo palabras de tajante condena, por ejemplo, contra los fariseos, a los que tachó de “sepulcros blanqueados”.

Y hay en el panorama político español una ideología y una praxis que se camuflan bajo otros nombres, y es el comunismo puro y duro que, como ha ocurrido a lo largo de toda su historia, ha enriquecido a sus líderes y empobrecido, cuando no matado, a las masas de obreros y campesinos. ¿Por qué se hacen llamar Podemos, Sumar, Más Madrid? ¿A quiénes quieren engañar? A los que desean ser engañados.

Un tema recurrente en la pasada campaña es la mentira, de la que se han acusado unos líderes a otros. Pero mientras que las mentiras del presidente del Gobierno y secretario general del PSOE están sobradamente documentadas, yo no he encontrado semejantes faltas a la verdad en los políticos de Vox.

Pero la principal razón por la que voy a dar mi voto a Vox, como ya he dicho en mi anterior blog Incógnitas electorales, es su programa. Y me consta que los candidatos de Vox están dispuestos a defenderlo y llevarlo a la práctica, obligando al PP de Feijóo a cumplir sus compromisos electorales.

 

 

 

 

 

16 de julio de 2023

Incógnitas electorales

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

A estas alturas de la campaña electoral, cuando faltan seis días para que acudamos a votar, la inmensa mayoría de los llamados a las urnas tienen ya decidido a qué partido político van a dar su voto.

Y si hemos de dar crédito a las encuestas, todas, a excepción de la del CIS de Tezanos, pronostican una amplia victoria del Partido Popular y de su candidato Alberto Núñez Feijóo.

Queda por decidir si esa victoria permitirá a Núñez Feijóo gobernar en solitario, o necesitará los votos de Vox para superar a Pedro Sánchez, que ya ha afirmado que se aliará con las fuerzas políticas que le hagan falta para permanecer en La Moncloa, su único objetivo.

O sea, que si la suma de los votos conseguidos por el PSOE, por Sumar y por el resto de partidos nacionalistas, independentistas, filoterroristas y terroristas convictos, más los pequeños representantes de regiones que quieran prestarse a dar su apoyo a Sánchez a cambio de alguna prebenda, superara a la posible unión del PP y Vox, tendríamos de nuevo otros cuatro años de gobierno Frankenstein, al que yo llamaría más bien gobierno antiEspaña.

Sin embargo, opino que esta posibilidad ya no se la cree ni el propio Pedro Sánchez, aunque se vea obligado a sobreactuar, en especial después del varapalo que, a juicio de la mayor parte de los analistas, le propinó Feijóo en el cara a cara celebrado en Atresmedia.

“A mí –se pensaba Pedro Sánchez, el rey del monólogo, que proponía nada menos que seis cara a cara con Feijóo– este candidato provinciano no me dura ni un asalto”. Aún debe de estar rumiando su aplastante derrota a manos de un inexperto, sólo acostumbrado a obtener mayorías absolutas en su feudo gallego.

Ahora bien, de la misma manera que Pedro Sánchez y el PSOE se equivocaron al minusvalorar las posibilidades de Feijóo y del PP en las elecciones autonómicas y municipales, no cabe descartar que Feijóo y el PP se confíen en las encuestas y, en un vuelco inesperado, sean derrotados por Sánchez, el PSOE y su colección de posibles aliados, muchos de los cuales estarían prohibidos en los países de asentadas democracias de la Unión Europea.

Otra gran incógnita que me asalta en estos últimos días previos a la votación del 23 de julio podría formularse de la siguiente manera: por qué el PP ha aceptado los votos o la abstención de Vox para alcanzar la presidencia de la Comunidad Valenciana, de Baleares o de Extremadura, y se ha negado a pactar con Vox en Murcia y, de cara a las generales, no parece dispuesto a contar con los diputados de Vox en caso de necesitarlos para superar al PSOE de Pedro Sánchez y a toda la interesada amalgama de aliados.

Vox es el mismo partido constitucional que ha aceptado participar con el PP en el gobierno de la Comunidad Valenciana y en el de Extremadura, como ya lo hace en el de Castilla y León.

No entenderían los votantes del PP que Vox sea un aliado digno de confianza en unas comunidades autónomas y en otras no. Y que no se cuente con sus escaños para alcanzar la presidencia del Gobierno.

Yo creo que la presencia de Vox en un posible gobierno presidido por Núñez Feijóo sería una garantía inmejorable de que el PP afronte las reformas y las derogaciones necesarias, no sólo para salvar la economía, sino para llevar a cabo los cambios necesarios en los campos de la cultura, de la educación, del abandonado sector primario, de una industria igualmente descuidada en pro de un turismo estacional, de la sanidad con alarmante falta de médicos, de la memoria histórica sin falsos relatos ideológicos, de la independencia de las instituciones y muy en concreto del poder judicial, de la inmigración ilegal, de las medianas y pequeñas empresas, de la vivienda, del paro juvenil…

Lean el programa de Vox y encontrarán sobrados motivos para votar a este partido, que no se limitará a llevar a la presidencia del Gobierno a Núñez Feijóo, sino que velará desde puestos clave en ese gobierno por la regeneración de una España maltratada, cuando no olvidada o hasta negada por socialistas, comunistas, nacionalistas, independentistas, filoterroristas y terroristas convictos.

 

 

 

 

 

9 de julio de 2023

Extremismos

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Se ha dicho repetidas veces que las elecciones las ganan los partidos situados más al centro del espectro político. Y se cita como ejemplo característico en la historia de nuestra democracia el caso de la UCD, la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez, principal artífice de nuestra hoy por muchos olvidada transición, que superó el enfrentamiento enconado de la Guerra Civil española.

Sin embargo, no parece que esta afirmación se cumpliera cuando el PSOE de Rodríguez Zapatero, claramente escorado a la izquierda, ganó las elecciones el 14 de marzo de 2004 y volvió a ganarlas el 9 de marzo de 2008. Será que la excepción confirma la regla.

El propio expresidente del Gobierno Felipe González, el político que más tiempo ha gobernado en España, en su reciente artículo Pónganse de acuerdo, publicado en Nueva Revista de la Universidad de La Rioja en internet el pasado 3 de julio, proponía dejar gobernar a la lista más votada cuando no haya otra opción y se declaraba “partidario de los pactos, especialmente los pactos de centralidad”.

Centralidad, el mantra mágico contra el que en seguida se ha manifestado el también expresidente Rodríguez Zapatero, que está volcándose en la presente campaña en favor de su émulo y seguidor Pedro Sánchez.

Centrismo, centralidad, búsqueda y apropiación del centro político. O sea, huir a toda costa de los extremos, y se demoniza a la extrema derecha y a la derecha extrema, que en ataque de Pedro Sánchez caracterizan al PP y a Vox.

Yo he vivido la evolución del Partido Comunista, desde que Adolfo Suárez lo declarara legal el 9 de abril de 1977, lo que permitió a Santiago Carrillo presentarse a las elecciones generales de ese año.

En los años ochenta, el histórico partido se diluyó en Izquierda Unida. Y el nombre de Partido Comunista no ha vuelto a figurar en las listas electorales de las convocatorias que se han sucedido en España hasta el presente.

Lo cual no quiere decir que el comunismo como opción política haya desaparecido del panorama español. Pero saben los tardocomunistas que la sola denominación de comunismo espanta a una mayoría de la población española y se refugian en formaciones como Podemos y, ya de cara a las presentes elecciones generales, en la plataforma Sumar, encabezada por la aún ministra de Trabajo y vicepresidenta segunda del Gobierno de Pedro Sánchez Yolanda Díaz. Una militante comunista que las dos veces que se presentó a presidenta de la Xunta en su feudo gallego obtuvo cero escaños.

Un partido como Podemos, financiado por países tan democráticos como el Irán de los ayatolas, no puede ocultar su extremismo. Extremismo que le lleva a defender y apoyar a regímenes, estos sí manifiestamente comunistas o populistas, como la Cuba de los Castro y la Venezuela de Chávez y Maduro.

Pedro Sánchez, antes de llegar a la presidencia del Gobierno, conocía este extremismo de Podemos y declaró que le quitaba el sueño aliarse con Pablo Iglesias. Lo que no le impidió abrazarse con él y aceptarlo como aliado del Gobierno, al necesitarlo para llegar a La Moncloa.

También aseguró repetidas veces Pedro Sánchez que no pactaría con Bildu, a pesar de los cual ha pactado con la formación terrorista e independentista para sacar adelante sus presupuestos y leyes tan manifiestamente beneficiosas para los violadores sexuales como la ley del sólo sí es sí.

Pero ahora resulta que el presidente Sánchez, aliado con fuerzas extremistas, es la quintaesencia de la moderación y quien califica de extrema derecha y derecha extrema al PP y a Vox, partidos que acatan y defienden la Constitución, lo que no hacen sus socios y aliados.

En un último y sorprendente giro de este malabarista de la política, Pedro Sánchez se presenta como víctima de los ataques virulentos de las fuerzas opuestas al progreso que él encarna.

Torpe será Núñez Feijóo si le compra a Sánchez esa mercancía averiada de que pactar con Vox es extremismo.

 

 

 

2 de julio de 2023

El Orgullo LGTB

Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Si preguntamos a las personas con las que nos cruzamos en la calle, o con las que coincidimos en el metro, en el autobús o en el supermercado, qué significan las siglas LGTB, que aparecen en la celebración del Día del Orgullo, es muy probable que la gran mayoría no sabría responder más allá de que tienen algo que ver con el Orgullo Gay.

Este fue el nombre que se dio en un principio a la celebración que hoy, además de a los homosexuales, incluye a todos los colectivos designados por las siglas LGTBIAQ+, o sea, lesbianas, gays, transexuales, bisexuales, intersexuales, asexuales y queer, siglas que, para denominar la celebración del Día del Orgullo, se han reducido a LGTB.

Doy a continuación unas breves definiciones de las categorías incluidas en dichas siglas, advirtiendo que a menudo sus defensores no se ponen de acuerdo en unas u otras características. Así, las lesbianas designan a las mujeres atraídas por y hacia otras mujeres. Los gays denominan a los hombres homosexuales. Transexuales son mujeres u hombres no conformes con su condición biológica. Bisexuales comprenden a las personas que experimentan tendencias de ambos géneros. Los intersexuales tendrían una anatomía reproductiva o sexual que no se ajusta a lo que tradicionalmente se considera masculino o femenino. Y queer suele utilizarse para describir una identidad de género y sexual diferente a la heterosexual. Los queer se caracterizan, al parecer, por un rechazo a las normas y conceptos tradicionales en el campo de la sexualidad.

Obsérvese que a la lista mencionada se ha añadido el signo + para incluir a cualquier persona que no se sienta representada por las definiciones anteriores.

¿Qué une a todas estas personas, con características y tendencias tan diferentes? Me atrevería a afirmar que tienen en común una defensa de la libertad de la persona frente a imposiciones basadas en la tradición, en la historia e incluso en la biología. Aunque me temo que todos estos condicionantes siguen desempeñando un importante papel, aunque sólo sea como algo contra lo que oponerse.

Ahora bien, si todas estas identidades se consideran a sí mismas naturales, con derecho a existir junto a otras diferentes, ¿por qué deberían ser motivo de orgullo? Uno puede sentirse orgulloso por haber superado un examen, por haber recibido un premio, por haber logrado un triunfo deportivo, o por algún otro logro que entrañaba dificultad y exigía esfuerzo. Ninguna de estas características se dan en las diversas clases de identidades sexuales que se engloban en las siglas LGTBIAQ+.

Y, desde luego, no creo que sean motivo de orgullo la falta de pudor, de decencia, de limpieza, la ordinariez y la fealdad de que hacen gala muchos de los manifestantes en las marchas y celebraciones del mes de junio.

Una última observación: cuando la natalidad en España y en otros países de Europa y del llamado Occidente está bajo mínimos, poniendo en riesgo el estado de bienestar para generaciones futuras, no me parece que sea el momento de incitar a las personas a fomentar sus tendencias sexuales no reproductivas, considerándolas motivo de orgullo.