Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Si preguntamos a las personas
con las que nos cruzamos en la calle, o con las que coincidimos en el metro, en
el autobús o en el supermercado, qué significan las siglas LGTB, que aparecen
en la celebración del Día del Orgullo, es muy probable que la gran mayoría no
sabría responder más allá de que tienen algo que ver con el Orgullo Gay.
Este fue el nombre que se dio
en un principio a la celebración que hoy, además de a los homosexuales, incluye
a todos los colectivos designados por las siglas LGTBIAQ+, o sea, lesbianas,
gays, transexuales, bisexuales, intersexuales, asexuales y queer, siglas que, para denominar la celebración del Día del Orgullo, se han reducido a LGTB.
Doy a continuación unas breves
definiciones de las categorías incluidas en dichas siglas, advirtiendo que a
menudo sus defensores no se ponen de acuerdo en unas u otras características.
Así, las lesbianas designan a las mujeres atraídas por y hacia otras mujeres.
Los gays denominan a los hombres homosexuales. Transexuales son mujeres u
hombres no conformes con su condición biológica. Bisexuales comprenden a las
personas que experimentan tendencias de ambos géneros. Los intersexuales
tendrían una anatomía reproductiva o sexual que no se ajusta a lo que
tradicionalmente se considera masculino o femenino. Y queer suele utilizarse para
describir una identidad de género y sexual diferente a la heterosexual. Los
queer se caracterizan, al parecer, por un rechazo a las normas y conceptos
tradicionales en el campo de la sexualidad.
Obsérvese que a la lista
mencionada se ha añadido el signo + para incluir a cualquier persona que no se
sienta representada por las definiciones anteriores.
¿Qué une a todas estas
personas, con características y tendencias tan diferentes? Me atrevería a
afirmar que tienen en común una defensa de la libertad de la persona frente a
imposiciones basadas en la tradición, en la historia e incluso en la biología.
Aunque me temo que todos estos condicionantes siguen desempeñando un importante
papel, aunque sólo sea como algo contra lo que oponerse.
Ahora bien, si todas estas
identidades se consideran a sí mismas naturales, con derecho a existir junto a
otras diferentes, ¿por qué deberían ser motivo de orgullo? Uno puede sentirse
orgulloso por haber superado un examen, por haber recibido un premio, por haber
logrado un triunfo deportivo, o por algún otro logro que entrañaba dificultad y
exigía esfuerzo. Ninguna de estas características se dan en las diversas clases
de identidades sexuales que se engloban en las siglas LGTBIAQ+.
Y, desde luego, no creo que
sean motivo de orgullo la falta de pudor, de decencia, de limpieza, la
ordinariez y la fealdad de que hacen gala muchos de los manifestantes en las
marchas y celebraciones del mes de junio.
Una última observación:
cuando la natalidad en España y en otros países de Europa y del llamado
Occidente está bajo mínimos, poniendo en riesgo el estado de bienestar para
generaciones futuras, no me parece que sea el momento de incitar a las personas
a fomentar sus tendencias sexuales no reproductivas, considerándolas motivo de
orgullo.
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