Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
No se entiende el resultado electoral del 23 de julio. No se entiende que, en menos de los dos meses que han transcurrido desde las elecciones autonómicas y municipales del 28 de mayo, el rechazo a Pedro Sánchez y a su gobierno aliado con comunistas y apoyado por nacionalistas, independentistas, filoterroristas y terroristas convictos se haya convertido en un número de diputados para el PSOE superior, aunque sólo sea en dos, a los que obtuvo en las elecciones de noviembre de 2019: 122 frente a 120. Resultado que, si no se produce algún cambio de última hora, permitirá a Sánchez reeditar el gobierno antiEspaña que hemos padecido en los últimos cuatro años.
He leído explicaciones de todo tipo para este vuelco, que no pronosticaban las encuestas, salvo la de Tezanos. Explicaciones que van desde la confianza en la victoria del electorado de centro derecha, que se quedó en casa o en la playa convencido de la derrota de Sánchez, a los errores en la campaña del PP y de Vox. Explicaciones que poco explican.
El único que lo tiene claro es el propio Sánchez quien, desde el balcón de Ferraz en la noche electoral, se ufanó proclamando: “España y todos sus ciudadanos han sido muy claros, el bloque involucionista que planteaba la derogación de todos los avances que hemos hecho estos cuatro años ha fracasado”.
Pues no, presidente en funciones. España y todos sus ciudadanos no han sido nada claros. Por favor, no incluya a España en el apoyo a un gobierno que se ha aliado con fuerzas que tratan abiertamente de destruirla. Y tampoco incluya a todos los ciudadanos españoles en ese apoyo a su gobierno, pues un 32,99 % de ellos han votado al PP y un 12,39 % se han decantado por Vox, aparte de los que se han pronunciado por partidos menores, como UPN y CC.
¿Y cuáles son los avances que su gobierno socialcomunista ha hecho en estos cuatro años? ¿”La ocupación de todos los mecanismos institucionales, incluida la justicia, de contrapeso democrático”, en palabras del lúcido analista Ignacio Camacho? ¿La ley del sólo sí es sí, que ha puesto en libertad a cerca de 100 violadores y agresores sexuales y reducido las penas al menos a 978? ¿La supresión del delito de sedición, que deja al Estado inerme frente a anunciados ataques del independentismo? ¿Los indultos a unos convictos por el referéndum de independencia del 1 de octubre de 2017? ¿La ley trans, que permite a los menores cambiar de sexo, con las graves consecuencias de todo tipo que ello conlleva? ¿El paro juvenil, que es el mayor de toda la UE e impide a los jóvenes poder emanciparse? ¿La funesta ley de vivienda que ha encarecido los alquileres y favorecido la okupación? ¿Las falsas promesas de más viviendas, que se han quedado en el aire de la Airef y en solares sin construir?
¿El “bloque involucionista” no está más bien en un gobierno aliado con fuerzas tan de progreso como Podemos, ERC y Bildu? ¿En un PSOE que, como ya no puede volver a desenterrar a Franco, hazaña que es el mayor mérito del ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, resucita la guerra civil, coreando en la noche electoral a las puertas de Ferraz el trasnochado “No pasarán”?
Y la realidad es que el PP de Feijóo ha ganado las elecciones con 136 diputados y un 33,1 % de votos frente a los 122 diputados y el 31,2 % de votos del PSOE de Sánchez. Y Vox es la tercera fuerza del arco parlamentario con 33 diputados y el 12,4 % de votos, por delante de los 14 partidos de Sumar, que suman 31 diputados y el 12,3 % de votos.
Y no se entiende que Vox, que no ha cambiado ni el programa ni la ideología que presentó en 2019, haya perdido, frente a los resultados obtenidos en esas elecciones, 19 diputados y el 2,59 % de votos. Aunque sigue contando con algo más de tres millones de votantes, que le han otorgado su confianza a pesar de la campaña en contra de numerosos medios de comunicación y de la llamada por parte de Feijóo al voto útil. Y ha demostrado flexibilidad para entrar en gobiernos de centro derecha o dejar que el PP gobierne a cambio de exigencias programáticas. Esa fidelidad a sus votantes y a sus ideas, por encima de ambiciones de poder, diferencia a Vox del PSOE de Sánchez, capaz de vender su alma socialista, si es que alguna vez la tuvo, por las poltronas de la Moncloa y el apoyo de un parlamento que hace tiempo que dejó de ser español.
No se entiende que lo que fue una anomalía en 2019 se haya
convertido en normal para el PSOE: gobernar con comunistas y partidos que en
otros países de la UE estarían prohibidos.
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