28 de marzo de 2021

Censura

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Mi artículo ¡Fuera políticos!, que se puede leer en este blog, lo envié a El Adelantado el viernes 19 de marzo para ser publicado el sábado 20. Pues bien, el mismo viernes por la tarde recibí del director del periódico Ángel González Pieras el siguiente mensaje de wasap:

“Buenas tardes: con la sinceridad en que se basa nuestra relación, tengo que decirte que creo que el tono que empleas en el artículo de hoy no es el adecuado ni el que deben persiguir las columnas de opinión del periódico. Se puede ser crítico o muy crítico con los políticos pero no creo que la mejor manera sean los exabruptos. Y te lo comunico para ser fiel a lo que un día te dije por teléfono en cuanto a criterios de publicación. Un abrazo”.

A este mensaje yo le contesté como sigue:

“No hay en mi artículo exabruptos. Para insultos los que se dedican los políticos unos a otros. Me pensaré si sigo colaborando con El Adelantado. Nunca en toda mi larga relación se me había censurado”.

El director insistió en otro mensaje:

“Mira lo que significa exabrupto en la RAE. No se te ha censurado, simplemente me guardo el derecho a publicar los artículos que me parecen más idóneos para el periódico. Es lo mínimo que puede reservarse un director. La censura se plantea sobre las ideas, no sobre el estilo. Estamos muy contentos con vuestra participación, pero no es una obligación mía ni un derecho vuestro. Te lo piensas como me lo pensaré yo. Un saludo”.

El miércoles 24 de marzo le mandé, con copia a la editora del periódico Teresa Herranz de Contreras y a la Redacción, el correo electrónico que transcribo:

“Querido Ángel:

Siento comunicarte que pongo fin a mi colaboración con El Adelantado de Segovia al no contar con tu confianza como director, después de 769 artículos publicados y una columna semanal desde el 26 de abril de 2006.

Lamento que los lectores del periódico desconocerán los motivos de mi silencio, lo que solo podría evitarse publicando el artículo ¡Fuera políticos! por ti censurado.

Es obvio que no comparto tu decisión de no publicar mi artículo porque, como me comunicaste por wasap, el tono del mismo “no es el adecuado ni el que deben persiguir (sic) las columnas de opinión del periódico”.

En cuanto a los exabruptos, tú como director eres el que ha decidido que mis expresiones son una “salida de tono”, o “un dicho inconveniente”, de acuerdo con la definición de la RAE. Otras personas de probada autoridad a las que he dado a leer mi columna no comparten tu criterio.

Nunca en mi vida las diferencias de opinión me han llevado a la enemistad personal, por lo que me dirijo a ti como “Querido Ángel” y me despido con

Un abrazo.

Alberto Martín Baró”.

De nuevo por wasap, el 24 de marzo, el director me envió el siguiente mensaje:

“Mandar una carta personal insultante y hacerla pública enviándosela a otros dos destinatarios?? Y dices que no quieres quedar mal? Dios mío cómo está la educación. Quod natura non dat...”

Al que yo respondí:

“Dime qué frases de mi carta contienen insultos a ti. Tú sí me insultas a mí dando a entender que no tengo educación y ni siquiera dones naturales”.

Esta respuesta mía solo ha obtenido silencio hasta la fecha, 28 de marzo, en la que escribo este comentario.

Mientras mi salud y mi claridad mental me lo permitan, seguiré comunicándome con mis lectores mediante este blog, que a día de hoy ha recibido, desde que lo inicié el 10 de marzo de 2017, 39.885 visitas.

 

 

 

 

21 de marzo de 2021

¡Fuera políticos!

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró


¡Fuera políticos! Marchaos a vuestras casas, volved a vuestros anteriores trabajos, si es que habéis desempeñado alguno que no haya sido medrar en el partido del que habéis vivido y del que seguís viviendo.

Como si en España no murieran a diario cientos de personas, ni se produjeran miles de contagios por la covid-19. Como si no se hubiera registrado la escalofriante cifra de 4.000.000 de parados, a los que habrá que añadir muy pronto centenares de miles acogidos a los ERTE que pasarán a ser ERE puros y duros. Como si las colas del hambre no se incrementaran día tras día, sin que el IMV (ingreso mínimo vital) llegue a familias con todos sus integrantes en paro, y con el SEPE (Servicio Público de Empleo Estatal) colapsado por un ataque informático…

Ante este panorama desolador, nuestros sedicentes representantes políticos se dedican al estéril juego del “quítate tú para que me ponga yo”, abusando de unas mociones de censura deslegitimadas por carecer de propuestas y programas concretos.

Hace tiempo que en España la democracia representativa ha dejado de ser democracia, o sea poder del pueblo, y representativa, por no representar más que a unos partidos políticos solo preocupados por sus intereses partidistas.

El bochornoso espectáculo que han brindado en los últimos días los partidos políticos me confirma en mi idea de suprimir el actual sistema, económicamente oneroso e inútil en la gestión de la cosa pública, por unos gestores que optarían a sus puestos mediante oposiciones que avalaran a los mejor preparados y con mayor experiencia en los distintos campos.

¿Tiene sentido que al frente del Ministerio de Sanidad haya estado un supuesto filósofo, que lo mismo vale para camuflar las cifras de fallecidos por el coronavirus, que para presentarse a las elecciones catalanas como cabeza de lista del PSC? ¿Tiene sentido que al frente del Ministerio de Trabajo figure la comunista Yolanda Díaz, que ignoraba lo que es un ERTE y que tiene en su haber la mayor cifra de desempleados desde la crisis del 2008?

Continuar enumerando a los titulares de las 23 carteras que integran el Gobierno de Pedro Sánchez desbordaría los límites de esta columna y no haría sino confirmar, con alguna rara excepción, la falta de idoneidad para esos puestos de quienes los ocupan.

Si se me alega que, bajo su mando, tienen a eficientes funcionarios y expertos –expertos que, en el caso de Sanidad, se nos ocultaron, porque no existían–, quedémonos directamente con esos expertos y prescindamos de la tramoya de políticos ministros, subsecretarios, directores generales, asesores nombrados a dedo, y todo ello multiplicado por diecisiete autonomías con sus correspondientes, inútiles y ambiciosos, consejeros, viceconsejeros, etc.

¡Fuera políticos! Vengan técnicos y expertos gestores, con dilatada preparación, y que accedan a sus puestos mediante rigurosas oposiciones.

14 de marzo de 2021

Los últimos

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Hablaba yo en mi escrito de la semana pasada de “Las primeras y los primeros”, refiriéndome a las avanzadillas que se adelantan en el tiempo, las primeras flores, las primeras mariposas, y a las personas o cosas que ocupan un puesto de preeminencia en alguna cualidad o competición.

Frente a esta precedencia temporal o cualitativa, está la situación de las personas o cosas que en una serie no tienen a nadie por detrás de ellas, es decir, que son las últimas.

Recuerdo que en una carrera ciclista en la que participé a mis quince años llegué el último a la meta, siendo recibido por unos burlones aplausos. Aunque no soy aficionado al fútbol, suelo mirar la clasificación de los equipos en la Liga Santander para ver qué puesto ocupa el Valladolid de mi ciudad natal. Que, por cierto, ha salido de los lugares de descenso.

Sin embargo, no todo es negativo en la adscripción al término postrero. En ciertas expresiones hay una connotación de nostalgia. Así, por ejemplo, en “El último samurái”, o en “El último romántico”, o en “Los últimos días del Edén”, se añoran tiempos heroicos, o personajes admirados, o paraísos de inmarcesible comunión con la naturaleza.

En el Evangelio (Mateo 20, 1-16) hay un pasaje en que el dueño de una viña contrata, en distintas horas del día, a jornaleros para que trabajen en su propiedad. A la hora de pagar, el administrador comienza por los últimos y les entrega el denario convenido. Los primeros se imaginan que recibirían más y, al percibir también un denario, protestan contra el propietario. “Los últimos apenas han trabajado una hora y les pagas igual que a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor”. A lo que contesta el dueño: “Amigo, no te hago ningún agravio, ¿no convenimos en un denario al día? Pues toma lo que te corresponde y márchate. Si yo quiero dar a este postrero lo mismo que a ti, ¿no puedo hacer con mis bienes lo que quiero? ¿O has de ver con malos ojos que yo sea bueno?”. Y concluye esta parábola: “Así los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos”.

Frase que ha pasado al acervo de los dichos castellanos: “Los últimos serán los primeros en el reino de los cielos”. Y se ha querido utilizar como consuelo para los pobres que en esta vida pasan hambre y penurias, pero que serán compensados con la dicha eterna.

No, la justicia que Jesús proclama en el Evangelio no remite a otra vida después de la muerte. Remite a este mundo, un mundo en el que “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son curados y los sordos oyen”.

Acabar con todos estos males físicos, con el hambre, con la pobreza, con la soledad, es responsabilidad de todos los que habitamos esta tierra. Así nos juzgará la justicia de Dios: “Porque tuve hambre y me diste de comer”.

Así, aquí y ahora, los últimos serán los primeros.

8 de marzo de 2021

Las primeras y los primeros

 

Las palaras y la vida

Alberto Martín Baró


No soy partidario del cansino y generalmente innecesario desdoblamiento de un sustantivo o de un adjetivo en su género masculino y femenino. Pero, al titular este artículo, he preferido hacerlo, porque voy a referirme casi exclusivamente a seres del género femenino y a mujeres.

En esas avanzadillas de la primavera que nos han visitado a finales de febrero, al entrar en el jardín de mi casa espinariega después de larga ausencia, me han saludado las primeras flores, unas tímidas vincas que se asoman entre las hojas y que me recuerdan a las violetas. También descubro, esparcidas por el césped, unas pequeñas margaritas, precursoras del buen tiempo.

Me gustan estos anticipos y los califico de primeras flores, porque preceden en el tiempo a las que más tarde aparecerán, las lilas, las celindas, las rosas…

Voy de paseo con mis nietos por el cordel de los Pastores en San Rafael, que está muy concurrido por coches, motos, bicicletas y familias con niños que buscan el sol, y nos salen al paso las primeras mariposas.

Este año, ya digo por mi ausencia, no he asistido a la llegada de las cigüeñas, así que no puedo decir si, a pesar de las nieves, se han dejado ver por san Blas, el 3 de febrero. En cualquier caso, ya revolotean y se posan en el tejado de la iglesia de San Eutropio.

Tienen prestigio los acontecimientos que preceden en el tiempo a otros. Y los comentamos con amigos y conocidos: “He visto las primeras vincas, las primeras margaritas y las primeras mariposas”. No quiere decir esta precedencia temporal que superen en belleza u otra cualidad a aquellas que las seguirán. Pero ser o llegar el primero, ocupar el primer puesto, puede encerrar también el significado de ganar una competición, subirse a lo más alto del podio, o encabezar la lista de libros más vendidos.

En El infinito en un junco, nos informa su autora, Irene Vallejo, de que:

«La historia de la literatura empieza de forma inesperada. El primer autor del mundo que firma un texto con su propio nombre es una mujer. Mil quinientos años antes de Homero, Enheduanna, poeta y sacerdotisa, escribió un conjunto de himnos cuyos ecos resuenan todavía en los Salmos de la Biblia. Los rubricó con orgullo. […] Cuando los estudiosos descifraron los fragmentos de sus versos, perdidos durante milenios y recuperados solo en el siglo XX, la apodaron “la Shakespeare de la literatura sumeria”, impresionados por su escritura brillante y compleja». O sea, que en este caso al hecho de ser la primera autora con nombre propio en el tiempo se une la excelencia de brillar con una primera categoría. Como, por cierto, también lleva meses en el primer puesto de los libros más vendidos de no ficción esta joya que es El infinito en un junco.

Entre mis familiares y conocidos soy el primero en haber recibido la vacuna contra la covid-19. Lo cual no significa ninguna preeminencia, sino simplemente que soy más viejo.