30 de diciembre de 2020

Gracias, Chopin

Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Estaba yo una mañana de esta inacabable pandemia oyendo por la radio las noticias que desgranaban con la acostumbrada frialdad el aumento de las curvas de contagios, de fallecimientos y de ingresos hospitalarios. Al borde de la más imparable depresión cambié de emisora y pude escuchar una música de piano. “Chopin”, me dije. Sus composiciones son inconfundibles, al menos para mí. En efecto, al concluir la pieza, la presentadora del programa de Radio Clásica dijo que acababa de sonar un Nocturno de Frédéric Chopin, no pude distinguir cuál. Al estar yo en la casa madrileña de mi mujer, no disponía de los catorce CD con que cuento en mi domicilio de El Espinar, que contienen interpretaciones de Chopin de pianistas de la categoría de Arthur Rubinstein, Maria João Pires y Vlado Perlmutter. Pero pude encontrar un CD que contenía el Concierto para piano y orquesta n.º 1, cuatro Nocturnos y la Polonesa op. 53 en la bemol mayor, también conocida como la Polonesa Heroica, todas estas obras interpretadas por Arthur Rubinstein.

Hacía mucho que no dedicaba un tiempo largo y sosegado a escuchar música. Los acordes nostálgicos de Chopin me trasladaron a escenas y escenarios felices de mi vida. Horas de amor con la familia y con los amigos. El Campo Grande de mi infancia vallisoletana, con el estanque de majestuosos cisnes. El Canal de Castilla, en el que con mi amigo Jaime Ortiz Aboín hacíamos navegar barquitos que nosotros mismos habíamos construido. Jardines de distintas casas en que viví y aprendí a cultivar y distinguir numerosas variedades de plantas. Pinares y montes de El Espinar, que me abrazan cada vez que vuelvo a este paisaje con serenidad de alma.

Sí, la música de Chopin serena el alma, tan necesitada de gozo y esperanza en estos tiempos aciagos de un virus que se ha adueñado de nuestra alegría de vivir.

Gracias, Chopin, por devolverme la paz interior. Tus dos Conciertos para piano y orquesta, tus Nocturnos, tus Impromptus, tus Baladas, tus Valses, tus Polonesas, tus Estudios, tus Preludios, tus Mazurcas…, constituyen uno de los más excelsos homenajes a la música pianística y una fuente en la que beber y recrearse generaciones de todas las épocas.

Volvía yo de mis estudios de Filosofía en Munich, corría el año 1963, y en la casa de mis padres mi hermana menor Cristina me dio la bienvenida tocando al piano la Fantasía Impromptu de Chopin. Le he pedido en posteriores encuentros que me la volviera a tocar. Pero el pasado es irrepetible. Lo único que nos queda es rememorarlo en nuestro interior.

Yo les deseo a todos ustedes, mis queridos lectores, que tengan un Chopin en sus vidas, a cuya música acudir en busca de consolación y ánimo. 

20 de diciembre de 2020

Dios humano

 Las palabras y la vida 

El primer libro de la Biblia, el Génesis, nos presenta a Dios como creador del universo y, muy en especial, del hombre: “Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó varón y hembra” (Gén 1, 28). En esta versión de la creación del hombre se basa la creencia cristiana en el origen divino del ser humano: los seres humanos, varón y hembra, somos imagen de Dios.

Pero también cabe dar la vuelta a esta afirmación y sostener que en Dios hay una realidad humana. Tal interpretación es la base del antropomorfismo, que el Diccionario de la Real Academia Española define en la segunda acepción como: “Conjunto de creencias o de doctrinas que atribuyen a la divinidad la figura o las cualidades del ser humano”.

En el Credo, la profesión de la fe cristiana, proclamamos los creyentes: “Creo en Dios, Padre todopoderoso”. Es decir, creemos que Dios es padre, padre de su Hijo unigénito, pero también padre nuestro, como nos enseñó a rezar el mismo Jesús. Ahora bien, la paternidad es una cualidad propia de los seres humanos, que compartimos con la mayoría de los animales.

En el citado libro del Génesis, en el capítulo 2, aparece Dios dando a Adán el mandato de “no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal”. Y en el capítulo 3, Yahvé Dios, “que se paseaba por el jardín al fresco de la tarde”, llamó al hombre: “¿Dónde estás?”. O sea, que Dios habla con el hombre y se pasea por el Edén al atardecer. La palabra es una cualidad exclusiva del ser humano. Y pasear también es algo que nos gusta y caracteriza.

Es muy posible que los hombres solo seamos capaces de concebir y representar a la divinidad con propiedades y rasgos humanos. Y si llegamos a atribuir a Dios cualidades como la omnipotencia o la omnisciencia, lo hacemos negando o sublimando las carencias y las debilidades humanas. Dios nunca es el “absolutamente otro”.

Ahora bien, donde culmina esta humanización de Dios es en la creencia sobre la que se basa la celebración cristiana de la Navidad: Dios se hace hombre. En un relato de suma belleza literaria y puesta en escena luminosa, que ha inspirado a pintores como el Giotto y Leonardo da Vinci, el arcángel Gabriel anuncia a María que dará a luz un hijo, que será Hijo del Altísimo. Y Jesús, Hijo de Dios, no solo nace y crece, “en edad, sabiduría y gracia”, sino que como hombre sufre, en la pasión, y muere, en la cruz.

En estos tiempos aciagos de la pandemia que no remite, conmemorar que Jesús, el Hijo de Dios, nació, sufrió y murió por nosotros, pero que, según las Escrituras, también resucitó al tercer día de entre los muertos, alimentará la esperanza de cuantos creemos en su palabra de que superaremos la covid-19.

13 de diciembre de 2020

Celebraciones

 Las palabras y la vida  

Alberto Martín Baró

Aún falta más de una semana para la Navidad y ya estamos “en pie de paz” para celebrar la fiesta sin duda la más universal en Occidente y la más entrañable del año en unión con la Nochebuena.

¿Y qué celebramos? El calendario nos informa de que el 25 de diciembre se conmemora la Natividad del Señor, o sea el nacimiento de Jesucristo, del niño Jesús.

Ya están instalados en muchos lugares los tradicionales nacimientos o belenes, si las autoridades laicas no han tenido a bien suprimirlos. Aunque resulta llamativo que esas mismas autoridades y cuantos no comparten la creencia cristiana en Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, sí participen en la vacación, en los festejos y las celebraciones, en las reuniones familiares o de “allegados”, en las compras y regalos…

Aún sigue habiendo en España más festividades religiosas que civiles: la Epifanía o Reyes Magos el 6 de enero, el Jueves y el Viernes Santo en las fechas en que caigan según el Año Litúrgico, la Asunción de la Virgen el 15 de agosto, Nuestra Señora del Pilar el 12 de octubre, día en que se celebra también la Fiesta Nacional de España, la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre y la Navidad el 25 del mismo mes. A estas fiestas habría que añadir todos los domingos, cuyo origen está en el dies dominica, día del Señor. Mientras que las festividades civiles se reducen al Año Nuevo el 1 de enero, al Día del Trabajo el 1 de mayo, aunque este día también está dedicado a San José Obrero, a la ya mencionada Fiesta Nacional, coincidente con la Virgen del Pilar, y al Día de la Constitución el 6 de diciembre. O sea, que incluso dos de las cuatro celebraciones civiles guardan relación con efemérides religiosas.

Según el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas de junio de 2020, un 61 % de la población española se considera católico, pero esta cifra desciende a niveles muy inferiores si se tiene en cuenta la práctica de los deberes religiosos y la asistencia a los actos de culto, así como también las franjas de edad.

A la pasada conmemoración de los 42 años de la Constitución española no asistieron, como ya es costumbre en ellos, los representantes de los partidos políticos que votaron en contra o se abstuvieron en el referéndum para la ratificación de la Constitución el 6 de diciembre de 1978.

¿Quienes no creen en lo que se conmemora en las festividades religiosas deberían esos días trabajar, o bien celebrar, por ejemplo, en vez de la Navidad el 25 de diciembre, el solsticio de invierno el 21 del mismo mes? Por coherencia con nuestras ideas, todos deberíamos estar a las duras, no solo a las maduras.

6 de diciembre de 2020

Libreras y libreros

 

Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

No soy partidario de la explicitación del masculino y femenino al hablar de cualesquiera personas: ciudadanos y ciudadanas, alumnos y alumnas, trabajadores y trabajadoras…, lo cual supone también el problema añadido de a qué género dar la prioridad. Pero tampoco hay que llevar este rechazo al extremo de no reconocer la pertinencia de su uso en algunos casos. El conferenciante que inicia su charla se ha dirigido desde siempre a su auditorio con el saludo “Señoras y señores”.

Al titular este artículo “Libreras y libreros” quiero resaltar el hecho de que, cuando el pasado 1 de diciembre estuve entregando en depósito ejemplares de mi nuevo libro “Las palabras y la vida” en cinco librerías de Segovia: Antares, Cervantes, Diagonal, Entre Libros y Punto y Línea, había en ellas más mujeres que hombres, más libreras que libreros. También es verdad que suele haber más bibliotecarias que bibliotecarios. ¿Son estas ocupaciones más propias de la mujer que del hombre? La consideración de profesiones o trabajos más idóneos para uno u otro sexo ha ido experimentando con el paso del tiempo profundos cambios. Hoy día no hay ningún campo de estudio o desempeño laboral, cultural o deportivo en el que no esté representada la mujer.

Pregunto a las libreras y los libreros de las citadas librerías cómo va la venta después del obligado cierre de marzo a mayo a causa del estado de alarma. Me cuentan Blanca, de Antares, y Fuencisla, de Diagonal, que, a juzgar por los libros vendidos, tienen la impresión de que la gente lee más. ¡Algo bueno tendría que traer la covid-19!

No es la primera vez que me encargo de la distribución en mano de un libro mío. ¿No lo hacen mis editores? A menudo se contentan, lo cual no es poco, con editar correctamente mi original. Las grandes editoriales sí cuentan con medios y personal para distribuir y comercializar los libros que publican.

Antes de la pandemia, se vendía casi el total de las pequeñas tiradas de mis libros en las presentaciones de los mismos, en el Centro Cultural o en el salón de plenos del Ayuntamiento de El Espinar, o en la Casa de Segovia en Madrid, o en las tertulias de “El libro del mes” en el restaurante El Espino también en El Espinar. Ahora, como he contado en un artículo anterior, estas tertulias han comenzado a celebrarse de forma virtual por wasap. Confío en la librería Figueredo de El Espinar y en las libreras y los libreros de Segovia para poner en manos de los lectores y de los tertulianos de “El libro del mes” mi selección de artículos publicados en El Adelantado con el título, que es también el de mi sección en el periódico, “Las palabras y la vida”: las palabras y la vida sin pandemia y las palabras y la vida con pandemia.

4 de diciembre de 2020

Tres preguntas y tres respuestas

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

 

El profesor de Religión del primer curso de Bachillerato propone a sus alumnos, para que se las planteen a sus abuelos, estas tres preguntas:
1. ¿Qué es lo que te hace feliz?
2. ¿Por qué y para qué estamos aquí?
3. ¿Qué consejo nos darías para la vida?
Asisto al diálogo en el que una abuela da a su nieto de dieciséis años las siguientes respuestas a esas preguntas:
1. Me hace feliz estar al lado de las personas a las que quiero. Y viajar.
2. Yo creo que, pensando en Dios, estamos aquí para ganarnos la vida eterna.
3. Yo, que soy una persona positiva, aconsejaría afrontar la vida con optimismo.
No puedo por menos de relacionar esas preguntas con los clásicos interrogantes que los hombres nos hemos planteado con recurrente insistencia: ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Cuál es el sentido de nuestra vida?
En el año 2008 publiqué un libro con el título “Tiempo de respuestas. Sobre el sentido de la vida”. Abría este ensayo con una cita de Robert Louis Stevenson: “Ser lo que somos y convertirnos en lo que somos capaces de ser es la única finalidad de la vida”.
Los fines de la vida son mucho más numerosos y complejos de lo que el autor de “La isla del tesoro” resume de una manera tan tajante, y que la abuela católica creyente en Dios cifra en “ganar la vida eterna”.
¿De dónde venimos? Como individuos, tenemos nuestro origen en unos padres que nos dieron el ser. ¿Adónde vamos? El pesimista dirá que nuestro fin es la muerte.
Me vienen a la mente estas reflexiones en unos momentos en los que, como nunca anteriormente en nuestra más o menos larga existencia, nos vemos expuestos a la letal amenaza de un deletéreo virus. La covid-19 ha trastocado nuestros esquemas mentales y nuestras formas de vida.
Si nos hace felices estar con nuestros seres queridos y viajar, como a la mencionada abuela, el coronavirus pone trabas a ambos deseos.
No sé si habrán ganado la vida eterna, pero creo que los cerca de millón y medio de fallecidos en todo el mundo por la covid-19 habrían preferido seguir vivos y sanos. En España, ni siquiera sabemos cuántas muertes ha causado la pandemia.

Y, eso sí, el optimismo nos ayudará a sobrellevar con mejor ánimo las restricciones impuestas por las autoridades sanitarias y a superar los trastornos psicológicos que el miedo y el confinamiento pueden ocasionarnos.