31 de diciembre de 2023

La mano del hombre

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Paseaba hace un par de semanas con mi hija, mis dos nietos y el perro Nico por el camino de Las Lanchas en El Espinar. A pesar de que llevaba bastante tiempo sin llover en condiciones, el camino estaba encharcado y en algunos puntos había capas de hielo. Al entrar en la zona de robles, las hojas desprendidas de estos árboles caducifolios cubrían el suelo.

Nos paramos mi hija y yo –los nietos y el perro nunca se detienen– para asomarnos por un claro y contemplar el paisaje: las casas del pueblo, las naves industriales, las carreteras, el viaducto, la vía del ferrocarril afean, a mi modo de ver, el medio natural, que más al fondo se recupera en la sierra del Quintanar, la Mujer Muerta en la vertiente en la que no se aprecia el perfil de dicha mujer muerta o dormida, el Montón de Trigo, Peña el Águila y la Peñota. Ya cerca del Alto del León o puerto de Guadarrama se abre una ancha trocha por la que discurre un tendido eléctrico de alta tensión.

Sí, la mano del hombre ha alterado en el valle espinariego y aledaños la primigenia naturaleza.

–Ahí tienes el título para uno de tus blogs –me dice mi hija–: “La mano del hombre”.

Soy consciente de las ventajas de todo orden que las obras y construcciones hechas por la mano del hombre nos aportan a los humanos. Pero déjenme soñar con praderas, bosques y montes no alterados por tales a menudo feas intervenciones humanas.

Cuanto más avanzadas son la técnica, la inventiva y la habilidad de los hombres, mayor es el impacto, negativo a mi juicio, en la creación que el Dios del Génesis confió a nuestros primeros padres.

Los prados a los lados del camino de Las Lanchas y en otros parajes de El Espinar están cercados con vallados de piedras que no desentonan del paisaje. Pero en otros lugares cierran los prados somieres, planchas de uralita o plástico antiestéticos, aunque supongo que prácticos y económicos. Y dentro de los prados los abrevaderos de piedra se han sustituido por bañeras. ¡Qué horror!

Al ganado que pasta y bebe dentro de los prados no parecen importarle tales agresiones al medio ambiente.

La mano del hombre que ara y rotura los campos, que siembra y recolecta, que planta árboles, ha construido ciudades inhóspitas, cubriendo de cemento y asfalto los suelos y elevando hacia el cielo edificios cada vez más altos, permitiendo tan sólo algunas zonas verdes de parques y jardines.

Plantas y árboles que absorben el dañino CO2 atmosférico y mediante la función clorofílica lo convierten en sustancias orgánicas nutritivas.

Yo hago votos por que se respeten bosques y espesuras plantados de la mano del Amado y a ellos se unan los plantados por la mano del hombre.

 

 

 

 

 

24 de diciembre de 2023

Las hojas muertas

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

No se cansan los árboles de mudar sus hojas todos los otoños. Me refiero a los caducifolios, que son los que predominan en mi barrio madrileño, mientras que en el jardín de mi casa de El Espinar alternan los de hoja caduca con los de hoja perenne: tuyas, abetos, pinos, pinsapos…

¡Qué guerra dan los arces, que yo mismo planté, y el membrillero, que ya me encontré cuando adquirí la casa! Sus hojas caducas cubren el césped y tengo que recogerlas con un rastrillo, pues se me estropeó la máquina aspiradora y sopladora. Claro que, como me dice mi hijo haciéndose eco de los expertos, podía dejar que las hojas se convirtieran en compost, para con su muerte dar vida.

Hubo una época en la que aprendí a distinguir las especies de árboles por sus hojas: lobuladas, palmeadas, lanceoladas, ovales, dentadas, aciculares…, habilidad que hoy en gran parte he perdido.

Me vienen a la memoria las hojas de las acacias del jardín de la casa espinariega que alquilaban los veranos mis abuelos maternos, en la calle que hoy lleva el nombre de mi abuelo: Calle de Fernando Baró. Él, ingeniero de Montes, sí que sabía distinguir unas plantas y unos árboles de otros, como nos enseñó a sus nietos a identificar las estrellas en las noches de verano.

Decía que recuerdo las hojas de las acacias de aquel jardín, en realidad falsas acacias o robinias, que nos servían para averiguar, al deshojar sus ramitas, si la chica que nos gustaba nos correspondía o no.

También me acuerdo de los versos que mi padre, el periodista y poeta Francisco Javier Martín Abril, dedicó al mismo jardín, unos versos que yo he citado más de una vez:

La puerta verde tenía

verde candado de hiedra.

¡Ay, si vieras qué despacio

 caían las hojas secas!

Como es para mí inolvidable la canción Les feuilles mortes, Las hojas muertas, de Yves Montand, que data de 1946, cuando yo tenía siete años, pero que no sólo acompañó mi infancia y adolescencia, sino que sigue resonando hoy día en mi alma romántica.

Muchos años después, en 2002, Medardo Fraile y Angelina Lamelas convocaron en un libro titulado Una hoja de otoño en el parabrisas a un elenco de escritores para recopilar y publicar sus cuentos.

En unos versos del poemario que está a punto de ver la luz con el título de Recuerdos y presencias, canta Angelina en el poema “De vientos lejanos y hojas secas”:

Los cristales del Muelle 

tiemblan de gozo, 

miran a la Bahía, 

que está rizada. 

Las hojas de otoño

juegan al corro

y vuelven a jugar. 

Medardo Fraile y yo 

y algunos más 

escribimos un cuento 

para soñar. 

Su título eraUna hoja de otoño en el parabrisas“.

 

Yo no puedo pisar las hojas de otoño sin estremecerme.

 

 

 

 

 

 

17 de diciembre de 2023

Las luces de Navidad

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Lo primero que me llama la atención en este fenómeno que he dado en denominar “Las luces de Navidad” es su gran extensión tanto en el tiempo como en el espacio.

En el tiempo, porque la iluminación supuestamente navideña se inauguró en mi barrio madrileño el 23 de noviembre, o sea más de un mes antes de las fechas en las que se circunscribe la Navidad, el 24 y el 25 de diciembre. Me consta que en otros lugares esta anticipación lumínica es aún mayor. Me cuenta mi mujer que, en un viaje a Hamburgo, ella se encontró la ciudad hanseática iluminada para la Navidad… ¡el 23 de octubre! No sé cuándo se habrán adornado con luces de colores la fachada del Ayuntamiento y la avenida de la Hontanilla de El Espinar, pero así las he encontrado yo el 11 de diciembre.

La extensión de las luces navideñas en el espacio me la demuestran, aunque no me mueva de la butaca ante el televisor, los informativos de todas las cadenas. Tanto por este medio como por el cine estoy al tanto de la afición de los estadounidenses a decorar profusamente con luces multicolores las fachadas de sus casas en estas fechas. Afición de la que hacen asimismo gala los distintos moradores de la Casa Blanca, dejando en esta residencia temporal el sello de su buen o no tan buen gusto.

Hay una diría competición entre ciudades para demostrar cuál alcanza la mayor intensidad del alumbrado en este tiempo.

Por supuesto, estoy hablando de Occidente que, mal que nos pese, no es más que una pequeñísima parte del mundo mundial. Como circunscrito asimismo a una muy reducida parcela del globo terrestre es el árbol de Navidad por antonomasia, el abeto, 0h Tannenbaum, que me viene a mi memoria musical en su nombre alemán.

¿De dónde procede esta tradición de asociar dicha conífera con el nacimiento de Jesús? Porque Jesús nació, si hemos de creer a los evangelistas, en la ciudad de Belén, situada en una zona geográfica más bien desértica y, desde luego, ajena al bosque de abietáceas. Según algunas versiones, se atribuye a san Bonifacio, un misionero en la Alemania del siglo VIII, el cambio del roble, árbol de hoja caduca que los lugareños solían utilizar como adorno, por el abeto de agujas perennes, símbolo de la vida eterna. Sea lo que fuere de esta y otras explicaciones, el abeto es en nuestro reducido mundo occidental el rey del ornato navideño.

Ahora bien, tanto en el caso de las luces como del abeto, la cuestión que a mí verdaderamente me intriga es su vinculación con la Navidad, es decir, con la conmemoración del nacimiento de Jesús. La alegría que suscita la venida del mesías esperado por los judíos y del salvador y redentor en el que creemos los cristianos puede manifestarse en la iluminación de nuestras calles y plazas, pero ésta no es, en muchas ocasiones, sino un reclamo para el afán consumista y comercial. A mí más me convencería unir esas luces con la estrella que guio a los Magos hasta Belén, o con las palabras de Jesús, quien, según refiere el evangelista san Juan, declaró: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no anda en tinieblas”.

Lo siento, pero, a pesar de san Bonifacio, continúo sin ver la relación del abeto con la Navidad.

Más me consuela observar que sigue viva en nuestro ámbito cristiano la hermosa tradición del belén o nacimiento.

Nacimiento que, después de este fin de semana, me dispongo a montar en casa con ayuda de las nietas de mi mujer.

 

 

 

 

 

10 de diciembre de 2023

La Confirmación

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

El pasado 30 de noviembre asistía yo en el colegio de San Agustín de Madrid a la Confirmación de sesenta y ocho alumnos y alumnas. Me extrañó que el acto se celebrara en el pabellón polideportivo y no en la capilla, extrañeza que desapareció cuando vi el ingente número de asistentes a la ceremonia: además del vicario oficiante y varios sacerdotes agustinos, estábamos los padrinos y las madrinas, los padres, las madres y otros familiares y compañeros de los confirmandos.

No recuerdo haber asistido en toda mi vida a un sacramento de la Confirmación, salvo la mía, que recibí en la parroquia de El Salvador de Valladolid y que hubo que confirmar, valga la redundancia, para poder ser padrino de Ángela, la nieta de mi mujer.

Me piden los padres de Ángela que, para una convivencia que tendrán una semana antes de la Confirmación los sesenta y ocho confirmandos, le escriba una carta, carta que transcribo a continuación:

“Querida Ángela:

Me has pedido que sea tu padrino de la Confirmación, sacramento que vas a recibir el próximo 30 de noviembre. Lo primero que quiero decirte es que me hace muchísima ilusión y me llena de orgullo haber sido elegido por ti para acompañarte, no sólo en la ceremonia de la unción e imposición de manos mediante la cual recibirás los dones del Espíritu Santo, sino también a lo largo de toda tu vida como creyente católica.

Como su propio nombre indica, este sacramento confirma a quien lo recibe en la fe cristiana y en la pertenencia a la Iglesia católica que se hizo realidad en el Bautismo. Pero como el Bautismo lo solemos recibir al poco de nacer, cuando aún no tenemos conocimiento, la Confirmación, que suele impartirse en torno a los 16 años del confirmando, viene a reafirmar las promesas que, en nombre del bautizado, hicieron sus padrinos.

No voy a instruirte en esta carta sobre los compromisos que asumes y los dones del Espíritu Santo que descienden sobre ti al recibir la Confirmación. Estoy seguro de que los responsables de tu preparación a este sacramento te habrán puesto los cimientos para recibirlo con provecho y entrega a Cristo.

Pero desde la atalaya de mis muchos años y de tantos olvidos, sí quiero comunicarte lo que para mí es la esencia de la fe cristiana que tú vas a fortalecer en la Confirmación: el amor al prójimo. Con lo cual no hago sino recordar el principal mandamiento que Jesús nos dio: que nos amáramos unos a otros como Él nos amó. En mí más una aspiración que un cumplimiento.

Cuando te ponga mi mano sobre tu hombro en la ceremonia de la Confirmación te comunicaré humildemente este deseo.

Te quiere con todo el corazón el marido de tu abu.

Alberto”

Al llegar delante del sacerdote oficiante, con mi mano derecha sobre el hombre izquierdo de Ángela, tengo que pronunciar su nombre, y el sacerdote le impone las manos en un gesto que transmite los dones del Espíritu Santo. No sé si a otros padrinos y madrinas les pasaría, pero a mí se me saltan las lágrimas de emoción.

Y si por dentro los jóvenes confirmados están espiritualmente renovados y fortalecidos, por fuera están elegantes y guapos, con traje oscuro y corbata los chicos y falda larga las chicas.

 

 

 

 

 

 

3 de diciembre de 2023

El discurso del rey

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

El rey de España Felipe VI no tiene pelos en la lengua para cantar las verdades a quien quiera oírlas, ni tampoco padece tartamudez como le aquejaba al rey de Inglaterra Jorge VI, protagonista de la memorable película El discurso del rey. Así, en el discurso de inauguración de la legislatura en las Cortes el pasado miércoles 29 de noviembre de 2023 hizo una férrea defensa de la Constitución: “Debemos honrar su espíritu, respetarla y cumplirla, para hacer efectiva la definición de España como un Estado social y democrático de derecho”. Y en otro pasaje recordó el monarca: “Nuestra obligación, la obligación de todas las instituciones, es legar a los españoles más jóvenes una España sólida y unida, sin divisiones ni enfrentamientos”.

Que el rey defienda el cumplimiento de la Constitución y una España unida nada tiene de extraño en quien ha entendido y declarado la Monarquía como el bastión de los valores constitucionales. Lo verdaderamente extraño es que los parlamentarios asistentes al acto, incluidos los diputados y senadores del PSOE y los de Sumar, a excepción de los cinco diputados de Podemos, aplaudieran el discurso del rey.

Concedamos que la ley de amnistía, contra el parecer de una mayoría de juristas, de jueces, del Consejo General del Poder Judicial, de las asociaciones de fiscales, de altos funcionarios del Estado y de expertos constitucionalistas, tiene un encaje legal en la Constitución y que el propio Tribunal Constitucional, con el aval impagable de su presidente afecto a Pedro Sánchez, Cándido Conde-Pumpido, así lo declara.

Pero es que, al margen de la ley de amnistía, los pactos a los que han llegado el Gobierno de Sánchez y el Partido Socialista con los independentistas y terroristas, ERC, Junts y Bildu, son totalmente contrarios a los valores constitucionales, que consagran la unidad de España, la igualdad de todos los españoles ante la ley y la separación de poderes.

Ahora bien, me corrijo a mí mismo, Sánchez, el PSOE y Sumar están convencidos de que sus pactos con los citados partidos independentistas y terroristas, que por supuesto no acudieron a la inauguración de la legislatura, son enteramente constitucionales. Por lo que no tuvieron ningún reparo en aplaudir el discurso del rey.

Aunque, vuelvo a corregirme a mí mismo, me parece inverosímil que el presidente del Gobierno, sus ministros y miembros del PSOE, que antes de las elecciones del 23J se manifestaron contrarios a la ley de amnistía y a los pactos con los independentistas y terroristas, a la hora de la investidura de Pedro Sánchez, no sólo cambiaran de opinión, sino que consideraran totalmente constitucional lo que antes juzgaban inconstitucional.

No entro a valorar el discurso de la presidenta de las Cortes, la socialista Franzina Armengol quien, como ya he dicho en un anterior blog, no es más que un muñeco parlante que lee lo que le escriben desde La Moncloa. Lo suyo no fue un discurso institucional, sino un mitin del PSOE, y a los oradores de los mítines sólo los aplauden los asistentes del partido que convoca tales reuniones.

Me viene a la memoria una canción popular que, entre otros cantantes, la difundió el gran músico y folclorista Joaquín Díaz, y que yo se la oía cantar a mi abuela Valentina y a mi madre: “Ayer tarde en la función, / cuando el cura predicaba, / toda la gente lloraba / menos el pobre Simón. / ¿Cómo no lloras, Simón? / le pregunta la tía Eustoquia. / Yo no soy de la pirroquia / y los que lloran lo son”.

En una España polarizada, en la que Pedro Sánchez ha alzado un muro para aislar a más de medio país que no comulga con sus cambiantes ideas, ¿por qué, vocero del amo Sánchez, Patxi López, los políticos que no son de la pirroquia iban a aplaudir a la telonera del mitin socialista?