Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Paseaba hace un par de semanas con mi hija, mis dos nietos y el perro Nico por el camino de Las Lanchas en El Espinar. A pesar de que llevaba bastante tiempo sin llover en condiciones, el camino estaba encharcado y en algunos puntos había capas de hielo. Al entrar en la zona de robles, las hojas desprendidas de estos árboles caducifolios cubrían el suelo.
Nos paramos mi hija y yo –los nietos y el perro nunca se detienen– para asomarnos por un claro y contemplar el paisaje: las casas del pueblo, las naves industriales, las carreteras, el viaducto, la vía del ferrocarril afean, a mi modo de ver, el medio natural, que más al fondo se recupera en la sierra del Quintanar, la Mujer Muerta en la vertiente en la que no se aprecia el perfil de dicha mujer muerta o dormida, el Montón de Trigo, Peña el Águila y la Peñota. Ya cerca del Alto del León o puerto de Guadarrama se abre una ancha trocha por la que discurre un tendido eléctrico de alta tensión.
Sí, la mano del hombre ha alterado en el valle espinariego y aledaños la primigenia naturaleza.
–Ahí tienes el título para uno de tus blogs –me dice mi hija–: “La mano del hombre”.
Soy consciente de las ventajas de todo orden que las obras y construcciones hechas por la mano del hombre nos aportan a los humanos. Pero déjenme soñar con praderas, bosques y montes no alterados por tales a menudo feas intervenciones humanas.
Cuanto más avanzadas son la técnica, la inventiva y la habilidad de los hombres, mayor es el impacto, negativo a mi juicio, en la creación que el Dios del Génesis confió a nuestros primeros padres.
Los prados a los lados del camino de Las Lanchas y en otros parajes de El Espinar están cercados con vallados de piedras que no desentonan del paisaje. Pero en otros lugares cierran los prados somieres, planchas de uralita o plástico antiestéticos, aunque supongo que prácticos y económicos. Y dentro de los prados los abrevaderos de piedra se han sustituido por bañeras. ¡Qué horror!
Al ganado que pasta y bebe dentro de los prados no parecen importarle tales agresiones al medio ambiente.
La mano del hombre que ara y rotura los campos, que siembra y recolecta, que planta árboles, ha construido ciudades inhóspitas, cubriendo de cemento y asfalto los suelos y elevando hacia el cielo edificios cada vez más altos, permitiendo tan sólo algunas zonas verdes de parques y jardines.
Plantas y árboles que absorben el dañino CO2 atmosférico y mediante la función clorofílica lo convierten en sustancias orgánicas nutritivas.
Yo hago votos por que se respeten bosques y espesuras plantados de la mano del Amado y a ellos se unan los plantados por la mano del hombre.
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