29 de diciembre de 2019

Queridos árboles


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Pensaba hacerme eco en este artículo de las protestas de algunos vecinos de El Espinar por la tala de doce árboles, en su mayoría álamos, en las inmediaciones de la plaza de toros. Pregunto a Cipri Dorrego, agente forestal del Ayuntamiento, y me informa de que al menos tres de esos árboles sí estaban enfermos. A través de amigos comunes me llega también la opinión del ingeniero de montes Luis Hiernaux, acerca del peligro que los álamos enfermos representan para árboles vecinos. En breve serán plantados nuevos ejemplares en ese paseo en cuyos bancos suelen sentarse personas mayores y no tan mayores aprovechando la sombra de copas longevas.
Esperemos que los jóvenes árboles sean cuidados y el Ayuntamiento no los deje secarse, como ha ocurrido por ejemplo con los plantados en los alcorques de la carretera de Ávila en el acceso a El Espinar.
La entrada al pueblo por el Paseo de Las Peñitas, bordeado de plátanos de sombra, fue una de las razones por las que Elisabeth Michot, presidenta de “Música para salvar vidas”, según me ha confesado, se trasladó a El Espinar y en este pueblo fijó la sede de dicha organización humanitaria.
No basta con que los montes de Aguas Vertientes y Peña la Casa estén cubiertos de pinos silvestres, recreando nuestra vista desde numerosos miradores del pueblo y ofreciendo umbría a quienes con el buen tiempo paseamos por la pista forestal o el camino del Ingeniero.
Es menester cuidar todas las especies arbóreas que crecen en nuestro entorno, robles, encinas, chopos, abetos, piceas, cedros…
La reciente Cumbre del Clima celebrada en Madrid nos ha recordado la importancia de los árboles para combatir el efecto invernadero, al absorber el CO2 que las emisiones de gases lanzan a la atmósfera.
En amplias zonas de España amenazadas por la desertización, los árboles, tanto los de hoja perenne como caduca, son los mejores agentes para combatir ese fenómeno de perniciosas consecuencias.
A menudo nos dejamos abatir por las noticias que nos hablan del cambio climático y del calentamiento global. ¿Qué podemos hacer los individuos particulares frente a las catástrofes con que se nos amenaza a un plazo más o menos inminente? Sobre todo, cuando los gobernantes no se deciden a tomar medidas que redundarían en un beneficio de la atmósfera y en un freno al deshielo de los glaciares y de los polos ártico y antártico. Y cuando los países que más contaminan actualmente, como China, India, Brasil, Rusia, Estados Unidos y otros africanos no están dispuestos a sacrificar su desarrollo industrial y tecnológico, hoy por hoy supeditado a la utilización de combustibles fósiles.
Las pasadas borrascas, sí, esas que reciben nombres como Daniel, Elsa y Fabien, han azotado los lugares por los que han pasado con vendavales que, entre otros daños, han derribado árboles. O sea, la naturaleza contra ella misma. Se nos dirá que esas borrascas en última instancia también son causadas por la actividad humana. ¿Somos los hombres tan poderosos y tan tremendamente dañinos que hasta las borrascas dependen de nosotros?
Hay científicos que, sin cuestionar los males que la industria, los medios de transporte, las calefacciones, los vertidos en los océanos, los plásticos, etc., producen en el medio natural, también argumentan que “la aportación humana al calentamiento planetario es insignificante en comparación con los cambios cíclicos de origen solar que experimenta continuamente la Tierra desde el origen de los tiempos” (Jesús Laínz en su artículo “Greta Thunberg y David Bellamy”, publicado en Libertad Digital el 20 de diciembre de 2019).
Los vientos huracanados han arrancado en las últimas borrascas árboles de todo tamaño y especie. Ha habido que cerrar muchos parques públicos. A unos vecinos míos en el Cabezuelo de El Espinar los vendavales les han tumbado un abeto que, afortunadamente, no cayó sobre la casa.
Ya no podemos sostener, como rezaba el título de la obra teatral de Alejandro Casona, que Los árboles mueren de pie. Si los hombres los talamos o los vientos los derriban, no mueren de pie, sino tumbados donde caigan.
Profeso mi amor y mi admiración por los árboles. He plantado a lo largo de mi vida no pocos ejemplares de arces, robles, pinos y abetos, además de numerosos arbustos. La tarde de la pasada Nochebuena, en que la tregua de este comienzo del invierno nos regaló un tiempo primaveral, fuimos mi mujer y yo a dar un paseo por la espinariega mata de Santo Domingo. El suelo estaba verde y mullido. Los robles, que se agrupan en rodales junto a los caminos que surcan la mata, de jóvenes son marcescentes y conservan hojas secas en sus ramas.
Os quiero, árboles de mi vida. Que la mano del hombre o las fuerzas desatadas de la naturaleza no acaben con vuestra gallardía. Y que, si al cabo de los años, por la edad, la muerte os sobreviene, podáis morir de pie.

22 de diciembre de 2019

Cosa de niños


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

La Navidad es cosa de niños. Y no lo es menos la fiesta de Reyes.
¿Por qué digo que la Navidad es cosa de niños?
Porque en Navidad los cristianos celebramos el nacimiento de un niño, el niño Jesús.
Aunque, si nos atenemos al ambiente que rodea hoy día a esta celebración y, muy en especial, a los anuncios de la televisión, en poco se diferencia la Navidad de otras festividades. Se trata de fomentar el consumo, lo que tampoco me parece mal, pues es uno de los motores de la economía y fuente de puestos de trabajo, siempre que no sea a costa de postergar hermosas creencias.
El tradicional nacimiento –a mí me gusta más esta denominación que la de belén– está siendo cada vez más sustituido por el árbol de origen nórdico en el que se cuelgan los regalos de Nochebuena.
Y no faltan regidores que proscriben en sus municipios cualquier asomo que recuerde el hecho religioso que se conmemora en Navidad.
Sí, la Navidad es cosa de niños, porque hace falta la sencillez infantil para creer que el niño nacido en Belén es el hijo de Dios hecho hombre.
Es cosa de niños, porque, como más tarde enseñaría Jesús en su predicación, si no nos hiciéremos como niños, no entraremos en el Reino de los Cielos (Mateo 18, 3). Estaban los discípulos de Jesús muy interesados en saber quién sería el mayor en el Reino de los Cielos. Entonces Jesús, llamando a un niño, le puso en medio de ellos y dijo:
–Os doy mi palabra: si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos.
Y añadió:
–El que reciba a un niño como este en mi nombre a mí me recibe.
En otra ocasión, en la que presentaban a Jesús unos niños para que les impusiera las manos y rezara por ellos, los discípulos regañaban a quienes esto hacían. Entonces Jesús les dijo:
–Dejad a los niños y no les impidáis que vengan conmigo, pues de ellos es el Reino de los Cielos (Mateo 19, 13-14).
Esta insistencia de Jesús en proponernos a los niños como modelos de conducta si queremos entrar en el Reino de los Cielos nos puede resultar difícil de entender.
Los niños son el paradigma de la inocencia, es decir, de la falta de malicia. Pero los niños reales pueden ser caprichosos y estar no exentos de maldad. Pueden llegar a ser crueles, como se demuestra en los casos de acoso escolar.
La expresión “cosa de niños” puede también significar irresponsabilidad. Disculpadles, son “cosas de niños”, no hay que darles mayor importancia.
El niño Jesús nació pobre en una cueva rodeado de animales, pues no hubo sitio para sus padres en ninguna posada de Belén, ni, de modo un tanto inexplicable dada la hospitalidad judía, tampoco los acogió en su casa algún pariente.
Pues bien, al postrarnos ante su humilde pesebre, hagámonos niños en el sentido más ingenuo y positivo de la niñez.
Revistámonos del candor de la infancia, de la sencillez que reflejan los tradicionales villancicos.
Los que hablan de unos ángeles que anunciaron a los pastores que había nacido un niño más hermoso que el sol bello. Y que cantaron “gloria a Dios en las alturas y en la Tierra paz a los hombres que ama el Señor”.
En el poemario Mujer en vela, de Angelina Lamelas, del que me ocupaba en un artículo anterior, encuentro entre otros un villancico titulado “Las lavanderas de Belén” de especial gracia. Uno de los ángeles que habían bajado de noche a Belén, de vuelta rumbo al paraíso, detuvo su vuelo junto a unas lavanderas que lavaban la ropa en el río. Y una le preguntó: “–Dígame, señor, / ¿cuál es la noticia / que vino a traer? / –Ha nacido un niño. / –¡Pues vaya un misterio, / si yo tengo cuatro / y esta tiene seis! / El ángel, entonces, / se acercó a las tres / y con voz muy dulce, / como debe ser, / les dijo despacio: / –Es hijo de Dios. / Las buenas mujeres / absortas quedaron: / recogieron tablas, / la cesta, el jabón, / y fueron cantando: / ¡Gloria al Salvador!”
Si, la Navidad es cosa de niños. Y de hombres que se hacen como niños para poder entrar en el Reino de los Cielos. Y para ser llamados hijos de Dios.
Y si la Navidad es cosa de niños, no lo es menos la fiesta de Reyes. Los reyes o magos de Oriente que siguieron a una estrella para adorar al hijo de Dios. Sabios astrónomos que no dudaron en ver en un niño desvalido al rey del universo.
Los niños, y los que nos hacemos como ellos, creemos en los Reyes Magos y esperamos sus regalos.
La ilusión de la infancia hace que la repetición año tras año del misterio de la Navidad y de la adoración de los Magos nos acerque a un Dios que quiso, y sigue queriendo, hacerse niño.

15 de diciembre de 2019

Vértigo


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Un buen día –en este caso sería más adecuado decir un mal día–, estando todavía acostado y medio dormido, al darme la vuelta, el techo del dormitorio empezó a girar y tuve la sensación de que me precipitaba en el vacío. Me levanté con dificultad y me senté en el borde de la cama, mientras todo me daba vueltas, a la vez que experimentaba una incontenible náusea. Desperté a mi mujer y, apoyado en ella, logré llegar al baño. Allí estuve sentado en el inodoro sin tener fuerzas para cambiar de postura. A duras penas, y de nuevo con la ayuda de mi mujer, volví a echarme en la cama y el episodio del mundo en torno dando vuelvas se repitió.
Sospeché que estaba padeciendo un ataque de vértigo. Mi mujer llamó al médico que vive en el piso de al lado, el cual me preguntó por los síntomas que yo experimentaba, me auscultó y me tomó la tensión, sin encontrar nada anormal. Me dijo que el vértigo sufrido por mí podía deberse a distintas causas y me recetó Primperan y Torecán. Además de vecino y competente médico internista, ya jubilado, es excelente persona, cordial amigo, y me hace el honor de leer y comentar mis artículos en El Adelantado.
Esto ocurría el pasado 4 de noviembre. Al día siguiente tenía yo planeado trasladarme a El Espinar para coordinar como de costumbre la tertulia literaria “El libro del mes”, que en esta ocasión estaba dedicada a la obra de Christian Gálvez sobre Leonardo da Vinci. El famoso presentador de Telecinco había prometido participar en el acto, pero finalmente no pudo asistir. Huelga decir que yo tampoco estaba en condiciones de viajar. Menos mal que mi gran amigo y escritor Javier de la Nava consiguió con solvencia que no se nos echara en falta ni a Christian ni a mí.
Un prestigioso otorrino, y además buen poeta –no sé de dónde saca tiempo para ambas actividades–, y que, casualidades de la vida, también vive enfrente de nuestro piso, me diagnosticó que mi vértigo se debía a un trastorno del oído interno. Las píldoras de Serc y unos ejercicios de reeducación vestibular que me prescribió me están devolviendo el perdido equilibrio.
Pero todavía el vértigo y la consiguiente inestabilidad están agazapados, dispuestos a atacar al menor descuido mío o movimiento brusco de la cabeza.
Por mi cuenta, y con ayuda de Internet y algunos artículos de divulgación, he tratado de averiguar algo más sobre este tipo de vértigo posicional. Según una investigación publicada en la revista médica “Neurology”, las personas que lo padecen mejoran si hacen en casa ejercicios recomendados para corregir su postura, como los que a mí me aconsejó nuestro vecino.
El oído interno es una de las muchas maravillas anatómicas y fisiológicas de nuestros órganos de los sentidos. En su parte delantera, o laberinto, se encuentra la cóclea, que es la responsable de la audición; en la parte trasera están los canales semicirculares, que afectan al equilibrio. Conectados a ellos están dos órganos sensoriales, utrículo y sáculo, que contienen células que detectan los movimientos de la cabeza en línea recta, o sea, hacia atrás y adelante o arriba y abajo. Los conductos semicirculares son tres tubos llenos de líquido que detectan los movimientos de rotación de la cabeza. Contienen células ciliadas que envían impulsos nerviosos al cerebro, advirtiéndolo de la dirección en que está rotando la cabeza, de modo que pueda adoptarse la acción apropiada para mantener el equilibrio. Si todo este sistema no funciona bien, se producen trastornos que afectan a nuestra estabilidad.
La sensación de mareo e inestabilidad representa el 28 % de las consultas de atención primaria en España, según la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia.
No me extraña, por tanto, que, cuando comento mi vértigo con amigos y conocidos, abunden quienes han padecido o padecen sus síntomas. Claro que esto sucede con otras muchas enfermedades o dolencias, lo cual crea un clima de solidaridad entre las personas que las sufren.
De obligado cumplimiento es recordar la inquietante película de Alfred Hitchcock que lleva precisamente por título el nombre de Vértigo, acrofobia o mal de altura que padece el detective encarnado por James Stewart, a quien un amigo encarga seguir a su esposa que, según el marido, corre algún tipo de peligro. No voy a revelarles el final de esta obra maestra, que les recomiendo que vean, si no lo han hecho ya.
El martes pasado, contemplando en cine la retransmisión en directo del ballet Coppelia desde la Royal Opera House de Londres, mientras disfrutaba de la maravillosa música de Leo Delibes y de la prodigiosa actuación del Royal Ballet, no pude por menos de experimentar un escalofrío al admirar los asombrosos giros y “pirouettes” de bailarinas y bailarines. Los conductos semicirculares del sistema vestibular de estos artistas enviaban a buen seguro correctamente a través de las células ciliadas impulsos nerviosos a sus cerebros, que respondían con prontitud y exactitud para adoptar la acción apropiada y mantener el equilibrio.
Equilibrio que James Stewart y yo, temporalmente, hemos perdido.

9 de diciembre de 2019

Pedro Sánchez no miente


Las palabras y la vida
Pedro Sánchez no miente
Alberto Martín Baró
En no pocos medios de comunicación y por no pocos comentaristas se ha calificado a Pedro Sánchez de “mentiroso compulsivo”. No me parece a mí que el presidente del Gobierno en funciones lo sea.
El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) da la siguiente definición de “mentir” en una primera acepción: “intr. Decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa”.
El doctor plagiario Sánchez ha dicho o manifestado, un día sí y otro también, lo contrario de lo que había dicho o manifestado unas horas o minutos antes, incluso a veces en una misma declaración. Pero a eso no se le puede llamar mentir. Se le puede llamar contradicción o falta de coherencia. De contradicciones o faltas de coherencia está plagada la trayectoria política de Pedro Sánchez.
Así, después de la moción de censura contra Mariano Rajoy, afirmó solemnemente que en Alemania un ministro que hubiera plagiado demitía de su cargo. Mas cuando se demostró que su tesis de doctorado estaba llena de plagios, se olvidó de aquella solemne afirmación y no se le pasó por las mientes dimitir.
Su ya famoso insomnio, y el del 95 % de los españoles, si aceptaba un gobierno de coalición con Unidas Podemos antes de las elecciones del 10 de noviembre, desapareció como por ensalmo en la misma noche electoral cuando se abrazó a Pablo Iglesias para cerrar con él un preacuerdo, que, no obstante, sigue sin darle los apoyos suficientes para afrontar con éxito una nueva investidura.
El miércoles 24 de abril de 2019 había manifestado: “No quiero que descanse la estabilidad ni la gobernabilidad de este país (se refiere a España, la misma que desapareció de su eslogan electoral) en manos de las fuerzas independentistas”. Será que ERC, a cuyo principal líder el Tribunal Supremo ha condenado por sedición y cuyos votos, o al menos su abstención, busca ahora con denuedo para ser investido, aunque sea sin mayoría absoluta en una segunda vuelta, es un partido claramente constitucionalista.
Entre mis convicciones y las exigencias que pretendía imponerme el señor Iglesias, yo he preferido sin duda alguna optar por mis convicciones, que son primero defender el interés general y proteger el bien común que es España”. Esta contestación de Sánchez a Pedro Piqueras en una entrevista emitida por Telecinco el 25 de julio de 2019 completa el retrato de un político que se jacta de optar por sus convicciones, que son, según él mismo, “defender el interés general y proteger el bien común que es España”.
Ahí reside el principal problema de Pedro Sánchez y la más grave objeción que puede hacerse a la imagen que él pretende dar de estadista.
¿Alguien que conozca al actual presidente en funciones puede expresar con certeza cuáles son sus principios o convicciones, aparte del tópico de “defender el interés general y proteger el bien común que es España”? ¿Qué sabe, qué cree, qué piensa Pedro Sánchez? Por eso he dicho al comienzo de este artículo que no me parece que Sánchez mienta, porque no dice o manifiesta lo contrario de lo que sabe, cree o piensa, en lo que consiste el hecho de mentir según la definición del DRAE. Falta en Sánchez la premisa de la mentira: lo que se sabe, cree o piensa.
Quizá su mujer o algún amigo íntimo tengan conocimiento de lo que Pedro Sánchez sabe, cree o piensa. Pero yo y el resto de los españoles que no pertenecemos al estrecho círculo de familiares o amistades de Sánchez nos veríamos en un serio apuro si tuviéramos que responder a la pregunta de qué piensa nuestro aún presidente en funciones sobre cualquier persona o asunto.
Después de tachar al aún presidente de la Generalitat de racista y supremacista, no tuvo ningún reparo en sentarse con él en el Palacio de Pedralbes para negociar la autodeterminación de Cataluña con mediadores internacionales y otros muchos acuerdos.
¿Qué piensa realmente Sánchez en su fuero interno de los líderes de otros partidos o del mismo PSOE? ¿Cuál es su idea, si es que tiene alguna, de España? ¿Una “nación de naciones”? Y eso ¿cómo se come? Atenta contra las más elementales leyes de la lógica que el continente sea igual que el contenido. Una nación puede contener regiones, provincias, comunidades autónomas, pero no otras naciones.
Insisto, para sostener que Pedro Sánchez es un mentiroso, compulsivo o no, habría que conocer lo que realmente piensa.
La lumbrera de su vicepresidenta en funciones Carmen Calvo llegó a defender a Pedro Sánchez negando unas declaraciones que el presidente del Gobierno hizo en mayo sobre el delito de rebelión en Cataluña: "El presidente nunca ha dicho que ha visto un delito de rebelión en Cataluña". A saber, eso lo había afirmado como la persona particular Pedro Sánchez antes de ser presidente.
Al final, quizá cuadre al doctor Sánchez aquella afirmación que se atribuye a Groucho Marx: “Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”.
Acabáramos.

1 de diciembre de 2019

Mujer en vela


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Me he trasladado a Santander para presentar el pasado jueves 28 en el Ateneo de la capital cántabra el libro de poemas de Angelina Lamelas Mujer en vela.
Es conocida Angelina Lamelas como cuentista. Con sus cuentos ha logrado esta autora santanderina los más preciados galardones literarios, desde aquella Hucha de Oro ganada ex aequo con el maestro de narradores Medardo Fraile, que la animó a continuar escribiendo relatos llenos de emoción y de vida vivida.
Pero a Mujer en vela han precedido en la obra editada de Angelina otros tres poemarios.
El primero fue publicado en 1992 y llevaba el título de Recital de lluvia. En el Prólogo, el poeta José Javier Aleixandre escribió: “Leer estos versos de Angelina Lamelas ha supuesto para mí sumergirme en un plácido remanso de poesía. (…) Y ha supuesto también una sorpresa –una grata sorpresa–, pues yo solo conocía la dedicación literaria de Angelina a los cuentos, sus deliciosos cuentos”.
A este libro de poemas siguió en 1997 El cuarto de jugar, que Angelina dedica: “A la niña que fui, / a mis nueve hermanos, / a los niños que fueron mis hijos, / a los hijos que un día tendrán mis hijos, / a los más de mil niños / que fueron mis alumnos / y a los veintiséis que hoy lo son. / Con la memoria muy fresca, / cariño y complicidad”. La infancia, manantial del que beben la poesía y la prosa de quien fue profesora durante 24 años, impregna estos versos de juegos y recuerdos.
El tercer poemario, El arco del violín, vio la luz en el año 2000. Alternando los metros clásicos –abren el libro dos sonetos– con el verso libre, pero siempre musical, Angelina evoca la ausencia del amado; su llama; el calor de aquellos días; a la madre inmóvil; viajes; a los poetas Luis Rosales y José Javier Aleixandre, y termina con una declaración de amor a su ciudad natal: “Santander, donde rompen mis sueños”.
Si José Javier Aleixandre se sorprendía gratamente al leer Recital de lluvia, pues solo conocía la dedicación literaria de Angelina a los cuentos, mi experiencia fue la inversa: mi primer conocimiento de Angelina como escritora tuvo lugar un luminoso abril de 2016 en Córdoba y, precisamente, en un recital poético, al que ambos habíamos sido invitados por Carmen Silva. Recuerdo que, en el salón del Real Club de la Amistad de Córdoba, maravilloso nombre, bajo unas grandes pinturas de Julio Romero de Torres –sí, el que pintó a la mujer española–, recitó Angelina el poema “Patio de asfalto”, que figura en Recital de lluvia. O sea, que conocí a Angelina como poeta antes que como cuentista.
En el poemario “Mujer en vela”, Angelina canta a la vida, vivida por ella con gozosa entrega e intensidad, y al amor pasado mas aún presente. Troquela las palabras convirtiéndolas en imágenes con certeros epítetos: “aquella inagotable / y escarlata manera de besarnos”.
En el poema que da título al libro leemos: “Escucha la mujer el aleteo / de todas las caricias / que se alejan vencidas / por su piel macerada de ausencias / y deseos”.
Pero el dolor, la nostalgia de la ausencia, se remonta: “El sol no se ha escondido / detrás de la montaña, / y la luna, nuestra luna / redonda, / plenitud del encuentro, / se ha quedado aguardando / blanca, encendida y trémula / la hora azul del relevo. / Y tras del firmamento / cabalga la esperanza”.
El libro está lleno de sorprendentes y luminosas metáforas, esculpidas con palabras nuevas: “Bastaría / una palabra hecha a la medida / de los descubrimientos personales, / una palabra que tuviera / la incendiada luz de los ocasos, / el resplandor de las mañanas del invierno, / la percusión del violonchelo, / la pálida curvatura de tus hombros; / una palabra nueva que dejara / la piel en un estado de impaciencia”.
En el apartado “De Navidad a la Pasión”, Angelina sigue la tradición genuinamente española del villancico, al estilo de Lope de Vega.
Termina el libro con la plegaria “Por una primavera en paz”: “Yo te pido, Señor, que vuelvas a mandarnos / una vez más la dulce primavera, / que marzo está a la vuelta de la esquina. / Quiero sentir las mil pequeñas cosas / de los tiempos de paz, / ver germinar la rosa, la sonrisa, / escuchar a Beethoven con los ojos cerrados, / esperar el autobús, abrir un libro, / extender el mantel sobre la mesa”.
No pocos poemas de este libro cuentan historias o escenas, de la misma manera que muchos relatos de Angelina están llenos de poesía. Lo que viene a demostrar que a menudo los géneros literarios se solapan, y así hablamos de prosa poética o de versos narrativos.
El poeta Emilio Porta, director de la colección Mirador, en la que se incluye este libro, escribe en la contraportada: “con diferentes temáticas, en todas ellas se vislumbra la enorme cultura y la impecable factura literaria de una autora capaz de emocionarnos y, al mismo tiempo, acompañarnos en la reflexión y memoria que todo ser humano debe hacer y acumular en la existencia. Mujer en vela es una obra, sí, plena de emoción y con versos maravillosos que nos llegan al alma”.

24 de noviembre de 2019

La España vaciada


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Sobre la España vaciada se ha hecho más literatura que política seria y eficaz. Tienen encanto los programas de televisión que nos trasladan a pueblos pintorescos con escasos habitantes, o las fotografías, por ejemplo, de José Manuel Navia, en las que retrata a los supervivientes ancianos del mundo rural.
No creo que la plataforma “Teruel existe”, con su flamante diputado conseguido en las últimas elecciones generales, tenga más éxito que otras iniciativas para rescatar del olvido a regiones enteras de la España campesina.
Los gobernantes y los políticos solo prestan atención a este grave problema en las campañas electorales y, aun en las mismas, de manera tangencial, pensando más en obtener votos en determinadas circunscripciones que en resolver las carencias de los pueblos que se despueblan.
La primera reflexión que quiero consignar no puede por menos de ser pesimista: para muchos pueblos vaciados ya no hay solución posible. Y ello por varias razones.
Por debajo de una cifra de habitantes, que los sociólogos y los economistas no se ponen de acuerdo en concretar, la despoblación no tiene marcha atrás. No pueden retener o atraer población aldeas que carecen de los mínimos servicios para poder llevar en ellas una vida medianamente aceptable. No hay escuelas porque no hay niños. No hay tiendas porque no hay quien compre. Y, lo más importante, no hay puestos de trabajo.
La falta de posibilidades laborales fue, y sigue siendo, la principal causa por la que los jóvenes en edad de trabajar abandonaron y abandonan sus lugares de nacimiento para emigrar a otros pueblos mayores o a las ciudades. Como también dejaron y dejan sus localidades natales para poder acceder a una educación superior. Una vez conseguido un título universitario, no regresaron ni regresan a su pueblo de origen porque en él no pueden desarrollar su carrera.
El fenómeno de la migración interior de un país a las ciudades no es exclusivo de España, se ha dado y se da en todo el mundo. Criticamos, y con razón, la vida urbana, sus aglomeraciones, su tráfico, su contaminación, su ruido, la dificultad de encontrar una vivienda digna a un precio razonable… Pero la gran urbe ofrece a sus moradores una serie de posibilidades de educación, de ocio, culturales, teatro, cine, museos, impensables en un pueblo, incluso en ciudades pequeñas.
Todas estas causas de la despoblación de los núcleos rurales son, si quieren, verdades de Perogrullo, pero que conviene que los gobernantes tengan presentes a la hora de arbitrar medidas y destinar fondos económicos para las zonas afectadas por la despoblación.
Me “plagiaré” a mí mismo para poner una nota optimista en este sombrío panorama. En el Prólogo a mi libro Apuntes al oeste de Guadarrama, publicado en el año 2006 por Segovia Sur, Asociación para el Desarrollo Rural de Segovia Sur, escribía yo: “(…) junto a este flujo migratorio, está apuntando otro, aún tímido y modesto, que lleva a determinadas personas a regresar a los pueblos que abandonaron y fijar su residencia en ellos. Hablo, sobre todo, y por conocimiento de causa, de los jubilados que, libres ya de la necesidad de desempeñar un trabajo, deciden instalarse en el lugar en el que nacieron o, como es mi caso, en el que veranearon durante años. (…) Todos ellos buscan, buscamos, muy principalmente resarcirnos de labores ingratas, del agobio de horarios interminables, y hallar tiempo libre para dedicarnos a lo que nos gusta: leer, escribir, oír música, pasear, jugar al mus o a la petanca, conversar con los amigos y la familia… (…) Y todo ello en un ambiente más natural, más próximo al campo, a los montes, los valles, los ríos y arroyos que rara vez pueden contemplarse en las ciudades”. Se me objetará que si quiero añadir más viejos a una población residual y envejecida como la que queda en muchos pueblos. Bien, por algo se empieza. Tengo entendido que ciertas ayudas y subvenciones se conceden a los ayuntamientos en función del número de habitantes, independientemente de la edad de los mismos.
Otro fenómeno alentador es el de artistas, artesanos, escritores, restauradores, hosteleros y otros profesionales que vuelven a los pueblos, o se afincan en ellos, para realizar trabajos que pueden llevar a cabo desde casa, o para abrir negocios como autónomos. Negocios que traen clientes y otros negocios. En vez de crear nuevas e impersonales urbanizaciones, aprovechar las viviendas ya construidas es un medio más racional de vivir en un medio campestre.
Con ello defiendo una vez más la iniciativa privada. Si a ella se añaden otras medidas de carácter público, como pueden ser la creación de polígonos industriales y planes de desarrollo, se lograrán éxitos como el de Arteixo, municipio coruñés que, gracias a contar con la sede de la firma textil Inditex y con otras 584 empresas, ha ganado en los últimos cuatro años casi mil habitantes hasta alcanzar los 31.917 en 2018 y ha tenido en 2017 unas ventas de más de 24 mil millones de euros.
Luego vendrá Pablo Iglesias a criticar los gestos filantrópicos de Amancio Ortega.

17 de noviembre de 2019

El pueblo nunca se equivoca


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Insistir en las múltiples incoherencias de Pedro Sánchez es tarea inútil. No hace falta recurrir a las hemerotecas para poner de manifiesto que la palabra del aún presidente en funciones del Gobierno de “este país”, antes España, no vale nada.
Más que enumerar las innumerables veces que Sánchez ha incumplido sus promesas habría que consignar los muy escasos cumplimientos que jalonan su trayectoria política. Y aun esos casos, como puede ser la exhumación de los restos mortales de Franco del Valle de los Caídos y su posterior inhumación en el panteón familiar de Mingorrubio, hechos ciertamente prometidos por Sánchez, se han visto acompañados de flagrantes transgresiones de sus mismos compromisos. Por boca de la inefable vicepresidenta en funciones Carmen Calvo y de otros miembros del Gobierno asimismo en funciones se había asegurado que la operación de desenterrar al que fuera jefe del Estado se llevaría a cabo con total discreción. Pues bien, solo les faltó llevar una banda de música y lanzar cohetes y salvas para que las más de cuarenta cámaras de televisión retransmitieran en directo y en las horas de mayor audiencia la lúgubre ceremonia. El NO-DO de la época franquista se habría quedado en aprendiz de propaganda comparado con tamaña exhibición a mayor gloria de un personaje tan engreído como Pedro Sánchez. Que, además, ateniéndonos a sus propias declaraciones, no sería un presidente democráticamente elegido, puesto que, hasta consumado el desentierro de Franco, España no era una democracia plena.
Y, ya en el colmo de la estupidez e ignorancia históricas, declaró Sánchez solemnemente que él no reconocía a Francisco Franco como jefe del Estado. A mí no me gustan ni Lenin, ni Stalin, ni Mao Tse-Tung, ni Ho Chi Minh, ni Fidel Castro, ni Hugo Chávez, ni tantos otros gobernantes más totalitarios y mucho más funestos para sus pueblos que Franco, y no por ello niego su perniciosa realidad histórica.
Pero he afirmado al comienzo de este artículo que es inútil insistir en la absoluta falta de palabra de Sánchez. Porque, a pesar de todos los pesares, a pesar de que en las elecciones generales del pasado 10 de noviembre ha perdido 3 escaños y más de 760.000 votos con respecto a los comicios del 28 de abril, lo cierto es que ha conseguido 120 escaños y 6.752.983 votos, ganando las elecciones.
Lo que a mí me llama la atención no es que el secretario general del PSOE haya perdido apoyos entre los votantes, sino que después de sus 17 meses de desgobierno y de las incontables muestras de su ineptitud y absoluta falta de ética siga contando con más de 6.750.000 electores.
A algunos de estos votantes socialistas yo les conozco, incluso unos cuantos son amigos míos. Estoy convencido de que son buenas personas e inteligentes. ¿Seré yo el que está equivocado al rechazar la candidatura de Pedro Sánchez? Aunque tampoco comulgo con todas las propuestas de ningún otro partido. Me decantaría por seleccionar de cada formación política algunas medidas de sus programas. Pero, en conjunto, no me convence ningún partido.
¿Ha cambiado tanto Pedro Sánchez desde que en octubre de 2016 fuera expulsado de la Secretaría General del PSOE por su propia ejecutiva? Hoy esos mismos “barones” –siempre me ha chirriado esta denominación en un partido que se declara “socialista” y “obrero”– que le defenestraron guardan en público un absoluto silencio. ¡Lo que une el poder!
También se ha recalcado que Unidas Podemos ha perdido en las últimas elecciones generales más de 630.000 votos con respecto a las del 28 de abril, y que su máximo de votantes estuvo en 5.185.778 en las elecciones de 2015. Pero de nuevo en este caso lo que a mí me extraña es que siga conservando más de 3 millones de votantes.
O sea que, sumando los votos cosechados el 10 de noviembre de 1019 por el PSOE y Unidas Podemos, los dos protagonistas del preacuerdo firmado la misma noche electoral, da un total de 9.850.000, en números redondos, partidarios de un gobierno de las llamadas izquierdas. Oiga, que son muchos millones los ciudadanos que ven con buenos ojos que siga al frente del Gobierno de “este país”, antes España, un individuo como el plagiario Pedro Sánchez, de cuya palabra no se fía ni su futuro aliado y previsible vicepresidente.
He defendido en público y en privado la bondad de mis conciudadanos. Y no me considero ni mejor ni más inteligente que la mayoría de ellos. Pero también he sostenido, frente al infundado aserto de que “el pueblo nunca se equivoca”, que el pueblo a lo largo de la historia y en numerosas ocasiones se ha equivocado eligiendo a líderes que han sembrado el caos y cometido atroces genocidios en sus países y en extensas regiones del mundo. No sostengo que el futuro gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias vaya a llegar a estos extremos. Pero no olvidemos que Pablo Iglesias sigue defendiendo los principios del comunismo y a aquellos regímenes como los de Maduro y Evo Morales que lo único que traen a sus pueblos es pobreza y falta de libertad.

10 de noviembre de 2019

Afán regulador


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

El afán de nuestros gobernantes por regularlo todo se basa en un supuesto que, en mayor o menor medida, comparten los líderes políticos, sean de una u otra tendencia, y que puede enunciarse del siguiente modo: el individuo es malo, débil o ignorante, o las tres cosas a la vez, y los representantes del Estado tienen la obligación de guiarle y enseñarle.
De ahí surge el cúmulo de leyes, normas, preceptos, medidas, imposiciones y prohibiciones que pesan sobre las personas individuales, limitando e incluso eliminando su libertad.
La pulsión reguladora se da más en los gobiernos socialistas de izquierdas, llegando a su extremo en los regímenes comunistas, pero no está ausente en los conservadores de derechas, y solo se libran de ella los liberales, de acuerdo con el principio “laissez faire, laissez passer”, en francés “dejad hacer, dejad pasar”, que ya enunciara en el siglo XVIII el fisiócrata Vincent de Gourmay contra el intervencionismo del gobierno en la economía.
De este modo, la iniciativa privada debe ceder ante las regulaciones estatales en prácticamente todos los campos, en la educación, en la sanidad, en la economía, en el comercio, en la cultura y, lo que es más peligroso, hasta en el pensamiento individual.
El filósofo suizo Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) propuso en sus escritos el contrato social, pacto entre el pueblo y el Estado que da origen a la sociedad política. Según este acuerdo, el ciudadano renuncia a sus derechos naturales en favor del Estado, que a su vez asume la obligación de mantener la igualdad y la libertad, protegiendo al conjunto del pueblo de los intereses de los individuos y de las minorías.
Así, pues, las leyes y el Estado de derecho son necesarios para salvaguardar la sociedad, la convivencia de los ciudadanos y el orden público.
Pero siempre ha habido, y espero que siga habiendo, controles y cortapisas por parte del pueblo soberano al despotismo estatal, despotismo que defendiera, por ejemplo, el filósofo inglés Thomas Hobbes en su obra de 1651 Leviatán.
Dos casos actuales de imposiciones gubernamentales son la Ley de Memoria Histórica y las listas de terapias prohibidas por el Ministerio de Sanidad.
Según la Ley de Memoria Histórica hemos de aceptar una determinada visión de la historia, en muchos aspectos viciada por un enfoque y una interpretación tendenciosos, incurriendo en penas y sanciones si sostenemos en público versiones distintas.
En cuanto a las prohibiciones del Ministerio de Sanidad, me han llamado la atención, entre las 73 promulgadas, el “tantra”, el “masaje en la energía de los chakras”, los “cuencos tibetanos”, la “medicina antroposófica” y la “pranoterapia”, prácticas sanadoras que gozan de un prestigio y una experiencia ancestrales en culturas orientales milenarias como la india.
Incluso el yoga, hoy muy difundido en muchos países occidentales con innegables beneficios para quienes ejercitan alguna de sus variedades, está siendo sometido a escrutinio entre otras 66 prácticas, según los comunicados del Ministerio de Sanidad.
Que no se ofrezcan estos y otros tratamientos de reconocida eficacia en los centros sanitarios públicos tendría una cierta justificación, pero ¿que se nos prohíba practicarlos a los particulares y se persiga a quienes los ofrecen…?
Frente a la ley de la oferta y la demanda que rige en el mercado, hay representantes de partidos políticos que proponen, por ejemplo, como solución a la dificultad o imposibilidad de muchos ciudadanos de acceder a una vivienda digna, limitar por ley los precios de los alquileres, cuando sería mucho más eficaz sacar al mercado más suelo edificable y más casas de protección oficial.
Entre las posibilidades que tienen los pueblos de hacer frente a las imposiciones y al intervencionismo de los gobiernos en nombre del Estado están el derecho de manifestación, la libertad de expresión y de prensa, e incluso si se entienden y practican correctamente, las mociones de confianza y de censura, reconocidas en nuestra Constitución.
Y, en los sistemas democráticos, siempre pueden los ciudadanos mediante su voto cambiar un gobierno injusto o inepto por otro que defienda sus intereses y sus libertades.
Esta posibilidad es la que el pueblo español va a ejercitar mañana 10 de noviembre en las elecciones generales.
Somos los españoles muy dados a quejarnos de los gobiernos de turno, sobre todo si no son de la ideología que nosotros profesamos, y criticarlos cuando no ofrecen soluciones a los problemas cotidianos que no está en nuestras manos resolver. Aprovechemos la ocasión que nos brindan las urnas de cambiar las cosas.

4 de noviembre de 2019

Al margen de la ruidosa actualidad


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Estamos tan absorbidos por las noticias con que a diario nos bombardean los medios de comunicación, y muy en especial las televisiones, que descuidamos, o al menos yo descuido, el devenir que afecta a familiares y amigos.
En la pasada festividad de la Virgen del Pilar, mi prima Pilar Pérez-Soba nos invitó a mi mujer y a mí a una merienda en su casa. Hacía bastante tiempo que no nos reuníamos para conversar tranquilamente.
Sí, los cumpleaños y los santos son ocasiones propicias para ponernos al día de los aconteceres que jalonan las vidas de los seres queridos. Hay quienes cultivan estas efemérides e invitan a sus allegados a compartir encuentros, a los que algunas veces, por distintas circunstancias, no podemos asistir.
Pues bien, estábamos en casa de mi prima Pilar, con sus hijas Nana y María José, con Menchu, cuñada de Pilar, y su hija Inés. La conversación se remontaba a recuerdos del pasado, unos felices y otros dolorosos. Inevitablemente, dadas las calendas en las que nos movemos los mayores de la reunión, hacen acto de presencia los muertos.
A Jesús Díez del Corral, marido de Pilar, amén de por sus muchos logros profesionales en el campo del Derecho, le evocamos como campeón de España de ajedrez y contemplamos una foto en la que aparece con el ajedrecista campeón del mundo Anatoli Kárpov.
Menchu es viuda de Nando, hermano de Pilar, persona de gran simpatía y sentido del humor, muy querido por mí y por mi fallecida primera mujer Ana, con la que Nando jugaba de igual a igual a pesar de la diferencia de edad que los separaba.
De los tiempos pretéritos pasamos a los presentes, igualmente divididos en alegres y penosos. Me intereso por las dos hijas de Pilar, que desde hace años residen en Santiago de Chile, casadas las dos con sendos chilenos. Al bautizo de Ignacio, hijo mayor de Pilar hija, tuve yo ocasión de asistir hace 26 años, claro la edad del hoy arquitecto y con trabajo en su profesión. Ignoraba yo que Pilar hija y Gastón se habían separado, a pesar de ser los dos personas comprometidas con las causas de los pobres y oprimidos, y que habían compartido experiencias salvadoras en El Salvador con mi hermano Nacho, jesuita vilmente asesinado juntamente con cinco compañeros y dos asistentas en la Universidad Centroamericana por militares que obedecían órdenes de las más altas e indignas autoridades de la nación.
No podemos por menos de traer a colación las protestas civiles de los chilenos contra el presidente Piñera y las injustas desigualdades que se viven en ese país, al que en España muchos creíamos modelo de justicia y bienestar social. Pilar hija y sus hijos toman parte activamente en tales protestas.
También reside y trabaja en un país extranjero, en este caso Japón, Pablo, hijo de Pilar, casado con una japonesa adorable. Recientemente han tenido que abandonar de modo provisional con sus hijos su casa a causa de las inundaciones provocadas por el tifón Hagibis.
Nana y María José me toman el pelo porque el año pasado acudimos a la celebración del cumpleaños de su madre… con un día de retraso.
Una hija de Menchu, Marta, está casada con un holandés y ambos viven y trabajan en los Países Bajos, denominación que el gobierno de este país trata de que prevalezca sobre la de Holanda. Marta está embarcada en un proyecto de investigación de la Unión Europea y tiene que desplazarse a una ciudad de Italia, de cuyo nombre no puedo acordarme. Como en este momento tampoco soy capaz de consignar los nombres y las edades de los hijos de Marta, a pesar de haber coincidido con ellos en alguna ocasión en la residencia de Menchu en El Escorial.
No me olvido de Inés, valiosa profesora de Economía a caballo entre Madrid y Zaragoza. Uno de los sacerdotes que ofician en nuestra parroquia de San Juan Evangelista sirvió de guía en una visita que un grupo en el que iba Inés hizo a Tierra Santa.
Me da inmensa pena no poder abarcar en mi memoria el amplio abanico de parientes, de sus nombres y de sus vidas. Y estoy hablando tan solo de los descendientes de mis abuelos maternos Fernando Baró y Luisa Morón. Los dieciocho primos nos reunimos en las bodas de oro de papa Fernando y mama Luisa, como llaman a los abuelos en Andalucía. Con la familia de mi madre, Alicia Baró, hemos tenido más trato que con la familia de mi padre, Francisco Javier Martín Abril.
En el duermevela de mis amaneceres, cuando a menudo rescato del olvido nombres y figuras que durante el día se me resisten, rememoro cuántos hijos tuvieron las hermanas y el hermano de mi madre y cómo se llaman los que viven o llamaron los que murieron. Si de los hijos desciendo a los nietos, o sea los bisnietos de mis abuelos, ya la tarea se torna prácticamente inabordable.
Me hago el propósito de estar más atento, al margen de la ruidosa actualidad, a los gozos y las sombras de mis familiares y amigos.

27 de octubre de 2019

Somos mayoría


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

De “ensoñación” nada, aprendices de adivinos del Supremo. Ni el “procés” fue un “sueño”, ni la declaración de independencia un acto “simbólico”, como pretendió Carme Forcadell ante el tribunal que la juzgaba. Los actos de las autoridades catalanas en los meses de septiembre y octubre de 12017 fueron un intento de golpe de Estado en toda regla. Los autores de la sentencia sabrán mucho de leyes, pero andan muy ignaros de lógica. Si los hechos juzgados no hubieran pasado de ser deseos quiméricos de los encausados, sus Señorías no habrían podido condenarlos por sedición. A nadie se le puede declarar culpable de un delito tan grave como la sedición solo por soñar.
Otra cosa es que los sediciosos no lograran sus fines. Pero está claro, y consta en los mismos antecedentes de la sentencia del Supremo, que pretendieron subvertir el orden constitucional y crear un Estado independiente, con todos los medios a su alcance, a saber, la aprobación de las Leyes de Desconexión en el Parlamento catalán el 7 de septiembre, el Referéndum del 1 de octubre y la declaración unilateral de independencia el 27 de octubre.
Los separatistas, los condenados y los que han escapado de la Justicia, han declarado que “lo volverán a hacer”. Es decir, ¿que volverán a soñar o a realizar actos simbólicos? Tan tontos no son los líderes independentistas. Lo que les ha faltado es valor. Ahí tienen a Puigdemont echándose atrás un instante después de declarar la independencia de Cataluña y escapando al extranjero en el maletero de un coche. Sí, han fracasado los independentistas en su intento de crear una República catalana independiente, pero no porque no lo quisieran con todas sus fuerzas, sino porque son unos cobardes. Y, lo que es igualmente importante, porque no cuentan con el apoyo de toda la población catalana. Según reconocen las propias encuestas de la Generalidad, los partidarios de una república catalana independiente de España son menos de la mitad de la población de Cataluña.
Y no será porque, a lo largo de cuarenta años, no hayan contado con medios más que sobrados, facilitados por las instituciones autonómicas, para conducir a sus súbditos crédulos a la tierra prometida donde mana leche y miel: inmersión lingüística, adoctrinamiento de los niños en la escuela, sometimiento de los medios de comunicación públicos y privados, intimidación de los no afectos a la causa, sujeción de los mozos de escuadra a unos jefes separatistas, una universidad pública partidaria de la secesión. Y todo ello ante la pasividad de los gobiernos centrales.
Si aun así los separatistas no han conseguido su propósito es porque más de la mitad de los ciudadanos de Cataluña se consideran a la vez catalanes y españoles. Los independentistas alardean de demócratas y pacíficos. Pero conculcan los principios básicos de la democracia, a saber, la ley de las mayorías, la libertad de expresión y de disentir de las ideas impuestas por unos gobernantes totalitarios, y la pacífica convivencia. Los partidarios de la independencia de Cataluña ni cuentan con una mayoría simple, ni respetan a las minorías discrepantes, y han roto la convivencia armoniosa de los catalanes, incluso dentro de las mismas familias.
En cuanto al pretendido pacifismo de los independentistas, ya el propio Tribunal Supremo reconoce en su sentencia que hubo en el procés “episodios violentos”. Por si hubiera alguna duda, las manifestaciones y las protestas vandálicas de la semana pasada en Barcelona y en otras ciudades catalanas han puesto de manifiesto el carácter intrínsecamente violento de las masas independentistas, alentadas por las autoridades que representan, o deberían representar, al Estado español en Cataluña. Y con el mismísimo presidente de la Generalidad encabezando una marcha que cortaba una importante autovía. Como con anterioridad había instado a sus partidarios, en especial a los Comités de Defensa de la República, a “apretar”.
Pero somos mayoría. Por más que nuestros gobernantes nos dejen en la estacada y solo velen por sus intereses particulares o partidistas, somos más los que queremos una Cataluña unida a los demás pueblos de España, una Cataluña pacífica y próspera, libre y tolerante, culta y abierta, dentro de la más arraigada tradición de sus escritores y músicos, de sus empresarios y trabajadores de toda índole, de sus investigadores y artistas.
Somos mayoría los que apoyamos a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, a la Policía Nacional, a los mozos de escuadra, a la Guardia Civil y al Ejército español, que garantizan la seguridad de todos, incluidos los que rechazan a estos servidores de la ley.
Somos mayoría los españoles que amamos a Cataluña y a los catalanes, los que vamos a diario al trabajo sin participar en huelgas políticas, los que disfrutamos de la convivencia amorosa en nuestras familias, los que defendemos el bilingüismo como una riqueza y el uso del español como lengua común.
Y somos mayoría los que queremos que nuestros hijos, dejando atrás odios que llevan a guerras fratricidas, hereden una España libre y unida.

20 de octubre de 2019

Rebelión, sedición, golpe de Estado


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Si los magistrados de la Sala Segunda del Tribunal Supremo que han firmado la sentencia condenatoria de los acusados del “procés” y los fiscales del Ministerio Público discrepan en la calificación de los hechos juzgados, nada tiene de extraño que haya habido todo tipo de valoraciones diversas del fallo del alto tribunal por parte de los editorialistas de los periódicos, de los analistas y comentaristas políticos y de los propios ciudadanos ajenos al mundo de la leyes, entre los que me incluyo.
Los constitucionalistas acatan la sentencia, aunque no son pocos los que la critican, mientras que los secesionistas y las autoridades de la Generalitat la rechazan por injusta y vengativa. Los actuales gobernantes de la Comunidad Autónoma de Cataluña han llamado a la movilización de la ciudadanía contra la sentencia, con protestas y manifestaciones que siembren el caos den toda la Comunidad.
El Diccionario del español jurídico de la Real Academia Española define Rebelión como “Levantamiento público y violento contra los poderes del Estado, con el fin de derrocarlos o de forzarles a actuar en un determinado sentido”. Y añade: “En concreto, el Código Penal español sanciona como reos del delito de rebelión los que se alzaren violenta y públicamente para cualquiera de los fines siguientes: 1.º Derogar, suspender o modificar total o parcialmente la Constitución. (…) 5.º Declarar la independencia de una parte del territorio nacional. 6.º Sustituir por otro el Gobierno de la Nación o el Consejo de Gobierno de una Comunidad autónoma” (…).
El mismo Diccionario define Sedición como “Alzamiento público y tumultuario para impedir a las autoridades o a funcionario público, por la fuerza o fuera de las vías legales, la aplicación de leyes o la ejecución de actos”.
La introducción del concepto de violencia en el delito de rebelión, que se produjo con la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal, es lo que ha movido a los jueces del Supremo a no aplicar dicha figura a los acusados en este proceso, contra el criterio de los fiscales. Aunque el Supremo reconoce que en los hechos juzgados hubo “indiscutibles actos de violencia”, esa violencia no fue “instrumental, funcional y preordenada de forma directa“ para el logro de la independencia.
Si la Fiscalía discrepa de esta valoración, bien podemos hacerlo los no expertos en Derecho Penal, que asistimos atónitos a “los episodios violentos” de toda índole en el asalto a la Consejería de Economía del 20 de septiembre de 2017 y en las votaciones del referéndum ilegal del 1 de octubre.
La sedición, castigada en el Código Penal con penas más leves, no tienen los jueces del Supremo ninguna dificultad en aplicarla a los hechos juzgados. Y en un más que probable recurso de los abogados defensores de los condenados al Tribunal Europeo de Derechos Humanos, el delito de sedición no será motivo de rechazo por dicho Tribunal.
En cuanto al golpe de Estado, el Diccionario del español jurídico da a siguiente definición: “1.Const. Destitución repentina y sustitución, por la fuerza u otros medios inconstitucionales, de quien ostenta el poder político. 2. Const. Desmantelamiento de las instituciones constitucionales sin seguir el procedimiento establecido”.
Esta definición de golpe de Estado deja claro que, para que se dé, es menester la destitución y la sustitución de un Gobierno legítimo, o en su defecto el desmantelamiento de las instituciones constitucionales fuera de los cauces marcados por la propia Constitución.
En este punto, la sentencia del Supremo señala que no bastaron “los indiscutibles episodios de violencia” ni que sus promotores buscasen “la independencia o la derogación de la Constitución”, si esos actos de violencia y la organización de los mismos no fueron suficientes para imponer “la efectiva independencia territorial y la derogación de la Constitución” en Cataluña. O sea, que tanto las leyes de Desconexión como la declaración unilateral de independencia no lograron el objetivo de establecer en Cataluña un Estado independiente en forma de república.
Termino con dos de los principales aciertos de la sentencia. Uno, no existe el pretendido derecho a decidir. “Todo movimiento de secesión unilateral (…) es, por definición, antidemocrático, porque antidemocrático es derogar las bases de un modelo constitucional para construir una república identitaria en la que el pluralismo ideológico y político no están garantizados”. Y dos, la defensa de la unidad de España no es una “extravagancia” que nos diferencie de otros países democráticos. Así recuerdan los autores de la sentencia que “La práctica totalidad de las constituciones europeas incluyen preceptos encaminados a reforzar la integridad del territorio sobre el que se asientan los respectivos Estados”.
Las lamentables escenas de  alteración del orden público a raíz de la publicación de la sentencia, con el perjuicio de numerosos ciudadanos catalanes y no catalanes, nos dan idea de la preocupación de los líderes independentistas por el bien de Cataluña. ¿Hace falta más violencia para que el Supremo acepte la rebelión?

13 de octubre de 2019

Convivencia


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Si consultamos cualquier diccionario de la lengua española, definirá Convivencia, siguiendo al Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), como “Acción de convivir”. Con lo cual tenemos que ir al lema “convivir” para encontrar la etimología y la definición de este verbo. “convivir (del latín convivere): intr. Vivir en compañía de otro u otros, cohabitar”.
Así, esta definición no precisa si la convivencia es buena o mala. El Diccionario de Uso del Español, de María Moliner, sí añade una acepción valorativa: “Vivir en buena armonía: ‘Así aprenden a convivir’”. Y en convivencia, además de “Acción de convivir”, puntualiza: “Particularmente, hecho de vivir en buena armonía unas personas con otras”, y pone un ejemplo: “La cortesía ayuda a la convivencia humana”.
Cuando decimos que el independentismo ha roto la convivencia en Cataluña, estamos dando al término “convivencia” ese sentido positivo.
A poco que naveguemos por Internet o leamos algún libro de los que se denominan de autoayuda, encontraremos numerosos consejos para lograr una convivencia armoniosa, sobre todo en la vida en pareja.
Yo tengo la impresión, y supongo que bastantes lectores conmigo, de que las rupturas matrimoniales, sean divorcios o separaciones, han aumentado de un tiempo a esta parte En España. En los años de mi juventud se separaban o divorciaban predominantemente los artistas de cine de Hollywood. En la población española, mayormente influida por la religión católica y el matrimonio por la Iglesia, la separación de los cónyuges se daba en casos contados. Y los casados que se separaban no estaban bien vistos en la sociedad, sobre todo en provincias pequeñas y pueblos. La máxima “Lo que Dios ha unido no lo separa el hombre” pesaba mucho en las conciencias de los creyentes. Por otra parte, el divorcio no estaba permitido por la ley en España.
Las estadísticas confirman esta impresión subjetiva del aumento de rupturas matrimoniales. Según datos del Instituto de Política Familiar, basados en las cifras suministradas por el Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2015, de cada diez matrimonios, siete acababan en ruptura.
Y, para valorar este incremento, también hay que tener en cuenta el descenso de la nupcialidad, sean matrimonios civiles o religiosos, que en España está entre las más bajas de la Unión Europea.
Los expertos en los problemas de la vida en pareja señalan entre las principales causas de ruptura la infidelidad, la mala comunicación, los celos, la distinta evolución de los miembros de la pareja, muy en especial en lo concerniente a las relaciones sexuales, sus adicciones...
 He asistido de cerca a crisis y rupturas de parejas amigas. Y la explicación, en la mayor parte de los casos, ha sido: “Se acabó el amor”. Del primer enamoramiento ilusionado se había pasado a la indiferencia y al tedio, cuando no al enfrentamiento y a las discusiones constantes. Y es que el amor hay que cuidarlo. Para que no languidezca. Inventarse soluciones para que la convivencia sea armoniosa.
Convivir guarda relación con el latín convivium, que significa banquete. Comer es no solo ingerir alimentos, sino una ocasión privilegiada de estar juntos y comunicarse los miembros de una pareja o de una familia.
Cada pareja tiene sus propios medios para que la ilusión y la concordia no decaigan. Concordia, he ahí otra bella palabra que está relacionada con el término latino cor, cordis, corazón, y nos remite a la conformidad, a la unión de pareceres, de gustos. Sí, es importante en la vida en pareja saber divertirse juntos, hacer cosas juntos. Sin que ello conlleve no disponer de espacios propios para cada uno.
Pero más importante aún, me parece a mí, es pensar en el otro, en lo que al otro le pueda agradar. En las tareas cotidianas, adelantarse al otro en la realización de pequeños, y no tan pequeños, quehaceres.
El amor, desde luego, hay que expresarlo con palabras, decir algo agradable al otro. Pero también con hechos. “Obras son amores, que no buenas razones”, afirma la sabiduría popular.
Convivencia, concordia, comunicación, diálogo… Lo que vale para la vida en pareja puede aplicarse a las relaciones entre los políticos y los gobernantes. Que no esperen a ser expresidentes para dialogar, para entenderse, como hicieron el otro día Felipe González y Mariano Rajoy.
Si a todos los políticos les moviese el interés por el bien común, como alardean de boquilla en las campañas electorales, las lógicas e inevitables diferencias entre las llamadas izquierdas y derechas no serían un obstáculo para llegar a acuerdos en beneficio de todos. Acuerdos que son las plasmaciones concretas de la concordia y de la convivencia armoniosa.

6 de octubre de 2019

Los jóvenes y el cambio climático


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

No creo que los gobernantes de los países más industrializados hagan caso a las protestas de los millones de jóvenes que se han manifestado en las calles contra el cambio climático. En todas las Cumbres sobre el Clima se ha venido acordando limitar las emisiones de CO2 a la atmósfera, una de las causas a las que se atribuye dicho cambio, en unos porcentajes que luego casi nunca se han cumplido. Y no se han cumplido por la sencilla razón de que ningún país está dispuesto a renunciar a su desarrollo económico, a mantenerlo los países desarrollados y a alcanzarlo los países en vías de desarrollo. El desarrollo económico está vinculado en una medida considerable a la gran industria, que es una de las principales fuentes de contaminación.
Dentro de esta responsabilidad generalizada en el deterioro del medio ambiente, no son en la actualidad los países capitalistas los mayores responsables de la contaminación de nuestro planeta. China, con sus 1.392.730.000 de habitantes en 2018, es hoy el principal contaminador de las aguas por residuos plásticos no reciclados. Claro que China, sin renunciar al comunismo como sistema político, ha adoptado en cierto grado el capitalismo para su desarrollo económico, industrial y comercial.
Ahora bien, el desarrollo que el capitalismo ha hecho posible en los países democráticos de la Unión Europea, en Estados Unidos y Canadá, en Nueva Zelanda y Australia, entre otros, les ha permitido también tomar medidas contra la contaminación del aire y de las aguas, y reciclar plásticos y otros residuos.
Pero a los jóvenes les mueven las grandes causas, como la lucha contra el cambio climático y el calentamiento global, que, según se les ha adoctrinado, ponen en peligro inminente la supervivencia del planeta Tierra.
Cambios climáticos los ha habido siempre, que conozcamos, a lo largo de la historia geológica de miles de millones de años. Esos cambios del clima no se han debido a la acción del hombre, con sus reducidos medios de dominio de la naturaleza. Fueron causados, y en gran parte lo siguen siendo, por los ciclos del Sol, que desencadenaron glaciaciones o calentamientos y deshielos.
En lo que sí parece que coinciden los científicos es que tales cambios, propiciados hoy por los poco controlados y poderosos medios de producción agrícola e industrial, se producen actualmente con mayor rapidez.
Es fácil y confortante para los jóvenes echarse a la calle y protestar contra los gobernantes y contra las generaciones de sus mayores que han puesto en peligro la supervivencia de la especie humana sobre la Tierra. Y está bien que se manifiesten.
Pero ¿están esos jóvenes dispuestos a renunciar, por ejemplo, a sus móviles, tabletas y demás artilugios sin los que ya no saben vivir, y que son causantes de las Guerras del Coltán en África Central para proveernos de tantalio, columbio y otros minerales necesarios para la fabricación de tales aparatos tecnológicos?
¿Cuántos de los airados jóvenes manifestantes reciclan o reutilizan los plásticos de envases y botellas, el vidrio, el papel, la ropa usada, utilizando los contenedores instalados en calles y plazas?
¿Y cuántos limpian los residuos que dejan después de celebrar sus botellones y otros esparcimientos?
¿Saben estos jóvenes lo que contaminan con atronadores decibelios y cegadoras iluminaciones los macroconciertos masivos a los que son tan aficionados?
Claro que me preocupa la salvaguardia del medio natural. Y celebro las medidas que se tomen para reducir las emisiones contaminantes de los aviones, los coches y las calefacciones. ¿Pero estamos conformes con prescindir de buena gana de las comodidades que nos brindan los medios de transporte, los calefactores y los aparatos de aire acondicionado?
Entro a comprar en el supermercado del barrio. Están, por un lado, las bolsas de plástico, que los comerciantes según reciente normativa tienen la obligación de cobrarnos. Yo llevo mi bolsa reciclable, equivalente al antiguo capacho. Y admiro a los estadounidenses que veo en las películas cargados con sus bolsas de papel. Pero luego la mayor parte de los alimentos y demás productos se sirven en envases, bandejas y bolsas igualmente de plástico. Como de plástico son los tubos, las cajas y los tarros en los que se expenden los medicamentos en las farmacias.
Llevará tiempo, si es que se consigue alguna vez, sustituir los plásticos por otros materiales menos contaminantes.
El futuro de nuestro planeta y de nuestra civilización no se salva con manifestaciones multitudinarias, ni culpabilizando siempre a otros de unos males a los que nosotros no estamos dispuestos a poner remedio en lo que está en nuestras manos.
El futuro, hoy más que nunca, depende de la inteligencia del ser humano, de los avances de la ciencia, de la investigación. Ciencia e investigación que, a su vez, dependen de la educación y de los estudios de esos jóvenes manifestantes.

29 de septiembre de 2019

Elecciones ¿inútiles?


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

La existencia de partidos políticos y de elecciones libres para elegir a los representantes de los ciudadanos en el Parlamento de la nación son dos de las principales señas de identidad de la democracia. Así que, si de verdad nos consideramos demócratas, deberíamos alegrarnos de ser llamados a las urnas para que en la actual situación de España pueda formarse Gobierno.
En España, las elecciones generales no son presidenciales, es decir, los ciudadanos no elegimos al presidente del Gobierno, sino que damos nuestro voto a los miembros de los partidos políticos que nos han de representar en las Cortes de la nación. El partido que gana las elecciones y cuenta con el número de escaños suficiente propone al Rey un candidato, y es el Rey quien decide si ese candidato puede presentarse en el Parlamento para ser investido presidente del Gobierno. Si en la investidura el candidato cuenta con los apoyos necesarios para sumar en una primera votación la mayoría absoluta (que en las Cortes españolas se sitúa en los 176 diputados), o una mayoría simple (más síes que noes) en la segunda, el Rey le encarga formar Gobierno y presidirlo.
Me detengo en estas nociones elementales porque, dado el protagonismo que se arrogan los líderes de los partidos políticos, nos parece como si en los comicios generales los ciudadanos estuviéramos eligiendo al presidente del Gobierno. Aunque así no sea, nuestro voto es decisivo para que, cumplidos los mecanismos que establece la Constitución española, el candidato del partido ganador de las elecciones sea investido presidente del Gobierno. Por lo cual, ya digo, deberíamos estar alegres de que se nos consulte en unas nuevas elecciones.
En las pasadas del 28 de abril de 2019, el PSOE fue el partido vencedor con 123 escaños. Había varias combinaciones para alcanzar una mayoría absoluta: PSOE (123 diputados) más PP (66 diputados) o más Ciudadanos (57). Estas dos sumas aritméticas quedaron excluidas desde un primer momento, dada la diferencia de los programas de la izquierda y del centro-derecha. En la noche electoral, los afiliados del PSOE celebraron la victoria socialista ante la sede de Ferraz con gritos de “Con Rivera, no”. Y, por su parte, el líder de Cs mantuvo su “no es no” a Pedro Sánchez hasta la víspera misma de que se cumpliera el plazo para disolver las Cortes.
Por el espectro de la izquierda, los 123 escaños del PSOE más los 42 de Unidas Podemos se quedaban a un escaño de la mayoría absoluta, escaño que en todo momento estuvo dispuesto a otorgarle el Partido Regionalista Cántabro de Miguel Ángel Revilla.
Nunca he entendido la negativa de Pablo Iglesias a aceptar la oferta de Pedro Sánchez de que los morados entraran en un gobierno de coalición con una vicepresidencia y tres ministerios. ¿Le pareció a Pablo Iglesias que podía tensar la cuerda de la negociación y obtener más carteras o más decisivas? ¿O se temió que Pedro Sánchez, político no caracterizado precisamente por la fidelidad a su palabra, fuera de boquilla y no cumpliera su oferta? Hay versiones para todos los gustos.
Pero pasaron los meses de verano, Sánchez se fue de vacaciones y no hizo nada para llegar a pactos y conseguir los apoyos necesarios, o las abstenciones técnicas igualmente válidas, para ser investido presidente.
Y así se quedó, compuesto y sin novia. O, a lo mejor, fiado de las encuestas del CIS de su sociólogo de cabecera Félix Tezanos, que el 30 de julio le daba una intención de voto del 41,3 %, lo que le acercaría a la mayoría absoluta, quiso desde un principio ir a unas nuevas elecciones. De modo similar a la incapacidad de Sánchez de aliarse con Unidas Podemos, los partidos del centro-derecha, PP, Cs y Vox, tampoco lograron entenderse y formar una coalición.
Los arcanos –para mí– de la ley electoral d’Hondt parecen castigar a los partidos que se presentan por separado según en qué circunscripciones. Y, dentro de lo inextricable –insisto, para mí– de la ley d’Hondt, se lleva la palma lo que los expertos llaman el “efecto Mateo”, según el cual la ley electoral española prima a los partidos más votados. ¿Por qué efecto Mateo? Por aquello del Evangelio de San Mateo 13, 12: “Al que tiene se le dará en abundancia, pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará”.
Por si fuéramos pocos, parió la abuela. Y su nieto adoptivo Íñigo Errejón se presenta a las próximas elecciones con la plataforma Más País. Dicho sea de paso, ¿han oído ustedes alguna vez a estos seudoprogresistas de izquierdas pronunciar la palabra “España”? No, solo les sale “Este país”. Pues bien, los votos de Este País serán a costa de Unidas Podemos, con lo cual las elecciones del 10 de noviembre no cambiarán sustancialmente el panorama de indefinición de las anteriores y no descarto que tengamos que volver a votar en 2020.
Hay quienes aseguran que a Pedro Sánchez no le desagrada ser presidente en funciones. Así que preparémonos a verle en la Moncloa, aunque sea como okupa, para los restos.
¿Elecciones inútiles? Bueno, siempre serán útiles para practicar la democracia.

22 de septiembre de 2019

La soledad


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

En España viven solas 4,7 millones de personas, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) correspondientes al año 2018. Teniendo en cuenta que la población total de España es de 46.934.632 habitantes según el INE para finales de 2018, podemos llegar a la conclusión de que aproximadamente un 10 % de esos habitantes viven en hogares de una sola persona. O, lo que es lo mismo, de cada diez individuos con los que nos cruzamos por la calle uno vive solo. Ya sé que esto no es exacto, porque puede ocurrir que en ese grupo concreto de diez personas no haya ninguna que viva sola o haya más de una. Pero esta concreción a mí me ayuda a visualizar de algún modo lo que significan los datos estadísticos.
Me he planteado la cuestión de la soledad porque, leyendo el libro Cómo hacer que te pasen cosas buenas, de Marian Rojas Estapé, me he encontrado con la siguiente conclusión a un estudio sobre la felicidad dirigido a lo largo de setenta y cinco años por el psiquiatra norteamericano Robert Waldinger: “Las conexiones sociales nos benefician y la soledad mata. Dicho así resulta fuerte, pero es cierto: la soledad mata. Las personas con más vínculos con familia, amigos o la comunidad son más felices, más sanas y viven más tiempo que las personas que tienen menos relaciones. La soledad ha demostrado ser profundamente tóxica. Las personas que viven aisladas son estadísticamente menos felices y más susceptibles de empeorar de salud en la mediana edad, sus funciones cerebrales decaen de forma precipitada en la vejez y mueren antes”.
La psiquiatra española autora del exitoso libro matiza después estas afirmaciones tan tajantes. Ya en las frases citadas puede advertirse que vivir solo no equivale necesariamente a vivir aislado. O, dicho de otra forma, soledad no es lo mismo que aislamiento. Aislamiento y soledad son conceptos distintos.
Los datos estadísticos sobre personas que viven solas recogen también el sexo y la edad de tales personas. Así nos informan de que casi un tercio de las personas que viven solas son mujeres y mayores de 65 años. Pero no nos informan, ni pueden hacerlo, sobre lo que esas personas sienten, a no ser que se hicieran entrevistas en cada caso para conocer sus sentimientos. Alguien puede vivir solo, pero no sentirse solo. Y tener relaciones sociales satisfactorias. Mientras que alguien puede vivir acompañado y no mantener unas conexiones humanas enriquecedoras con la persona o las personas con las que convive.
Dicen los expertos en estos temas que en el medio rural es por lo general más fácil relacionarse con familiares y vecinos. En cambio, la ciudad, y menos cuanto más grande sea, no es propicia para crear vínculos personales de calidad, a pesar de que brinde más oportunidades de establecer contactos. No sé. No creo que los habitantes de muchos pueblos pequeños españoles sean un modelo de convivencia. A menudo abundan las envidias y los enfados que se transmiten de padres a hijos.
Otro factor importante que hay que tener en cuenta al juzgar la soledad de una persona es si la ha elegido voluntariamente o le ha sido impuesta.
A este respecto se me ocurre pensar en los eremitas o anacoretas que, siguiendo el ejemplo de San Antonio Abad en el siglo III, se retiraban al desierto de Egipto para vivir en soledad entregados a la oración y a la penitencia. Esta forma de vida solitaria fue pronto sustituida por formas de vida comunitaria, cuando San Pacomio, ya en el siglo IV, reunió a un grupo de eremitas en un cenobio y les dio una regla. O sea, que la tendencia de los seres humanos, incluidos los movidos por razones religiosas, no es la vida en soledad, sino en agrupaciones más o menos numerosas. A finales del siglo V, San Benito de Nursia unió a la oración y la penitencia el trabajo en la célebre máxima “ora et labora”, “reza y trabaja”, de la regla benedictina.
Hoy también, en otros contextos y circunstancias, las personas que trabajan fuera de casa tienen más oportunidades de entablar relaciones que los jubilados.
Las personas jubiladas que viven solas se defienden de formas variadas de los males que puede acarrear la soledad. Observo en mi barrio madrileño a grupos de personas mayores que se sientan en los bancos de zonas ajardinadas, o en terrazas de cafeterías, para charlar o simplemente estar juntas.
Un amigo mío, que, como suele decirme en broma, me lleva siete años y dos prótesis de cadera, se reúne una vez al mes con sus compañeros de estudios.
Me ha sorprendido una amiga, esta de mediana edad, que se ha ido en septiembre una semana de vacaciones para estar sola y meditar. ¿En qué consistirá su meditación? Tengo que preguntárselo.
Una forma novedosa de combatir la soledad la proporcionan las modernas tecnologías, que facilitan la comunicación a través de las redes sociales o de las citas en páginas web de contactos. A mí nunca me ha gustado hablar por teléfono como sustitución de la conversación cara a cara. Pues aún menos me satisfacen las relaciones a través de los modernos medios tecnológicos.
Diré parafraseando a San Juan de la Cruz: “mira que la dolencia de amor –o sea la soledad– que no se cura sino con la presencia y la figura”.

15 de septiembre de 2019

Blancanieves


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

La fama pasa, las montañas permanecen. Algo parecido debió de pensar Blanca Fernández Ochoa el pasado 24 de agosto cuando, después de dejar el coche en el aparcamiento de Las Dehesas de Cercedilla, se dirigió hacia el escarpado monte de la Peñota.
 Desde que la familia de la famosa esquiadora anunció el 29 de agosto su desaparición y la noticia se hizo pública, fuimos innumerables las personas que seguimos paso a paso la búsqueda de Blanca hasta que el miércoles 4 de septiembre fue hallado su cuerpo sin vida en un agreste paraje entre el Collado del Rey y el Pino de San Roque, también conocido como Pino Solitario, en la vertiente meridional de la Peñota.
No se sabe si Blanca llegó a la cumbre de este monte, situado en la linde entre el término municipal de El Espinar en la Comunidad de Castilla y León y el de Cercedilla en la Comunidad de Madrid. Mi familiaridad con la Peñota añadió una nota de cercanía a mi interés en el seguimiento de los últimos pasos de Blanca en mi querida sierra de Guadarrama.
Desde mi calle de El Espinar y desde otros muchos lugares de esta villa es posible distinguir los tres picos que forman la cima de la Peñota, de difícil acceso a pesar de que por ella pasa el sendero de gran recorrido GR 10. Más de una vez he preguntado a mis acompañantes qué monte les parecía más alto, la Peñota o el vecino a la izquierda contemplados desde El Espinar, la Peña del Águila. Sin excepción me han contestado que la Peñota, siendo así que su cumbre se halla a 1.944 m de altitud, mientras que la Peña del Águila alcanza los 2.008. Se trata de un efecto óptico, debido a que la silueta de la Peña del Águila es aplanada y la de la Peñota escarpada.
Se ha elucubrado en los medios de comunicación sobre las causas de la muerte de Blanca Fernández Ochoa. La autopsia, realizada el 5 de septiembre, descartó una caída o accidente, pues el cuerpo no presentaba magulladuras o huellas de golpes. A la hora en que escribo este artículo no se han hecho públicos los resultados definitivos de la autopsia. En cualquier caso, aunque se llegue a la conclusión de que la muerte ha sido causada por una dosis excesiva de litio, medicamento que tomaba la esquiadora, diagnosticada de bipolaridad, ningún examen médico o forense podrá nunca descubrir la voluntad íntima de la fallecida. Hablar de muerte voluntaria, como han hecho periodistas irresponsables, me parece una inexcusable falta de ética y de respeto a la familia de Blanca.
En un excelente reportaje de la antigua serie “Volver con…” que el jueves 5 de septiembre emitió la Primera de RTVE, pudimos recordar a una Blanca sonriente, feliz de contar con el cariño incuestionable de su familia, de sus amigos, del pueblo todo de Cercedilla, donde existe una avenida con su nombre.
Sí, la fama pasa, pero no la satisfacción de haber logrado ser la primera esquiadora española que obtuvo una medalla de bronce en los Juegos Olímpicos, como consiguió Blanca en la prueba de eslalon en Albertville en 1992. El ejemplo de su hermano mayor Paco, medalla de oro en Sapporo en 1972, fue sin duda un acicate en su carrera. Del mismo modo que la hazaña de Blanca ha servido de inspiración a muchas deportistas españolas.
La fama pasa, pero no el amor de su madre, de sus hijos David y Olivia, también entregados al deporte, en su caso el rugby, que asimismo practicó Blanca; de sus siete hermanos, Juan Manuel, que fue su entrenador, Paquito, que le aconsejaba que se riera al menos una vez al día, de Lola, la pequeña, que guarda con ella un gran parecido y en cuya casa vivía Blanca en los últimos tiempos. Cuatro de los hermanos, además de Paco, a saber, Juan Manuel, Ricardo, Luis y Lola, también fueron notables esquiadores y participaron en pruebas olímpicas.
Blanca y Lola evocaban en el citado reportaje de RTVE las bromas gastadas a cuenta de su gran parecido. Y el año que pasaron internas en el Colegio Regina Asumpta de Cercedilla, del que salían los fines de semana para ir a ver a sus padres en el Puerto de Navacerrada, en la Escuela Española de Esquí, donde su padre trabajaba como gerente y su madre de cocinera. Blanca tenía entonces 10 años y a los 11 sus padres la enviaron al Valle de Arán, al internado Juan March, a estudiar y a formarse y entrenar como esquiadora. El Puerto de Navacerrada, que por entonces permanecía cubierto de nieve casi la mitad del año, se le había quedado pequeño a la pequeña futura campeona.
La nieve siempre jugó un papel fundamental en la vida de Blanca, cuyo nombre de pila completo era… Blancanieves.
Blanca, aunque no te conocí personalmente, me siento unido a ti por tu permanente sonrisa, por tu tesón en alcanzar tu ideal en la vida, por tu amor a la naturaleza, en especial a la montaña, y por tu entrega a la familia y a los amigos. Este es el ejemplo que quiero seguir.


8 de septiembre de 2019

El periódico en papel


Las palabras y la vida

Alberto Martín Baró

En la misma acera de la casa de la familia de mi mujer, donde nos alojamos durante nuestras estancias en Santander, hay una cafetería diligentemente regentada y atendida por tres jóvenes croatas, que además hablan muy bien el español. Si todos los inmigrantes que llegan a España fueran como ellas, la inmigración dejaría de ser un problema. Pero no es mi intención referirme a la condición de extranjeras de estas encargadas de la cafetería, sino a lo bien que llevan a cabo su trabajo. Entre las atenciones que dispensan a sus clientes está el poner a su disposición dos periódicos, el “Diario Montañés” y el “As”. Yo habría pensado que este segundo sería el más solicitado, pero no es así. A la hora del desayuno se desarrolla una auténtica batalla entre algunos de los asistentes para hacerse con el diario cántabro. Los que no han andado lo bastante rápidos para conseguir el disputado botín miran de reojo al lector para ver cuándo acaba su lectura.
Esta anécdota mañanera puede tener una doble interpretación. Por un lado, en unos tiempos en los que la prensa tradicional está siendo desbancada por la información digital, me pareció extraño ese afán por consultar un periódico en papel. Por otro lado, confirma el descenso de la venta de este tipo de publicaciones, pues los clientes de la cafetería no están dispuestos a gastarse el euro y cincuenta céntimos que cuesta el “Diario Montañés”.
Los quiosqueros también acusan este declive de las ventas de los periódicos y las revistas en papel. Al personal le resulta más barato, y más cómodo y rápido, informarse en los medios digitales a través del móvil. Y los ecologistas celebran el consiguiente ahorro de papel, que en gran parte aún se sigue produciendo a partir de la celulosa y esta de la madera de los árboles.
Yo también me informo en los diarios digitales, pero me gusta más leer los periódicos en papel. Del mismo modo que disfruto más leyendo libros publicados en papel. Cuando leo en pantalla, sea del ordenador, de una tablet, del móvil o de un libro electrónico, me parece que estoy trabajando, como me ha tocado hacerlo en mi actividad profesional de editor desde que se informatizó el proceso de edición y de impresión.
Mi vida, desde que era niño, ha estado rodeada de periódicos. Mi padre, periodista y asiduo articulista, colaboró con los principales diarios de España de la segunda mitad del siglo pasado.
Diarios como el “ABC”, el “Ya”, “La Gaceta del Norte”, “El Correo Español-El Pueblo Vasco”, y los que se englobaban en la Agencia Logos, como “La Verdad” de Murcia, “Hoy” de Badajoz, el “Diario Montañés” de Santander, el “Faro de Vigo” entre otros, llegaban a nuestra casa por correo, amén de los que compraba nuestro padre. A los que había que añadir los tres de Valladolid: “Diario Regional”, que dirigió nuestro padre durante varios años, “El Norte de Castilla” y “Alerta”.
Los periódicos y las revistas que se acumulaban en casa nos turnábamos los hermanos en venderlos cada semana como papel viejo. ¿Qué obtendríamos con aquella venta, cuatro o cinco pesetas? Que se sumaban a la propina, por supuesto módica en una familia de seis hijos.
Muchos años más tarde, en las distintas editoriales en las que trabajé, me dolía tener que mandar al “papelote” libros que llevaban años en los almacenes sin venderse. Protestaban a mis jefes los autores de tales obras, convencidos de que las mismas no podían por menos de contar con un buen número de lectores y compradores. De no ser así, la culpa sería de la editorial, que no las había distribuido y promocionado como debía.
Volviendo a los periódicos en papel, diré en su defensa que me parecen en general mejor maquetados y más cuidados que los digitales. Cuando me he familiarizado con una determinada distribución de las distintas secciones, me molesta que un nuevo diseño la cambie.
Dedico todas las mañanas un par de horas a su lectura. Y es un rato placentero, que podría serlo más si las noticias fueran más gratas. Pero de las guerras, las migraciones, los campos de refugiados, los atentados, las crisis económicas y demás calamidades que asolan el mundo y son el pan nuestro de cada día no tienen la culpa los diarios.
Busco los artículos de mis autores preferidos, que a menudo me sugieren temas para los míos. Ya el título y la entradilla me animan a su lectura o desaniman. He lamentado con frecuencia el exceso de comentarios políticos en que todos los articulistas incurrimos. Tanto más lamentable cuando el columnista en cuestión ha demostrado ser capaz de deleitarnos con escritos de gran belleza literaria o de profundo pensamiento.
Concluyo la lectura del periódico resolviendo el sudoku y los crucigramas de la página de pasatiempos. Dicen los expertos que esta actividad ayuda a mantener ágil nuestra mente.


1 de septiembre de 2019

Progreso


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

“Anoche soñé que volvía…”, no a Manderley, como la protagonista de la película de Hitchcock Rebeca, sino a mi antigua casa de El Espinar. Y la encontré cambiada. Con muchas mejoras, además de las que yo había hecho antes de venderla.
La casa la habían construido allá por el año mil novecientos cuarenta y tantos –no recuerdo la fecha exacta– Sixto, el jardinero del parque municipal, y su mujer Ángeles. Mis abuelos maternos la alquilaban los veranos. Siempre acogían a algunos de sus nietos, que no me explico cómo cabíamos. Ahí nació mi amor a este pueblo serrano.
Bastante tiempo después mi mujer y yo compramos la casa. Nuestro vecino Juan García, excelente albañil, se hizo cargo de las obras que mejoraron notablemente el interior del edificio: alicatado de la cocina y del cuarto de baño, saneamiento de humedades, ampliación de la sala tirando el tabique que la separaba del vestíbulo… El confort de la casa para poder pasar en ella fines de semana en invierno ganó bastantes enteros cuando instalamos una calefacción de gasóleo.
No era la primera vez que adquiríamos una segunda residencia. Un primer intento resultó fallido. Habíamos comprado una casita en El Olivar, pequeña localidad de Guadalajara que Cela describe en su libro Viaje a La Alcarria como “un pueblo miserable, perdido en la sierra, en tierra de lobos, rodeado de barrancos”. Era una construcción humilde, con un terrenito en el que crecía una higuera, y tenía unas vistas preciosas sobre el embalse de Entrepeñas y, al fondo, las Tetas de Viana, dos montes así llamados por semejar los pechos de una mujer.
A pesar de mis gestiones no conseguí que ningún operario se encargara de hacer la casa habitable. Hoy, por lo que me informo en Internet, El Olivar “miserable” de Cela es un pueblo cuidado y lleno de casas de vacaciones.
A veces propendemos a pensar que carecer las viviendas particulares de agua corriente se remonta a la época en la que los romanos construyeron el acueducto de Segovia. Yo puedo atestiguar que, además de la casa de El Olivar, otras muchas viviendas en los años cincuenta del pasado siglo carecían de este servicio básico.
En el verano de 1954 fui invitado a pasar unos días en casa de Ramón, un amigo del colegio, que en realidad era compañero de mi hermano Javier. Más tarde comprendí por qué mi hermano me había cedido la invitación. Después de un viaje en un autobús del que prefiero no acordarme, entre cestas con gallinas y otros aparatosos bultos, llegué mareado al pueblo de mi amigo, que era Valbuena de Duero, una localidad importante. Le pregunté a Ramón por el cuarto de baño, a lo que él me respondió: “Si lo que quieres es lavarte, ahí en el patio tienes el pilón; y si necesitas hacer tus necesidades, al lado está la chivitera”. O sea, el corral, donde campaban a sus anchas, no chivos, como el nombre podía dar a entender, sino gallinas. ¡Y el padre de mi amigo era el alcalde del pueblo, que ya entonces albergaba las famosas bodegas Vega Sicilia!
Todo esto ¿qué tiene que ver con el progreso, tema del artículo al que yo estaba dando vueltas en mi medio insomnio? Pues está bien claro que gran parte del progreso material se ha traducido en las comodidades que disfrutamos no hace demasiado tiempo los habitantes del que hemos llamado “primer mundo”. Abrimos el grifo y disponemos de agua fría y caliente, combatimos el frío con distintos sistemas de calefacción y el calor con aparatos de aire acondicionado, conservamos los alimentos en frigoríficos y congeladores… En casa de mis padres aún recuerdo la fresquera. Y se lavaba a mano, nada de lavadoras y lavavajillas.
Las ventajas que nos proporcionan los grandes y pequeños electrodomésticos tienen la contrapartida, que denuncian los ecologistas, de consumir energía eléctrica y contribuir a las emisiones de CO2, al calentamiento global y al cambio climático.
A lo largo de la historia de la humanidad, a los avances del progreso se han opuesto a menudo sus detractores. Así, los luditas, artesanos ingleses que en el siglo XIX protestaron contra las nuevas máquinas que destruían empleo. La destrucción de puestos de trabajo por el uso de maquinaria tanto en la agricultura como en la industria ha sido utilizada frecuentemente como argumento contra la mecanización. Y lo sigue siendo. Hace pocos días leía yo en un periódico nacional el siguiente titular: “Cada robot industrial elimina dos puestos de trabajo”.
Si del progreso tecnológico pasamos al progreso social y cultural, no faltan tampoco los enfrentamientos entre los denominados progresistas, que defienden ideas y actitudes supuestamente avanzadas, y los conservadores, que como su nombre indica son reacios al cambio y partidarios de conservar creencias y costumbres.
Hoy el progresismo se lo atribuyen los partidos de izquierda radical. Olvidando, y tratando de que olvidemos, que allí donde se han implantado las ideologías y las políticas del comunismo y del socialismo no temperado por la socialdemocracia han cundido la pobreza, el hambre, la falta de libertades, la persecución y muerte del disidente, y los crímenes más atroces a los que aún asistimos en países bajo el yugo de sistemas opresores y totalitarios.