Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Insistir en las múltiples incoherencias de Pedro Sánchez es
tarea inútil. No hace falta recurrir a las hemerotecas para poner de manifiesto
que la palabra del aún presidente en funciones del Gobierno de “este país”,
antes España, no vale nada.
Más que enumerar las innumerables veces que Sánchez ha
incumplido sus promesas habría que consignar los muy escasos cumplimientos que
jalonan su trayectoria política. Y aun esos casos, como puede ser la exhumación
de los restos mortales de Franco del Valle de los Caídos y su posterior
inhumación en el panteón familiar de Mingorrubio, hechos ciertamente prometidos
por Sánchez, se han visto acompañados de flagrantes transgresiones de sus
mismos compromisos. Por boca de la inefable vicepresidenta en funciones Carmen
Calvo y de otros miembros del Gobierno asimismo en funciones se había asegurado
que la operación de desenterrar al que fuera jefe del Estado se llevaría a cabo
con total discreción. Pues bien, solo les faltó llevar una banda de música y
lanzar cohetes y salvas para que las más de cuarenta cámaras de televisión
retransmitieran en directo y en las horas de mayor audiencia la lúgubre
ceremonia. El NO-DO de la época franquista se habría quedado en aprendiz de
propaganda comparado con tamaña exhibición a mayor gloria de un personaje tan
engreído como Pedro Sánchez. Que, además, ateniéndonos a sus propias declaraciones,
no sería un presidente democráticamente elegido, puesto que, hasta consumado el
desentierro de Franco, España no era una democracia plena.
Y, ya en el colmo de la estupidez e ignorancia históricas,
declaró Sánchez solemnemente que él no reconocía a Francisco Franco como jefe
del Estado. A mí no me gustan ni Lenin, ni Stalin, ni Mao Tse-Tung, ni Ho Chi
Minh, ni Fidel Castro, ni Hugo Chávez, ni tantos otros gobernantes más
totalitarios y mucho más funestos para sus pueblos que Franco, y no por ello
niego su perniciosa realidad histórica.
Pero he afirmado al comienzo de este artículo que es inútil
insistir en la absoluta falta de palabra de Sánchez. Porque, a pesar de todos
los pesares, a pesar de que en las elecciones generales del pasado 10 de
noviembre ha perdido 3 escaños y más de 760.000 votos con respecto a los
comicios del 28 de abril, lo cierto es que ha conseguido 120 escaños y
6.752.983 votos, ganando las elecciones.
Lo que a mí me llama la atención no es que el secretario
general del PSOE haya perdido apoyos entre los votantes, sino que después de sus
17 meses de desgobierno y de las incontables muestras de su ineptitud y
absoluta falta de ética siga contando con más de 6.750.000 electores.
A algunos de estos votantes socialistas yo les conozco,
incluso unos cuantos son amigos míos. Estoy convencido de que son buenas
personas e inteligentes. ¿Seré yo el que está equivocado al rechazar la
candidatura de Pedro Sánchez? Aunque tampoco comulgo con todas las propuestas
de ningún otro partido. Me decantaría por seleccionar de cada formación
política algunas medidas de sus programas. Pero, en conjunto, no me convence
ningún partido.
¿Ha cambiado tanto Pedro Sánchez desde que en octubre de
2016 fuera expulsado de la Secretaría General del PSOE por su propia ejecutiva?
Hoy esos mismos “barones” –siempre me ha chirriado esta denominación en un
partido que se declara “socialista” y “obrero”– que le defenestraron guardan en
público un absoluto silencio. ¡Lo que une el poder!
También se ha recalcado que Unidas Podemos ha perdido en las
últimas elecciones generales más de 630.000 votos con respecto a las del 28 de
abril, y que su máximo de votantes estuvo en 5.185.778 en las elecciones de
2015. Pero de nuevo en este caso lo que a mí me extraña es que siga conservando
más de 3 millones de votantes.
O sea que, sumando los votos cosechados el 10 de noviembre
de 1019 por el PSOE y Unidas Podemos, los dos protagonistas del preacuerdo firmado
la misma noche electoral, da un total de 9.850.000, en números redondos,
partidarios de un gobierno de las llamadas izquierdas. Oiga, que son muchos
millones los ciudadanos que ven con buenos ojos que siga al frente del Gobierno
de “este país”, antes España, un individuo como el plagiario Pedro Sánchez, de
cuya palabra no se fía ni su futuro aliado y previsible vicepresidente.
He defendido en público y en privado la bondad de mis
conciudadanos. Y no me considero ni mejor ni más inteligente que la mayoría de
ellos. Pero también he sostenido, frente al infundado aserto de que “el pueblo
nunca se equivoca”, que el pueblo a lo largo de la historia y en numerosas
ocasiones se ha equivocado eligiendo a líderes que han sembrado el caos y
cometido atroces genocidios en sus países y en extensas regiones del mundo. No
sostengo que el futuro gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias vaya a llegar
a estos extremos. Pero no olvidemos que Pablo Iglesias sigue defendiendo los
principios del comunismo y a aquellos regímenes como los de Maduro y Evo
Morales que lo único que traen a sus pueblos es pobreza y falta de libertad.
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