30 de junio de 2019

Utopías


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

–Señores del PP y C’s, esta es su gran ocasión de demostrar que les mueven los intereses generales y el bien común de la Nación, absteniéndose en la sesión de mi investidura como presidente e impidiendo de este modo que no tenga más remedio que aceptar el apoyo de Unidas Podemos y de grupos nacionalistas, y la abstención de separatistas e incluso de Bildu, para sacar adelante el encargo que me ha confiado el Rey de formar gobierno.
Quien con este argumento se dirige a los líderes del PP y C’s Pablo Casado y Albert Rivera es, como ya habrán adivinado, el presidente del Gobierno en funciones y secretario general del PSOE Pedro Sánchez Torrejón.
Y no es Sánchez el único en apelar a la razón de Estado para conseguir una abstención del PP y, sobre todo, de C’s que hiciera posible su investidura como presidente. El propio expresidente Rajoy, que ha mantenido un discreto silencio en todo el proceso electoral –quizá no tanto por prudencia cuanto por su inveterada costumbre de “laissez faire, laissez passer”, o sea, de que las cosas se pudran sin intervenir–, ha manifestado su opinión favorable a esta postura de permitir no solo la investidura de Sánchez, sino la posterior gobernabilidad de la Nación en los cuatro años de legislatura.
Las presiones para abstenerse son especialmente fuertes sobre Rivera, dada la condición –se arguye– de C’s como partido bisagra, mientras que corresponde al PP ejercer como principal partido de la oposición institucional y posible alternativa de gobierno.
En esta argumentación se pasan por alto y se olvidan muchos antecedentes. Resulta un tanto incongruente que el adalid del “no es no” a Rajoy reclame ahora del PP de Pablo Casado la abstención. Es verdad que finalmente el PSOE se abstuvo en 2016 para facilitar la investidura de Rajoy, pero Pedro Sánchez renunció a su escaño para no participar en la actuación de su partido.
Aún encierra una mayor incongruencia que Sánchez pretenda aparentar un rechazo a Unidas Podemos y a las fuerzas nacionalistas e independentistas, con las que se alió para la moción de censura contra Rajoy, sin que nada ni nadie le obligara a ello. Lo que ocurre es que esas mismas fuerzas le tumbaron los presupuestos y no le dejaron otra alternativa que convocar elecciones. Sabe Sánchez por propia experiencia que esos compañeros de viaje no son de fiar. Para ello no tiene más que mirarse al espejo y observar lo que él haría en su situación. Entre tahúres anda el juego.
Si tanto le importa a Sánchez la gobernabilidad de España, ¿por qué no ofrecer a C’s un gobierno de coalición? Los números les darían. Y C’s ya estuvo dispuesto a esta alianza en 2016.
Claro que desde entonces se han producido notables cambios, tanto en el PSOE de Sánchez como en el C’s de Rivera. Los militantes socialistas que aclamaban a Sánchez a las puertas de Ferraz por su victoria en las elecciones generales del 28 de abril corearon: “¡Con Rivera no!”. Y Rivera se ha hartado de lanzar a los cuatro vientos su negativa a aliarse con el PSOE de Sánchez.
Aunque, vaya usted a saber, en política no hay posturas definitivas, como hemos podido comprobar en los pactos para formar consistorios municipales y gobiernos autonómicos.
Los negociadores de los partidos justificarán sus pactos aduciendo que responden a la voluntad de los votantes. Esos votos que, a la vista de tales cambalaches, lo mismo valen para un roto que para un descosido.
¿No sería mejor volver a preguntar a esos votantes en una segunda vuelta electoral, como existe en otros países de nuestro entorno y ya reclaman para el nuestro expertos analistas políticos? Esta sí sería, también a mi juicio, una oportuna reforma de la Ley Electoral.
Como lo sería dejar por ley fuera del Parlamento nacional a los partidos que abiertamente en sus estatutos abogan y sus representantes trabajan sin tregua por la destrucción de la Nación española tal como queda definida en la actual Constitución.
¿Por qué en España no es posible una gran coalición de partidos constitucionalistas, al estilo de la que ha venido gobernando en Alemania? Una cosa es pedir “gratis et amore”, sin ofrecer nada sustancial a cambio, a C’s e incluso al PP que se abstengan en la investidura de Sánchez y que faciliten la gobernabilidad de la Nación, y otra muy distinta llegar a un acuerdo de gobierno sobre la base de unos programas compartidos. Tampoco somos tan distintos unos votantes de otros cuando nos encontramos en el autobús, en el supermercado o en una cafetería. Sería un sano ejercicio democrático buscar y acentuar aquello que nos une frente a lo que nos separa.
Pero, me dirán, ¿en qué país se cree usted que vive? Pues en el país de la buena gente. Que la hay.

25 de junio de 2019

La Feria del Libro


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Pero ¿no estábamos en que en España no se lee?
Hacía años que no visitaba la Feria del Libro de Madrid, que se ha clausurado el domingo pasado 16 de junio. Me ha sorprendido el gentío que deambulaba ante las más de 360 casetas, la mayor parte de editoriales y menos de librerías e institucionales.
En un gran panel luminoso, y también por los altavoces, aunque por este medio apenas se oye, se anuncian los nombres de los escritores que firman sus obras en las casetas de sus editoriales. Mi mujer Angelina Lamelas firma sus libros de cuentos, tanto para niños como para mayores, en la caseta de Palabra, la editora que ha publicado casi todos esos relatos, así como una recopilación de sus artículos periodísticos. Otro día ha firmado en la caseta del Gremio de Editores de Cantabria ejemplares de “Carne de cuento”, su último libro de relatos para mayores editado por la editorial cántabra Valnera.
Pregunto al responsable comercial de Palabra cuál puede ser el atractivo de la Feria del Libro de Madrid para congregar a tantas personas de todas las edades. Que no solo pasean, sino que también se acercan a que sus autores favoritos les firmen los libros que han adquirido, pues veo que muchas llevan la bolsa con el dibujo distintivo de la Feria.
–Buena pregunta –me responde quien conoce bien el mundo del libro–. Habría que buscar la explicación en un conjunto de motivos, y no todos tienen que ver con el interés de la gente por la lectura.
Repito la misma pregunta a algunos familiares y amigos.
–Quizá sea porque resulta agradable darse un paseo por el Parque del Retiro –me contesta alguien que frecuenta la Feria con esta intención añadida.
–¿Agradable –le objeto– tratar de abrirse paso entre la multitud que se aglomera ante las casetas y los pabellones de las firmas patrocinadoras en medio de un calor sofocante?
–La Feria –responde otro de mis entrevistados– es una ocasión especial para que los lectores conozcan a los autores de sus libros preferidos y para que les firmen y dediquen sus ejemplares.
Esta sí me parece una razón plausible. Aunque las largas colas que se forman ante los escritores de más éxito les impidan un contacto más detenido con sus lectores.
Cuando escribo estas líneas ya se ha publicado el balance de esta 78 edición de la Feria del Libro de Madrid. Así, la facturación ha sido de 10 millones de euros en ventas, que supone un incremento del 14 % respecto a la cifra del año anterior. La asistencia ha alcanzado los 2.3 millones de personas, siendo más numerosas las mujeres que los hombres. Y han firmado sus obras 1.800 autores.
El director de la Feria, Manuel Gil, y el secretario del Gremio de Librerías de Madrid, al presentar en rueda de prensa tales resultados, han mencionado otra circunstancia, que también puede responder a la pregunta que estoy formulando en este artículo: una amplia oferta cultural de encuentros, conferencias, talleres y mesas redondas en los diferentes espacios de la Feria para promover la lectura entre todos los públicos. Muchas de estas actividades han sido protagonizadas por escritores, artistas e intelectuales de la República Dominicana, país invitado en esta 78ª Feria del Libro de Madrid.
Observo con satisfacción que las casetas que exhiben libros de literatura infantil y juvenil atraen a numerosos niños y jóvenes. Aunque, como yo mismo pude comprobar en una reunión con colegiales de un centro de El Espinar, son mayoría quienes prefieren jugar con la play station a leer un libro.
Y el dato global, poco alentador, sigue siendo que más de un 40 % de los españoles no lee un libro nunca o casi nunca, según el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España que publica la Federación de Gremios de Editores de España y que corresponde al año 2017.
Hoy resulta más barato y sencillo editar un libro por los procedimientos digitales que hace, pongamos, unos 25 años. Y el abaratamiento de los costes y la simplificación del trabajo redundan también para las empresas editoriales en una menor necesidad de personal contratado.
No obstante, según el Instituto Nacional de Estadística, de los 240.220 ejemplares editados en España en 2017 solo se vendieron 158.250.
Y, aunque nos parezcan muy numerosas las editoriales que participan en esta Feria, no olvidemos que en 2011 había en España 3.377 empresas editoras, que se vieron reducidas a 3.079 en 2017, según datos del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
Me salgo del paseo en el que se alinean las casetas y pabellones de la Feria y me siento en un banco del vial paralelo bajo la sombra de unos frondosos castaños. A mi lado se sienta un joven que saca de la bolsa de la Feria dos libros y se pone a leer. No me he atrevido a preguntarle qué títulos había comprado.

16 de junio de 2019

Un secreto


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Tendría que remontarme a mi lejana adolescencia, cuando me quedaba hasta las tantas de la madrugada leyendo a Agatha Christie, para hallar un antecedente de lo que me ha ocurrido hace un par de semanas con el libro Un secreto de Alejandro Palomas: me había captado de tal manera que me resultaba imposible interrumpir su lectura e irme a la cama.
Un secreto no es una novela policiaca, pero sí encierra una intriga tan bien tejida que, al menos yo, no pude dejar de leerla hasta encajar todas las piezas del puzle. O, si quieren, hasta resolver con el autor el jeroglífico.
Hay escritores que cuidan en extremo el estilo, pero descuidan el argumento. Y entonces exclamas: “¡Qué bien escribe!” Mas al cabo de unas cuantas páginas el estilista ha conseguido hartarte. Lo ideal es fundir, como sucede en Un secreto, la riqueza y propiedad del lenguaje con el interés de la trama.
Por segunda vez Alejandro Palomas nos ha hecho el honor de acudir, de la mano de la gran amiga y promotora cultural Laura Colmenero, a nuestra tertulia mensual en El Espinar. Y como el 11 de junio de 2018 disfrutamos con Un amor, obra que ganó el Premio Nadal de ese año, el pasado 10 de junio Alejandro nos ha deleitado introduciéndonos en el proceso creativo de Un secreto, segunda parte de Un hijo, que en 2016 obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.
En Un secreto vuelven a aparecer personajes de Un hijo: los niños de 9 años Guille y Nazia, la profesora Sonia y la psicóloga María. A los que se añade Ángela, una niña albina de Mozambique que, según nos revela Alejandro, adquirirá más protagonismo en la tercera obra de la “trilogía de la orfandad”, aún sin título. El problema del albinismo le toca muy de cerca a nuestro autor, pues lo sufre su madre.
Confiesa Alejandro que no conoce el mundo infantil, pues no tiene hijos, ni sobrinos, ni niños con los que trate habitualmente. Y, sin embargo, no solo a mi juicio, refleja de mano maestra la forma de hablar y de escribir de Guille, la principal voz narradora de Un secreto. Habría que recurrir a la frase de Nietzsche, tantas veces citada, pero no por ello menos certera: “En todo hombre auténtico se esconde un niño, y ese niño quiere jugar”.
Al narrador único, al que suele llamarse “omnisciente”, que a Alejandro Palomas le resulta aburrido, él prefiere varios narradores, con los que se identifica y que aportan al relato sus distintos puntos de vista.
Nazia es la amiga de Guille y, como él mismo nos cuenta, “desde Navidad vive con papá y conmigo porque es mejor, ahora es mi hermana de acogida”. A esta niña paquistaní de 9 años sus padres quieren casarla por motivos económicos.
Digo con Nietzsche que los niños quieren jugar. Y con sus juegos, sus dibujos y los cuentos, en este caso el de Cenicienta, manifiestan y ocultan a la vez lo que piensan, sienten y desean, “niños iceberg”.
Alejandro se sirve de dibujos a manera de jeroglíficos para plantear y, al final, desentrañar, con la psicóloga María, el misterio, el secreto que da título a la novela. Declara que, cuando él mismo dibujaba esos jeroglíficos, sintió que se había metido en un buen lío, pues nunca le habían gustado tales acertijos ni había sido capaz de resolverlos.
Si el mundo de los niños le es extraño, a los profesores sí reconoce que los trata de cerca. Y defiende, frente a acusaciones injustas, su ímproba y trascendental labor. Incluida la de la directora, Mercedes en la novela, pues son los directores de los centros educativos quienes deben atender a los problemas generales y reales, sin dejarse llevar por impresiones no fundadas.
El humor y el amor a sus personajes impregnan toda la obra de Alejandro Palomas, que viene de firmar ejemplares en la Feria del Libro de Madrid. Cuando entra por detrás en la caseta, ve que ya le esperan cinco personas. ¿Solo? No. Una larga fila, separada de las anteriores por la encargada de seguridad, despierta en Alejandro lo que él denomina el “síndrome del impostor”: seguro que todos esos lectores, piensa, se han equivocado, pero para no defraudarle, siguen en la cola hasta que les firme el ejemplar que han comprado.
Cada vez más son los propios autores quienes se encargan de promocionar sus obras: viajan, participan en presentaciones, firman ejemplares en las ferias del libro y, si se trata de literatura infantil y juvenil –Alejando Palomas prefiere hablar de “literatura familiar”–, también se prestan a acudir a colegios para intercambiar impresiones con los escolares. Así, Alejando, que reside en Barcelona, ha recorrido varios países iberoamericanos, tratando de que el precio de sus obras no resulte excesivo para aquellos pagos, y, como ya he dicho, se viene a nuestra tertulia y al colegio de El Espinar, donde sabe escuchar a los alumnos de diez y once años.
Es imposible no querer a Alejandro Palomas.

9 de junio de 2019

Las mayorías


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

El socialista Pedro Sánchez Torrejón ha ganado las elecciones generales del 28 de abril, consiguiendo 123 escaños de los 350 que componen el total del Congreso de los Diputados. El hecho de que ese número de escaños esté muy lejos de la mayoría absoluta, que le permitiría a Sánchez gobernar sin necesidad del apoyo o de la abstención de otras fuerzas parlamentarias, no quita importancia a su victoria, respaldada por los votos de 7,4 millones de españoles.
Y el socialismo de Pedro Sánchez ha revalidado su triunfo imponiéndose en las elecciones autonómicas, municipales y europeas del 26 de mayo, si nos atenemos a las cifras globales de votantes que se han decantado por los socialistas.
Independientemente de que el PSOE pueda gobernar en comunidades autónomas y ayuntamientos donde no haya obtenido mayoría absoluta, debido a la complejidad de los pactos con otros partidos políticos, no hay duda de que el mapa de España se ha teñido de rojo.
Los electores que han dado su confianza a Pedro Sánchez ¿han olvidado la trayectoria política y humana del líder socialista? Un personaje que llega a la Moncloa gracias a una moción de censura apoyado por grupos tan constitucionalistas como Podemos, secesionistas catalanes y nacionalistas vascos, a los que solo unía el deseo de expulsar de la presidencia del Gobierno a Mariano Rajoy, sin que el afán de regenerar la política les moviera en lo más mínimo.
Episodios como el descubrimiento del plagio de la tesis doctoral de Sánchez y la consiguiente mentira en sede parlamentaria de que había sido publicada, o la información hecha pública desde Moncloa de que había superado unos tests antiplagio, lo que se demostró falso; la utilización del Falcon para fines particulares; el nombramiento de afines al frente de importantes empresas públicas, incluido el de su propia esposa como directora del IE Africa Center; el incumplimiento de compromisos adquiridos públicamente, como el de convocar elecciones después de la moción de censura, o el de despedir a colaboradores que hubieran utilizado sociedades instrumentales para eludir impuestos; sus negociaciones secretas con el secesionista presidente de la Generalitat, con posibles acuerdos sobre el derecho de autodeterminación; su negativa a responder en el Parlamento si indultaría a los golpistas catalanes en el caso de que fueran condenados por el Tribunal Supremo…
No parece que este retrato de Pedro Sánchez, desde luego incompleto, responda a unas mínimas exigencias éticas.
Lo cual me lleva a preguntarme si quienes han dado su voto a Sánchez aprueban su actuación al frente del PSOE y del Gobierno. O le han votado, como expresó en cierta ocasión un conocido militante socialista, “tapándose las narices”.
Otra posible explicación es que los votantes hayan antepuesto su ideología socialista al rechazo de determinadas conductas reprobables.
Sin que quepa descartar totalmente el efecto persuasivo de ciertas medidas sociales y económicas del gabinete de Sánchez, como el aumento del salario mínimo interprofesional, la subida de las pensiones de acuerdo con el IPC, el incremento de los sueldos de los funcionarios, la convocatoria de plazas para un funcionariado ya de por sí más numeroso de lo necesario…
No hace tanto tiempo que el entonces secretario general del PSOE fue expulsado de este puesto el 1 de octubre de 2016 por el propio Comité Federal. Pero los militantes le repusieron en el cargo el 2 de mayo de 2017, en unas primarias en las que se impuso holgadamente a sus adversarios.
Después de los resultados de las pasadas convocatorias electorales ya nadie discute el liderazgo de Sánchez. Ya no se alzan voces críticas, ni de los llamados “barones” –siempre me ha extrañado esta denominación en un partido que se declara socialista obrero–, ni mucho menos en las bases. ¡Lo que une el poder!
Es más, según el último barómetro del CIS, todos los líderes políticos suspenden, pero Sánchez es en opinión de los consultados el más valorado con 4,1 puntos, seguido de Albert Ribera con 3,7 puntos, Alberto Garzón con 3,6, Pablo Casado con 3,3, Pablo Iglesias con 3,1 y Santiago Abascal con 2,6.
¿Habrá que concluir que ética y política son como el agua y el aceite, contrapuestas e irreconciliables?
La democracia se basa en la fuerza de las mayorías. Pero una mayoría, aunque fuera mayor que la obtenida por el PSOE de Pedro Sánchez, ¿es capaz de convertir
lo éticamente malo, la trampa, la falta de palabra, la mentira, el egoísmo, el nepotismo, en éticamente bueno?
Decía el que fuera segundo general de los jesuitas Diego Laínez, como cuenta Feliciano Cereceda S. J. en su obra Diego Laínez en la Europa religiosa de su tiempo. 1512-1565: “Yo temo siempre a la multitud, aunque sea de obispos”.
Yo temo a las mayorías, aunque se den en democracia, el menos malo de los sistemas de gobierno.

3 de junio de 2019

La batalla de las ideas


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Por si los políticos no tuvieran bastante con gobernar, también se arrogan la facultad de decidir y de imponer las ideas y las convicciones que los individuos debemos abrazar o rechazar.
En una sociedad cada vez más fragmentada ideológicamente como es la española actual, los gobernantes y los líderes políticos no se contentan con gestionar la cosa pública, sino que tratan de erigirse en instructores de las personas a las que pretenden imponer lo que deben pensar.
Aunque en la vida cotidiana cada vez nos parecemos más unos individuos y unos grupos a otros en hábitos, en formas de actuar y de divertirnos, en cambio en los pensamientos y en las convicciones existen grandes diferencias, que reflejan la diversidad y la oposición que se dan en los planteamientos y principios que defienden unas formaciones políticas y otras.
Pues bien, los dirigentes de los partidos políticos, a los que a menudo no acompañan una formación académica y una experiencia profesional dignas de mención, se atribuyen la misión de dirigir nuestras mentes y nuestras creencias.
Mentes y creencias han estado y están configuradas por nuestros mayores, nuestros profesores, nuestros propios estudios y lecturas, el ambiente en el que se han desarrollado nuestra infancia, adolescencia y juventud, las amistades que hemos frecuentado, las personas a las que hemos admirado y querido… Un papel con frecuencia esencial en la formación de nuestro pensar y sentir lo ha desempeñado la religión, la enseñanza religiosa. Bien sea abrazando esa fe o, por el contrario, rechazándola.
En este entramado de influencias irrumpen la política y los políticos, convertidos en maestros y predicadores laicos. “Hay que dar la batalla de las ideas”, proclamaban en las pasadas elecciones algunos candidatos. Y todos intentan convencernos de que sus propuestas son las mejores, mientras descalifican las de sus oponentes o adversarios.
Lo grave de este afán de adoctrinamiento es que, en la organización de nuestra democracia representativa, corresponden a los diputados de las Cortes la elaboración y la aprobación de las leyes que han de regirnos. Leyes que afectan a facetas de nuestra existencia tan cruciales como la interrupción del embarazo, la eutanasia, el cambio de sexo, la violencia mal llamada de género, la memoria histórica, la prisión permanente revisable, etc., etc.
Siempre me ha extrañado que se sostenga que existe, de acuerdo con el principio de Montesquieu, separación entre el poder legislativo y el judicial, siendo así que jueces y magistrados están obligados a juzgar y dictar sentencias de acuerdo con las leyes dictadas por los Parlamentos.
Ante el bochornoso espectáculo que en la constitución de las Cámaras han dado “sus Señorías”, me echo a temblar pensando en las decisiones que puedan tomar en asuntos trascendentales para la vida de las personas.
Leyendo los currículums de la mayoría de los parlamentarios y de los dirigentes de los partidos, por no hablar del doctorado con plagio incluido del futuro presidente del Gobierno Pedro Sánchez, me entra un más que fundado desasosiego, que su actuación y sus rifirrafes en los debates parlamentarios no hacen sino incrementar.
Y cuando nos encontramos con una profesora de Derecho Constitucional como es la presidenta del Congreso, o con un catedrático de Filosofía contemporánea y Filosofía de la Historia como es el presidente del Senado, esos avales académicos no les libran de actuaciones rayanas en lo delictivo, o en cualquier caso desafortunadas: así la dilación y resistencia de Meritxell Batet a suspender en sus funciones a los diputados en situación procesal, y la declaración de Manuel Cruz de que “Hay un escenario que podría reconciliar todo y es que hubiera una sentencia absolutoria”, se entiende del Tribunal Supremo que juzga a dichos diputados presos.
Déjennos los gobernantes y líderes políticos a los individuos que nos equivoquemos en nuestros juicios y nuestras opiniones, déjennos ejercer la más preciosa de las libertades, cual es la libertad de pensamiento.
Cada vez soy más partidario de que los Gobiernos, tanto a nivel nacional como local, se dediquen con todo su saber y entender a gestionar, a ordenar el tráfico y el transporte, a velar por la seguridad ciudadana, a cuidar la limpieza de las ciudades, a impulsar la industria y la construcción de viviendas, a proveer a la Sanidad y a la Hacienda públicas de los medios necesarios para su correcto funcionamiento…
Iba a añadir “a la Educación”. Pero aquí también lo mejor que pueden hacer los poderes públicos es dejar que la propia comunidad educativa, en colaboración con los padres y alumnos, sin distinciones entre unas y otras Comunidades autónomas –cuya desaparición ya saben mis lectores que propugno–, regule el funcionamiento de este campo fundamental para la formación de unos ciudadanos libres e iguales.