Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
–Señores del PP y C’s, esta es su gran ocasión de demostrar
que les mueven los intereses generales y el bien común de la Nación,
absteniéndose en la sesión de mi investidura como presidente e impidiendo de
este modo que no tenga más remedio que aceptar el apoyo de Unidas Podemos y de
grupos nacionalistas, y la abstención de separatistas e incluso de Bildu, para
sacar adelante el encargo que me ha confiado el Rey de formar gobierno.
Quien con este argumento se dirige a los líderes del PP y
C’s Pablo Casado y Albert Rivera es, como ya habrán adivinado, el presidente
del Gobierno en funciones y secretario general del PSOE Pedro Sánchez Torrejón.
Y no es Sánchez el único en apelar a la razón de Estado para
conseguir una abstención del PP y, sobre todo, de C’s que hiciera posible su investidura
como presidente. El propio expresidente Rajoy, que ha mantenido un discreto
silencio en todo el proceso electoral –quizá no tanto por prudencia cuanto por
su inveterada costumbre de “laissez faire, laissez passer”, o sea, de que las
cosas se pudran sin intervenir–, ha manifestado su opinión favorable a esta
postura de permitir no solo la investidura de Sánchez, sino la posterior
gobernabilidad de la Nación en los cuatro años de legislatura.
Las presiones para abstenerse son especialmente fuertes
sobre Rivera, dada la condición –se arguye– de C’s como partido bisagra,
mientras que corresponde al PP ejercer como principal partido de la oposición
institucional y posible alternativa de gobierno.
En esta argumentación se pasan por alto y se olvidan muchos
antecedentes. Resulta un tanto incongruente que el adalid del “no es no” a
Rajoy reclame ahora del PP de Pablo Casado la abstención. Es verdad que
finalmente el PSOE se abstuvo en 2016 para facilitar la investidura de Rajoy,
pero Pedro Sánchez renunció a su escaño para no participar en la actuación de
su partido.
Aún encierra una mayor incongruencia que Sánchez pretenda
aparentar un rechazo a Unidas Podemos y a las fuerzas nacionalistas e
independentistas, con las que se alió para la moción de censura contra Rajoy,
sin que nada ni nadie le obligara a ello. Lo que ocurre es que esas mismas
fuerzas le tumbaron los presupuestos y no le dejaron otra alternativa que
convocar elecciones. Sabe Sánchez por propia experiencia que esos compañeros de
viaje no son de fiar. Para ello no tiene más que mirarse al espejo y observar
lo que él haría en su situación. Entre tahúres anda el juego.
Si tanto le importa a Sánchez la gobernabilidad de España,
¿por qué no ofrecer a C’s un gobierno de coalición? Los números les darían. Y
C’s ya estuvo dispuesto a esta alianza en 2016.
Claro que desde entonces se han producido notables cambios,
tanto en el PSOE de Sánchez como en el C’s de Rivera. Los militantes
socialistas que aclamaban a Sánchez a las puertas de Ferraz por su victoria en
las elecciones generales del 28 de abril corearon: “¡Con Rivera no!”. Y Rivera
se ha hartado de lanzar a los cuatro vientos su negativa a aliarse con el PSOE
de Sánchez.
Aunque, vaya usted a saber, en política no hay posturas
definitivas, como hemos podido comprobar en los pactos para formar consistorios
municipales y gobiernos autonómicos.
Los negociadores de los partidos justificarán sus pactos
aduciendo que responden a la voluntad de los votantes. Esos votos que, a la
vista de tales cambalaches, lo mismo valen para un roto que para un descosido.
¿No sería mejor volver a preguntar a esos votantes en una
segunda vuelta electoral, como existe en otros países de nuestro entorno y ya
reclaman para el nuestro expertos analistas políticos? Esta sí sería, también a
mi juicio, una oportuna reforma de la Ley Electoral.
Como lo sería dejar por ley fuera del Parlamento nacional a
los partidos que abiertamente en sus estatutos abogan y sus representantes
trabajan sin tregua por la destrucción de la Nación española tal como queda
definida en la actual Constitución.
¿Por qué en España no es posible una gran coalición de
partidos constitucionalistas, al estilo de la que ha venido gobernando en
Alemania? Una cosa es pedir “gratis et amore”, sin ofrecer nada sustancial a
cambio, a C’s e incluso al PP que se abstengan en la investidura de Sánchez y
que faciliten la gobernabilidad de la Nación, y otra muy distinta llegar a un
acuerdo de gobierno sobre la base de unos programas compartidos. Tampoco somos
tan distintos unos votantes de otros cuando nos encontramos en el autobús, en
el supermercado o en una cafetería. Sería un sano ejercicio democrático buscar
y acentuar aquello que nos une frente a lo que nos separa.
Pero, me dirán, ¿en qué país se cree usted que vive? Pues en
el país de la buena gente. Que la hay.
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