Las palabras y la vida Alberto Martín Baró
Se han esgrimido tres razones contra la moción de censura de Vox ya antes de producirse. La principal ha sido que no contaba con los apoyos necesarios para prosperar, o sea, que de entrada estaba condenada al fracaso por la composición de la Cámara y la férrea disciplina de voto de los partidos que la integran. De llevar al extremo esta razón, lo mejor sería cerrar el Parlamento y retirar el sueldo a los parlamentarios, porque cualquier propuesta de la oposición no tendría prácticamente ninguna posibilidad de ser aceptada por la suma del PSOE, Unidas Podemos y toda la parafernalia nacionalista, separatista y filoterrorista movida por intereses ajenos al bien común.
La segunda razón que se ha expuesto contra la moción de censura ha sido su inoportunidad, en un momento en que la segunda ola de la pandemia registra niveles de contagios, hospitalizaciones y muertes que amenazan con superar a los de la primera ola. Esta razón es fácil de desmontar si tenemos en cuenta que el Gobierno de Sánchez e Iglesias es, después del virus, el principal causante de la crisis sanitaria y económica que padecemos.
La tercera razón contra la moción de censura reside en que esta no debe limitarse a censurar al presidente, sino ser constructiva y presentar una alternativa de gobierno y un candidato a la presidencia. A posteriori cabe afirmar que tanto la intervención de Ignacio Garriga como la primera de Santiago Abascal insistieron más en la crítica al Gobierno y a Pedro Sánchez, muy bien fundada, que en la presentación de un programa capaz de sacar a España del actual desastre sanitario y económico. Sí que enumeró Abascal, y mejor Iván Espinosa de los Monteros, propuestas concretas de actuación en los distintos frentes, en la agricultura, en la industria, en el mercado laboral, en el saneamiento de la economía, en la educación, en la política fiscal…
Me negué a escuchar a Sánchez, pues en un discurso puede decir una cosa y en el siguiente, o a veces en el mismo párrafo, la contraria.
Sí escuché el no de Inés Arrimadas y el no, mucho más contundente y agresivo, de Pablo Casado. Mientras el PP, Vox y Ciudadanos se desgarren entre sí, no habrá alternativa al Gobierno Frankenstein, ni esperanza para millones de españoles que sufren en sus vidas, en su salud, en su trabajo y en su convivencia la peor gestión y más sectaria de los cuarenta años de democracia en España.