31 de julio de 2022

Descorbatados

 Las palabras y la vida

 Alberto Martín Baró

Es muy de agradecer al presidente del Gobierno que se preocupe por el consumo de energía hasta el punto de aconsejar a sus ministros y altos cargos no llevar corbata para que de este modo no sea necesario bajar la temperatura del lugar donde se encuentren.

¿A cuál de los 785 asesores del Gobierno o de los 370 a su servicio personal se le ha ocurrido esta medida verdaderamente decisiva para ahorrar energía? O a lo mejor la idea es del propio Sánchez, siempre atento a lo que ocurre en el mundo en el que nos movemos los simples mortales.

Un mínimo conocimiento de la realidad del atuendo que desde hace años impera fuera de las normas del protocolo le habría puesto al corriente a él, o al asesor en cuestión, de que la corbata es un complemento que hoy está prácticamente en desuso.

Pero pedir a Pedro Sánchez o a sus asesores áulicos que pisen la calle es pedir peras al olmo. El presidente lo evita sistemáticamente para no ser objeto de los abucheos y las pitadas que el personal le dedica en agradecimiento a su preocupación constante por las “clases medias y trabajadoras”.

¿Desde cuándo, desgalichado lector, no se anuda usted una corbata, si es que alguna vez lo ha hecho?

Hubo un tiempo en que en algunos restaurantes de lujo te entregaban a la entrada una corbata para que pudieras pasar.

Fuera de las bodas, y ni siquiera en todas, la corbata ha dejado de ser un atuendo ordinario.

El Diccionario de la Real Academia recoge el término “Descorbatado” como adjetivo con el significado de: “1. Que no viste con corbata. 2. Que no lleva corbata cuando debería llevarla”. No incluye, como tampoco lo hacen otros diccionarios que aún conservo, el verbo “descorbatarse”.

Puestos a ahorrar energía con el atuendo personal, habría que añadir al despojarse de la corbata el quitarse la chaqueta y la camisa. Pronto acabaríamos yendo en bañador y descalzos no solo en la playa, sino en todas partes.

Algún cronista de la actividad parlamentaria ha recordado el incidente en el que, en julio de 2011, el entonces presidente del Congreso de los Diputados José Bono recriminó a Miguel Sebastián, ministro de Industria del gobierno de Zapatero, por acudir a la Cámara Baja descorbatado, mientras que los ujieres por mor del reglamento estaban obligados a llevar corbata.

Recuerdo que, con ocasión de la publicación del libro “España, un Reino”, editado por FIES (Fundación Institucional Española) y el Círculo de Lectores, con textos míos e ilustraciones de mi mujer Ana Bermejo, nos recibió en el año 1987 el entonces rey Juan Carlos I: yo iba con un elegante traje azul marino y la preceptiva corbata.

Hoy, cuando Juan Carlos I es solo “rey emérito” y España corre el serio peligro de dejar de ser “un Reino”, mi imagen con corbata está decididamente “démodé”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

24 de julio de 2022

El humo y el fuego

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

No era calima lo que enturbiaba el cielo. Era el humo que provenía de los incendios del otro lado del monte, de Cebreros y Hoyo de Pinares, pueblos con los que tantos lazos nos unen a los vecinos de El Espinar.

Subía yo con mi mujer por la carretera de Ávila cuando nos sorprendió enfrente un sol rojo en medio de una nube oscura que, ya digo, no era vapor de agua, sino humo.

Sí, por el humo se sabe dónde está el fuego, pero aquí no se trataba del fuego del cariño de Doña Francisquita, sino del incendio que estaba asolando pinares colindantes.

Cuando los pinos de tu vecino veas quemar, pon los tuyos a remojar. Pero ahora, con temperaturas cercanas a los 40 grados y los caudales de ríos y arroyos en pleno estiaje, no cabe pensar en riegos forestales.

Los incendios del verano, nos dicen los expertos, se atajan en el resto de las estaciones. No echemos la culpa al cambio climático, sino al abandono de los bosques.

En El Espinar teníamos años ha unos ecologistas cuando este término aún no había cobrado carta de naturaleza: eran los gabarreros, leñadores y trabajadores del monte que mataban la pobreza y el hambre recogiendo y vendiendo o aprovechando para su propio uso leñas muertas y con suerte algún tocón.

Relean esa biblia de la gabarrería que es el libro de nuestro querido vecino y amigo Juan Andrés Saiz Garrido “Los gabarreros de El Espinar”.

En mis paseos, hoy menos frecuentes de lo que yo desearía, por los caminos, las sendas y las veredas de El Espinar, me tropiezo a cada paso con ramas secas, con restos de las talas y entresacas que empresas arrendatarias irresponsables dejan con la tolerancia también culpable de las autoridades medioambientales.

Estos restos son yesca para los incendios, bien sean fortuitos o provocados. En distintos medios he leído estadísticas muy dispares sobre los porcentajes de incendios provocados, que oscilan entre el 40 y más del 90 por ciento. Cifras, en cualquier caso, aterradoras.

¿Y cuántos de esos pirómanos han sido descubiertos, detenidos, juzgados y encarcelados? Hay quienes hablan de 13 incendiarios en prisión.

También son muy diferentes los perfiles que psicólogos y otros estudiosos del tema trazan de los pirómanos: desde quienes disfrutan morbosamente con el espectáculo dantesco de las llamas arrasando los bosques, hasta quienes actúan movidos por venganzas o intereses económicos. Y nunca son de descartar los imprudentes que arrojan una colilla o cocinan en una barbacoa saltándose las prohibiciones.

Me ha quitado mi ya de por sí frágil sueño el espectáculo que las televisiones dan de los incendios. Me ha consolado, aunque sea mínimamente, el laudable esfuerzo de tantos bomberos, guardias civiles y forestales, militares de la UME, pilotos de aviones y helicópteros y vecinos luchando denodadamente contra las llamas.

Santa Bárbara, aunque solo nos acordemos de ti cuando truena, échales una mano.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

17 de julio de 2022

El estado de la nación

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Esta semana se ha debatido en el Congreso de los Diputados sobre el estado de la nación. Pero ¿quiénes han debatido y sobre qué nación? Arranca el debate el martes con un discurso de más de hora y media de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de la nación de la que se trata. Pues bien, si usted, sufrido lector, ha tenido la paciencia de escuchar la plúmbea perorata, al final se habrá preguntado, como yo y como cualquier ciudadano que sufrimos, además de la ola de calor, la imparable escalada de los precios de la bolsa de la compra, de la gasolina y los combustible y del recibo de la electricidad, ¿de qué país habla el presidente? Cualquier parecido con la realidad que describe Pedro Sánchez es pura coincidencia. ¿Tan lejos está La Moncloa de su barrio, atónito lector, y del mío? Claro, su inquilino no va a la compra, ni echa gasolina a su coche oficial, ni tiene que hacer cola en el aeropuerto para tomar un avión y comprobar que su vuelo ha sido cancelado. El Falcon presidencial no está sujeto a tales contratiempos.

Bien, supongamos que, a pesar de estas desigualdades entre lo pintado por Sánchez y lo que los ciudadanos de a pie vivimos, caemos en la cuenta de que el país sobre el que se debate es España. ¿Seguro? Aunque en la publicidad oficial de los logros (¿) de los distintos Ministerios se recalca “del Gobierno de España”, ¿quiénes conforman ese Gobierno? Pues un presidente que gobierna (¿) aliado con comunistas que reniegan de todo lo español y trabajan por destruir aquello que muchos ciudadanos todavía llamamos España.

Los otros titulares de los distintos Ministerios son miembros de un partido, el PSOE, de cuyas siglas hace tiempo que se cayó la E de español, la O de obrero y, si me apuran, la S de socialista, quedándose en Partido, con todos los defectos que la actual partitocracia conlleva.

Pero sigamos, en la Cámara Baja o Parlamento aún llamado Español se sientan y dan su apoyo al Gobierno de Sánchez los nacionalistas vascos y catalanes, cuyo reiteradamente declarado empeño es erigir sendas repúblicas independientes y separadas de España y del resto de los españoles, a quienes odian o, en el mejor de los casos, desprecian.

Enfrente están los partidos de la oposición, que se consideran constitucionalistas, el Partido Popular, Vox y Ciudadanos, más algún grupo menor, pero que hasta el día de hoy se han mostrado incapaces de detener la deriva populista y anticonstitucional de las fuerzas que apoyan al Gobierno en aprobar unas leyes que están acabando con la democracia, la separación de poderes, el prestigio de las instituciones, y dejan que los herederos de ETA, se denominen Bildu, Sortu o como quiera que enmascaren su catadura filoterrorista, pretendan imponernos una memoria que nada tiene de democrática y que para nada concuerda con la que hemos vivido en nuestro propio pasado.

¿Puede hablarse de debate sobre el estado de la nación de cuyo nombre de España reniegan y al que se oponen buena parte de los que hoy integran el Parlamento otrora Español?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

10 de julio de 2022

Añoranza de El Espinar

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Desde la ventana del cuarto de estar de mi casa en El Espinar puedo ver, enmarcado en el fondo del pinar, el hotel que fue de los Cárdenas y que construyó el gran arquitecto Ignacio Cárdenas. Para mí, uno de los más bellos edificios que se alzan en este pueblo serrano. Adosada a la tapia sur del jardín estaba –quizá siga estando, no lo he comprobado, a pesar de que tengo amistad con los nuevos dueños– la casita de juegos de Inés, Inés Cárdenas, hija de Ignacio. Que es de quien quiero hablar en esta entrada de mi blog.

Hace un par de meses visitamos mi mujer y yo a Inés y a su marido José Antonio Matute en su domicilio madrileño de la calle Barquillo, 6. Una ventana de esta casa da a la Plaza del Rey y otra, en la parte opuesta, al parque del Ministerio del Ejército, que es como si fuera un jardín particular de mis amigos y que a Inés le hace evocar el de su casa del Cabezuelo.

A José Antonio dedico yo mi libro “Apuntes al oeste de Guadarrama”, porque con él recorrí los montes, los caminos y las riberas de los ríos de este pueblo, en el que comenzó a veranear su padre Mateo, bisabuelo de mi nieto que ha heredado su nombre.

Así que tampoco Inés puede pasear por los parajes espinariegos que tanto amó. No puede físicamente, pero sí –y aquí quería yo llegar– lo hace con la imaginación. Y se ve volviendo al anochecer a su casa del Cabezuelo, o recorriendo el camino de Las Lanchas hasta la casa forestal que llamábamos “la casita del guarda”, o subiendo a Peña La Casa, o paseando hasta la fuente y el chozo de la Majada del Brezo, o por las eras de Santa Quiteria y el camino del Boquerón, o yendo en bicicleta a bañarse al río Moros en las inmediaciones del molino de la Leoncia…

Inés, que fue medio novia de mi hermano mayor Javier, siempre ha sido y sigue siendo un referente de simpatía y belleza para quienes la admirábamos desde unos pocos años menos.

Yo sigo viniendo a El Espinar, aunque no tanto como quisiera, por motivos, sobre todo médicos, con los que no les voy a aburrir. Y cuando estoy en Madrid, me traslado con la mente a El Espinar, como hace Inés.

En un poema de Juan Ramón Jiménez titulado “El nostáljico doble” (en Google aparece escrito con ge, aunque yo creo que Juan Ramón lo escribiría con jota), canta así el poeta en su etapa más romántica:

“¿Mar desde el huerto,

huerto desde el mar?

¿Ir con el que pasa cantando,

oírlo desde lejos cantar?”

¿El Espinar desde Madrid, con la nostalgia de lo que no está presente? ¿O El Espinar en el mismo El Espinar, como esta tarde de cielo azul y sol radiante en la que escribo en el jardín, vislumbrando el Caloco a través de los arces tan crecidos que yo planté?

Anteayer he ido a pasear con mi hija Gabriela y mis nietos Alicia y Mateo por el sendero que bordea el arroyo de la Gargantilla en San Rafael que, a pesar de la sequía, aún corre, entre un mar de helechos verdes. Mis nietos andan y corren con la agilidad que yo tenía a su edad.

Cuando esté en Madrid, añoraré este y otros paseos que me llenan de nostalgia.

Aunque, quizá, en realidad lo que añore no sea El Espinar, sino mi propia infancia en El Espinar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

3 de julio de 2022

Lydia

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Siempre era la propia Lydia la que me ponía al corriente de las novedades de su vida, a través de una llamada de teléfono o de un mensaje por wasap. Menos la noticia de su muerte, que me transmite desde Londres mi hijo Guillermo, quien ahora pasa más tiempo en El Espinar que yo y se había enterado por Julia y Mario, dos de los más cercanos e innumerables amigos de Lydia.

Lydia Irureta Zapater, amiga mía del alma desde que hará unos veintitantos años Genma, en su herbolario de la calle de La Luna, me habló de Lydia y de sus “Memorias”, y me la presentó. Lydia misma había hecho una edición artesanal de sus “Memorias”, escritas en el ordenador que manejaba con dominio. Las leí emocionado.

Esta lectura ya me dio a conocer una característica esencial de su autora: la inmensa red de amistades que había ido tejiendo a lo largo de su dilatada existencia. Tan tupida que le sugerí, para que el lector no se perdiera, añadir a sus “Memorias” un índice de nombres.

 A muchas de estas amistades las he conocido en mis visitas a Lydia, en su casa de La Estación de El Espinar o en su casa de Córdoba, en la que me invitó a alojarme en varias ocasiones. Durante muchos años, Lydia pasaba los veranos en La Estación y los inviernos en Córdoba. En su casa cordobesa, situada frente a las murallas árabes, estaba yo hospedado cuando conocí a quien compartiría su vida conmigo, la poeta y cuentista Angelina Lamelas, en un recital poético al que nos había convocado el grupo literario Troquel y que se celebró en el Real Círculo de la Amistad de Córdoba.

Me pongo en contacto con una de las más íntimas amigas de Lydia, Luz María, mujer de Carlos Pacheco, profesor de guitarra flamenca en el Conservatorio Superior de Música de Córdoba. Luz María me da detalles de la muerte de Lydia. El día antes de que la ingresaran en el Hospital Reina Sofía de Córdoba, Lydia había ido al gimnasio. Le diagnosticaron un trombo en un pulmón e insuficiencia cardiaca. Un fallo multiorgánico acabó con su vida.

Una vida plena, que tuvo que superar la muerte por cáncer de su hija hace 29 años. Pero este luctuoso acontecimiento no empañó la alegría pletórica de su existencia. Y por la hija perdida ganó otras que la llenaron de gozo, entre las que quiero mencionar a Anabel, belleza morena de contagiosa vitalidad, y Julia, que con su juventud gozosa acompañó a Lydia muy de cerca.

Adoraba a su nieto, hijo de Pepe, de cuyos logros deportivos estaba muy orgullosa. De la propia maestría de Lydia como nadadora dan fe quienes frecuentan la piscina cubierta de El Espinar.

En el último wasap que recibí de Lydia me decía que había adquirido una silla de ruedas con motor y me mandaba una foto en la que aparecía montada en ella. Condujo un Suzuki Jimny como el mío hasta bien entrada en los ochenta y tantos años.

La Estación de El Espinar ya no será la misma sin su sonrisa y su cordialidad.

Sus compañeros de gimnasio publicaron en las redes sociales este recordatorio, que transcribo: “A veces en la vida, te cruzas con personas que tienen luz propia. Seres capaces de iluminar la existencia de todos los que las conocen y que son imposibles de olvidar. Lydia nos ha dejado con la sensación de que, a sus casi 94 años, se ha ido demasiado pronto. Porque así era ella: atemporal, eterna, de ningún sitio y de todos, universal. En el lugar al que todos deberíamos aspirar a llegar. La vida fue dura con ella y de eso aprendió que, en realidad y a fin de cuentas, casi nada tiene demasiada importancia. Fuiste genuina y pura. Sencilla como todo lo que de verdad merece la pena en la vida. Gracias por tu sabiduría. Gracias por enseñarnos el camino. Descansa en paz, amiga, nunca te olvidaremos”.