Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
No era calima lo que enturbiaba el cielo. Era el humo que provenía de los incendios del otro lado del monte, de Cebreros y Hoyo de Pinares, pueblos con los que tantos lazos nos unen a los vecinos de El Espinar.
Subía yo con mi mujer por la carretera de Ávila cuando nos sorprendió enfrente un sol rojo en medio de una nube oscura que, ya digo, no era vapor de agua, sino humo.
Sí, por el humo se sabe dónde está el fuego, pero aquí no se trataba del fuego del cariño de Doña Francisquita, sino del incendio que estaba asolando pinares colindantes.
Cuando los pinos de tu vecino veas quemar, pon los tuyos a remojar. Pero ahora, con temperaturas cercanas a los 40 grados y los caudales de ríos y arroyos en pleno estiaje, no cabe pensar en riegos forestales.
Los incendios del verano, nos dicen los expertos, se atajan en el resto de las estaciones. No echemos la culpa al cambio climático, sino al abandono de los bosques.
En El Espinar teníamos años ha unos ecologistas cuando este término aún no había cobrado carta de naturaleza: eran los gabarreros, leñadores y trabajadores del monte que mataban la pobreza y el hambre recogiendo y vendiendo o aprovechando para su propio uso leñas muertas y con suerte algún tocón.
Relean esa biblia de la gabarrería que es el libro de nuestro querido vecino y amigo Juan Andrés Saiz Garrido “Los gabarreros de El Espinar”.
En mis paseos, hoy menos frecuentes de lo que yo desearía, por los caminos, las sendas y las veredas de El Espinar, me tropiezo a cada paso con ramas secas, con restos de las talas y entresacas que empresas arrendatarias irresponsables dejan con la tolerancia también culpable de las autoridades medioambientales.
Estos restos son yesca para los incendios, bien sean fortuitos o provocados. En distintos medios he leído estadísticas muy dispares sobre los porcentajes de incendios provocados, que oscilan entre el 40 y más del 90 por ciento. Cifras, en cualquier caso, aterradoras.
¿Y cuántos de esos pirómanos han sido descubiertos, detenidos, juzgados y encarcelados? Hay quienes hablan de 13 incendiarios en prisión.
También son muy diferentes los perfiles que psicólogos y otros estudiosos del tema trazan de los pirómanos: desde quienes disfrutan morbosamente con el espectáculo dantesco de las llamas arrasando los bosques, hasta quienes actúan movidos por venganzas o intereses económicos. Y nunca son de descartar los imprudentes que arrojan una colilla o cocinan en una barbacoa saltándose las prohibiciones.
Me ha quitado mi ya de por sí frágil sueño el espectáculo que las televisiones dan de los incendios. Me ha consolado, aunque sea mínimamente, el laudable esfuerzo de tantos bomberos, guardias civiles y forestales, militares de la UME, pilotos de aviones y helicópteros y vecinos luchando denodadamente contra las llamas.
Santa Bárbara, aunque solo nos acordemos de ti cuando truena, échales una mano.
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