28 de diciembre de 2024

Menús

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

En las fiestas, como las pasadas Nochebuena y Navidad, todos andamos más pendientes de los menús, o sea, según la primera acepción del Diccionario del estudiante de la RAE, del “Conjunto de platos que constituyen una comida”. O una cena, añado yo.

Pero a quienes nos toca, como es mi caso, decidir con antelación lo que vamos a comer y cenar un día cualquiera, esta decisión constituye un problema nada desdeñable. Si quiero que los platos sean variados y, como me aconsejó en cierta ocasión una dietista, contengan proteínas, hidratos de carbono y verduras, a menudo se me acaba pronto el repertorio de los alimentos que yo sé preparar y están dentro de un presupuesto económico.

Salió a colación este problema hablando con mi hijo Guillermo, quien se ha encargado de preparar la cena de Nochebuena y la comida de Navidad. Pero Guillermo es un estupendo cocinero y, a diferencia de lo que me pasa a mí, disfruta cocinando. Cuando le pido que me dé alguna receta, lo que para él es sencillo a mí se me hace dificultoso.

También hablamos de cómo en nuestra casa mi primera mujer, o sea su madre, sólo preparaba un plato, que procuraba que tuviera todos los ingredientes aconsejables.

Recuerdo que los internos del colegio de los jesuitas de Valladolid solían tomar tres platos, que yo nunca probé por ser externo y poder ir a casa para comer. Esta costumbre de los tres platos, me dice Angelina, mi actual mujer, se observaba también en el colegio de las esclavas de Santander. Y es que las religiosas esclavas seguían en todo las pautas de conducta de los jesuitas.

No sé, porque no me he interesado en averiguarlo, de cuántos platos consta el menú habitual de las familias de mi condición social y económica.

Cuando en un restaurante o un hotel pedimos el menú del día, se trata de una “Comida de precio fijo, con una posibilidad de elección limitada”, según la segunda acepción del citado Diccionario, que en su tercera acepción define menú como “Carta (lista de comidas y bebidas)”.

Aunque se sale del tema gastronómico que me ocupa, añadiré para el curioso lector que, en una cuarta acepción e indicando que se trata de una materia informática, menú es el “Conjunto de opciones que aparecen en la pantalla de un ordenador”.

Volviendo a las comidas, mi hija Gabriela, que es muy organizada, tiene una lista de menús para los distintos días de la semana, que me ha ofrecido por si me ayuda.

He aceptado su ofrecimiento, siempre que no suponga hacer uso de la Thermomix, aparato electrodoméstico del que carezco.

 

22 de diciembre de 2024

La Navidad vaciada

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

No hay palabra que más se pronuncie en el mes de diciembre, incluso antes, que Navidad, una Navidad laica, desprovista de todo sentido religioso y evangélico.

El dictador de Venezuela Nicolás Maduro hasta adelantó por decreto la celebración de la Navidad desde l e1 de octubre, como si el oprimido y deprimido pueblo venezolano tuviera algo que celebrar.

Y un gobierno como el del PSOE, con el presidente Pedro Sánchez a la cabeza, caracterizado por su fidelidad al hecho trascendente que los cristianos conmemoramos en estas fechas, tiene la desfachatez de convocar a socialistas y periodistas de medios afines a una copa de Navidad en La Moncloa. ¿No habría estado más indicado invitar a una copa el día del Orgullo Gay, o el de la conmemoración de la Segunda República, o el del LGTBI, aunque sea sin Q y +, o el de la Internacional Comunista puño en alto… En la memoria (a)histórica del PSOE no cabe ni con fórceps el relato de la venida al mundo del Hijo de Dios, y no otro hecho es el que recuerda la Navidad cristiana.

Mi buen amigo y certero escritor Germán Ubillos Orsolich atribuye a Satanás la Navidad desvirtuada que prima en una sociedad entregada a las comidas y cenas familiares, de amigos o de empresa, a las compras compulsivas, a los viajes de placer. Las ciudades compiten a ver qué iluminación es más brillante y espectacular, de la que han desaparecido los motivos religiosos.

La hermosa tradición de los nacimientos o belenes queda casi restringida a las iglesias. Ya hace tiempo que el abeto y Papá Noel han desbancado al portal de Belén y a los Reyes Magos.

Me consuela el bellísimo poema con que nos felicita la Navidad a mi mujer y a mí nuestro amigo e inspirado escritor Rogelio Sánchez Molero:

“Vino por primera vez en carne humilde / y mortal. Pero era Dios quien llegaba. / Desde el seno inmaculado de la hija de Sión / vio la vida quien nos nutre con el pan / angelical. Se hizo hombre la palabra. / Su nacimiento, misterio se hizo en Belén / de Judá. / ¡Gloria a Dios en las alturas!”.

Sí, una nueva luz, una nueva ciudad, una nueva Navidad.

 

 

 

15 de diciembre de 2024

Papeles, documentos y carpetas

 

Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

En mi blog de la semana anterior pasaba yo revista a una serie de objetos que, me parece a mí, se van acumulando en las casas conforme transcurren los años. Así me ocupaba de cosas que abundan en el domicilio de Madrid en el que vivo con mi mujer Angelina: lapiceros, bolígrafos, plumas estilográficas y rotuladores, a los que se añadían otros seres inanimados que aquí no voy a repetir.

Sí quiero mencionar los múltiples objetos de papel, o materiales similares, que proliferan tanto en la casa madrileña en que vivo con Angelina como en la de El Espinar que compartimos mi hijo Guillermo y, cada vez menos, yo.

Mi mujer y yo somos escritores y escribimos en cuadernos antes de pasar estos manuscritos al ordenador e imprimirlos en hojas de tamaño DIN A4, que antes denominábamos holandesas.

¿Cómo localizar en un momento dado esos papeles impresos, que voy a llamar documentos? El lector con un mínimo de conocimientos informáticos piensa para sus adentros: clasificándolos en carpetas.

En tales carpetas, en cuyo lomo pego una etiqueta autoadhesiva para distinguirlas, guardo, además de los mencionados escritos impresos, cartas, recortes de prensa, recibos, recuerdos, postales…

Iba a añadir fotos, pero estas conforman un capítulo aparte: unas están pegadas en álbumes, otras enmarcadas y expuestas en las estanterías delante de los libros –fotos que hay que retirar cuando queremos consultar estos– y otras finalmente están guardadas en cajas sin orden ni concierto.

Decía en mi anterior blog que las mudanzas de casa son una buena ocasión para desprenderse de cosas, de ropa que ya apenas usamos y hasta de libros, por más que nos duela prescindir de ellos.

Cuando mis muy queridos primos Mar Baró y Eduardo Bermúdez, ella carnal y él político, se mudaron de casa, el comprador se quedó también con los libros, no sé si con todos.

Mi yerno Gonzalo, que quiere a Guillermo como si fueran hermanos de sangre, no sólo políticos, le dedicó el siguiente chascarrillo: “En esta casa no vivió el excelso dibujante Guillermo Martín Bermejo”. Guillermo, un ejemplo de austeridad, amén de maestro en el arte del dibujo, ocupa la buhardilla de nuestra casa espinariega con todos sus enseres.

Un dibujo de Guillermo, un retrato del poeta Auden, se exhibirá desde mediados del mes de enero de 2025 en la exposición permanente de la National Portrait Gallery, que le dedica el siguiente elogio: “Está incluido en una pequeña muestra de dibujos llamada ‘líneas de sentimiento’, que resalta las cualidades emotivas del dibujo y las adquisiciones recientes de dibujos”.

Todos, creo yo, estaríamos dispuestos a desprendernos de nuestros objetos más queridos, si tuvieran un destino similar al del mencionado dibujo de Guillermo.

 

 

 

8 de diciembre de 2024

Cosas

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Hace unos días he soñado con la multitud de cosas que se almacenan en la casa de mi mujer. Conforme pasan los años, todos vamos acumulando objetos dispares. Las mudanzas de domicilio son una buena ocasión para desechar esos objetos, que a menudo ni siquiera sabíamos de obraban en nuestro poder. Pero, claro, mucha gente lleva años sin cambiar de casa, como es el caso de mi mujer. A esto se añade su renuencia a desprenderse, por ejemplo, de ropa, de bolsos que ya no usa, de adornos de todo tipo…

Dejo aparte el capítulo –nunca aplicado con más propiedad– de los libros. En los años que llevo conviviendo con Angelina, he instalado varias librerías y estanterías que se añaden a las que existían y que ya están a punto de quedar saturadas. Pero, insisto, en el mencionado sueño no aparecían los libros, que son casi –o sin el casi– seres animados.

Que ahora recuerde, encabezaban la procesión de seres inanimados los lapiceros, los bolígrafos, las plumas estilográficas y los rotuladores. En la casa los hay por todas partes, en cualquier habitación. Con la circunstancia agravante de que la mayoría de ellos no escriben, bien sea porque habría que sacarles punta a los lápices, o porque la carga de los bolígrafos y rotuladores o la tinta de las estilográficas estaban agotadas. Al final, cuando mi mujer y yo nos disponemos a escribir, tenemos que echar mano de los bolígrafos BIC, dos o tres, que juegan al escondite y hay que buscarlos.

De la trasera de la puerta del armario en que se guardan toallas, sábanas y fundas de almohada cuelga un cosero. Esta palabra no la recoge el Diccionario de la RAE y sólo está documentada en el Diccionario histórico de la lengua española (1933-1936), pero aplicada a un tipo de camello. A mí me gusta utilizarla con el sentido de pequeño almacén de cosas. Pues bien, en este cosero, que es un colgante con varias filas de bolsas, se guardan pequeños adminículos relacionados con los medios de escribir, como grapas, sacapuntas, papel cello, amén de otros que poco o nada tienen que ver con la escritura, como pequeñas bombillas, cintas métricas, pegamentos…

En unas bandejitas –bandejuelas las llamaría el inolvidable presentador Constantino Romero– que reposan sobre la mesa de centro de la sala, junto a los ya mentados medios de escribir, encontramos un termómetro digital, que no sabemos utilizar, unas tijeritas, varios cortaúñas, pinzas, limas de uñas, un rosario, un candadito con su llave, un encendedor que no funciona…

Pensé, ya en el duermevela, retirar estas bandejitas de la mesa del salón y ubicar su contenido en distintos emplazamientos. Al final he desistido de esta dificultosa tarea y ahí siguen, para que mi mujer me pida de vez en cuando una lima de uñas.

 

 

 

1 de diciembre de 2024

Lecciones de la DANA

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Nunca deberíamos olvidar las consecuencias más trágicas de la DANA, las 227 víctimas mortales, los cuerpos aún no hallados de las personas desaparecidas y los incontables destrozos en viviendas, negocios, enseres, carreteras y vehículos.

Sin embargo, desde el punto de vista de las responsabilidades políticas, tampoco hay que pasar por alto tres lecciones que la DANA nos ha dado.

La primera es la calamitosa actuación de los políticos responsables de prevenir los daños de la DANA y, una vez producidos, remediarlos. La acusación pesa tanto sobre el Gobierno central, con el presidente Pedro Sánchez a la cabeza, como sobre el Gobierno autonómico, con el presidente Carlos Mazón al frente.

Las responsabilidades se extienden también a los ministros del gabinete de Sánchez, implicados de una manera o de otra, en los catastróficos sucesos de la DANA, como son la ministra de Defensa, el ministro de Interior y la ya exministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico.

Una frase del presidente del Gobierno en su comparecencia cinco días después de la DANA quedará para la historia de la infamia tratando de descargar todo el peso de la catástrofe valenciana en el Gobierno autonómico: “Quien quiera ayuda, que la pida”.

No menos infame y cobarde fue la actuación de Pedro Sánchez en su visita del 3 de noviembre, acompañando a los Reyes y al presidente Mazón, a Paiporta, donde los vecinos del pueblo recibieron a la comitiva con gritos de “¡Asesinos!”. Pedro Sánchez creyó más oportuno abandonar el pueblo en su coche oficial y luego acusar a la ultraderecha de los daños producidos al vehículo. Mientras, los Reyes se solidarizaban y se abrazaban con las víctimas de la tragedia.

El Ejército, del que es responsable la ministra de Defensa Margarita Robles, tardó tres días en llegar al lugar de la tragedia. Y Robles sólo hizo acto de presencia en un sótano inundado de Paiporta el 11 de noviembre para abroncar a los afectados: “Yo no tengo la culpa. No tengo la culpa”.

El ministro de Interior, responsable de la Guardia Civil y la Policía Nacional, asiste el 2 de noviembre a la reunión del Cecopi (Centro de Coordinación Operativo Integrado), sin que conste su visita a los lugares dañados.

Pero, con mucho, la principal responsable de los mayores daños causados por la DANA en Valencia, después del presidente del Gobierno central, es Teresa Ribera, exministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, pues de ella dependía la Cuenca Hidrográfica del Júcar, a su vez encargada de las obras de canalización y limpieza del barranco del Poyo, que nunca se llevaron a cabo. Mientras, Teresa Ribera estaba ausente, ocupada en preparar su candidatura a comisaria de la Unión Europea.

La segunda lección que debería extraerse de la DANA de Valencia es la necesidad de que el presidente del Gobierno de España y los ministros con él responsables de no haber puesto los medios necesarios para prevenir y remediar los daños presenten su dimisión irrevocable, independientemente de las responsabilidades penales que puedan derivarse de su actuación antes y después de la catástrofe valenciana, e independientemente también de las consecuencias judiciales de los casos de corrupción que afectan a la cúpula socialista.

La tercera lección de la DANA atañe a la Comunidad Autónoma valenciana y a su gobierno que por supuesto deberá dimitir en cuanto haya puesto en marcha la reconstrucción de la zona afectada.

Pero, a mi juicio y el de muchos españoles, esta catástrofe ha puesto de manifiesto la inutilidad de la organización de España en autonomías que no sólo no resuelven los problemas estructurales y operativos del gobierno de la nación, sino que los agravan. España, aunque la Constitución aún vigente (?) las ampare, no puede permitirse la sangría económica que suponen 17 Gobiernos autonómicos, 17 Parlamentos, 17 Tribunales Superiores de Justicia y el maremágnum de estructuras y órganos superfluos.

Para una relación más estrecha de los ciudadanos con la Administración bastarán los Ayuntamientos, sobrando también las Diputaciones y otros organismos que sólo sirven para colocar a personas del color político del partido gobernante.

Abogo, y conmigo más de un 50 % de los ciudadanos según algunas encuestas, por preguntar en referendo a los españoles si son partidarios de la actual organización del Estado en Comunidades Autónomas, o bien de reformarlas, o de suprimirlas.