29 de mayo de 2022

Mujer, santa y doctora

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

El pasado viernes 27 de mayo mi mujer, Angelina Lamelas, y yo hemos participado en una excursión a Alba de Tormes, organizada por la Asociación Cultural Plaza Porticada, que preside Elena G. Botín y coordina Pilar de la Torre.

La principal finalidad de la excursión era visitar la exposición que la orden del Carmelo Descalzo y el ayuntamiento de Alba de Tormes han organizado para celebrar dos importantes aniversarios: los 400 años de la canonización de santa Teresa de Jesús y el primer centenario de su proclamación como doctora “honoris causa” de la Universidad de Salamanca.

La exposición, que está ubicada en el templo de las madres carmelitas descalzas de Alba de Tormes, se inauguró el 28 de marzo y estará abierta al público hasta el 22 de octubre de este año de 2022.

La muestra exhibe más de 70 piezas, entre pinturas, esculturas, orfebrería y documentación histórica, procedentes de toda España y de otros puntos de Europa, relacionadas con las tres realidades que protagonizan el título de la exposición: “Teresa de Jesús: mujer, santa y doctora”.

Nosotros hemos tenido la suerte de contar con la experta guía del carmelita Miguel Ángel González, comisario de la exposición, director del Museo Carmelitano y prior de los conventos de carmelitas descalzos de Alba de Tormes y de Ávila. Gracias, Miguel Ángel, y gracias, Elena y Pilar, por proporcionarnos este acercamiento a una mística que, junto a san Juan de la Cruz, es la figura cumbre de la espiritualidad del catolicismo hispano. Miguel de Unamuno, vicerrector de la Universidad de Salamanca cuando se proclamó a santa Teresa de Jesús doctora “honoris causa” de esta institución, dijo de la santa de Ávila: “Otros pueblos nos han dejado sobre todo instituciones, libros; nosotros hemos dejado almas. Santa Teresa vale por cualquier instituto, por cualquier Crítica de la razón pura”.

Alba de Tormes era un importante centro de poder y esplendor cultural por las fechas en que santa Teresa fundó el convento de carmelitas descalzas de la Anunciación en 1571. En este convento murió en 1582 y en su iglesia se conserva y venera el sepulcro con parte de sus restos.

El convento monasterio de la Anunciación, que visitamos después de la iglesia de san Juan de la Cruz, la primera del mundo dedicada al santo, responde al concepto que santa Teresa establece en las Constituciones: “la casa jamás se labre, si no fuese la iglesia (…), la casa sea pequeña y las piezas bajas; cosa que cumpla a la necesidad, y no superflua”.

En la reforma que Teresa de Jesús impulsa en la orden de carmelitas descalzas priman lo funcional, la sobriedad y la austeridad de los modos constructivos, y la humildad y el amor de Dios como las principales virtudes de las hermanas.

Los paneles de la exposición con textos que jalonan las paredes de la iglesia de la Anunciación nos acercan la figura de Teresa de Jesús como “Mujer, santa y doctora”. Una mujer animosa, sencilla, andariega, hermosa con un punto de vanidad y batalladora en un mundo en el que prevalecían y mandaban los hombres. Una santa que unía la contemplación y la acción, que llegó a fundar quince conventos de monjas entre 1567 y 1582: tenía 52 años y estaba “harto achacosa” cuando empieza a viajar por Castilla. Doctora de la Iglesia, que escribió más de veinte obras importantes entre autobiografías y tratados doctrinales, sin contar las numerosas cartas y poesías.

Aún nos emocionan versos como “Vivo sin vivir en mí / y tan alta vida espero / que muero porque no muero”. O las palabras que su enfermera y compañera de los últimos tiempos, Ana de San Bartolomé, refiere que pronunció la santa a punto de morir: “¡Señor mío y Esposo mío, ya es llegada la hora tan deseada! Tiempo es ya que nos veamos y juntemos, Amado mío y Señor mío. ¡Ya es tiempo de caminar!”

Sí, enamorada del Señor y andariega hasta el último suspiro.

Y, hermoso detalle de humano deleite, desde su celda en el convento de la Anunciación, podía contemplar el río Tormes, con su verde y frondosa vegetación: “que estando en la cama puedo gozar de él, que es alta recreación para mí”. Y para los que hoy nos asomamos por la escueta ventana.

 

 

 

 

 

 

22 de mayo de 2022

¿Qué se hizo el rey don Juan?

Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Eran los tiempos en los que los escolares nos aprendíamos de memoria versos, listas y nombres, lo que hoy sedicentes pedagogos de tres al cuarto menosprecian.

Así, aún recuerdo gran parte de las “Coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre”, como el verso que me ha servido para titular esta entrada de mi blog, y que siguen de esta guisa:

“Los infantes de Aragón,
¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán,
qué fue de tanta invención
como trujeron?”

Por supuesto, el rey don Juan al que aluden las Coplas no es el padre del rey emérito, sino don Juan II de Castilla. Lo que me interesa de estas hermosas y famosas sextillas de Jorge Manrique (1440-1479) es la intención del poeta de poner de manifiesto la fugacidad de la fama y de las vanidades mundanas.

Dando un salto en el tiempo, a mí me sirven esas preguntas retóricas para inquirir por la suerte de unos personajes que no hace mucho ocupaban los titulares de las noticias y hoy han caído en el olvido.

Empezando, sí, por el propio rey emérito don Juan Carlos, del que nos habíamos olvidado desde que se exilió, o fue exiliado, en Abu Dabi. Cuando vuelva a su destierro dejará de atraer la efímera atención de los medios.

No es preciso remontarse a años pretéritos para encontrar en las hemerotecas nombres de políticos que hoy han desaparecido del primer plano de la actualidad.

¿Qué ha sido del otrora todopoderoso vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias? Se lo han tragado, al parecer, tertulias radiofónicas y televisivas de escasa resonancia.

¿Qué ha sido del que fuera jefe de la oposición y presidente del PP Pablo Casado y del número dos del partido Teodoro García Egea? Caídos en la batalla de su ambición y envidia frente a la presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso, que en cambio continúa en el candelero. Pero ¿seguirá ella también los pasos de sus predecesoras Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes?

Hubo un tiempo no muy lejano en el que Carmen Calvo, vicepresidenta del Gobierno de Pedro Sánchez, y José Luis Ábalos, ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, entretenían al personal y a los medios de comunicación con sus salidas, de tono, y entradas, por ejemplo en el aeropuerto de Barajas, al servicio de su amo y señor, quien, no obstante, prescindió de los servicios de ambos en una de las frecuentes remodelaciones de su gabinete.

¿Cuánto durarán en sus puestos la actual ministra de Defensa Margarita Robles, el ministro de la Presidencia Félix Bolaños y el del Interior Fernando Grande Marlasca?

Y esto por no hablar de nombres que no hemos conseguido aprendernos del voluminoso Consejo de Ministros de Pedro Sánchez.

Reto a mis lectores a mencionar, sin consultar en Google, a los titulares de los 22 Ministerios que integran el actual Gobierno de España.

“Sic transit gloria mundi”. Así pasa la gloria del mundo. Y de los políticos.

Claro que para los defenestrados se inventaron las puertas correderas. Y los sustanciosos puestos en empresas públicas.

 

 

15 de mayo de 2022

Contagiados

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

El pasado martes 10 de mayo he dado positivo en el test de antígenos. O sea que estoy contagiado por el o la covid-19. Aquí el calificativo “positivo” tiene un sentido negativo, pues significa que el pertinaz virus me ha infectado. Ironías del lenguaje.

¿Por qué se me ocurrió hacerme el test? Porque desde el domingo por la noche experimenté unos ataques de tos y estornudos, mientras la mucosidad me impedía respirar con facilidad.

El mismo martes tenía cita en el Ruber de Juan Bravo 39 con la dermatóloga Elisa Pinto. Fui con bastante antelación y en la misma clínica pedí que me hicieran un PCR, como saben siglas en inglés de “reacción en cadena de la polimerasa”, pero en recepción me dijeron que allí no hacían esa prueba, que si quería podía ir a Análisis Clínicos de la calle Maldonado, que está cerca. Allá me fui a toda prisa y, cuando me llegó mi turno, me advirtieron que el resultado de la PCR tarda 24 horas en obtenerse.

–¿Y el del test de antígenos? –pregunté.

–Media hora.

Me lo hice y, sin esperar el resultado, pues la hora de la cita con la dermatóloga se echaba encima, acudí a la consulta. ¡Vaya trajín! La especialista me dijo que, a efectos del examen dermatológico, era irrelevante si estaba contagiado o no por el virus.

Pues lo estaba. De momento no caigo en la cuenta de lo que comporta el contagio. La mañana está radiante y me encuentro bastante bien: el paracetamol y la cefuroxima, un antibiótico especialmente indicado contra la gripe y el resfriado, que he tomado después del desayuno, han hecho casi desaparecer, no sé por cuánto tiempo, mis síntomas.

Los problemas e inconvenientes se me presentan al llegar a casa. Aparte de la necesidad de incrementar las medidas de higiene y el uso de la mascarilla, tendré que someterme a un cierto confinamiento para no contagiar a otras personas y, en especial, a mi mujer.

Me traslado a dormir a la habitación de invitados. Y por consejo de la doctora del Ruber, cuyo nombre no recuerdo, con la que paso consulta telefónica, hacemos mi mujer y yo las comidas separados.

 A la primera reacción de calma le sigue un explicable enfado. ¿De qué han servido las tres dosis de la vacuna Pfizer que tanto mi mujer como yo hemos recibido puntualmente?

Es verdad que los dos últimamente habíamos relajado el uso de la mascarilla, aprovechando la permisividad de las autoridades sanitarias que, una vez más, están teniendo que frenar –de momento discretamente– la “desescalada” ante el aumento de los contagios.

Pues, ay, nuestra separación conyugal en distintas habitaciones y en distintas horas de las comidas no ha servido de nada y ya el jueves 12 mi mujer se encuentra con preocupantes síntomas de resfriado, cansancio y dolores musculares.

Mi amor, te he contagiado. Me entra una penosa desazón y un agudo sentimiento de culpabilidad. Tú, que siempre me animas, que eres la positiva en el buen sentido, te muestras abatida y con ganas solo de acostarte.

Dios mío, devuélvele, devuélvenos, la alegría de vivir. De vivir con gozo nuestra amorosa compañía.

 

8 de mayo de 2022

¿Dónde están los soldados?

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Si la Primera Guerra Mundial pudo caracterizarse como una guerra de trincheras y en la Segunda predominaron los bombardeos de ciudades por la aviación de los bandos enfrentados, en la actual invasión de Ucrania por el ejército ruso –que quiera Dios que no degenere en una Tercera Guerra Mundial– ha prevalecido la destrucción de todo tipo de instalaciones militares e industriales y de edificios civiles, incluidos viviendas, hospitales y escuelas, por misiles de alta precisión y largo alcance.

Las imágenes que a diario contemplamos en la televisión ofrecen un panorama dantesco de ciudades y campos arrasados.

Pero ¿dónde están las tropas invasoras? Se fotografían desde el aire columnas de tanques. Pero ¿dónde están los soldados, los atacantes y los defensores?

Me dirán que a ver quién es el fotógrafo o cámara de televisión que se atreva a grabar los combates.

Me ha venido a la memoria una canción pacifista que compuso en 1955 el cantautor estadounidense Pete Seger y se titulaba en inglés “Where have all the flowers gone?”, en español “¿Adónde fueron todas las flores?”, y que en una de las estrofas preguntaba: “¿Adónde fueron todos los soldados?” Y contesta: “Se fueron todos al cementerio. / ¿Cuándo aprenderán? / ¿Cuándo aprenderán?”.

Estudiaba yo filosofía en Munich y aún resuena en mis oídos la versión que en 1962 hizo de esta canción Marlene Dietrich: “Sag wo die Soldaten sind. / Wo sind sie geblieben. / Was ist geschehen? / Úber Gräben weht der Wind. / Wenn wird man je verstehen”. “Di dónde están los soldados. / Dónde se han quedado. / ¿Qué ha pasado? / Sobre las tumbas sopla el viento. / ¿Cuándo se entenderá?

Sí, en la guerra de Ucrania no hemos visto soldados. Solo sus cadáveres y sus tumbas.

Putin no habría necesitado cruzar las fronteras de Ucrania, en lo que él llama eufemísticamente “operación militar especial”, para “desnazificar” a su gobierno –a este tirano resentido sí que había que “desnazificarle”–. Le habría bastado con devastarlo con sus lanzaderas de misiles desde territorio ruso.

El principal responsable de los crímenes de guerra y contra la humanidad cometidos en Ucrania ha anunciado que los soldados rusos desfilarán victoriosos el 9 de mayo no solo en Moscú, sino al parecer también en Mariúpol.

Ahí estarán los soldados a los que no hemos visto combatir y cuyos cadáveres se han ocultado incluso a sus familias.

Ojalá que los soldados solo sirvieran para desfilar con uniformes de gala en espectaculares paradas pacíficas.

¿Adónde fueron todas las flores? ¿Adónde fueron todos los soldados? Se fueron todos al cementerio.

¿Cuándo aprenderán? ¿Cuándo aprenderemos?