15 de mayo de 2022

Contagiados

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

El pasado martes 10 de mayo he dado positivo en el test de antígenos. O sea que estoy contagiado por el o la covid-19. Aquí el calificativo “positivo” tiene un sentido negativo, pues significa que el pertinaz virus me ha infectado. Ironías del lenguaje.

¿Por qué se me ocurrió hacerme el test? Porque desde el domingo por la noche experimenté unos ataques de tos y estornudos, mientras la mucosidad me impedía respirar con facilidad.

El mismo martes tenía cita en el Ruber de Juan Bravo 39 con la dermatóloga Elisa Pinto. Fui con bastante antelación y en la misma clínica pedí que me hicieran un PCR, como saben siglas en inglés de “reacción en cadena de la polimerasa”, pero en recepción me dijeron que allí no hacían esa prueba, que si quería podía ir a Análisis Clínicos de la calle Maldonado, que está cerca. Allá me fui a toda prisa y, cuando me llegó mi turno, me advirtieron que el resultado de la PCR tarda 24 horas en obtenerse.

–¿Y el del test de antígenos? –pregunté.

–Media hora.

Me lo hice y, sin esperar el resultado, pues la hora de la cita con la dermatóloga se echaba encima, acudí a la consulta. ¡Vaya trajín! La especialista me dijo que, a efectos del examen dermatológico, era irrelevante si estaba contagiado o no por el virus.

Pues lo estaba. De momento no caigo en la cuenta de lo que comporta el contagio. La mañana está radiante y me encuentro bastante bien: el paracetamol y la cefuroxima, un antibiótico especialmente indicado contra la gripe y el resfriado, que he tomado después del desayuno, han hecho casi desaparecer, no sé por cuánto tiempo, mis síntomas.

Los problemas e inconvenientes se me presentan al llegar a casa. Aparte de la necesidad de incrementar las medidas de higiene y el uso de la mascarilla, tendré que someterme a un cierto confinamiento para no contagiar a otras personas y, en especial, a mi mujer.

Me traslado a dormir a la habitación de invitados. Y por consejo de la doctora del Ruber, cuyo nombre no recuerdo, con la que paso consulta telefónica, hacemos mi mujer y yo las comidas separados.

 A la primera reacción de calma le sigue un explicable enfado. ¿De qué han servido las tres dosis de la vacuna Pfizer que tanto mi mujer como yo hemos recibido puntualmente?

Es verdad que los dos últimamente habíamos relajado el uso de la mascarilla, aprovechando la permisividad de las autoridades sanitarias que, una vez más, están teniendo que frenar –de momento discretamente– la “desescalada” ante el aumento de los contagios.

Pues, ay, nuestra separación conyugal en distintas habitaciones y en distintas horas de las comidas no ha servido de nada y ya el jueves 12 mi mujer se encuentra con preocupantes síntomas de resfriado, cansancio y dolores musculares.

Mi amor, te he contagiado. Me entra una penosa desazón y un agudo sentimiento de culpabilidad. Tú, que siempre me animas, que eres la positiva en el buen sentido, te muestras abatida y con ganas solo de acostarte.

Dios mío, devuélvele, devuélvenos, la alegría de vivir. De vivir con gozo nuestra amorosa compañía.

 

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