Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Solemos quejarnos de que se
nos borran los nombres de las personas a las que queremos referirnos en una
conversación o en las que estamos pensando por cualquier motivo. Sabemos de
quién o de quiénes se trata, incluso les ponemos rostro, pero no somos capaces
de recordar cómo se llaman.
Puede que después, pasado
algún tiempo, y sin la presión del momento o de la búsqueda en los entresijos
de la memoria, nos venga el nombre en cuestión.
Recuerdo que, teniendo yo quince años, en un examen escrito, estaba con el bolígrafo en ristre
esperando a que me llegara la inspiración. El profesor jesuita que vigilaba a
los alumnos me dijo:
–Déjalo, lo que no sabes, por
mucho que te esfuerces, no vas a recordarlo.
Falso. La memoria es un pozo
sin fondo del que es posible sacar el agua de los recuerdos de muchas maneras.
Una puede ser el esfuerzo por rebuscar en los repliegues de lo vivido o leído.
Y otra dejar que las vivencias o los saberes afloren sin forzarlos.
En una temporada de mi vida,
hace años, me impedía conciliar el sueño no acordarme del nombre de los
protagonistas de la película de 1981 El cartero siempre llama dos veces. Llegué a apuntar en un papel y dejarlo
en la mesilla de noche los nombres de Jessica Lange y Jack Nicholson.
Recurrimos a Google en el
móvil para hallar el título de una película poniendo el nombre del actor o la
actriz que actúan en ella o, a la inversa, nos servimos del título de la película
para dar con el de sus protagonistas.
Claro que estos trucos no
tienen que ver con la memoria, sino con la búsqueda de datos sirviéndonos de
otros que conocemos.
De siempre es sabido el uso
de la mnemotecnia, que el Diccionario de la Real Academia define como el
“Procedimiento de asociación mental para facilitar el recuerdo de algo”.
Asociar lo que se conoce a lo que se quiere averiguar es una técnica válida
siempre que no olvidemos el vínculo de asociación.
Yo todavía me acuerdo de unas tiradas de palabras sin sentido del prolífico autor de libros de texto de gramática y ortografía Luis Miranda Podadera (Madrid, 1889 – Pedreña, Santander, 1969): “Tritur nusucuca garver sial ututito raritre gulo ruso la carta rosa tetrace ha he hi ho hu… Malpelprelle de popolproyo dijole en clase con mofa nenina sal sel sil sol”. Pero me ocurre que ahora no sabría decir para qué servía esa mnemotecnia.
El procedimiento mnemotécnico
debe ser más sencillo o igual de simple que el resultado de la asociación
mental o verbal.
Estaba yo tratando de dar con
el nombre de una de las autoras de novelas o relatos que sirven de asunto a las
exitosas películas románticas alemanas que, por ejemplo, programa la 1 de
Televisión Española las sobremesas de los fines de semana. Recordaba los
nombres de las británicas Rosamunde Pilcher, que suele ambientar sus ficciones
en la costa de Cornualles, y Katie Pforde, que lo hace en la costa Este de
Estados Unidos. Pues bien, sirviéndome de los dos nombres conocidos pude hallar
en Internet el de la alemana Inga Lindström.
Una pregunta más. ¿Por qué no
recordamos, por lo común, nuestra primera infancia? Los expertos en estas
cuestiones dan distintas explicaciones. Una de ellas se centra en la actividad
neuronal y cerebral del hipocampo, que es muy alta en los primeros cinco años
de vida, y en que ese dinamismo impide que los recuerdos queden almacenados de
una forma estable. Otra explicación remite a que con el paso de los años se
acumulan nuevos recuerdos que ocupan más espacio y desalojan a los antiguos.
O sea que, según algunos
investigadores, el saber sí ocupa lugar, contra lo que reza el dicho común.
A veces, esto lo añado yo de
mi experiencia, creemos recordar pasajes de nuestra infancia, pero ello se debe
a haber visto fotografías u oído relatos sobre esos hechos. Lo que sí parece
demostrado es que las fotos y los relatos afianzan episodios de nuestro pasado.
¿De verdad hemos vivido tales
recuerdos o nos los hemos apropiado al haberlos visto u oído contar?
Enigmas de la memoria… y de
la vida.