15 de agosto de 2021

Narices

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Las normas sanitarias de la autonomía cántabra nos permiten pasear por la playa del Sardinero sin mascarilla. Despojados de este aditamento que casi se había convertido en parte consustancial de nuestro rostro, tengo de pronto la impresión de que a quienes se cruzan conmigo les han crecido las narices. Como si este apéndice tapado durante largo tiempo hubiera reclamado de pronto un protagonismo que la pandemia le había negado.

Proa de nuestra cara con la que navegamos por el mar de las relaciones humanas, no me parece que, en general y salvo excepciones, sea un bello saliente de nuestro rostro.

Los poetas han dedicado elogios a los ojos, a los labios, incluso a la frente y a los pómulos, pero no conozco requiebros poéticos o prosaicos a la nariz.

Todo lo contrario. Las narices han sido con frecuencia objeto de burla y escarnio.

Recordemos los versos de Quevedo parodiando la nariz de Góngora: “Érase un hombre a una nariz pegado, / érase una nariz superlativa, / érase una nariz sayón y escriba, / érase un pez espada muy barbado”.

Cuando estaba dándole vueltas a estas consideraciones nasales, programaron en la Segunda de Televisión Española la película Cyrano de Bergerac. Una nariz de tamaño descomunal acompleja al por lo demás aguerrido e inspirado héroe, que únicamente se atreve a dirigir apasionados requiebros a su adorada prima a través de un soso enamorado interpuesto. Solo al final de la obra de Edmond Rostand cae en la cuenta la hermosa Roxana del amor de Cyrano.

Ya en tiempos modernos, al muñeco Pinocho le crece la nariz cada vez que miente. Menos mal que el inveterado hábito de mentir no ha alterado las facciones del bello Pedro Sánchez, que a falta de otras cualidades ha podido lucir palmito en televisiones de Estados Unidos durante su reciente gira de promoción de sí mismo, que no de España ni de nuestra economía.

El plural ‘narices’ es utilizado en lenguaje coloquial para mostrar extrañeza, sorpresa, disgusto, o también admiración: “¡Narices, cómo corre ese jugador!”. Denota asimismo algo muy grande: “Hace un calor de narices”, o un estado de cansancio o hartura: “Me tiene hasta las narices”.

O sea, que la mayor parte de las veces el nombre de este apéndice facial se usa en el lenguaje en sentido peyorativo.

¡Pobre nariz tan denostada!

Los especialistas del aparato respiratorio suelen aconsejar respirar por la nariz. Yo he padecido durante años rinitis vasomotora, que alteraba mi sueño y me provocaba insomnio, con “ansiedad, angustia y desesperación”. De un tiempo a esta parte, y sin tratamiento médico, consigo inspirar a través de las fosas nasales, con lo que duermo mejor.

No quiero acabar esta entrada de mi blog sin añadir en desagravio de un órgano tan imprescindible los placenteros momentos que nos brinda: así cuando respiramos la brisa del mar, o cuando olemos el aroma de los pinos, o cuando nos llegan a la pituitaria los vahos de un sabroso asado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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