24 de junio de 2018

Ruido, sonido y son


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

La llegada repentina del calor me obliga a abrir la ventana y exponerme al ruido de la calle, si quiero conciliar el sueño en la gran ciudad, puesto que no aguanto el aire acondicionado.
Vivimos rodeados de elementos ruidosos. Y solo nos damos cuenta de esta circunstancia cuando los decibelios que miden la intensidad del sonido superan el límite tolerable por nuestros oídos, o cuando se hace, ¡oh milagro infrecuente!, el silencio total.
¿Adónde tendremos que retirarnos para encontrar un ambiente totalmente silencioso? Incluso a la profundidad del bosque llega el retumbar de los aviones que surcan el cielo o el zumbido del tráfico de una carretera por alejada que esté.
En la sala de mi casa de El Espinar experimento en algunas ocasiones una extraña sensación: oigo el silencio. Sí, está apagado el televisor y me pregunto: ¿qué sucede? Pues eso, que, al no llegar a mis oídos ninguna onda sonora, me es posible escuchar el silencio.
El silencio solo puede definirse de un modo negativo: como abstención de hablar, o como falta de ruido. He comprobado el dato que retenía en mi memoria: España es el segundo país más ruidoso del mundo, mientras que China ocupa el primer puesto. Rara vez nos abstenemos de hablar y, cuando hablamos, lo hacemos muy alto, por no decir a gritos. Estamos en una cafetería o en un restaurante y, para hacernos oír de nuestros compañeros de mesa por encima de las conversaciones de los vecinos, elevamos la voz. Así, pronto se entabla una competición a ver quién habla más alto. Si en el local está encendida la omnipresente televisión, o se emite una estridente música ambiental, estos competidores vienen a sumarse a la pugna sonora.
Sonoridad que se queda en nada comparada con la que reina en una discoteca o en los conciertos y festivales de música para la juventud. Datos recientes de la Organización Mundial de la Salud (OMS) advierten de que más de mil millones de adolescentes y jóvenes en todo el mundo corren riesgo de sufrir una pérdida auditiva por la exposición a niveles sonoros dañinos en lugares de ocio, y también por el uso nocivo de auriculares y móviles.
Aunque, también según la OMS, la principal fuente de ruido es el tráfico, que alcanza el 80% de la contaminación acústica, a la pérdida auditiva que indefectiblemente padecemos con la edad hay que sumar la provocada por la utilización abusiva de aparatos tecnológicos que dañan los oídos.
Un pensamiento con frecuencia citado del filósofo griego Aristóteles afirma que “El hombre es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras”. A los ruidos causados por las más diversas fuentes sonoras, en especial los motores de todo tipo, hay que añadir el bombardeo constante de noticias a que nos someten las cadenas de televisión. Noticias que, en España y muy acentuadamente en los últimos tiempos, se ocupan de las manifestaciones de los políticos y de sus enfrentamientos partidistas. Palabras, palabras, palabras, de las que son esclavos, sin que parezca importarles sostener hoy lo que negaron ayer, o viceversa.
Hay sonidos, no ruidos, que son beneficiosos para nuestro cuerpo y nuestra mente. Dentro de poco más de un mes participaré como años anteriores en el curso de Chamanismo de Luz en la Naturaleza en Matarraña (Teruel). Parte importante del trabajo de este curso, dirigido por Francesc Celma, director en España de Dr. Lefebure Methods, son los ejercicios rítmicos acompañados por la repetición de mantras y oraciones verbales, por balanceos, tensiones y vibraciones.
Un autor espiritual argumenta así el gran valor y provecho de la oración frecuente expresada en una sola fórmula: “Mucha gente supuestamente ilustrada considera la ofrenda frecuente de una sola y misma plegaria como inútil e incluso insignificante, tachándola de mecánica y de ocupación irreflexiva, propia de gente simple. Pero […] no saben que este culto frecuente de los labios se convierte imperceptiblemente en una auténtica llamada del corazón, penetra en la vida interior, llega a ser un deleite y se vuelve, por así decirlo, natural al alma, dándole luz y sustento, y conduciéndola a la unión con Dios”.
O sea que hay sonidos, palabras, en este caso oraciones verbales, que repetidas con los labios llegan al interior de nuestras almas. No es menester retirarse al desierto, como hacían los ermitaños, para consagrarse a la meditación.
Conocido es el valor de la música, de cierta música, en especial la clásica, como medio de relajación y terapia contra los males producidos por el ruido.
De esta manera pasamos del ruido al sonido, y del sonido al son, es decir, como lo define el Diccionario de la Real Academia Española, al “Sonido que afecta agradablemente al oído, especialmente el musical”.
Vuelvo al silencio. Mientras que la palabra es de plata, el silencio es de oro. Así que me callo.


16 de junio de 2018

Pobre lengua española


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

¿Cuántas mujeres hace falta que integren el Gobierno de España para que haya que decir: “Consejo de Ministros y Ministras”? Porque ya ha habido presencia femenina en Gabinetes anteriores y no se creyó necesario este desdoblamiento impuesto por lo políticamente correcto.
¡Pobre lengua española, incapaz de dar a las mujeres “la visibilidad” que exige su importancia cada día mayor en todos los ámbitos de la sociedad!
Ya puede la Real Academia Española (RAE) insistir, como hace el Diccionario Panhispánico de Dudas, en que “los nombres apelativos masculinos, cuando se emplean en plural, pueden incluir en su designación a seres de uno y otro sexo […]. Así, con la expresión ‘los alumnos’ podemos referirnos a un colectivo formado exclusivamente por alumnos varones, pero también a un colectivo mixto, formado por chicos y chicas”. Y lo que el citado Diccionario ejemplifica en el sustantivo ‘alumnos’ puede aplicarse a ‘profesores’, a ‘ciudadanos’, a ‘catalanes’ y a… ‘ministros’. Pero no, la imperante corrección política ha extendido la costumbre de hacer explícita la alusión a ambos sexos. ¿Que ello da lugar a engorrosas repeticiones? No importa, con tal de que las mujeres obtengan de una vez el tratamiento lingüístico al que se han hecho acreedoras.
Así que empecemos a cambiar periclitadas denominaciones machistas y, en vez de Colegio de Abogados, Colegio de Arquitectos y Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Montes, etc., impongamos Colegio de Abogados y Abogadas, o mejor a la inversa, Colegio de Abogadas y Abogados, Colegio de Arquitectas y Arquitectos, y Escuela Técnica Superior de Ingenieras e Ingenieros de Montes…
Al llegar a este punto, me asalta una duda: ¿Habrá que mantener Colegio de Médicos, habida cuenta de que la mayoría de las mujeres que ejercen la medicina rechazan que se las llame ‘médicas’ y sostienen que ellas son ‘médicos’? A mí me suena fatal ‘la médico’, con esa llamativa falta de concordancia, y la RAE desaconseja tal uso. Pero aquí las que mandan son las mujeres que nos atienden en ambulatorios, clínicas y hospitales. Aunque así incurran en una flagrante contradicción con el empeño de feminizar palabras que son comunes en cuanto al género y no admiten el femenino terminado en -a, como ‘portavoz’, no ‘portavoza’, ‘miembro’, no ‘miembra’, ‘jóvenes’, no ‘jóvenas’… ¿Contradicción? ¡Pelillos (y pelillas) a la mar!
Digo que el idioma español adolece de un mal de origen al abarcar con el masculino plural de los sustantivos a personas de los dos sexos. Y esta deficiencia primigenia tiene mal arreglo, pues las soluciones aportadas conllevan cansinas reiteraciones, que además deberían extenderse a otros vocablos concertados con tales nombres: “Los españoles y las españolas han sido convocados y convocadas a elecciones generales”.
Hace muchos años, corría la década de los sesenta del siglo pasado, participé junto a la maestra y pedagoga Jimena Menéndez Pidal, el padre José María de Llanos, el catedrático de Filología y latinista Millán Bravo Lozano y un sacerdote cuyo nombre no recuerdo en la revisión y puesta al día de oraciones y textos litúrgicos de la religión católica. Repaso hoy el Padre nuestro y tropiezo con la frase “venga a nosotros tu reino”. Que a los cuatro varones se nos escapara esta limitación nada tiene de particular, pero ¿a Jimena? ¿Una actualización actual, valga la redundancia, no exigiría “venga a nosotros y a nosotras tu reino”?
A lo mejor es que, cuando el español comenzó a gestarse en los siglos X y XI, imponían su predominio los hombres, como por lo demás ha sucedido a lo largo del tiempo, y esta superioridad se plasmó en la señalada peculiaridad de que el masculino de los sustantivos en plural pueda designar a personas de ambos sexos.
A esta influencia del varón se debería también que la palabra ‘hombre’ en español designe no solo a los varones, sino a varones y hembras. La explicación de que ‘hombre’ proviene del latín ‘homo, hominis’, es decir, ser humano, no parece convencer hoy a los reformadores del lenguaje en aras de la igualdad de ‘hombres y mujeres’. Así, no basta que digamos, por ejemplo, que “a lo largo de la historia el hombre ha luchado por dominar una naturaleza a menudo hostil”, sino que habrá que puntualizar que esa lucha la han llevado a cabo “el hombre y la mujer”.
Y, trayendo a colación un texto litúrgico, en esa doxología que es el Gloria y que se reza en la misa, se proclama: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. ¿Se nos ha ocurrido alguna vez pensar que, al desear paz a los hombres, se está excluyendo de este deseo a las mujeres? ¿A las mujeres, según esta oración, no las ama el Señor? ¿Habrá que corregir el Gloria y añadir “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres y a las mujeres que ama el Señor”?


10 de junio de 2018

Censura al Parlamento


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

El resultado legal y más manifiesto de la moción de censura debatida y votada la semana pasada contra el gobierno presidido por Mariano Rajoy ha sido la sustitución del presidente popular por el socialista Pedro Sánchez. Pero ha habido otras consecuencias del debate parlamentario y de la siguiente votación que encierran a mi juicio una enorme gravedad y que paso a exponer.
La primera y más llamativa conclusión que pudimos sacar quienes tuvimos la paciencia de seguir en directo las intervenciones del portavoz del PSOE que presentaba y defendía la moción, José Luis Ábalos, del presidente Rajoy, del candidato Pedro Sánchez y de los portavoces del resto de partidos políticos con representación en el Congreso de los Diputados fue la absoluta descalificación de todas las fuerzas parlamentarias. Del cruce de acusaciones que se lanzaron unos a otros los supuestos representantes del pueblo español solo cabía concluir que o bien tales acusaciones eran infundadas, o bien ninguno de los partidos estaba libre de culpa. La contundente batería de argumentos esgrimidos, en especial por los cuatro partidos con mayor número de escaños, PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos, hace difícil decantarse por la primera alternativa e inclina a reconocer la segunda, a saber, que todos los grupos parlamentarios están en mayor o menor grado deslegitimados para seguir representando a los ciudadanos de España. Todos han arrojado piedras contra los demás, sin pararse a considerar que de ese modo nadie quedaba exento de culpabilidad. Es decir, que la censura se volvía, no solo contra el presidente del Gobierno, sino contra toda la Cámara, y ello basándose en los propios discursos de quienes la integran.
Una segunda reflexión que se imponía al atónito espectador del rifirrafe parlamentario es que a ningún partido o grupo le movía el bien de España y de los españoles, sino que se guiaban por sus intereses personales o partidistas. Mariano Rajoy luchaba con sus mejores armas dialécticas por su propia permanencia en la presidencia del Gobierno. Pedro Sánchez, sin haber ganado nunca unas elecciones, quería a toda costa llegar a la Moncloa. Pablo Iglesias veía en la moción una ocasión de oro para acabar con un régimen democrático en el que no cree y conquistar el poder, “el cielo”, para imponer un comunismo totalitario que, como es bien sabido, ha traído siempre la prosperidad a todos los países que lo han adoptado, empezando –y acabando– por sus líderes. Albert Rivera proponía unas elecciones generales, animado por unas encuestas favorables a su formación. A los partidos nacionalistas, más o menos abiertamente independentistas, los unía el único afán de echar a Rajoy con la esperanza de avanzar en la consecución de sus fines teniendo enfrente a un Gobierno débil con solo 84 diputados.
A llegar a este punto, no puede por menos de alarmar a una inmensa mayoría de los españoles la presencia en el Parlamento “de España” de representantes de partidos políticos que, no solo no creen en España, sino que buscan destruirla o, al menos, separarse de ella. Partidos que, en otros países de la Europa democrática, están ilegalizados. El mismo día en el que Pedro Sánchez prometía su cargo ante el Rey, Quim Torra, el presidente de la Comunidad Autónoma de Cataluña, reiteraba su voluntad irrenunciable de avanzar en el proceso de constituir un Estado catalán independiente en forma de república, obedeciendo, según él, al mandato del pueblo catalán. Mintiendo a sabiendas de que la independencia solo la apoya el 47 % de los catalanes y de que las elecciones las ganó Inés Arrimadas de Ciudadanos. Una perversa ley electoral es responsable de que, a pesar de ese triunfo, la unión de los partidos secesionistas tenga más escaños en el Parlamento catalán.
Esa misma ley, no abolida ni reformada hasta hoy, permite que un partido como el PNV, con 300.000 votos, tenga en el Congreso de los Diputados de España 5 escaños, que han sido decisivos a la hora de prosperar la moción de censura. Y, más aún, que de esa exigua aunque sobredimensionada representación parlamentaria dependa, primero, la aprobación de los presupuestos y, pocos días después, el resultado de la moción de censura.
Una última, pero no por ello menos preocupante conclusión. La tan traída y llevada corrupción en realidad no inquieta a ningún partido, y todos han incurrido en ella, a excepción de Ciudadanos, quizá porque aún no ha gobernado. La corrupción, a juicio de los dirigentes y militantes de una formación, es tal cuando afecta a otra, y solo sirve de arma arrojadiza para atacar al adversario.
La corrupción existe antes de que los tribunales se hayan pronunciado sobre ella, como es patente en el caso de los ERE y de los cursos de formación en Andalucía, o en el caso de Puyol y su clan en Cataluña. Por cierto, ¿qué ha sido de este flagrante expolio a los catalanes y al resto del pueblo español, cuando se lanzaba a los cuatro vientos la acusación de “España nos roba”?
Con la principal institución democrática española como es el Parlamento degradada por los propios parlamentarios, ¿es posible el funcionamiento cabal del Estado de Derecho?

7 de junio de 2018

Aquel niño austriaco


EMG Euro Mundo Global
Opinión: “Mi Pequeño Manhattan”
Por Germán Ubillos Orsolich

Lunes, 4 de junio de 2018

Tenía ganas de leer el último libro de Angelina Lamelas, veterana de la literatura infantil y juvenil, poseedora de muchos de los más importantes premios de ese género literario. Coincidimos ambos en el desaparecido diario YA, pero nuestros tiempos y trayectorias han sido algo diferentes y el destino, eso tan importante en el ser humano, ha hecho que coincidamos gracias a su reciente relación con Alberto Martín Baró, ese hombre extraordinario, simpático, erudito, director de editoriales y sobre todo amigo, de una sencillez y cordialidad impagables difíciles de encontrar.
De esa forma Angelina Lamelas y yo nos hemos podido reencontrar, hablar, departir y sentir, pues en realidad ambos venimos de un mundo semejante en el tiempo, con unos recuerdos muy parecidos y un concepto de la vida podría decir parejo.
Angelina, conocida de muchos de vosotros, me ha traído el recuerdo de Mercedes Salisachs, aquella gran señora de la literatura catalana, por su aspecto, sus modales y su porte; y de mi madre, Angelina Orsolich, por su nombre, un nombre que conforma mi propia vida y mis recuerdos también más personales.
El tomar unas meriendas en las cafeterías VIPS del barrio de Salamanca, de Serrano y de Velázquez, ha supuesto para mí un recuerdo añadido que, como el polvo dorado de estrellas, el que emanaba de Campanilla el personaje de Peter Pan de Disney; el que caía también de Julio Iglesias cuando en 1984 desayunábamos con él en El Plaza de Nueva York y después en su camerino del Radio City Music Hall, y mi hermana Mercedes, tan querida, quedaba fascinada precisamente por ese polvo de estrellas que también rodeaba y caía de mi amigo Julio aquellos años irrepetibles. Es el polvo que de alguna manera he sentido percibir en el recuerdo, mientras Angelina Lamelas me dedicaba su último libro recién aparecido y titulado Aquel niño austriaco, ante la atenta mirada y la sonrisa de Alberto Martín Baro, que estaba sentado frente a mí y en la misma mesa.
Como era de esperar Aquel niño austriaco no solo me ha gustado, sino que me ha conmovido. Lo he leído de un tirón con enorme placer y una permanente sonrisa en los labios. Se trata de uno de los niños austriacos que llegaron a España recién terminada la Segunda Guerra Mundial para ser acogidos temporalmente por familias españolas.
Con la sensibilidad que se percibe en la cálida e inteligente mirada de su autora, esta despliega todo su talento y el dominio del lenguaje en la descripción de la historia de uno de esos niños. Para ello recrea el ambiente de la época que se inicia en la Viena de la Segunda Guerra Mundial, esa Viena que he recorrido y que tan bien conozco; continúa en Santander de los años en que transcurre la acción, lugar donde precisamente mi padre nos llevó a mi hermano y a mí a conocer el mar; y termina con el emocionado y emocionante regreso del niño a su Viena natal para constatar que su padre no ha muerto ni ha desaparecido en los terribles bombardeos de la ciudad, que quedarán marcados para siempre en la mente de Hans, el protagonista, que con solo escuchar el zumbido de una avioneta sobrevolar la playa de La Magdalena, se tira al suelo, hunde la cara en la arena y se tapa con las manos la cabeza. Hecho este que le ocurre de idéntica manera a un muy querido amigo libanés que huyó despavorido de la guerra, después de que un bombardeo planchara los automóviles que su padre tenía en el garaje de su casa.
La recreación de Viena, el famoso restaurante El Cisne, donde el padre de Hans tocaba el violín mientras la gente elegante comía. El largo viaje hasta España, donde sería adoptado por una familia burguesa en un chalet a las afueras de Santander, cercano al mar Cantábrico; el lento aprendizaje del español; la sensación de orfandad que siente el niño protagonista y que transmite hasta el lector la autora como una onda emocional y expansiva; las emociones de Carlos, el padre adoptivo, y sobre todo la fiesta de cumpleaños el 3 de mayo de 1948 que la celebran asistiendo invitados al Circo Feijoo, y el regalo y el aplauso que pide para él el director del circo y que quisiera que le acompañara para toda la vida, mientras le hace entrega personal del acordeón el admirado payaso Tonetti. Esta es una secuencia inolvidable que marca la maestría genial de Angelina Lamelas, imperdonable que no se haga en cine, pues es cine puro, y que yo invito desde aquí que no desaprovechen esta oportunidad, estas secuencias inefables, para que el cine español, europeo o americano, rinda tributo merecido a esta autora de rara sensibilidad fabulatoria, digna del mejor Thomas Mann y de Luchino Visconti. Lástima que este país sea tan deficitario en tantas cosas.
Quiero terminar, lectores, recomendando la lectura del texto de Aquel niño austriaco, la brillante narración, llena de detalles, recuerdos, paisajes y color, que Angelina Lamelas posee, en el don de transmitir toda la verdad y la belleza que aún atesora el alma humana cuando es capaz de destilar lo mejor de sí misma.


5 de junio de 2018

A pesar de todo, los libros


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Me deprimen las librerías. En el barrio madrileño del Parque de las Avenidas, en el que paso temporadas, alternando con mi residencia en El Espinar tan querido, subsiste meritoriamente contra viento y marea la librería Polifemo. Me detengo ante el escaparate a examinar los libros expuestos. Y apenas reconozco un par de títulos y otro par de autores. Me he pasado la vida estudiando con ayuda de los libros, leyendo libros por placer o por obligación, editando libros en mi labor profesional, escribiendo y publicando libros, y a estas alturas de mi larga existencia me abruma comprobar mi supina ignorancia sobre el mundo de la escritura en cualquier género. Y, claro, me deprimo.
El sábado 26 de mayo por la tarde nos dirigimos mi mujer y yo al Parque del Retiro para visitar un año más la Feria del Libro de Madrid. Nada menos que 363 casetas se alinean a un lado o a ambos lados del Paseo del Duque de Fernán Núñez. De ellas, 31 son de organismos oficiales, 13 de distribuidoras varias, 113 de librerías y 206 de editoriales. O sea que, a pesar de la crisis que siempre amenaza a la industria editorial, aún hay 206 empresas que se dedican a publicar y vender libros. Libros en papel, que son los que se exhiben en la Feria. Los electrónicos circulan por otros canales y, aunque han quitado bastante mercado a los editados en papel, estos siguen siendo los preferidos por la mayoría de los lectores, entre los que me incluyo.
No puede por menos de asaltarme la duda de cuántos de los títulos expuestos en las casetas por las que pasamos se venderán. Y me pregunto cuántos de esos ejemplares serán siquiera leídos, aparte de por los editores que han preparado sus textos, y cuántos acabarán en el papelote. ¿Se publica demasiado en un país como el nuestro en el que apenas se lee?
Nos detenemos en la caseta del Gremio de Editores de Cantabria. En primera fila aparecen varios títulos de la Editorial Valnera, como El hombre pez y Trampas de niebla, de mi amigo y excelente escritor José Antonio Abella. Barro para casa, porque Valnera, pilotada por ese magnífico editor y también escritor Jesús Herrán Ceballos y su mujer Lines de la Gala Bueno, publicará en septiembre el libro de relatos de Angelina Lamelas titulado Carne de cuento.
Unas cuantas casetas más adelante, no recuerdo en cuál, Alejandro Palomas firma ejemplares de su novela Un amor, galardonada con el Premio Nadal 2018. Yo he leído la obra y me ha gustado, y en la próxima tertulia de El libro del mes en El Espinar, el 11 de junio, contaremos con la presencia del autor. Me acerco a saludarle y a darle las gracias por asistir a nuestra reunión.
Pero el objeto más directo de nuestra visita a la Feria esa tarde era adquirir la última publicación de ese gran fabulador y narrador que es José María Merino, y que se titula Aventuras e invenciones del profesor Souto. Nos firma un ejemplar como él suele hacerlo acompañando con un dibujo la cariñosa dedicatoria.
Volvemos a la Feria al día siguiente, domingo por la mañana, pues Angelina firma ejemplares de su último libro Aquel niño austriaco, dirigido a niños a partir de los diez años, aunque por la experiencia que tenemos lo leen también con agrado y emoción las personas mayores.
Ángela, la nieta de 11 años de Angelina, les ha dicho a sus padres:
–Voy a ayudar a abu a vender libros.
Así que la firma y la venta son un éxito.
En una sesión de filandón celebrada el miércoles pasado en el Instituto Internacional de la Calle Miguel Ángel de Madrid, organizada por la Fundación de Ciencias de la Salud, los escritores Juan Pedro Aparicio, Luis Mateo Díez y José María Merino nos deleitaron con una lectura de cuentos breves relacionados –más o menos– con el tema propuesto “Literatura y enfermedad”. Filandón alude a las reuniones que se celebraban en casas particulares, sobre todo del norte de León, en las que, mientras las mujeres hilaban –de ahí el nombre– y los hombres tallaban en madera objetos como almadreñas, algunos de los presentes contaban historias, reales o inventadas, para entretenimiento de los reunidos. En la pantalla sobre el estrado de la sesión a la que me refiero se leía el siguiente texto: “En el escenario del filandón, la palabra oral, la de la infancia de la literatura, brilla como un bien primigenio que inventa, consuela, perturba, entretiene, emociona…”.
Con la edad me he ido limitando a lecturas que me proporcionen consuelo, entretenimiento y emoción, que cada vez son menos. Me echan para atrás los libros de muchas páginas, que por fuerza incurren en tediosas repeticiones.
A pesar de todos los pesares, de escritores petulantes o abstrusos, de novelas farragosas, de ensayos indigestos, de bestsellers que por donde pasan mojan y al poco tiempo caen –menos mal– en el olvido, a pesar de todo sigo encadenado a los libros. Como los que se exhiben en la Feria, muchas veces ante la indiferencia de la gente que pasea en la mañana soleada del Parque del Retiro.