28 de agosto de 2022

El cielo azul de Santander

 Las palabras y la vida 

 Alberto Martín Baró

El cielo azul de Santander, como la lluvia en Sevilla, es una maravilla.

El dicho de la lluvia en Sevilla se lo hacía repetir, en la versión española de My fair lady, el profesor de inglés Henry Higgins, o sea Rex Harrison, a la vendedora Eliza Doolittle, o sea Audrey Hepburn, para que mejorara su lenguaje y así pudiera convertirse en una dama.

Pero ¿por qué el cielo azul de Santander y la lluvia en Sevilla son una maravilla?

Pues por su carácter excepcional. Ya lo avisa el refrán: “Todos los días gallina amarga la cocina”.

Si en Santander luciera el cielo azul con mayor frecuencia, dejaría de fascinarnos, o al menos fascinarme a mí, como estos días pasados del mes de agosto. Lo habitual en Santander son los días nublados, o con neblina, o con celaje, fenómenos atmosféricos en los que influyen la proximidad del mar y la Bahía.

¡Ah, pero esperen ustedes a que el cielo copie del mar en calma su nitidez azul! ¿O es a la inversa? ¿Es el mar el que se torna azul por la nitidez del cielo sin nubes?

En mi paseo por la playa del Sardinero me he detenido a contemplar el mar, que rivaliza con el cielo en límpido azul y el alma me serena.

O también desde la playa de la Magdalena, con quietud de la Bahía sin olas para que los niños se bañen sin los riesgos de la cercana playa de los Peligros, se puede distinguir con plena claridad Peña Cabarga y el Pico de Solares, normalmente envueltos en bruma.

Los habitantes del norte cántabro bajaban –¿o subían?– a Castilla, a la meseta, para secar el pulmón.

Del poeta santanderino Gerardo Diego todos recordamos el soneto “Al ciprés de Silos”. Menos conocido, creo yo, es su Manual de espumas, obra ultraísta de 1924, en la que está presente el mar Cantábrico, como en toda su vida, “mi cántabro mar maestro”, envuelto en sus grises acostumbrados.

Por eso, ya digo, el mar y el cielo azul de estos días pasados luce más por su excepcionalidad. Amamos más lo poco usual que lo corriente, que “ese cielo azul que todos vemos, ni es cielo ni es azul”, verso del poeta clásico Lupercio Leonardo de Argensola, que lo remata así: “¡Lástima que no sea verdad tanta belleza!”.

No sé si los científicos, con Argensola, dudarán de la existencia del cielo azul.

A mí me ha iluminado el dolorido sentir, a punto ya este verano de decir adiós a Santander.

 

21 de agosto de 2022

La sexta hermana

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Hace algo más de cinco años y medio uní mi vida a la de la escritora santanderina Angelina Lamelas. Angelina ha publicado hasta el día de hoy 19 libros, el más reciente de los cuales es un precioso álbum con numerosas fotos que en cuatro apartados trata de La familia, Amistades, Escritores y Encuentros.

En este libro y en otros escritos, Angelina habla de sus nueve hermanos. Yo, como el doctor don Gregorio Marañón, que tan importante papel desempeñó en la vida de José Antonio Lamelas González, eximio cardiólogo y padre de once hijos, aprendí a nombrar por su orden a estos vástagos: María Luisa, Angelina, José Antonio, Teresa, Ana, Ricardo, Diego, Carmen, Elena, Javier y Marta, que solo vivió dos días.

He tenido la suerte de conocer y tratar a siete de estos hermanos de Angelina: María Luisa, Tere, Ana, Ricardo, Diego, Carmen y Javier. José Antonio había fallecido cuando yo entré a formar parte de la familia Lamelas Olaran.

¿Y a Elena, la sexta hermana? Pues no la he conocido más que por fotos hasta hace cinco días, porque reside en Benicassim. Más de una vez nos hemos propuesto Angelina y yo viajar a Benicassim, pero por unas causas u otras no hemos llegado a realizar este viaje.

Así que ha sido ella, la menor de las hermanas Lamelas Olaran, la que ha venido a Santander, acompañada de su hija Helena, su marido y su hijo Ramón, o sea el yerno y el nieto de Elena, su otra hija Belén con su marido Víctor y sus hijos Álvaro y Víctor, o sea el otro yerno y los otros dos nietos de Elena.

Mientras escribía estas líneas se me ocurría pensar en la importancia que en todas las familias, y más en las numerosas, tiene un árbol genealógico, como el que en su día confeccionaron e hicieron imprimir de la familia Lamelas Olaran Angelina y su hijo José Antonio Fúster Lamelas. Árbol que se ha quedado obsoleto por los nuevos descendientes que han ido naciendo en fechas posteriores.

No tengo más remedio que ponderar la simpatía y la belleza de Elena, la sexta hermana, cuando la contemplo al natural en casa de Tere, donde se aloja estos días. Sí, como dice Angelina de ella en Personajes de mi vida, “salió guapa y resultona”. Y para su satisfacción, en Benicassim y en el Grao de Castellón residen también sus hijos y nietos.

Es Elena muy buena conversadora y relata con acierto las peripecias de su vida, captando el interés de su interlocutor, que en este caso soy yo. Se sobrepone sonriente a los trances amargos que, junto a muchos felices, han jalonado su existencia.

Asiste junto a Tere, Carmen, Ana, Angelina, María Luisa, Javier, Gonzalo, hijo de Tere, y sus ya mencionados hijos y nietos, a la misa que todos los veranos por estas fechas celebra Ángel Camino, sacerdote agustino, primo de los Lamelas Olaran, por los difuntos de la familia.

A mí me invita Ángel Camino a leer la epístola, la Primera Carta de San Pablo a los Corintios, de la festividad del santo del día, el agustino recoleto San Ezequiel Moreno. No puedo por menos de recordar que años anteriores hacía esta lectura el marido de Tere, el magistrado Javier Sánchez Pego, al que Ángel Camino dedica un sentido y merecido elogio.

Nos despedimos de Elena Angelina y yo asegurándole que la visitaremos en Benicassim. Elena nos promete una paella.

14 de agosto de 2022

Conciertos

 Las palabras y la vida 

 Alberto Martín Baró

Mientras que ir a la playa puede requerir unos preparativos incómodos para los no asiduos al ocio playero, aunque después compense el gozo que el mar proporciona, asistir a los conciertos vespertinos en el Palacio de Festivales de Cantabria es una actividad sobre ruedas, en especial si ya cuentas con las entradas que, en nuestro caso, nos ha sacado con antelación María Luisa, hermana mayor de mi mujer. Y como la casa donde nos alojamos en el mes de agosto está enfrente del susodicho Palacio de Festivales, pues no tenemos más que cruzar la calle para acceder a la Sala Argenta, de incomparable acústica, en la que se celebran la mayor parte de los conciertos de verano.

Las autoridades urbanísticas municipales y el arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza, autor del Palacio, tuvieron el detalle de no ocultar a los hermanos Ana y Diego Lamelas, que viven todo el año en esta casa, y a sus moradores ocasionales, las vistas a la Bahía, a la que no hay nativo santanderino o visitante que no hayan dedicado apasionados y merecidos elogios.

Cuando llegamos a Santander mi mujer y yo el domingo 31 de julio a las seis y cuarto de la tarde, todavía tuvimos tiempo de acudir a la Sala Pereda y disfrutar de una sesión de la semifinal del Concurso Internacional de Piano Paloma O’Shea, en la cual escuchamos al pianista concursante Matyáš Novák, de la República Checa, y al Cuarteto Casals interpretar el Quinteto con piano en fa menor FWV 7, de César Franck, y a la pianista concursante Mariamna Sherling, de Noruega, y al Cuarteto Casals, interpretar la Sonata núm. 14 en do menor K 457, de Wolfgang Amadeus Mozart; Navarra, de lsaac Albéniz; la Sonata núm. 2 en sol menor, op. 22, de Robert Schumann; y De Miroirs, de Maurice Ravel. El clasicismo de Mozart, el romanticismo de Schumann, el modernismo de Ravel y el nacionalismo español de Albéniz constituyeron un certero preámbulo de los conciertos que seguirían días sucesivos. En esta ocasión, cuando tantos mal nacidos desdeñan todo lo que suene a España, a mí me impactaron especialmente los ecos ibéricos de Navarra.

La final del Concurso ya tuvo lugar en la Sala Argenta los días 3 y 4 de agosto. El día 3 los pianistas Yu Nitahara, de Japón, y Maryáš Novák, de la República Checa, con la Orquesta Sinfónica de RTVE bajo la dirección de Pablo González, ofrecieron sendas interpretaciones del Concierto para piano y orquesta núm. 1 de Johannes Brahms. Las notas del programa de mano, debidas a José Luis García del Busto, nos informan de que este concierto tuvo su origen en una sonata pianística, derivada después a sinfonía.

Nunca había escuchado yo en una misma sesión dos veces el mismo concierto con distintos solistas al piano. La música de Brahms siempre me llega a lo más profundo de mi sentir: no me extraña que el adagio fuera calificado por Clara Schumann como “religioso”.

Y para emoción la que suscitó hasta las lágrimas en mi mujer el Concierto núm. 1 para piano y orquesta de Piotr Illych Chaikoski, que abrió la sesión del día 4 de agosto con la interpretación del pianista Xiaolu Zang, de China, y de nuevo la Orquesta Sinfónica de RTVE dirigida por Pablo González.

Estrictamente religioso es el Stabat Mater de Domenico Scarlatti, que nos había brindado el 1 de agosto el Monteverdi Choir: “Stabat Mater dolorosa / juxta crucen lacrimosa, / dum pendebat Filius”. “Estaba la Madre dolorosa / junto a la cruz llorosa / en que pendía su Hijo”.

No voy a reseñar en esta entrada de mi blog todos los conciertos a los que hemos asistido hasta este domingo 14 de agosto.

Mientras la música resuena en mis oídos me invade todo un torbellino de pensamientos y sensaciones. Cómo las siete notas del pentagrama pueden originar tal variedad de registros sonoros y de ritmos. O cómo los mismos instrumentos, cuerda, metal, viento o madera, percusión, pueden sonar de modo tan diferente según el compositor y los intérpretes de la obra.

Me convenzo una vez más de que la música es esencial para configurar la dimensión artística y emotiva del ser humano.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

7 de agosto de 2022

La playa

Las palabras y la vida

Alberto Martín Baró

Para mí la playa, en los últimos seis años, es la del Sardinero, en Santander. La primera o la segunda, que tanto monta, monta tanto, una que otra.

En cuanto llegamos a la capital cántabra, mi mujer, como buena santanderina de la calle Castelar, no ve el momento de asomarse al mar, aunque solo sea desde ese mirador privilegiado que son los jardines de Piquío.

Pero lo suyo, y ya también lo mío, es pisar la arena de la playa y andar por la orilla donde rompen las olas hasta el muro del Chiqui, todo él cubierto de lapas. Ocasión ha habido en que, en el mes de diciembre, hemos dado el preceptivo paseo forrados de ropa de abrigo.

Llevamos cinco días de este caluroso mes de agosto en Santander, y solo hemos ido una mañana a la playa del Sardinero. Caluroso y soleado porque nos lo dicen quienes llevan disfrutando del calor y del sol playeros todo el mes de julio, como nuestra amiga comillana Carmen Mari, que ya está morena. Pero el tiempo en estos primeros días de agosto nos ha deparado nubes y hasta algo de lluvia.

Yo soy un enamorado de los días lluviosos, y más en este año de pertinaz sequía. Pero confieso que, para ir a la playa, me gusta el calor y el sol.

Lo malo es el tiempo indeciso, que no se decide ni por el nublado y la lluvia, ni por el cielo despejado y azul.

Y sucede que, para los que no estamos acostumbrados a ir a la playa a diario, los preparativos de una mañana playera son engorrosos. Dónde está la toalla que solíamos llevar otros años, y la bolsa, y el protector solar, y la visera o el gorro, y por supuesto el bañador…

Con todo esto listo, aún queda no olvidar la tarjeta transporte y, en estos tiempos aún golpeados por la covid, la obligatoria mascarilla.

Pero merece la pena.

Pisar la arena bañada por el agua del mar, sortear las algas, sentir que la circulación se activa en las plantas de los pies, mirar al horizonte donde siempre hay un carguero fondeado. Allí se pierde la mirada y el mar se besa con el cielo azul.

Llega el momento de entrar en el agua. Dejar que la espuma de las olas me cubra las piernas, el pecho, los hombros, y por fin echarme en brazos del mar aprovechando un embate del oleaje.

Mi postura favorita es tumbarme de espaldas y contemplar el sol entre reflejos que casi me ciegan.

Al salir, siempre decimos que el agua está buena. Aunque, en realidad, para mí está fría.

Esta frialdad del mar Cantábrico es vital para sus especies marinas. Al parecer, la temperatura del Mediterráneo ha subido de modo alarmante, poniendo en peligro la vida de su fauna y flora.

Soñemos, mirando al mar junto al ser querido. Mientras el mar exista, y suban y bajen las mareas, el cambio climático no podrá con la Tierra condensada en la arena de la playa.