Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Para mí la playa, en los últimos seis años, es la del Sardinero, en Santander. La primera o la segunda, que tanto monta, monta tanto, una que otra.
En cuanto llegamos a la capital cántabra, mi mujer, como buena santanderina de la calle Castelar, no ve el momento de asomarse al mar, aunque solo sea desde ese mirador privilegiado que son los jardines de Piquío.
Pero lo suyo, y ya también lo mío, es pisar la arena de la playa y andar por la orilla donde rompen las olas hasta el muro del Chiqui, todo él cubierto de lapas. Ocasión ha habido en que, en el mes de diciembre, hemos dado el preceptivo paseo forrados de ropa de abrigo.
Llevamos cinco días de este caluroso mes de agosto en Santander, y solo hemos ido una mañana a la playa del Sardinero. Caluroso y soleado porque nos lo dicen quienes llevan disfrutando del calor y del sol playeros todo el mes de julio, como nuestra amiga comillana Carmen Mari, que ya está morena. Pero el tiempo en estos primeros días de agosto nos ha deparado nubes y hasta algo de lluvia.
Yo soy un enamorado de los días lluviosos, y más en este año de pertinaz sequía. Pero confieso que, para ir a la playa, me gusta el calor y el sol.
Lo malo es el tiempo indeciso, que no se decide ni por el nublado y la lluvia, ni por el cielo despejado y azul.
Y sucede que, para los que no estamos acostumbrados a ir a la playa a diario, los preparativos de una mañana playera son engorrosos. Dónde está la toalla que solíamos llevar otros años, y la bolsa, y el protector solar, y la visera o el gorro, y por supuesto el bañador…
Con todo esto listo, aún queda no olvidar la tarjeta transporte y, en estos tiempos aún golpeados por la covid, la obligatoria mascarilla.
Pero merece la pena.
Pisar la arena bañada por el agua del mar, sortear las algas, sentir que la circulación se activa en las plantas de los pies, mirar al horizonte donde siempre hay un carguero fondeado. Allí se pierde la mirada y el mar se besa con el cielo azul.
Llega el momento de entrar en el agua. Dejar que la espuma de las olas me cubra las piernas, el pecho, los hombros, y por fin echarme en brazos del mar aprovechando un embate del oleaje.
Mi postura favorita es tumbarme de espaldas y contemplar el sol entre reflejos que casi me ciegan.
Al salir, siempre decimos que el agua está buena. Aunque, en realidad, para mí está fría.
Esta frialdad del mar Cantábrico es vital para sus especies marinas. Al parecer, la temperatura del Mediterráneo ha subido de modo alarmante, poniendo en peligro la vida de su fauna y flora.
Soñemos, mirando al mar junto al ser querido. Mientras el mar exista, y suban y bajen las mareas, el cambio climático no podrá con la Tierra condensada en la arena de la playa.
Un artículo precioso, muchas gracias
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