23 de febrero de 2020

La eutanasia


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

La Proposición de Ley Orgánica de Regulación de la Eutanasia, presentada por el PSOE, ha sido 
admitida a trámite el pasado 11 de febrero de 2020 por el Parlamento español con 201 votos a favor, 140 en contra y dos abstenciones.
Merece la pena leer atentamente las razones expuestas por la representante del PSOE, la exministra de Sanidad María Luisa Carcedo, para justificar la necesidad de dicha ley. Esta ley “pretende dar una respuesta jurídica, sistemática, equilibrada y garantista a una demanda social, regulando el derecho de toda persona que cumpla las condiciones exigidas a solicitar y recibir la ayuda necesaria para morir. Y pretende con ello hacer compatibles derechos y principios constitucionales como son el derecho a la vida y a la integridad física y moral, con la dignidad, la libertad y la autonomía de la voluntad”.
Veamos: En primer lugar, se apela a una “demanda social” que dista mucho de estar demostrada, pero que, como otras muchas “realidades” en que se basa la acción del actual Gobierno, se da por supuesta. A continuación se da igualmente por supuesto “el derecho de toda persona que cumpla las condiciones exigidas a solicitar y recibir la ayuda necesaria para morir”. Y, en tercer lugar, se pretende que la regulación propuesta de la eutanasia hace compatibles el derecho a la vida y la integridad física y moral con la dignidad, la libertad y la autonomía de la voluntad, todos ellos “derechos y principios constitucionales”.
¿Por qué, pregunto, un debate parlamentario sobre la regulación de la eutanasia si ya de entrada se da por demostrado que lo que propone la Ley Orgánica está amparado por la Constitución? Así, la eutanasia, en virtud de unos diputados más atentos a sus intereses partidistas que al bien común de la sociedad, pasará de ser un delito a ser un derecho constitucional.
Espero que, por lo menos, sus señorías conozcan las definiciones que el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) y el Diccionario del español jurídico, también de la Academia, dan de eutanasia.
El DRAE define así la eutanasia: “1. f. Intervención deliberada para poner fin a la vida de un paciente sin perspectiva de cura. 2. Med. Muerte sin sufrimiento físico.”
Por su parte, el Diccionario del español jurídico da de eutanasia la siguiente definición: “Delito consistente en causar o cooperar a la muerte de una persona, ante su solicitud libre y responsable, para poner fin a un sufrimiento insoportable derivado de una enfermedad o estado de padecimiento graves.” Y se remite al Artículo 145.4 del Código Penal.
De manera que, por obra y gracia de la Ley Orgánica de Regulación de la Eutanasia, se pasa de considerar la eutanasia como un delito a reconocerla como un derecho de toda persona bajo ciertas condiciones.
La fanfarria que acompaña a toda acción del Gobierno socialista-comunista, bien orquestada por las televisiones adictas al régimen, califica de “progresista” la Ley en cuestión y tacha de fascistas y retrógrados a cuantos nos oponemos a ella.
Cuando de más medios anticonceptivos disponen las mujeres para evitar un embarazo no deseado, la vigente Ley del Aborto amplía más los plazos en que la embarazada puede legalmente poner fin a su gestación. (Legalmente, lo cual no quiere decir moral y éticamente.) Y cuando la medicina y la sanidad han puesto a disposición de los enfermos desahuciados más medios para hacer llevaderos sus dolores y su situación de grave enfermedad, incluidos los “cuidados paliativos”, la Ley de Regulación de la Eutanasia viene a dar el más rotundo mentís a los médicos y sanitarios, incapaces de poner otro remedio a esa situación que matando al paciente o acelerando su muerte.
Llámenlo, si quieren, “asistencia al suicidio”, pero no eutanasia, que en su etimología griega significa “buena muerte”, o “muerte bella”. No está penado el suicidio, el darse muerte el individuo por su propia voluntad y sus propios medios. ¿Cómo iba a estarlo si el suicida ya se ha quitado la vida, el bien más preciado que se nos ha dado a los humanos? A un muerto no se le puede condenar a prisión.
No me parece a mí que la intención del Gobierno socialista-comunista con esta proposición de Ley sea la de ahorrar gastos a la sanidad cargándose a los viejos onerosos, como han argumentado el PP y Vox. Pero ¡si estamos hablando del PSOE y de Unidas Podemos, los partidos más manirrotos con el dinero público, sí, aquel que, según la actual vicepresidenta primera, “no es de nadie”!
Quiero acabar con un apunte personal sobre la segunda acepción que el DRAE da de eutanasia, “Muerte sin sufrimiento físico”. ¿Es posible una tal muerte? Doy fe de que sí lo es. Habíamos ingresado a mi mujer Ana un martes, pues se había caído y apenas se tenía en pie. El miércoles por la noche le pregunto si le duele algo. “No me duele nada. Estoy muy cansada”, me responde. El tac al día siguiente le descubrió un cáncer de páncreas con metástasis en el hígado. Ya estaba inconsciente. Murió plácidamente el viernes a primera hora de la mañana.
Yo firmo semejante muerte indolora.

16 de febrero de 2020

Molinos de El Espinar


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Cuantos hemos mantenido algún tipo de relación con El Espinar sabemos que el río Moros es la más importante vía fluvial que recorre su territorio y que, represado en los altos de la Garganta en los embalses del Vado de las Cabras y del Tejo o las Tabladillas, constituye el principal suministro de agua del municipio.
La Panera de la Garganta, a orillas del río Moros, representa asimismo para nativos y visitantes un área recreativa muy frecuentada, que ofrece en verano la grata umbría del pinar. Es posible que bastantes de quienes disfrutan de la Panera hayan reparado en los edificios cercanos de la Venta Nueva y de la venta del Cornejo. Pero, a buen seguro, muy pocos serán los que sepan que en las márgenes del río Moros se desarrolló una notable industria harinera propiciada por una serie de molinos hidráulicos, de los que no quedan hoy día más que restos ruinosos.
Pues bien, el biólogo Juan Frutos Sánchez Cubo y el zoólogo Pedro Bigeriego González de Castejón han realizado un exhaustivo trabajo de campo, de investigación y de documentación, que quieren plasmar en un libro con el título de Molinos harineros de El Espinar. Vestigios de un oficio perdido.
A Juan le he tratado yo desde tiempo atrás debido a su empresa familiar de jardinería y vivero en La Estación de El Espinar. ¡Cuántas veces sus operarios han recortado el seto de mi jardín para admiración de propios y extraños y de cuántas plantas y flores me he surtido en sus instalaciones!
Tengo yo también noticia de los vídeos sobre la naturaleza de El Espinar, vestigios de su pasado y aspectos etnográficos que Juan elabora y divulga a través de las redes sociales y de whatsapp.
Cuando Juan me habló de la indagación que él y Pedro tenían ya prácticamente ultimada sobre los molinos hidráulicos de El Espinar, en seguida me contagiaron su entusiasmo y me presté a colaborar en la preparación de sus textos y fotografías de cara a su publicación en forma de libro. Me han pedido también que escriba un prólogo para el libro, a lo que he accedido con la convicción de que lo único que puedo añadir a sus exhaustivos datos e imágenes es mi deseo de hacerlos llegar al mayor número posible de lectores.
De los oficios hoy desaparecidos que en tiempos pasados dieron de comer a las gentes de El Espinar, la gabarrería es sin duda el más conocido gracias al trabajo pionero de Juan Andrés Saiz Garrido reflejado en su libro Los gabarreros de El Espinar y a la fiesta que todos los años en el mes de marzo conmemora a estos trabajadores del monte. La escultura de un gabarrero delante de la gasolinera a la entrada de la Villa rinde también merecido homenaje a los que podemos considerar como “ecologistas forestales”.
Menos repercusión han tenido los canteros, de los que me ocupé hace unos años en un artículo publicado en El Adelantado de Segovia en el que hablaba de la cantera de Navalvillar. Un arco costeado por la familia Muñumel recuerda en la rotonda delante del cementerio municipal a estos trabajadores, que también tuvieron que ver con la molinería, pues suministraban las piedras, la volandera y la solera, así como las que se utilizaban para construir el caz y otras edificaciones anejas a los molinos.
En mi libro Apuntes al oeste de Guadarrama, publicado por Segovia Sur en el año 2006, después del Prólogo dedico el primer capítulo al Molino Nuevo y al que llamo molino de la Villa, inducido a error por el mapa topográfico de El Espinar que así denomina al que el Catastro del marqués de Ensenada da el nombre del Trejo  o de la Leoncia, que fue una de sus propietarias. En mi guía Paseos y excursiones por El Espinar también incluyo itinerarios a algunos molinos hidráulicos, o aceñas, aunque me dice Juan que esta denominación no fue utilizada por los molineros espinariegos.
Sí, son importantes los nombres que reciben las distintas partes de un molino, como nos ilustra el capítulo 3 de este trabajo, nombres que tan bien recuerda Carlos Díez Segovia, el “último molinero vivo”, al que los autores han entrevistado.
En el mismo capítulo 3 se nos explica con precisas ilustraciones el funcionamiento de un molino hidráulico harinero.
Pero lo que constituye el núcleo de este trabajo es el recorrido minucioso por los 14 molinos sobre el río Moros.
Para terminar, quiero resaltar el atractivo e interés de las fotografías tomadas in situ por los autores, que nos invitan a visitar los lugares descritos, dejarnos enamorar por estas ruinas que nos hablan de un pasado y de un oficio olvidados, entre zarzas, bardagueras, musgo, endrinos, espinos y fresnos a orillas del río Moros.
Estoy seguro de que esta investigación sobre los molinos harineros contará con la ayuda económica del Ayuntamiento de la Villa para su publicación en forma de libro. Bien merece la pena como reconocimiento a los molineros y a lo que la actividad molinera supuso en El Espinar.

9 de febrero de 2020

La ausencia de Dios


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Es inútil buscar el nombre de Dios en las páginas de un periódico. No aparece en los editoriales, ni en los artículos de opinión, ni en las noticias nacionales o internacionales, ni en las secciones dedicadas a la cultura, a la sociedad, a la economía, a los deportes. Ni siquiera, si lo hubiere, en algún apartado sobre la vida religiosa o el santoral.
Y lo que vale de la prensa escrita puede afirmarse igualmente de la radio y la televisión o de otros medios de comunicación. Dios está ausente de la actualidad cotidiana.
Dos posibles explicaciones a esta ausencia de Dios se me ocurren sin entrar en mayores disquisiciones. La primera la formulará el ateo, cualquiera que no cree en la existencia de un ser con los atributos que las religiones y los creyentes asignan a Dios. ¿Cómo van a tratar los medios de comunicación de un ser que no existe?
La segunda explicación no niega la existencia de Dios pero, como entienden la divinidad muchas concepciones religiosas, siendo Dios un ser trascendente no interviene en la vida humana ni en el devenir del mundo.
Habrá que entrar en un templo y asistir a alguna celebración litúrgica para oír y pronunciar el nombre de Dios. Ahí sí, ya desde la primera señal de la cruz, se invoca a la Santísima Trinidad: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Fuera de los templos, en los países con tradición cristiana o con otras creencias religiosas, las distintas formas de concebirse la divinidad también están presentes en festividades como la Navidad o la Semana Santa. Aunque su dimensión “santa” esté cada vez más secularizada en beneficio del carácter profano de dichas fiestas.
Por esta predominante ausencia de Dios y de lo divino me ha sorprendido la atención prestada en el suplemento Cultural del diario ABC al libro del filósofo alemán Peter Sloterdijk (Karlsruhe, 1947) titulado La herencia del Dios perdido. Porque precisamente este ensayo indaga en las consecuencias de la desaparición de Dios en las culturas laicas de la modernidad.
¿Significa el olvido de Dios y de lo sagrado en la sociedad actual que al hombre contemporáneo no le interesa para nada la posible existencia de un Ser supremo y absoluto, al que no pocas religiones atribuyen el origen del universo y del ser humano, y del que además pueden depender nuestro destino, nuestra felicidad o nuestra condenación?
En el año 2008 publiqué un libro con el título Tiempo de respuestas. Sobre el sentido de la vida. En el mismo dedico nada menos que ocho capítulos al tema de Dios: “Dios”, “La existencia de Dios”, “Dios y el sentido de la vida”, “La religión”, “La Biblia”, “Luces y sombras de la Biblia”, “Jesús de Nazaret” y “Padre nuestro”. Este libro ha sido, entre los diez que tengo publicados hasta el día de hoy, el que mejor acogida ha tenido. Más aún, en las presentaciones y encuentros con distintos públicos, para mi sorpresa esos capítulos fueron los que suscitaron mayor interés.
¿Estamos los hombres y las sociedades actuales “dejados de la mano de Dios”, por utilizar una expresión coloquial con la que queremos significar que estamos abandonados a nuestra suerte, desatendidos, y que no vamos por buen camino?
¿Ha muerto Dios, como diagnosticó otro filósofo alemán, Friedrich Nietzsche (1844-1900), o lo hemos matado? ¿O, simplemente, no hablamos de Dios? Y este silencio, esta ocultación de Dios, viene a desembocar en su no existencia a efectos prácticos en el mundo. Si yo no creo en Dios, pero hay otros que sí creen, Dios seguirá presente en nuestro mundo. Pero si nadie cree en Dios, o una inmensa mayoría no cree en Él, Dios dejará de existir en el mundo de los hombres. No somos nosotros los que dependemos de Dios, sino que es Dios quien depende de nosotros.
Sabemos que el ser humano no es eterno, que comenzó a existir en un momento dado de la evolución del cosmos y de la vida. Plantear la cuestión de si Dios ya existía antes de que existiera el ser humano no tiene sentido, al menos para la humanidad.
El doctor en Derecho y en Ciencias Económicas, y sabio divulgador de la historia del pensamiento científico, Ramón Tamames, me dedicó hace unos años su libro Buscando a Dios en el universo. Una cosmovisión sobre el sentido de la vida. En esta reflexión lúcida y documentada sobre el sentido de la existencia, responde Tamames a las tres preguntas a las que yo hacía alusión en mi artículo de la semana pasada “La identidad”: ¿De dónde venimos, qué somos, a dónde vamos?
“Si resultara –leemos en la contraportada del libro a modo de resumen– que Dios es una creación del hombre –y no nosotros de Él– sería la mejor invención que hemos podido hacer. Porque lo que todos buscan en Dios es un juez que perdone cuando es necesario y un consolador en tiempos de desesperación. Sin estas referencias, nuestros males, miserias y sufrimientos en la vida serían insoportables”.
Sí, podemos buscar a Dios en el universo, como hace Ramón Tamames, pero también podemos buscarlo dentro de nosotros mismos, como nos invita el mismo Jesús.

2 de febrero de 2020

La identidad


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Uno de los tópicos más frecuentes a los que recurren los nacionalistas para justificar sus afanes de secesión e independencia es el de la identidad. Así hemos oído declarar a representantes de las comunidades autónomas de Cataluña y del País Vasco en el Parlamento de España que ellos se sienten solo catalanes o solo vascos, de ningún modo españoles.
Imposible rebatir tales sentimientos. Cada cual es muy libre de sentirse como le plazca. Ahora bien, ¿cómo plantear un debate serio y racional sobre la organización territorial de España basándose en sentimientos individuales?
Una primera objeción a las pretensiones de quienes solo se sienten catalanes o vascos de tener su propio Estado independiente es muy sencilla: no existe una relación lógica entre un sentimiento identitario y la necesidad de independencia territorial.
Una segunda objeción es una pregunta: ¿Qué pintan tales independentistas catalanes y vascos en el Parlamento español? No quiero pensar que solo les mueva el interés económico de cobrar unos sustanciosos sueldos más dietas y otras gabelas, que costeamos con nuestros impuestos todos los españoles.
Si se me arguye que los independentistas ejercen su legítimo derecho a la libertad de expresión, ya cuentan los tales políticos con sus respectivos parlamentos autonómicos donde dar rienda suelta a sus sentires exclusivamente catalanes o vascos. Y si de lo que tratan es de socavar la unidad de la Nación española desde dentro de la propia sede de la soberanía de España, entonces lo que no se entiende es que el Estado, el Gobierno y el resto de las instituciones españolas permitan tales ataques al primer artículo de nuestra Constitución.
Las Constituciones o leyes fundamentales de la inmensa mayoría de los países establecen firmes salvaguardas de su unidad territorial.
En cuanto al derecho de autodeterminación que a menudo invocan los secesionistas, la ONU solo lo reconoce a aquellos territorios sometidos por colonización. Lo que no es ni de lejos el caso de Cataluña ni del País Vasco, dos comunidades autónomas dotadas de amplias competencias. Por no hablar del reconocimiento expreso de sus propias lenguas, que a menudo es utilizado para atacar y reprimir el uso de la lengua común, el castellano, lo cual redunda en claro perjuicio de los hablantes catalanes y vascos. El bilingüismo es una riqueza que abre a los individuos muchas puertas, no solo laborales, sino también de comunicación con otros pueblos. Las lenguas han sido concebidas y creadas como medios de entendernos las personas, no de dividirnos y enfrentarnos.
La identidad del ser humano supera con mucho la dimensión política con la que la utilizan los nacionalismos. Y, desde luego, la función administrativa, a la que sirve el carnet de identidad, el DNI.
Afortunadamente somos más que los sentimientos de los nacionalistas y que los datos del DNI. Son recurrentes las preguntas que, en la historia de la filosofía y de las religiones, han dado lugar a una gran diversidad de respuestas: ¿Qué somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos?
La familia en cuyo seno hemos nacido y el lugar de nacimiento, la patria chica, desempeñan un papel importante en la configuración de nuestra personalidad, pues moldean la infancia, en la que hunden sus raíces muchas de nuestras emociones y vivencias. Sin que la pertenencia a una determinada comunidad represente un sello exclusivo y de confrontación con otros pueblos. Como tampoco lo debe representar la patria grande, en este caso España, a la que aprendemos a conocer a lo largo de nuestra formación, estudios y experiencia.
He nacido en Valladolid y reconozco la impronta que esta recia ciudad castellana y sus gentes dejaron en mi personalidad, pero la vida me ha llevado a otros muchos lugares de España y del extranjero. He pasado gran parte de mi existencia adulta en Madrid y he experimentado los gozos y las sombras, las ventajas y los inconvenientes de la gran ciudad. Al jubilarme me instalé en El Espinar, pueblo que me acogió con el abrazo de sus gentes y de sus pinares.
De la patria grande, España, soy conocedor y heredero de su cultura, de sus grandes hombres, pensadores, literatos y artistas, de sus grandezas y miserias. Amo a España, pero no enarbolo su bandera contra otras naciones o sentires.
Como también me siento europeo, si por Europa entendemos una civilización que arranca de las antiguas Grecia y Roma, y que no se concibe sin el cristianismo y el humanismo vinculado al mensaje de Jesucristo.
Me considero ciudadano del mundo y, en palabras del apologista cristiano Tertuliano, “hombre, y nada humano me es ajeno”.
Finalmente, como creyente a trancas y barrancas, sé que soy criatura e hijo de Dios. No echo al creador la culpa de mis imperfecciones y males. Pero, si algo de bueno, de amor al prójimo, hay en mí, es la semilla que el Padre nuestro de los cielos y mis padres terrenales sembraron en mí.