9 de febrero de 2020

La ausencia de Dios


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Es inútil buscar el nombre de Dios en las páginas de un periódico. No aparece en los editoriales, ni en los artículos de opinión, ni en las noticias nacionales o internacionales, ni en las secciones dedicadas a la cultura, a la sociedad, a la economía, a los deportes. Ni siquiera, si lo hubiere, en algún apartado sobre la vida religiosa o el santoral.
Y lo que vale de la prensa escrita puede afirmarse igualmente de la radio y la televisión o de otros medios de comunicación. Dios está ausente de la actualidad cotidiana.
Dos posibles explicaciones a esta ausencia de Dios se me ocurren sin entrar en mayores disquisiciones. La primera la formulará el ateo, cualquiera que no cree en la existencia de un ser con los atributos que las religiones y los creyentes asignan a Dios. ¿Cómo van a tratar los medios de comunicación de un ser que no existe?
La segunda explicación no niega la existencia de Dios pero, como entienden la divinidad muchas concepciones religiosas, siendo Dios un ser trascendente no interviene en la vida humana ni en el devenir del mundo.
Habrá que entrar en un templo y asistir a alguna celebración litúrgica para oír y pronunciar el nombre de Dios. Ahí sí, ya desde la primera señal de la cruz, se invoca a la Santísima Trinidad: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Fuera de los templos, en los países con tradición cristiana o con otras creencias religiosas, las distintas formas de concebirse la divinidad también están presentes en festividades como la Navidad o la Semana Santa. Aunque su dimensión “santa” esté cada vez más secularizada en beneficio del carácter profano de dichas fiestas.
Por esta predominante ausencia de Dios y de lo divino me ha sorprendido la atención prestada en el suplemento Cultural del diario ABC al libro del filósofo alemán Peter Sloterdijk (Karlsruhe, 1947) titulado La herencia del Dios perdido. Porque precisamente este ensayo indaga en las consecuencias de la desaparición de Dios en las culturas laicas de la modernidad.
¿Significa el olvido de Dios y de lo sagrado en la sociedad actual que al hombre contemporáneo no le interesa para nada la posible existencia de un Ser supremo y absoluto, al que no pocas religiones atribuyen el origen del universo y del ser humano, y del que además pueden depender nuestro destino, nuestra felicidad o nuestra condenación?
En el año 2008 publiqué un libro con el título Tiempo de respuestas. Sobre el sentido de la vida. En el mismo dedico nada menos que ocho capítulos al tema de Dios: “Dios”, “La existencia de Dios”, “Dios y el sentido de la vida”, “La religión”, “La Biblia”, “Luces y sombras de la Biblia”, “Jesús de Nazaret” y “Padre nuestro”. Este libro ha sido, entre los diez que tengo publicados hasta el día de hoy, el que mejor acogida ha tenido. Más aún, en las presentaciones y encuentros con distintos públicos, para mi sorpresa esos capítulos fueron los que suscitaron mayor interés.
¿Estamos los hombres y las sociedades actuales “dejados de la mano de Dios”, por utilizar una expresión coloquial con la que queremos significar que estamos abandonados a nuestra suerte, desatendidos, y que no vamos por buen camino?
¿Ha muerto Dios, como diagnosticó otro filósofo alemán, Friedrich Nietzsche (1844-1900), o lo hemos matado? ¿O, simplemente, no hablamos de Dios? Y este silencio, esta ocultación de Dios, viene a desembocar en su no existencia a efectos prácticos en el mundo. Si yo no creo en Dios, pero hay otros que sí creen, Dios seguirá presente en nuestro mundo. Pero si nadie cree en Dios, o una inmensa mayoría no cree en Él, Dios dejará de existir en el mundo de los hombres. No somos nosotros los que dependemos de Dios, sino que es Dios quien depende de nosotros.
Sabemos que el ser humano no es eterno, que comenzó a existir en un momento dado de la evolución del cosmos y de la vida. Plantear la cuestión de si Dios ya existía antes de que existiera el ser humano no tiene sentido, al menos para la humanidad.
El doctor en Derecho y en Ciencias Económicas, y sabio divulgador de la historia del pensamiento científico, Ramón Tamames, me dedicó hace unos años su libro Buscando a Dios en el universo. Una cosmovisión sobre el sentido de la vida. En esta reflexión lúcida y documentada sobre el sentido de la existencia, responde Tamames a las tres preguntas a las que yo hacía alusión en mi artículo de la semana pasada “La identidad”: ¿De dónde venimos, qué somos, a dónde vamos?
“Si resultara –leemos en la contraportada del libro a modo de resumen– que Dios es una creación del hombre –y no nosotros de Él– sería la mejor invención que hemos podido hacer. Porque lo que todos buscan en Dios es un juez que perdone cuando es necesario y un consolador en tiempos de desesperación. Sin estas referencias, nuestros males, miserias y sufrimientos en la vida serían insoportables”.
Sí, podemos buscar a Dios en el universo, como hace Ramón Tamames, pero también podemos buscarlo dentro de nosotros mismos, como nos invita el mismo Jesús.

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