Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Es inútil buscar el nombre de Dios en las páginas de un
periódico. No aparece en los editoriales, ni en los artículos de opinión, ni en
las noticias nacionales o internacionales, ni en las secciones dedicadas a la
cultura, a la sociedad, a la economía, a los deportes. Ni siquiera, si lo
hubiere, en algún apartado sobre la vida religiosa o el santoral.
Y lo que vale de la prensa escrita puede afirmarse
igualmente de la radio y la televisión o de otros medios de comunicación. Dios
está ausente de la actualidad cotidiana.
Dos posibles explicaciones a esta ausencia de Dios se me
ocurren sin entrar en mayores disquisiciones. La primera la formulará el ateo,
cualquiera que no cree en la existencia de un ser con los atributos que las
religiones y los creyentes asignan a Dios. ¿Cómo van a tratar los medios de
comunicación de un ser que no existe?
La segunda explicación no niega la existencia de Dios pero,
como entienden la divinidad muchas concepciones religiosas, siendo Dios un ser
trascendente no interviene en la vida humana ni en el devenir del mundo.
Habrá que entrar en un templo y asistir a alguna celebración
litúrgica para oír y pronunciar el nombre de Dios. Ahí sí, ya desde la primera
señal de la cruz, se invoca a la Santísima Trinidad: “En el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo”. Fuera de los templos, en los países con
tradición cristiana o con otras creencias religiosas, las distintas formas de
concebirse la divinidad también están presentes en festividades como la Navidad
o la Semana Santa. Aunque su dimensión “santa” esté cada vez más secularizada
en beneficio del carácter profano de dichas fiestas.
Por esta predominante ausencia de Dios y de lo divino me ha
sorprendido la atención prestada en el suplemento Cultural del diario ABC al
libro del filósofo alemán Peter Sloterdijk (Karlsruhe, 1947) titulado La
herencia del Dios perdido. Porque precisamente este ensayo indaga en las
consecuencias de la desaparición de Dios en las culturas laicas de la
modernidad.
¿Significa el olvido de Dios y de lo sagrado en la sociedad
actual que al hombre contemporáneo no le interesa para nada la posible
existencia de un Ser supremo y absoluto, al que no pocas religiones atribuyen
el origen del universo y del ser humano, y del que además pueden depender
nuestro destino, nuestra felicidad o nuestra condenación?
En el año 2008 publiqué un libro con el título Tiempo de
respuestas. Sobre el sentido de la vida. En el mismo dedico nada menos que
ocho capítulos al tema de Dios: “Dios”, “La existencia de Dios”, “Dios y el
sentido de la vida”, “La religión”, “La Biblia”, “Luces y sombras de la
Biblia”, “Jesús de Nazaret” y “Padre nuestro”. Este libro ha sido, entre los diez
que tengo publicados hasta el día de hoy, el que mejor acogida ha tenido. Más
aún, en las presentaciones y encuentros con distintos públicos, para mi
sorpresa esos capítulos fueron los que suscitaron mayor interés.
¿Estamos los hombres y las sociedades actuales “dejados de
la mano de Dios”, por utilizar una expresión coloquial con la que queremos
significar que estamos abandonados a nuestra suerte, desatendidos, y que no
vamos por buen camino?
¿Ha muerto Dios, como diagnosticó otro filósofo alemán,
Friedrich Nietzsche (1844-1900), o lo hemos matado? ¿O, simplemente, no
hablamos de Dios? Y este silencio, esta ocultación de Dios, viene a desembocar
en su no existencia a efectos prácticos en el mundo. Si yo no creo en Dios,
pero hay otros que sí creen, Dios seguirá presente en nuestro mundo. Pero si
nadie cree en Dios, o una inmensa mayoría no cree en Él, Dios dejará de existir
en el mundo de los hombres. No somos nosotros los que dependemos de Dios, sino
que es Dios quien depende de nosotros.
Sabemos que el ser humano no es eterno, que comenzó a
existir en un momento dado de la evolución del cosmos y de la vida. Plantear la
cuestión de si Dios ya existía antes de que existiera el ser humano no tiene
sentido, al menos para la humanidad.
El doctor en Derecho y en Ciencias Económicas, y sabio divulgador
de la historia del pensamiento científico, Ramón Tamames, me dedicó hace unos
años su libro Buscando a Dios en el universo. Una cosmovisión sobre el sentido
de la vida. En esta reflexión lúcida y documentada sobre el sentido de la
existencia, responde Tamames a las tres preguntas a las que yo hacía alusión en
mi artículo de la semana pasada “La identidad”: ¿De dónde venimos, qué somos, a
dónde vamos?
“Si resultara –leemos en la contraportada del libro a modo
de resumen– que Dios es una creación del hombre –y no nosotros de Él– sería la
mejor invención que hemos podido hacer. Porque lo que todos buscan en Dios es
un juez que perdone cuando es necesario y un consolador en tiempos de
desesperación. Sin estas referencias, nuestros males, miserias y sufrimientos
en la vida serían insoportables”.
Sí, podemos buscar a Dios en el universo, como hace Ramón
Tamames, pero también podemos buscarlo dentro de nosotros mismos, como nos
invita el mismo Jesús.
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