16 de febrero de 2020

Molinos de El Espinar


Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró

Cuantos hemos mantenido algún tipo de relación con El Espinar sabemos que el río Moros es la más importante vía fluvial que recorre su territorio y que, represado en los altos de la Garganta en los embalses del Vado de las Cabras y del Tejo o las Tabladillas, constituye el principal suministro de agua del municipio.
La Panera de la Garganta, a orillas del río Moros, representa asimismo para nativos y visitantes un área recreativa muy frecuentada, que ofrece en verano la grata umbría del pinar. Es posible que bastantes de quienes disfrutan de la Panera hayan reparado en los edificios cercanos de la Venta Nueva y de la venta del Cornejo. Pero, a buen seguro, muy pocos serán los que sepan que en las márgenes del río Moros se desarrolló una notable industria harinera propiciada por una serie de molinos hidráulicos, de los que no quedan hoy día más que restos ruinosos.
Pues bien, el biólogo Juan Frutos Sánchez Cubo y el zoólogo Pedro Bigeriego González de Castejón han realizado un exhaustivo trabajo de campo, de investigación y de documentación, que quieren plasmar en un libro con el título de Molinos harineros de El Espinar. Vestigios de un oficio perdido.
A Juan le he tratado yo desde tiempo atrás debido a su empresa familiar de jardinería y vivero en La Estación de El Espinar. ¡Cuántas veces sus operarios han recortado el seto de mi jardín para admiración de propios y extraños y de cuántas plantas y flores me he surtido en sus instalaciones!
Tengo yo también noticia de los vídeos sobre la naturaleza de El Espinar, vestigios de su pasado y aspectos etnográficos que Juan elabora y divulga a través de las redes sociales y de whatsapp.
Cuando Juan me habló de la indagación que él y Pedro tenían ya prácticamente ultimada sobre los molinos hidráulicos de El Espinar, en seguida me contagiaron su entusiasmo y me presté a colaborar en la preparación de sus textos y fotografías de cara a su publicación en forma de libro. Me han pedido también que escriba un prólogo para el libro, a lo que he accedido con la convicción de que lo único que puedo añadir a sus exhaustivos datos e imágenes es mi deseo de hacerlos llegar al mayor número posible de lectores.
De los oficios hoy desaparecidos que en tiempos pasados dieron de comer a las gentes de El Espinar, la gabarrería es sin duda el más conocido gracias al trabajo pionero de Juan Andrés Saiz Garrido reflejado en su libro Los gabarreros de El Espinar y a la fiesta que todos los años en el mes de marzo conmemora a estos trabajadores del monte. La escultura de un gabarrero delante de la gasolinera a la entrada de la Villa rinde también merecido homenaje a los que podemos considerar como “ecologistas forestales”.
Menos repercusión han tenido los canteros, de los que me ocupé hace unos años en un artículo publicado en El Adelantado de Segovia en el que hablaba de la cantera de Navalvillar. Un arco costeado por la familia Muñumel recuerda en la rotonda delante del cementerio municipal a estos trabajadores, que también tuvieron que ver con la molinería, pues suministraban las piedras, la volandera y la solera, así como las que se utilizaban para construir el caz y otras edificaciones anejas a los molinos.
En mi libro Apuntes al oeste de Guadarrama, publicado por Segovia Sur en el año 2006, después del Prólogo dedico el primer capítulo al Molino Nuevo y al que llamo molino de la Villa, inducido a error por el mapa topográfico de El Espinar que así denomina al que el Catastro del marqués de Ensenada da el nombre del Trejo  o de la Leoncia, que fue una de sus propietarias. En mi guía Paseos y excursiones por El Espinar también incluyo itinerarios a algunos molinos hidráulicos, o aceñas, aunque me dice Juan que esta denominación no fue utilizada por los molineros espinariegos.
Sí, son importantes los nombres que reciben las distintas partes de un molino, como nos ilustra el capítulo 3 de este trabajo, nombres que tan bien recuerda Carlos Díez Segovia, el “último molinero vivo”, al que los autores han entrevistado.
En el mismo capítulo 3 se nos explica con precisas ilustraciones el funcionamiento de un molino hidráulico harinero.
Pero lo que constituye el núcleo de este trabajo es el recorrido minucioso por los 14 molinos sobre el río Moros.
Para terminar, quiero resaltar el atractivo e interés de las fotografías tomadas in situ por los autores, que nos invitan a visitar los lugares descritos, dejarnos enamorar por estas ruinas que nos hablan de un pasado y de un oficio olvidados, entre zarzas, bardagueras, musgo, endrinos, espinos y fresnos a orillas del río Moros.
Estoy seguro de que esta investigación sobre los molinos harineros contará con la ayuda económica del Ayuntamiento de la Villa para su publicación en forma de libro. Bien merece la pena como reconocimiento a los molineros y a lo que la actividad molinera supuso en El Espinar.

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