Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Presumo
de mantener con el móvil una relación equilibrada. Pero no sabía que dependiera
tanto de este artilugio al que dicen inteligente.
Había
ido a El Espinar para hacerme en el centro de salud unos análisis (o una
analítica, que queda más puesto) y me volvía a Madrid en el mismo día. Como en
un viaje anterior se me habían extraviado las llaves de la casa madrileña de mi
mujer, y en el momento de montar en el coche no aparecían, todo se me fue en
buscarlas. Y me dejé el móvil, lo que advertí ya en Madrid. Tampoco era
cuestión de volver a por el aparato el día siguiente. En resumidas cuentas, que
he estado una semana sin los servicios de este invento del que, ya digo, me
creía poco dependiente.
A menudo
me he comparado con mis vecinos ocasionales en el metro, o en el autobús, o en
una sala de espera, absortos en las pantallas de sus móviles. A veces me asomo
discretamente al aparato de la persona que se encuentra a mi lado y advierto
que está jugando. Da igual la edad y el sexo (me niego a decir “el género”).
Todo el mundo se agarra al móvil como a su tabla de salvación.
Envidio,
eso sí, a algunos jóvenes que escriben mensajes, o lo que sea, a una velocidad
asombrosa. Supongo que cometerán faltas de ortografía, de puntuación y, desde
luego, de uso de las tildes. Pero eso es para ellos peccata minuta, o ni siquiera.
Pues
a lo que iba. Durante esa semana sin móvil me he dado cuenta de cuántas
acciones no he podido llevar a cabo. Para empezar, en el móvil tengo los
números de teléfono de familiares y amigos, a los que esos días no he podido
llamar, o enviar wasaps. Y si ellos me han llamado, yo no me he enterado.
Antes,
cuando tenía alguna duda gramatical, acudía al diccionario. Ahora también lo
hago, pero al diccionario digital de la RAE, que consulto en Google. Como
recurro a Google para que me ayude a recordar un nombre olvidado. Si es el de
un actor o una actriz, y me acuerdo del título de alguna de sus películas, lo
tecleo en el móvil y ahí me aparece el reparto entero del filme de marras.
También
me informo en internet de las últimas noticias y las leo en los intervalos de
publicidad, que no aguanto, de un programa de televisión.
Claro
que hay que andarse con mucho ojo para que no te den gato por liebre, o sea,
noticias falsas, las ya famosas fake news,
que el anglicismo hace más importantes.
Pues
bien, ahora que ya tengo a mano el móvil, tampoco me es tan imprescindible ni
recurro tanto a sus servicios.
Soy
aficionado a los crucigramas y sudokus, y antes lo era a algunos solitarios con
cartas. Pero no soy capaz de hacerlos con el móvil.
Mi
hija limita a sus hijos, mis nietos, el uso de las tabletas y consolas para
juegos que les abstraen. Me temo que forman parte de generaciones que no leen
libros.
Aunque
tampoco es que, cuando no había móviles ni tabletas, los españoles de más edad
leyeran mucho.