17 de octubre de 2021

Impotencia ante la erupción

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Desde que el volcán de Cumbre Vieja entró en erupción, hoy 17 de octubre va a hacer tres semanas, los informativos de la noche abren indefectiblemente las noticias con imágenes de la lava saliendo de la boca o las bocas volcánicas abiertas en la isla de La Palma y de las coladas que forman ríos asolando cuanto encuentran a su paso.

Se me encoge el corazón ante la impotencia humana frente a las fuerzas desatadas de la naturaleza. Me pongo en el lugar de los palmeros que ven cómo sus casas y sus plantaciones son destruidas por el magma imparable.

Estamos acostumbrados todos los veranos a asistir a los incendios que queman centenares de hectáreas de bosques de nuestro seco país.

Pero hay una notable diferencia entre estos fuegos y los ríos de lava del volcán de la isla que fue “Bonita”. Contra los incendios más o menos voraces y descontrolados podemos luchar, por tierra y por aire, mientras que todo lo que los hombres podemos hacer frente a un volcán en erupción es observar, tomar muestras de los piroclastos y otros materiales volcánicos, prever el posible curso de las coladas y evacuar a la población amenazada.

En La Palma, a diferencia de lo ocurrido en muchos incendios, no ha habido, y esperemos que no haya, víctimas mortales. Pero insisto, nada pueden hacer ni los vulcanólogos, ni los geólogos, ni las fuerzas de la UME, ni los bomberos y policías, para detener o siquiera desviar el avance devastador de las hirvientes coladas.

Sé que está fuera de lugar, pero no me resisto a hacer la siguiente observación. Los pobladores de La Palma ¿no sabían que estaban construyendo sus viviendas y sus negocios en unos terrenos volcánicos, al lado o encima de campos ya cubiertos de ceniza, por ejemplo, en la erupción del Teneguía en 1971? Además, la erupción de Cumbre Vieja ha sido precedida y acompañada de continuos seísmos.

Leo en un reportaje de prensa que cinco millones de españoles residen en áreas de riesgo, en zonas inundables. Zonas que, invariablemente, lluvias torrenciales y ríos desbordados inundan todos los años. Se han construido casas y naves industriales en terrenos robados a cauces fluviales, en ramblas secas que en una gota fría u otro fenómeno similar son recuperadas por torrentes y avenidas de agua que buscan recuperar su salida natural.

Los geólogos piden que se devuelva a la naturaleza los terrenos que se le han robado.

En una España vacía, o vaciada, ¿por qué nos empeñamos en asentarnos en zonas amenazadas por inundaciones, o por temblores de tierra, o por las coladas de lava de un volcán dormido, pero que un mal día despierta, ruge y vomita fuego, humo y ceniza?

Pido perdón a los sufridos habitantes de La Palma por estas reflexiones en un momento en el que lo que necesitan no son recriminaciones a toro pasado, sino solidaridad con su dolor y ayuda para rehacer sus vidas.

 

 

 

 

 

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