3 de octubre de 2021

Orden

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Soy un fanático del orden. Me saca de quicio encontrar algo fuera de su sitio.

“Cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa”, reza un antiguo refrán, cuyo origen no ha sabido explicarme ni siquiera ese extraordinario libro de José María Iribarren El porqué de los dichos, del que tengo varias ediciones. Y que he podido encontrar en mi biblioteca gracias a que pacientemente había ido ordenando sus volúmenes según varios criterios.

No crean que ese orden es asunto baladí cuando se acumulan muchos títulos. No los he contado, pero deben de superar los mil ejemplares, sumando los que ocupan las librerías o estanterías que hay en mi despacho, en el cuarto de estar, en el dormitorio principal y en el de invitados, en el salón y hasta en el porche acristalado de la planta baja. Y no cuento los que mi hijo tiene en su habitación de la buhardilla. Suele referir Guillermo la broma que le gasta una amiga, conocedora de su amor o manía por el orden, descolocando algún volumen, que mi hijo enseguida devuelve a su lugar.

Esta ubicación de los libros en distintas habitaciones me ha impedido ordenarlos por el orden alfabético de sus títulos o de sus autores. Ordenación esta última que, con el tiempo, he podido comprobar que es la más útil. Pero que no siempre resulta factible llevar a cabo. Aparte de la citada dispersión de los libros en distintas habitaciones, se presentan otras dificultades, como la de los tomos de una misma colección que están pidiendo a gritos permanecer juntos; o los diferentes tamaños que hacen prácticamente imposible colocar al lado una edición de bolsillo y el tomo de una enciclopedia que, además, supera la altura del estante en cuestión.

En resumen, que he seguido pautas mixtas en la colocación de los libros de mi casa espinariega: por afinidades; por géneros, como el policiaco al que he sido y soy muy aficionado, o los libros de plantas y jardinería, o de cocina; por editoriales; por colecciones…

Actualmente estoy embarcado en la ardua tarea de clasificar y ordenar los libros de la casa madrileña de mi mujer, que también invaden pacíficamente varias estancias. Los más numerosos, los de la sala, los he dividido en cinco grupos: narrativa española, hispanoamericana y extranjera, poesía y viajes. Y dentro de cada grupo, sus autores siguen un orden alfabético. Me voy por la narrativa y tengo pendiente de alfabetizar a los poetas, que ya ocupan el sitio que les he asignado.

Estoy medianamente satisfecho con los resultados. El otro día, mi mujer buscaba un título de su admirado escritor y amigo Alfonso Martínez-Mena. Me fui al grupo de narradores españoles y allí, entre Expediente de cierre, de Antonio Martínez Menchén, y Olvidado rey Gudú, de Ana María Matute, estaban Daguerrotipo y Desencantamientos, del gran autor murciano de Alhama.

En sendas librerías del vestíbulo esperan su turno libros de periodismo, publicidad, medicina, música y otras materias. Mientras que a una estantería del pasillo he destinado biografías, libros de religión y cocina en extraño maridaje. Pero así se ha terciado. Los diccionarios y otras obras de consulta los tenemos a mano en el que llamamos cuarto de los ordenadores.

En un armario de esta habitación he empezado a ordenar por carpetas papeles que mi mujer acumulaba en distintos “nidos” por toda la casa. Porque las carpetas, de cartón o de plástico, con gomas o sin ellas, son, como las carpetas digitales de los ordenadores, elementos fundamentales de ese orden del que me considero fanático.

 

 

 

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