Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Ya el título del Encuentro organizado los pasados 11 y 12 de
julio en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) de Santander por
la Fundación Chile-España me resultó de gran interés: “Español y Tecnologí@: de
Andrés Bello y Menéndez Pelayo a la era digital”. Este interés se vio
acrecentado por el programa de las ponencias y mesas redondas del curso, así
como por los prestigiosos ponentes y participantes en el mismo.
No pude asistir a los actos del primer día, que versaron
sobre la construcción cultural de las naciones hispanoamericanas; el corpus
lingüístico del español para el siglo XXI; los desafíos de la universidad
chilena y española ante la digitalización, y la conservación de la lengua
española como medio de aprendizaje, de creación y de innovación. Me limitaré,
por tanto, en este artículo a exponer algunas de las principales conclusiones a
las que pude llegar, suscitadas por la ponencia “Lengua, tecnología y
relaciones económicas”, a cargo de Juan Carlos Jiménez, profesor titular de
Economía Aplicada de la Universidad de Alcalá; por la mesa redonda “Revolución
tecnológica e Industria 4.0: reto para una lengua milenaria”, moderada por
Javier Galiana García, director de Futuro en Español, y por la conferencia “La
RAE, la revolución digital y la inteligencia artificial”, impartida por
Santiago Muñoz Machado, director de la Real Academia Española y presidente de
la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE).
Acerca del valor económico del español, los datos que aportó
Juan Carlos Jiménez dejaron claro que nuestra lengua se ha convertido en el
segundo idioma más hablado del mundo, con más de 577 millones de hablantes, con
lo cual la capacidad de compra de estos habitantes a ambos lados del Atlántico
representa el 10 % del PIB mundial. Por lo que respecta al español en el ámbito
digital, dos de cada tres hispanohablantes son usuarios de la Red, y el uso de
Internet supera el 80 % de tales hablantes. No obstante, somos más usuarios que
productores de contenidos, tanto en Internet como en las redes sociales.
No hay duda de que la digitalización del comercio mundial
abre unas perspectivas de suma importancia para el futuro desarrollo del
español, posibilidades que los poderes públicos deberían aprovechar y fomentar.
En cuanto a cómo afecta al español la revolución digital, de
entre los retos a los que se enfrenta nuestro idioma y que detallaron desde
distintas perspectivas los participantes en la mesa redonda sobre la industria
4.0, yo quiero destacar tres: el reto de superar las barreras geográficas, el
de preservar la unidad del idioma en medio de la pluralidad de países y
culturas, y el de adaptarnos los hablantes al nuevo entorno de comunicación.
A estos retos ha respondido y sigue respondiendo la Real
Academia Española, muy en especial con la publicación de su Diccionario (DRAE).
El director de la Academia Santiago Muñoz Machado dedicó gran parte de su
ponencia al Diccionario Jurídico Panhispánico, en cuya preparación y
elaboración él, como eximio jurista, ha intervenido personalmente.
Se trata de un diccionario totalmente editado en entorno
digital, lo que permite en una misma entrada incorporar documentación sobre
distintas referencias a la que el consultante puede acceder pulsando sobre los
términos en cuestión. Las antiguas remisiones de los diccionarios en papel,
como Cf. y Véase, han sido sustituidas con gran ventaja por la posibilidad de
contar con textos complementarios, lo que en un diccionario tradicional en
papel habría representado un aumento poco manejable del volumen del libro.
No hace mucho tiempo yo era aún partidario de pequeños
léxicos y enciclopedias en papel para breves consultas puntuales. Hoy he de
reconocer la rapidez con que podemos encontrar un dato accediendo a Google en
el móvil. En la actualidad, uno de cada tres hispanoamericanos dispone de este
artilugio inteligente y sabe utilizarlo con provecho, aunque también existe el
peligro de una adicción que impida otras formas de comunicación personal.
Sobre la inteligencia artificial y el lenguaje de las
máquinas, tema que ha estado presente en todo el encuentro, confieso mi falta
de competencia para aclarar al lector, y aclararme a mí mismo, estos desafíos
de las novísimas tecnologías en constante evolución.
Y, ya que de diccionarios hablamos, recurro a la definición
que da el DRAE de inteligencia artificial: “f. inform. Disciplina científica
que se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones
comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el
razonamiento lógico”. Definición que, en su concisa claridad, a mí me suscita
más preguntas que respuestas: ¿Son capaces las máquinas de pensar? ¿Pueden
comunicarse entre ellas? ¿Pueden entender lo que nosotros pensamos y hablamos?
Este campo de la inteligencia artificial, en el que la investigación ha llevado
a cabo avances hace un tiempo inconcebibles, necesita para los no expertos más cursos
como el de la UIMP al que he dedicado mi artículo.