Las palabras y la vida
Alberto Martín Baró
Me
pide un lector de mi blog, que además está casado con una muy querida prima
carnal mía, que vuelva a “dar caña” al Gobierno.
Amigo
Eduardo, estoy cansado de predicar en el desierto. Creo que nuestros actuales
gobernantes son impermeables a toda crítica. Y los políticos de la oposición se
bastan ellos solos para “darse caña” unos a otros. Sí, el famoso fuego amigo.
Así
que, aunque puede que en algún momento vuelva a clamar “Fuera políticos”, como
ya hice en un artículo que me valió la acre censura del director de El
Adelantado de Segovia, en esta entrada quiero compartir con mis lectores una
experiencia que nada tiene que ver con la política.
Desde
hace casi dos años tengo la impresión de que el cielo de Madrid, donde paso
temporadas alternando con El Espinar, es más azul, o al menos yo lo veo más
azul. Al principio atribuía esta renovada claridad celeste a mi operación de
cataratas que, como suele decir mi mujer, “es un regalo” para la mayoría de las
personas que han pasado por esa intervención que nos permite apreciar con más
nitidez los colores.
A esta circunstancia mía personal se añadió
durante la pandemia y sus restricciones la disminución del tráfico rodado y de
otras emisiones de gases contaminantes, por lo que el cielo se veía más limpio.
Pero
en la actualidad, cuando la circulación de vehículos ha vuelto a atascar las
calles y la actividad industrial a emitir CO2, sigo viendo el cielo
más azul que en otros tiempos.
Sí,
ya sé que el cielo no es azul, como recordaba el famoso verso del poeta
Lupercio Leonardo de Argensola: “Este cielo azul / que todos vemos / ni es
cielo ni es azul”.
Pregunto
a Google por qué vemos el cielo azul y encuentro una sencilla respuesta en la
página de la NASA Space Place: “La luz del Sol llega a la atmósfera de la
Tierra y se dispersa en todas direcciones por los gases y las partículas que se
encuentran en el aire. La luz azul se esparce más que el resto de los colores
porque viaja en ondas más cortas, más pequeñas. Este es el motivo por el cual
casi siempre veamos el cielo de color azul”.
Pues
yo agradezco a las ondas más cortas de la luz azul los cielos de Madrid y los
de esta tarde de septiembre en el camino de Las Lanchas de El Espinar, adonde
he ido a pasear con mi hijo, mi hija y mis dos nietos. Contrastando con algunas
nubes muy blancas, el cielo nos convidaba con una sinfonía de azules
resplandecientes.
No
puedo por menos de pensar en los cielos asaeteados por la lava y las nubes de
gases del volcán en erupción de la isla de La Palma. Me conduelo con los
palmeños y les deseo que pronto puedan volver a disfrutar del cielo azul.
Y
evocar aquel verso de Antonio Machado que su hermano José encontró en el
bolsillo de un raído gabán días después de la muerte del poeta en Collioure:
“Estos
cielos azules
y
este sol de la infancia”.