4 de septiembre de 2021

Demofobia

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Pasear por la playa segunda del Sardinero, que los buenos conocedores de estos parajes saben que se llama también playa de Castañeda, es un placer que ahora, ya en mi residencia madrileña, rememoro con añoranza. Como extendemos nuestra toalla y demás pertenencias en la primera playa, si la marea está alta, a veces no se puede superar la roca de Piquío a no ser metiéndose en el mar. Pero con la marea baja el espacio de fina y dorada arena por el que andar hasta el muro del hotel Chiqui es amplísimo y los mal llamados bañistas, porque la mayoría no se bañan, lo aprovechan para recorrerlo en una dirección y en otra.

Comparo esta imagen con la de las playas de Levante, donde este placentero paseo es imposible.

Pero no todo es deleite, al menos para mí, en las caminatas playeras. Al ver de frente a los nutridos grupos que caminan hacia mí, experimento una cierta desazón que puede tener algo de demofobia, o sea de miedo a la multitud.

Temor que siento en mayor medida en las calles muy concurridas. Estoy parado ante el semáforo de un cruce y miro, ya digo con algo de aprensión, a la masa de gente que espera a cruzar en dirección contraria a la mía.

No justifico mi aprensión en el temor a contagiarme de la covid, pues a pesar de que en las calles y en los espacios abiertos está permitido ir sin mascarilla, la mayor parte de las personas siguen llevándola.

A lo mejor tiene razón algún diccionario que define la demofobia como miedo anormal e injustificado a encontrarse entre las multitudes. Otros léxicos califican este temor de irracional y enfermizo. Como mi querido y muy manejado Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) no incluye este término, no puedo cotejar tales calificativos. Así que aceptaré lo poco racional y lo insano de mi demofobia.

Más aún me ha llamado la atención que otros lingüistas relacionen la demofobia, a la que también denominan enoclofobia y oclofobia, con la agorafobia, es decir con la fobia a los espacios abiertos, como plazas, avenidas, campo, etc. En este caso, el DRAE sí incluye el vocablo agorafobia. Y puedo afirmar con total seguridad que para nada padezco fobia o temor a las plazas, avenidas y, menos aún, al campo.

Un día en que el tiempo nublado y frío había dejado desierta la playa segunda del Sardinero, pertrechados con ropa de abrigo y hasta con impermeable, mi mujer y yo bajamos a pasear por dicha playa.

Concluyo que soy un sibarita, amante de la soledad y del disfrute solitario de la naturaleza, sin tener que compartirla con mis semejantes.

Demo, o sea el pueblo, está bien para la democracia, de la que soy convencido partidario, pero no para sumergirme en la masa, que tiene el mismo derecho que yo a disfrutar del entorno natural o urbano.                                                                                                                                                                

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