28 de julio de 2024

Jardín como yo

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

Bastaría con levantar la mirada por encima del seto hacia el sur para divisar los montes de Cueva Valiente y Peña la Casa.

Sé que por el este se alzan el Montón de Trigo, la Peña del Águila y la Peñota, aunque el seto crecido me impida verlos.

Por el norte, sí puedo avistar, entre árboles que yo planté hace años, el cerro del Caloco.

Y por el oeste, la pared blanca de la casa no me deja ver Cabeza Renales.

Pero esta tarde nublada con atisbos de tormenta, que se quedará en nada, aunque hayan sonado un par de truenos, voy a circunscribirme a los encantos de este jardín, que sus anteriores propietarios bautizaron juntamente con la casa como “El sexto pino”, aunque para mí no está más lejos que el quinto pino.

Está bien cerca, se confunde con mi ser. Curzio Malaparte, de quien releo estos días Mujer como yo, diría “Jardín como yo”.

Por doquier está mi mano, que siega el césped, tan difícil de mantener verde y raso, aunque a mi hijo Guillermo le gusta crecido y salvaje, cuajado de margaritas y otras flores silvestres.

Ya he dicho que planté diversos árboles, como un arce y un pino, que han crecido desmedidamente.

También planté un arce japonés, regalo de mi amigo de siempre y hoy consuegro Fernando Matute.

Ya me encontré plantados y exuberantes el membrillero y las mimosas. El año pasado no sabíamos qué hacer con tantos y voluminosos membrillos en el septiembre de Antonio López, que este año una helada tardía ha reducido, si cuajan, a un par escaso.

Hay rosas rosadas y rojas, que el viento deshoja sin atender al consejo de Juan Ramón: “No le toques ya más, que así es la rosa”.

¿Veré yo convertidos en árboles hechos y derechos los jóvenes tilo, arce y serbal de los cazadores plantados de la mano de Guillermo, como de la mano de fray Luis brotó su huerto?

Se ha alejado el conato de tormenta, se ha acentuado el silencio y revolotean los gorriones picoteando las migas de pan que les echamos.

Placidez de alma, serenidad del cielo que ha tornado en azul.

¿Sabían que al final de su azarosa vida Curzio Malaparte se convirtió al catolicismo?

Yo, una tarde más, doy gracias a Dios por el regalo ubérrimo que es un jardín como yo.

 



21 de julio de 2024

El valor supremo de la información

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

En un momento en el que se ciernen sobre la prensa libre española graves amenazas, aún sin concretar, del presidente del Gobierno de España Pedro Sánchez, la primera autoridad del Reino, el jefe del Estado Felipe VI, ha acudido al diario ABC en compañía de su esposa para presidir la entrega de los prestigiosos premios Mariano de Cavia, Luca de Tena y Mingote que, como subraya el propio rey, “desde hace más de un siglo, reconocen la excelencia de la profesión periodística”.

El diario ABC ha tenido el acierto de reproducir en la tercera página del viernes 19 de julio las palabras de Felipe VI en la entrega de los citados premios, que este año han recaído en Rodrigo Cortés el Mariano de Cavia, en Rosa María Calaf el Luca de Tena y en Saíd Khatib el Mingote. Así, quienes no hemos asistido al acto de entrega de los premios podemos leer despacio la excelente alocución del rey que lleva el título de “El valor supremo de la información”

Como resumen de las palabras de Felipe VI se recogen los siguientes párrafos:

“Me gustaría destacar la vigencia de lo que se conoce como la gran prensa, que ha sabido responder a cada etapa sociológica, a la tecnología del momento y a los distintos avatares históricos y profesionales, destacar a periódicos que, como ABC, continúan informando siendo fieles a sus objetivos fundacionales y enriqueciendo el debate público. También valorando y promoviendo el buen periodismo, como el que hoy se reconoce y premia”.

Soy lector asiduo de ABC y no se me escapa su postura crítica y siempre fundamentada frente a muchas de las actuaciones del presidente del Gobierno y de los miembros de su Consejo de Ministros.

Permítaseme un breve inciso personal: mi padre, el periodista y escritor Francisco Javier Martín Abril, fue asiduo colaborador de la “tercera de ABC” y recibió en el año 1941 el premio Mariano de Cavia.

Pone el acento el rey, al referirse a la relación de los premiados desde hace más de un siglo, en su inmenso talento: “Cada uno con su estilo y criterio, ha demostrado calidad literaria, lucidez analítica, inquietud intelectual, sagacidad periodística y, en definitiva, pasión por contar las cosas que pasan”.

Supongo que esta estima de Felipe VI por el diario ABC, crítico, como he dicho, con tantas actuaciones de Pedro Sánchez, y muy en especial con su empeño por coartar la prensa libre, digo que no habrá gustado a un personaje pagado de sí mismo hasta el extremo de querer silenciar a los medios y periodistas que no le halagan, sino que señalan sus innumerables desafueros y su demostrado desprecio por los hechos y por la verdad.

Debido al papel que la Constitución Española circunscribe al rey, Felipe VI ha tenido que firmar decretos y leyes dictados por el Gobierno de Pedro Sánchez con los que no es posible, a tenor de sus discursos y otras manifestaciones, que el monarca esté de acuerdo, muy en especial, con la ley de Amnistía, que choca frontalmente con su discurso del 13 de octubre de 2017.

Pero mientras el rey Felipe VI goza del aprecio unánime de los españoles, el presidente del Gobierno no puede salir a la calle sin exponerse a ser abucheado por un pueblo harto de su egoísmo, de sus mentiras y de sus desmanes.

 

 

14 de julio de 2024

José Antonio Abella, el triunfo de la palabra y la bondad

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

El sábado 6 de julio me entero de la muerte de José Antonio Abella a través de la noticia que mi amiga Margarita Arribas cuelga en el grupo de wasap “El libro del mes”:

“El médico, escultor y escritor, nacido en Burgos pero apasionado de Segovia, José Antonio Abella ha fallecido este viernes en Madrid víctima de un cáncer que ha combatido durante varios años. Nacido en 1956, fue operado de un cáncer de colon en fase avanzada con metástasis hepáticas en las navidades de 2021”.

Inmediatamente, los contertulios del grupo expresan su pesar por el fallecimiento de un gran amigo y excepcional escritor que había presentado de la mano de Ignacio Sanz y de mí mismo en nuestra tertulia varios de sus libros.

Pido a Ignacio Sanz, íntimo de Abella y primer lector de sus obras, después de su mujer María Jesús, que me facilite el teléfono de esta para hacerle llegar mi condolencia y las de los miembros de la tertulia. Lo que hago con palabras quebradas por el sentimiento.

Como transido de profunda emoción está el escrito que comparte con nosotros Juan Andrés Saiz Garrido, quien, como él mismo confiesa, ha tenido siempre en José Antonio Abella un amigo y un guía:

“Abella ha sido –es, pues su ejemplo y su obra quedan– un ser especial y a la vez muy sencillo, de esos que, con su simple presencia, nos alientan a ser más buenos y a buscar la excelencia en los proyectos que afrontamos”.

Cuando de la mano de Ignacio Sanz conocí a José Antonio Abella, debía de correr el año 2011, y a mí me pareció un joven estudiante, aunque para entonces ya ejercía de médico de atención primaria. Y mi primer contacto con él no fue como escultor y escritor que ya había dado a luz varias obras, sino como editor de La Isla del Náufrago, que publicó en abril de 2012 mi libro Cómo hablamos y escribimos. Tengo ante mis ojos este volumen, con la foto en la cubierta de una bella joven pensativa que se acerca un bolígrafo a la boca y que, como me dijo el propio Abella, era una sobrina suya.

Si el organizador de “La tertulia de los martes” Ignacio Sanz me publicó en 2004 El cuaderno de San Rafael, abriéndome el camino a otras publicaciones sobre El Espinar, y me dio la idea de crear con un grupo de amantes de la lectura la tertulia “El libro del mes”, José Antonio Abella ha compartido con nuestros contertulios sus obras La sonrisa robada, El hombre pez, Aquel mar que nunca vimos (esta en reunión no presencial por la pandemia) y El corazón del cíclope.

Gracias a su disponibilidad, incluso cuando ya luchaba contra el cáncer, he podido adentrarme en su forma de trabajar concienzuda y a la vez inspirada. Abella es un escritor que cincela las frases –en cierta ocasión afirmó que los seres humanos no sólo estamos hechos de células, sino también de palabras–, bucea en las fuentes, se implica en la acción, como si él mismo la viviese.

Los importantes premios literarios que recibió, La Hucha de Oro como autor de cuentos, y como autor de novelas el Premio de la Crítica de Castilla y León y el Premio Ateneo Ciudad de Valladolid, no hacen sino refrendar la vocación de este escritor, que incluso en medio de su enfermedad trabajaba entre 10 y 15 horas diarias.

Cada vez que me adentro en Segovia admiro su Monumento a la Trashumancia. Otra escultura suya, que representa a un diablillo en actitud de hacerse una autofoto y que dio lugar a una polémica y hasta un proceso judicial, le inspiró a nuestro autor la novela Agnus diaboli (Valnera, 2022).

Sí, editor, escultor, médico y escritor, en todas estas facetas sobresalió José Antonio Abella. Pero él fue, ante todo, un hombre bueno y generoso, al que ya echamos de menos cuantos tuvimos la fortuna de conocerle y tratarle.

7 de julio de 2024

No hacer nada

 Las palabras y la vida 

Alberto Martín Baró

El horario de la mayor parte de los trabajadores viene marcado por la entrada al trabajo y la salida del mismo, compaginado con las horas que imponen el sueño, el desayuno, la comida y la cena.

¿Y qué deja usted para el ocio, para el entretenimiento o simplemente para no hacer nada? me preguntará el atento lector.

Pues he ahí el problema del que quiero tratar: el no hacer nada.

Los italianos tienen una hermosa expresión para este no hacer nada: el dolce far niente.

A mí me parece que, por supuesto, somos capaces de divertirnos, de viajar, de ir al cine o, menos, al teatro, de visitar museos, de asistir a conciertos, de escuchar música, de leer…

Pero llegan momentos en la vida, a mí me ocurre, en los que, acabadas las tareas necesarias para el mantenimiento del cuerpo y –llamémoslo así– del espíritu, sobrevienen tiempos muertos.

Digo que a mí, jubilado desde hace veinte años, me sucede: me he levantado de la cama hacia las ocho u ocho y media –un médico me aconsejó en cierta ocasión mantener una hora fija para levantarme–, he hecho unos ejercicios de gimnasia, como flexiones y estiramientos, me he afeitado y duchado, he preparado y tomado el desayuno, he ido a la compra, que hago a diario por aquello del pan reciente y del periódico (en papel) del día; de vuelta a casa, leo el periódico y hago los crucigramas (he dejado de hacer el sudoku por poco gratificante), consulto el correo en internet y leo algo de prensa digital… Y he aquí que, antes de ponerme a preparar la comida, puede presentarse uno de esos paréntesis en que no tengo nada que hacer. Miro en torno de mí, por si alguna tarea inacabada me llama la atención. Tampoco es tiempo adecuado para ponerme a leer un libro o escuchar música, dos actividades que tengo algo descuidadas: la lectura, por mi degeneración macular, que hace que me bailen las letras y las sílabas, y la música, porque su escucha requiere cierto recogimiento…

¿Soy incapaz, somos incapaces, de estar simplemente sentados en una butaca y no hacer nada, ni pensar en nada? ¿Sería dulce, dolce, ese far niente?

El molino de nuestros pensamientos es prácticamente imparable. El silencio interior que los ascetas y más los místicos nos recomiendan para la meditación y la oración, ¡qué difícil es de conseguir, si acaso lo intentáramos!

La tarde, tras el para mí obligado contrapunto, no de una siesta formal, sino de un relajarme en un sofá con los pies sobre la mesa de centro, digo que la tarde es otra cosa: ver alguna película en la televisión, dar un paseo o salir a merendar con mi mujer, que es “una señora que merienda”, quedar con unos amigos, ir al cine, al teatro o a un concierto… Cuando no hay que asistir a algún funeral. Se mueren nuestros coetáneos. Le digo a mi mujer que somos unos supervivientes.

A lo mejor, o a lo peor, esos tiempos muertos de los que hablo son precisamente eso, un anticipo de la muerte.